Recuerdo

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - Vanimist
Relatos Tolkien - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

    Recuerdo aquellas tardes en que esperaba en la entrada de mi talan a que Herendor llegara a buscarme para quién sabe qué nueva aventura que se le hubiera ocurrido. Él era así, imaginativo, fantasioso, incansable, su mente siempre estaba trabajando imaginando grandes viajes, guerras y hazañas en las que ambos participábamos, y de las cuales salíamos siempre victoriosos.

   Éramos conocidos en toda la Corte, e, incluso el Caballero Celeborn participaba de nuestras ensoñaciones. En más de una ocasión llegamos a tropezar con el Señor Elladan, o interrupimos con nuestras joviales risas alguno de los largos y profundos discursos de Círdan, que aún no alcanzábamos a entender.

   Nuestros demás amigos sabían que éramos inseparables, éramos uno sólo, nos necesitábamos, si él no estaba, algo me faltaba, y según me contaban, en mi ausencia él ya no imaginaba, ya no actuaba, y pasaba las tardes muertas viendo a la gente pasar por Caras Galadhon desde su talan.

   Y fuimos creciendo, conociendo más mundo y más gente, llevando a cabo actividades diferentes, mas en nuestro tiempo libre volvíamos al otro. Recuerdo un año en que marché al Bosque de las Hojas Verdes (Eryn Lasgalen) tres meses para ser presentada a Thranduil, a mi regreso, él ya no era el mismo, se comportaba de un modo distinto, y comenzamos a distanciarnos. Recuerdo las tardes que pasé con Celeborn criticando al "cretino" de Herendor, contándole todas los roces (que solían ser malos) que en aquella época tuve con él.
 
   Pero al llegar aquel verano, supe que él marchaba a guardar la frontera norte del reino, y, a pesar de no soportarlo, menos aún podría soportar su ausencia, así que marché en pos de él, fingiendo ser parte de la "formación de la princesa". Aquel verano nos reconciliamos, y volvimos a ser tan inseparables como antes, pero ahora él había cambiado, y supongo que yo también. Ahora hablábamos de cosas serias, profundas, tanto como aquellos discursos de Círdan que años atrás solíamos romper.

    Aún no he hablado de nuestra vida, mas ahora lo haré. Yo soy hija de Elrohir, y él es hijo del hijo de Erestor, y por tanto los dos pertenecemos a la "alta sociedad" élfica de la Cuarta Edad en Rivendel y Lothlórien, lugar donde ambos crecimos. Él es heredero del legado de su padre, y entre mis hermanos, a pesar de ser la 2ª, soy la que más valor tiene para asumir la Regencia de Lothlórien, Rivendel es asunto de mis primos, los hijos de Elladan.

    Siempre me dijeron que me parecía a Galadriel, y Celeborn adoraba hacerme reír, por que en mí la veía a ella. Otros han dicho de mí que seria soy la viva imagen de Lúthien, a pesar de mi cabello dorado y mis ojos avellana. Círdan solía quedarse mirándome largos ratos, por que, obviamente durante sus discursos, y tras ser sentada lejos de Herendor, me volvía la seriedad personificada y según él decía, mirarme a mí, era mirar a Lúthien.

   A pesar de mi naturaleza Peredhil (Medioelfa), mi carácter es tal como el de los príncipes noldorin, y eso que nunca llegué a conocer a Galadriel, pues nací 50 años después de su marcha. Soy orgullosa, abierta, pero en lo que a sentimientos se refiere, tiendo a ser muy reservada, y por lo general poco sentimental en público. No es frialdad como muchos dicen, es simplemente una forma de protegerme. Dicen que soy muy cabezota, y aunque hasta hace poco me costaba aceptarlo, he de admitir que es verdad.

