Ocaso de un amanecer

08 de Diciembre de 2003, a las 00:00 - Uinen
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Capítulo I: HÓREA

El día caía para dejar paso a la noche. Auresse se encontraba sobre un monte verde, mirando al horizonte, perdida en sus pensamientos. La luz del crepúsculo la bañaba tintando su piel de un color dorado y sus oscuros cabellos refulgían lanzando destellos azulados. Aún no podía creerse que hubiera escapado de su vida pasada, aquella en la que había causado tanto daño... Pero ahora tenía delante de ella su país de origen, Rohan, donde seguramente nadie la recordaba y donde podía comenzar una nueva existencia, al margen de lo acaecido en el pasado. Su yegua, Asphodel, se acercó a ella y apoyó el hocico sobre el hombro de la chica, estaba llorando. Enjugó sus lágrimas con la manga de la camisa y se puso en pie, había tomado una determinación, buscaría un pueblo pequeño y se instalaría allí; llevaría una vida normal, lejos de las luchas y del odio, y se olvidaría del pasado. Se recogió la falda y subió a la grupa de Asphodel, echó la vista atrás y, con decisión, espoleó a la blanca yegua, y las dos se lanzaron a galope colina abajo.

Al amanecer del segundo día de viaje, encontró lo que buscaba, un pequeño pueblo, situado en un valle al norte de Rohan, lejos de Edoras, la capital. Cuando llegó hasta él, decidió parar en una fonda a comer algo y descansar. El tabernero pidió a los mozos que guardaran la yegua en el establo y Auresse se sentó en una mesa.
- Buenos días, señorita - dijo el tabernero, un hombre rollizo, calvo, y de aspecto bonachón.
- Buenos días.
- ¿Qué va a tomar? - preguntó.
- Pues, llevo dos días cabalgando, casi sin comer, así que me gustaría tomar un desayuno fuerte. Veamos, tráigame unos huevos, salchichas, tomates asados, una mazorca de maíz, un poco de té, unos bizcochos y algo de pastel. - respondió ella.
- ¡Caramba! ¡Tiene usted un gran apetito, para ser una dama! - rió el tabernero -. Perdóneme la indiscreción, pero, usted no es de por aquí, ¿verdad? Nunca antes la había visto.
- No, no soy de aquí, vengo de muy lejos. Por cierto, ¿cómo se llama este pueblo?
- Está usted en Hórea, señorita, y, ¿qué la ha traído hasta aquí? - pregunto curioso.
- Pues, la verdad, no creo que a usted eso le interese - respondió Auresse, brusca.
- Perdóneme si la he ofendido...
- No, perdóneme usted a mí, no tenía que haberle hablado así... - se disculpó -. Oiga, ¿podría ayudarme en una cosa?
- Claro, ¿qué tengo que hacer?
- Pues, mire, soy nueva aquí y no tengo mucho dinero y me preguntaba si sabe usted de algún trabajo del que me pudiera encargar aquí...
- ¡Qué casualidad! ¡Esto son cosas del destino! Precisamente, mi camarera se ha marchado y no me ha dado tiempo a buscar suplente, si usted quiere el puesto...
- ¡Claro! Muchas gracias, señor...
- Nada de señor, llámame por el nombre de pila: Fortinbras, y tú, ¿cómo te llamas?
- Mi nombre es Auresse.
- Muy bien, Auresse, puedes empezar mañana mismo. Dormirás en una habitación de la posada, si quieres.
- ¡Oh, claro! Muchas gracias.

Auresse estaba muy contenta con lo que se presentaba ante ella, una existencia tranquila, lo que no tenía desde que sólo era una niña que correteaba por las callejuelas de Edoras. Su día allí era pura rutina, se levantaba temprano, rozando el alba, y salía a cabalgar a lomos de Asphodel, galopaba durante horas, por los verdes prados, eso la hacía sentirse libre, y eso era lo que siempre había ansiado. Después volvía a la posada, donde hacía la comida, limpiaba las mesas, servía las bebidas... los quehaceres normales de una mesonera. Muchas veces al día, lo que había dejado atrás le volvía a la mente, trataba de ahuyentarlo, pues la atormentaba, pero temía que dentro de muy poco, lo que había hecho se volvería contra ella, y también contra su pueblo...