   Herendor es muy soñador, sabio, inteligente, y con una alegría desbordante, pero sólo en la intimidad, con los extraños es completamente serio, e incluso han llegado a tacharlo de huraño (pero ésto, él no lo sabe). Tiene un carácter poco fuerte, y evita en la medida de lo posible las discusiones, es bastante conciliador, por éso creo que conectamos, de otro modo nuestros carácteres estarían siempre chocando, y discutiríamos continuamente. En ocasiones le agradezco su pacifismo, pero es absurdo, le viene de naturaleza. Y hecho este inciso, ahora que me he dado a conocer, prosigo con nuestra época de guardianes en la frontera:

   Fue el mejor verano de mi vida, al fin podíamos perseguir a orcos de carne, olíamos huellas no imaginarias, recibíamos a viajeros de distintos lugares, y ya no a nuestros amigos cuando de pequeños inventábamos nuestras aventuras. Pero aún no habíamos cumplido nuestros sueños, aún no habíamos cruzado pasos de montañas furtivamente, aún no habíamos huído a través de la llanura, aún no habíamos luchado en la guerra, no habíamos navegado, no habíamos visto el Mar...

   Y decidimos no volver a separarnos, nos prometimos mantenernos juntos tras aquel verano, y así fue, pues seguimos otros 20 años como guardianes de la frontera, esta vez en el oeste. Recuerdo esos 20 años como los años más dulces de mi vida, me gustaba mi ocupación, Celeborn, que es de mis parientes al que más quiero, y mi hermana mayor venían con regularidad a verme, convivía con mi mejor amigo y me enamoré del tercer compañero de la guardia, un sinda de cabellos plateados, Huthor era su nombre.

   Lo único que pudo empañar la felicidad de aquellos años era el constante enfrentamiento y la creciente rivalidad entre Herendor y Huthor, no puedo imaginar qué harían en las 8 horas diarias de guardia que les tocaba juntos. En más de una ocasión intenté conciliarlos, mas me fue imposible lograrlo, así como descubrir el origen de tanta rivalidad.

   Tras esos fantásticos 20 años frenando los pies a los Orcos de Moria y los Trasgos de Hithaeglir (Montañas Nubladas), fui enviada de nuevo a la corte, por exigencias de la educación que una princesa debe recibir, y por mí abandonó la guardia Huthor, volvió conmigo a Caras Galadon y trabajó en la Corte como consejero militar, mas ahí no podíamos vivir propiamente nuestro amor, él era de nobleza inferior a la mía, lo que hacía de nuestro amor algo no oficial, ignorado por aquellos que no nos conocían personalmente, y así debía permanecer; oculto.

   Ésto hacía que nuestro amor creciera, la distancia invisible, la pared imaginaria que nos separaba. Vernos cada día y no poder mostrar nuestros sentimientos era algo que acrecentaba el dolor, pero que hacía que deseáramos con mayor anhelo nuestro próximo encuentro privado.

   El tiempo pasaba y yo me preguntaba qué habría sido de Herendor, cómo estaría, si habría habido alguna novedad en su vida. Cada vez pensaba en él con mayor frecuencia, y a pesar de mi deseo de visitarlo, no me estaba permitido, mi formación me ocupaba todo el tiempo, y me agradaba pensar que a él le ocurría lo mismo, y por ello no habría podido venir. Me aterraba la idea de que él me hubiera olvidado, él estaba presente en mi mente en todo momento, desde el desayuno, que me recordaba a los que él me traía cuando yo despertaba en el Talan de la Frontera, hasta el último beso que daba por la noche a Huthor, pues esa costumbre la tomamos a raíz de pensar en que era el único momento en que Herendor no nos veía.

   Recuerdo la tarde en que comentaba con Celeborn en su talan lo tediosas que me resultaban las lecciones de arpa, reíamos con mis imitaciones de la espantosa maestra que me habían traído desde Rivendel. Era una vieja elfa conocida por todos los sabios de Rivendel y Lórien, pues era una de las mejores bardas de nuestros tiempos.

   Esa misma tarde fuimos interrumpidos a mitad de nuestra conversación por un mensajero que llegaba jadeante. El ser interrumpida cuando charlaba con el Señor de Lothlórien era habitual, mas lo que aquella tarde oí rompió mi alma en mil pedazos:

-"Aiya (Hola) Señor, ¿tengo vuestro permiso para hablar?"-dijo el elfo.
-"Adelante Farantur" -respondió Celeborn.
"Tres de nuestros guardianes han sido hechos presos por los Orcos de Moria tras una pequeña trifulca, Señor"-habló Farantur-,
-"¡Éso es terrible!", bien Farantur, ¿es éso todo lo que sabes?"-inquirió Celeborn.
-"No, Señor, sé también que son los Guardianes del 8º Talan de la Frontera Oeste"-respondió.
-"¿Sus nombres?" -volvió a preguntar Celeborn.
-"Thalalhoth, Dechelel y Herendor, Señor"-dijo firmemente el mensajero.

   Por un momento sentí que mi mundo se derrumbaba y deseé morir, marchar a Mandos a esperarlo, pero pronto caí en la cuenta de que aún había esperanza, de que aún cabía la posibilidad de que estuviera vivo, o de que hubieran logrado huir. En aquel momento no reparé en el hecho de que era casi seguro que no hubiera casi ninguna esperanza, pero estando desesperada como estaba, había de agotarlas todas, y tracé un plan que llevaría a cabo aquella misma noche...

   Tras la marcha del mensajero Celeborn se apresuró a abrazarme, recuerdo el modo en que me cubrió, quizá intentando protegerme de cualquier pena que pudiera volar en el aire y acercarse a mí, para que no tuviera más razones para llorar, nada más que me hiriese. Pero esa vez no pensaba llorar, iba a actuar. Mientras él aún me cubría con sus brazos llegó una doncella para informarnos de que la cena estaba lista, y durante toda la cena permanecí silenciosa, pensando, urdiendo mi plan de salvación.

   Después de la cena, Huthor vino, como de costumbre a desearme una buena noche, y aquel día lo besé con más intensidad de lo que nunca en la vida lo hice, creo que él lo notó, pues se extrañó, pero la sola idea de pensar que podía perderlo para siempre, que en el viaje que iba a hacer quizás perdiera yo la vida, y no lo volviera a ver nunca... Por un momento pensé en abandonar el plan, sólo por Huthor, pero una ráfaga de valentía vino a mi corazón y lo hinchó de nuevo de coraje y fortaleza.

   Tan pronto como la oscuridad de la noche hubo cubierto todo Caras Galadon, tomé las lembas que robé y el saco con todo lo que en el viaje pudiera necesitar (cantimplora, cuerdas,...) y me pusé en marcha. Bajo el manto protector que la noche me proveía, huí de mi talan como una sombra furtiva, y con pies ligeros caminé sobre la hierba que cubría los campos de Caras Galadon sin apenas emitir sonido alguno.

   Así llegué al norte de la ciudad-fortaleza, y me escabullí por la entrada secreta, que quedaba un poco bajo el nivel del agua del foso. Y así, mojada, salí de Caras Galadon. Comencé a caminar por el Naith (El Enclave), siempre hacia el Oeste, por suerte este camino lo conocía bien, pues es el que tantísimas veces hube de hacer para ir desde mi Guardia hasta mi hogar. Yo he sido siempre rápida y silenciosa, por eso fui la encargada de llevar las novedades desde mi Talan de Guardia a la Corte, y ése era el camino que usaba, si alguien me veía a esas horas, cubierta en mi capa no preguntaría por que en cuestiones de Estado, cada uno se ocupa de sus asuntos.