A la semana, más o menos de trabajar en la posada de Fortinbras, una noche en la que la mayoría de los personajes del local estaban ebrios, entró un hombre al que Auresse no había visto por el pueblo, y era difícil no conocerse entre sí, ya que era un villa realmente pequeña. El hombre era rubio, robusto, de aspecto tosco, pero educado y amable. Había en sus profundos ojos azules, una chispa de inocencia que le hacía parecer casi frágil, como un niño, si los mirabas profundamente. Iba vestido como un granjero, y todos los de la posada parecían conocerle, pues le saludaban animosamente.
- ¡Hola Brilbeleth! - le saludó Fortinbras cuando el hombre se sentó a una mesa - Hacía mucho que no venías por mi taberna.
- Sí, pero es que estoy muy ocupado con el trabajo, ya sabes, los caballos dan mucho que hacer. - En ese momento, fijó sus ojos en un punto de la sala y vio a una muchacha que nunca antes había visto, su piel era más oscura que la de los rohirrim, casi dorada, tenía una larga melena oscura, de un negro tan profundo, que cuando se movía, emitía brillos azules, sus ojos también eran oscuros, negros y profundos como el cielo de una noche sin estrellas. Brilbeleth sintió curiosidad por aquella chica. - Fortinbras, ¿quién es esa mujer?
- ¡Oh! Es la nueva camarera, se llama Auresse, ha llegado hace poco al pueblo.
- Auresse... - repitió en un susurro.
Ella estaba limpiando una mesa con unos cuantos hombres mayores sentados a ella, bastante borrachos, sin darse cuenta de que alguien la estaba mirando. Entonces, uno de ellos la cogió por la cintura y la obligó a sentarse en sus rodillas.
- ¿Por qué no te sientas un ratito con nosotros, bonita? - dijo.
- Odovac, déjame en paz, suéltame - replicó ella, enfadada, intentando zafarse de él.
- ¿No te vas a quedar? ¡Con la ilusión que me hacía! - rió él, mientras sus manos seguían apretándola.
- Odovac, no bromeo, ¡te digo que me sueltes! - gritó, llena de furia.
- Si lo vamos a pasar muy bien todos juntitos, ¿a que sí muchachos?
- ¿¡Es que no la has oído!? - gritó Brilbeleth desde el otro lado de la estancia - ¡Te ha dicho que la dejes en paz!
- Está bien, hombre, no te enfades, sólo era una broma... - dijo Odovac, soltando a Auresse y ayudándola a levantarse. Brilbeleth se acercó a donde había sucedido la escena.
- No les hagas caso, suelen ser personas muy pacíficas, pero cuando beben, ya se sabe... - dijo dirigiéndose a ella.
- Gracias por ayudarme, aunque tampoco hacía falta, sé lidiar con tipos así.
- Me llamo Brilbeleth, no te había visto antes por aquí...
- Soy nueva en Hórea, me llamo Auresse - dijo ella mirándole a los ojos.
- Lo sé... - dijo, y los dos se quedaron mirándose, en silencio.