   Al llegar el día yo estaba ya a 5 millas de la frontera, pero si salía de día tenía más posibilidades de ser encontrada. Así que decidí pasar por ahí abiertamente. A esa hora aún nadie en Caras Galadon sabría de mi partida, y por tanto los Guardianes tampoco habrían sido alertados de ello. Al ser interrogada diría que lo que me llevaba a cruzar la frontera eran asuntos familiares que Celeborn me había confiado, y por tanto, ajenos a su interés.

   Y así lo hice, ejecuté el plan exactamente como lo había trazado, pero no podía evitar sentirme culpable por mentir y marchar furtivamente.

-"Daro!"(¡Detente!)- me gritó una voz desde lo alto del Talan de Guardia. Acto seguido un alto y delgado sinda descendió desde las primeras ramas del árbol que tenía inmediatamente a mi derecha.
-"Aiya, Im Heleriel, Elrohirion" (Hola, soy Heleriel, hija de Elrohir)-, respondí.
-"Aiya Mi Señora, disculpadme, no quería importunaros"- se disculpó el Guardián.
-"No me habéis molestado, es más, deseaba preguntaros algo: ¿Sabéis algo nuevo de los tres soldados capturados?"- pregunté con auténtico miedo a obtener malas respuestas.
-"No, aún no Mi Señora, pero hemos oído que enviarán algunas expediciones a investigar sobre su paradero"-.contestó.
-"¿Sabéis cuándo parten?"-pregunté con la esperanza de unirme a una de ellas.
-"No hay fecha fijada, pero no antes de una o dos semanas por cierto"-dijo él.
-"Está bien, hantalë (gracias), partiré ya, pues no he de demorarme, tengo importantes asuntos familiares que Celeborn me ha confiado, Namárië"-me despedí.
-"Namárië Señora"- fue todo lo que el Guardián acertó a decirme.

   Si tardaban más de una semana no me uniría a ellos, el tiempo apremia, y en este momento yo no podía esperar. Para mí era preciso moverme ya, si esperaba un segundo más me sentiría culpable y jamás me perdonaría a mí misma.

    Lo más seguro era que me atraparan a mí también. Las Montañas Nubladas volvían a ser el hervidero que antes de la destrucción del Anillo eran, cruzarlas era siempre peligroso, y atravesarlas de norte a sur era ir en busca del peligro. Tenía ya asumido  que quizá no volviera a ver a ninguno de los que amaba, ni al país que me vio nacer, así que eché la vista atrás en un intento de grabar en un segundo una vista del país dorado más bello sobre la Tierra Media que me durara por siempre. Intentando cazar en un instante un sentimiento que quedase arraigado en mi memoria para toda la vida, y, así en el momento en que me despidiera de la Tierra Media por siempre la recordaría y quedaría esa imagen reflejada en mis ojos yertos, la más bella imagen del Mundo Perecedero.

   Pensando en ésto comencé a cruzar la llanura, y en ese día recuerdo que no comí ni paré a descansar, únicamente podía echar la vista atrás y pensar en los momentos que pasé junto a Herendor en el pasado. Todos me parecieron felices, incluso las discusiones, las ofensas, los malos momentos que juntos superamos, lo único que necesitaba era... estar con él. Y caí en la cuenta de que me daría igual que el Mundo se cayera, que Ambar Metta llegara, que el mismo Morgoth regresara y me hiciera presa, no, nada importaba mientras estara junto a él, o mientras tuviera la certeza de que él sería feliz y estaría a salvo. Imaginé que él pensaría del mismo modo que yo, que él en estos momentos quizá pensara en mí, y que lo ayudaría a soportar el sufrimiento el pensar en que yo me encontraba bien, y yo ahora lo estaba traicionando, estaba fallando su última esperanza... Pero mi naturaleza impulsiva propia de los Noldor me impedía quedarme de brazos cruzados, y volví a pensar que estaba haciendo lo adecuado.

   Llegó la noche, ya alcanzaba a ver la Puerta Este de Moria, el Abismo Negro, aunque ahora estaba vacío del Mal de Durin, muchos clanes de orcos se habían asentado en las distintas salas y niveles de la Mansión del Enano, y frecuentemente mantenían encarnizadas batallas entre ellos por este pasillo o esta sala... Aún no había encontrado ninguna pista reveladora pero me dejaba guiar por mi intuición. Lo más seguro era que no hubiesen vuelto a Moria, si es que de ahí provenían. No les hubieran dejado pasar con "carne fresca" (que es el nombre que las presas recibimos) sin luchar por ella.

   Cuando comenzaba ya a trepar por los desgastados escalones que conducían a la Puerta, caí en la cuenta de que no era un sendero lo que llevaba siguiendo todo el día, eran huellas que debían pertenecer a un numeroso grupo. La hierba estaba pisoteada, el suelo arrasado. Llevaba todo el día pensando en mis cosas, y no me había dado cuenta de que ese "sendero" no estaba antes. Al llegar a los escalones tornaba a la derecha,  y lo seguí. Estaba convencida de que me llevaría a Herendor, o al menos al grupo que lo raptó. De todos modos, no tenía otra opción, pronto los orcos saldrían de caza, por lo que no era un buen sitio para pasar la noche, y, además, no había ninguna otra pista del paradero de mi amigo.

   Continué por el rastro, ahora cada vez más desnudo, lleno de piedras. Estaba comenzando a subir a los lindes de Hithaeglir (Las Montañas Nubladas), el viento era más frío, las huellas que perseguía cada vez más recientes... Pero cada vez mi fatiga era mayor, y aunque alentada por la esperanza de alcanzarlos, estaba apenada por la monotonía y la abrumadora consciencia de saber que cada minuto que me retrasaba podía suponer un minuto de tormento para Herendor.

   Caminaba día y noche, siempre hacia el norte, en la falda de las Montañas Nubladas. Intentaba racionar lo mejor posible las lembas y comía siempre que podía alimentos que encontraba, pero ésto era muy pocas veces, y no tenía esperanzas de seguir encontrando alimentos más adelante. Por el agua no tuve problemas en esta etapa, estaba continuamente vadeando pequeños arroyos que descendían de las heladas cumbres, y de los que bebía siempre que tenía sed.

   Recuerdo una noche en que no podía continuar avanzando, pero tampoco podía detenerme, y menos aún dormir, mas algo me empujó a dormitar, era como si un Vala tuviera preescrito que yo debía dormir aquella noche, nada podía hacer mi voluntad, estaba doblegada al sueño. Abrí el saco y tendí sobre el suelo las mantas que había traído conmigo. Me tumbé sobre una y me cubrí con la otra. Sentía más frío que nunca. Incluso las noches que pude pasar a más altura aquellos días el aire era más cálido.

   Quizá era el hecho de estar quieta e inmóvil. Mientras intentaba combatir el frío recordé mi hogar por primera vez desde que iniciara el viaje. Pensé en Celeborn, en mi hermana, Falirían, en su amado, Denthel, de mi padre, Elrohir, de mi pequeña y traviesa hermanita Galirin, de mi madre, Nurfalan, de mi hermano mediano, Urindol, de mi amiga Anfilir, de su hermano, Ralandor, y pensando en mis amigos, pensé de nuevo en Herendor, pero mi mente me lo prohibió, y pensé de nuevo en aquéllos a quienes había amado alguna vez.

   Ahora mi mente me transportaba a Rivendel, a los veranos pasados en compañía de mi tío Elladan, de la ternura de su esposa, lo bien que nos recibió a mis hermanos y a mí... Y, como no, de mis primos. Cómo olvidar lo que junto a ellos pasé, los juegos en el bosque, las travesuras en la biblioteca de mi abuelo. Según me dijeron, él la cuidaba siempre, había leído todos y cada uno de los gruesos tomos que en las altas estanterías estaban almacenados. Conocía todos los mapas que había sobre las paredes, en los cajones... Siempre me gustó perderme en ese lugar, era tan... mágico. Era como si todos los sentimientos élficos de la Segunda y la Tercera Edad hubieran quedado atrapados entre aquellas paredes cubiertas de estanterías y libros.
 