Capítulo II: UNA EXCELENTE AMAZONA

Al día siguiente del incidente con Odovac y su encuentro con Brilbeleth, Auresse estaba en la taberna, sirviendo una pinta cuando este entró en la posada con aire preocupado.
- Necesito ayuda - dijo - Se han escapado dos caballos de mis cuadras, necesito jinetes experimentados, esos caballos aún estaban sin domar.
- Yo voy - dijo Auresse.
- ¿Tú? - preguntó Brilbeleth.
- Soy el mejor jinete de por aquí, créeme - afirmó - además, mi caballo es el más rápido.
- ¡Vamos! - aceptó Brilbeleth, y algunos hombres más salieron de la taberna con intención de ayudarle.
Fueron a por sus caballos y salieron de Hórea, cabalgaron durante mucho tiempo, y cuando ya perdieron la esperanza de encontrar a los equinos, vieron dos manchas moviéndose a lo lejos, Auresse picó aún más a Asphodel y las dos se distanciaron del resto. Después de una frenética carrera, se colocaron a escasos metros del primer caballo, un imponente ejemplar marrón, brillante y veloz, que intentaba por todos los medios escapar de la inminente captura de Auresse. Corrió desesperadamente, pero al final, Asphodel consiguió situarse casi a su altura. Auresse cogió la cuerda que llevaba sujeta a la silla, hizo un lazo, lo cual no resultó nada fácil, dada la tremenda velocidad a la que cabalgaban, lo giró por encima de su cabeza y, con un movimiento rápido y seco, lo tiró encima del animal, consiguiendo que se colara por la cabeza y reteniéndole así sin posibilidad de escape. Auresse, lejos de parar, lanzó la cuerda a un hombre que iba detrás de ella, éste la atrapó y ella espoleó a Asphodel con intención de capturar al caballo que quedaba. Éste sólo era ya una mancha a lo lejos, pero las dos sabían que le iban a coger. Después de un rato, el caballo perseguido daba muestras de indudable fatiga, por lo que montura y amazona, consiguieron acercarse a él. Era un inmenso percherón, de un color negro intenso y mirada fiera. Por suerte, la yegua, no se cansaba con facilidad, así que, después de una desesperada carrera, se situó a la altura del caballo fugitivo. Auresse se dio cuenta, en ese momento, de que no había traído más cuerda de la que había gastado en la otra captura, pero ella no se rendía fácilmente. Miró atrás y vio que todos los demás hombres estaban a mucha distancia de ella, por lo que decidió hacer algo más arriesgado. El percherón estaba a su derecha, por lo que Auresse pasó su pierna izquierda al lado derecho de su yegua para así, tener las dos piernas en el mismo lado, lo que era muy difícil, ya que se necesitaba mucha concentración y equilibrio. Puso su pierna izquierda en el estribo y esperó a que Asphodel se situara más cerca del caballo, cuando por fin lo consiguió, Auresse tomó impulso con su pie izquierdo y saltó hacia el otro caballo. Todos los hombres que estaban detrás, pensaron que estaba loca, que iba a matarse, pero ella cayó en la grupa del percherón sin hacerse ni un rasguño. El ejemplar, al sentir que Auresse estaba montándole, se encabritó e intento arrojarla al suelo, pero ella se aferró fuertemente a sus crines y apretó sus piernas alrededor del cuerpo del caballo. Ella tenía miedo, pero sabía que si lo mostraba, el caballo se pondría más nervioso aún. Pasaron unos minutos antes de que los otros jinetes les dieran alcance, parecía que el furioso percherón se estaba rindiendo poco a poco a los encantos de Auresse, pero los hombres, con unas cuerdas, atraparon al prófugo y ella pudo por fin bajar, dolorida de su grupa.
- ¿Cómo lo has hecho? - la dijo Brilbeleth cuando estuvo en el suelo.
- Te dije que era el mejor jinete de la zona - respondió sonriendo.
- De eso ya no hay duda - dijo entre risas.
- Brilbeleth, ya es hora de volver a Hórea, llevamos todo el día cabalgando y tenemos hambre y sed - dijo un hombre que había participado en la captura.
- Tienes razón - dijo Brilbeleth - Quiero agradeceros a todos haberme ayudado. Esta noche, id todos a mi cabaña, ¡haremos una fiesta! - dijo a voces, a lo que los demás respondieron con aplausos y gritos de alegría. Y dirigiéndose Auresse - ¿vendrás ?
- No lo sé, llevo todo el día sin pasar por la posada, tengo que trabajar - respondió ella, titubeante.
- ¡Oh, vamos, Auresse! ¡Sin ti nunca hubiera podido recuperar mis caballos! Si es por el trabajo, no te preocupes, de Fortinbras me ocupo yo.
En efecto, esa noche, todos los que participaron en la captura estaban en casa de Brilbeleth, ellos, y casi todo el pueblo, pues los vecinos de Hórea eran muy curiosos. Hubo música, baile, comida, bebida, en fin, una fiesta memorable. Auresse estaba sentada junto a otras mujeres del pueblo que la preguntaban todo tipo de cuestiones sobre lo que hacía antes de llegar a la villa, lo que incomodaba mucho a la chica, Brilbeleth, que la observaba, se dio cuenta y fue hacia ella.
- Auresse, ¿querrías bailar conmigo? - pidió, con una sonrisa encantadora.
- ¡Claro! - respondió ella, animosa.
- Deberías agradecerme salvarte de esas cotillas - dijo al oído de Auresse cuando se alejaban.
- Te lo agradezco, de hecho, ¿no voy a bailar contigo? - rió ella - ¿o crees que bailaría contigo si tuviera algo mejor que hacer? - bromeó.
- ¡Oh, discúlpeme, señorita! No quería importunarla con mi molesta presencia - dijo él, siguiendo la broma.
Los dos bailaron durante horas, lo pasaron muy bien, aunque eran conscientes de que toda la villa les observaba y cuchicheaba sobre ellos. Cuando terminó el último baile, Brilbeleth dijo a Auresse:
- He estado pensando... Me hace falta alguien que me ayude con los caballos, a domarlos, cuidarlos, y a volver a traerlos aquí si se escapan - dijo, burlón -, ¿Te interesaría trabajar conmigo? Eres una excelente amazona.
- Claro que me gustaría, es un trabajo estupendo, pero ¿qué hago con la posada?
- Te dije que de Fortinbras me ocupo yo - rió Brilbeleth.
Y de nuevo, Brilbeleth convenció a Fortinbras y Auresse se trasladó a trabajar a las cuadras del pueblo. Vivía en una minúscula cabaña al lado de la de Brilbeleth, pero era suficiente para ella. Auresse pasó días tan felices allí, que apenas se acordó de lo que había hecho tiempo atrás, hasta que un día, un caballero con el emblema de Rohan, apareció de improviso en el pueblo...



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