   Todo el saber élfico, y parte del humano de todos los tiempos tenía cabida ahí. Yo conocía ya la mitad de la biblioteca, cuando crecí demasiado para hacer jugarretas con mis primos a los Grandes Sabios que en Rivendel habitaban, se me encontraba siempre en la biblioteca, leyendo libros, memorizando mapas, e imaginando aventuras y grandes viajes en aquellos lugares. E incluso reparando los pergaminos que años antes había podido dañar en mis infantiles travesuras.

   Ahora recordaba el patio central de Rivendel, donde Maraldir, jefe de la guardia de Rivendel, me había instruído durante 20 veranos seguidos en el manejo de la espada, eran los momentos de mayor humor del día. Siempre congregábamos a una gran multitud que se divertía con nuestras bromas, Maraldir siempre tuvo un gran sentido del humor, y sumado al mío era una dosis de humor superior a la que los serios elfos de Rivendel estaban acostumbrados. Allí nadie solía ser como Maraldir, y aprovechaba mi estancia para compartir con alguien sus bromas.

   Recuerdo cuando me llevaba al bosque a entrenar con el arco, y al estar detrás de la casa, éramos perseguidos también allí por una gran multitud de elfos con ganas de diversión. En Rivendel estaba siempre a gusto, todos me adoraban allí, o al menos, casi todos, siempre tenían una sonrisa en los labios, un gesto amable, un regalo en sus manos para mí. Quizás a ellos tampoco los volviera a ver, cada vez me acercaba más a los raptores, y podrían atraparme a mí también y matarnos a los cuatro, pero no importaba... Estaría con Herendor, daba igual dónde, si no podía ser en Lothlórien sería en Mandos, en Valinor, Tirion, el Vacío Intemporal... no importaba, mientras nos tuviéramos el uno al otro.

   Y cuando mi mente estaba extasiada de recordar caí en un profundo e inquietante sueño. En él vi a Herendor, él sufría, dormía también, pero estaba inquieto, sucio, con la faz magullada. Su rostro estaba iluminado por la luz de una hoguera, y de fondo pude oír gritos guturales, ruidos de aceros chocando, saltos... y gritos de dolor.

   Desperté sobresaltada, respiré y vi la razón por la que el sueño me pudo. Algún Vala había decidido darme de nuevo valor, darme de nuevo un ideal por el que luchar, coraje para seguir adelante... Y desperté renovada, y así emprendí de nuevo la marcha, de nuevo día y noche, sin parar, sin miedo.

   Tras 5 días de caminata al fin alcancé su campamento. Era de noche y vi unas hogueras en un valle. Las tiendas apostadas alrededor del fuego principal estaban cubiertas por orcos, de ellas salían orcos, y más orcos se ocupaban de hacer el claro más grande talando árboles y árboles sin piedad. No divisé de momento a los cautivos, mas tampoco encontré indicios que hicieran sospechar que se hubieran deshecho de ellos.

   Me dispuse a emprender un ataque contra el campamento, pero... ¿qué podía una hacer contra quinientos?. Quizá morir, entregarse a las garras del enemigo, pero mi instinto, mi corazón y mi naturaleza impulsiva me guiaban hacia ello. No había otra cosa que yo pudiera hacer, si huía, mi conciencia me perseguiría eternamente, no podría ser feliz pensando en lo cerca que lo tuve, y la determinación que me faltó para acercarme a él.

   Tenía que ejecutar un plan desesperado, o... quizá no tanto. Sí, en una ocasión pensé qué haría en una situación semejante, y no tenía más remedio que ahora, cuando ya no eran especulaciones, llevarlo a cabo, y así lo haría...



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