Las raíces de Eowä

05 de Febrero de 2004, a las 00:00 - Nolara
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Capítulo 1 - Madre

Llevaban varios días de camino, el grupo estaba cansado, pero ya faltaba poco para llegar a su destino. Todos lo sabían, por ello y a pesar del cansancio, sonreían ante el futuro que les esperaba.

Eowä había pasado la mayor parte  de esta jornada en brazos de su mamil y hastiada de la postura, se había soltado y continuó el trayecto a su lado.  Comenzaba  anochecer, pero no querían pararse a dormir. Viajarían durante la noche, les estaban esperando. Hicieron un breve alto en el camino, cercano a un bosque, para comer algo y descansar antes de reanudar la marcha.

Eowä era una elfita muy curiosa y le apasionaban las pequeñas florecillas de los bosques, así que con total ingenuidad e inocencia, se adentró velozmente en el amplio y frondoso bosque en busca de sus tan amadas florecillas, adentrándose inconscientemente en la oscuridad del bosque y alejándose, a su vez, del camino y del grupo, que ocupados en repartir las últimas provisiones e impacientes por llegar, no se habían percatado de la desaparición de la pequeña elfa. Mientras deambulaba alegre por el bosque, Eowä pensaba en la hermosa diadema que se iba a hacer con las hermosas florecillas que se disponía a buscar. Estaba agotada de tanto viaje. Antes de partir de Rivendel, su mamil le había dicho que se dirigían a un lugar muy bonito donde encontraría hermosas flores y donde serían muy felices, pero que sería un viaje muy largo. No le había querido comentar el nombre de aquel lugar, sin embargo a Eowä no le había importado, solo imaginaba la cantidad de diademas que podría hacerse en aquel lugar de tan bellas flores. Sus ojos contemplaban con enorme curiosidad la plenitud del bosque en busca de las florecillas, las cuales no aparecían por ningún lado.  Continuó caminando unos metros más con la esperanza de encontrarlas.

De repente, se percató de la inmensa oscuridad que inundaba el bosque y que apenas, le permitía  ver con claridad el camino por el cual había venido. Asustada, volvió sobre sus pasos con la intención de regresar al grupo, pero después de mucho caminar, no lo halló. Aterrorizada, comenzó a gritar y a llamar a su mamil con voz temblorosa mientras tropezaba con las piedras y plantas del frío bosque. Su miedo se vio disminuido cuando débilmente escuchó que la llamaban, habían oído sus gritos. Más tranquila, empezó a correr hacia la dirección de donde provenían las voces mientras continuaba llamando a su mamil. Sin saber cómo, las voces cada vez eran menos audibles entre los nocturnos ruidos del bosque y su agitada respiración, hasta que finalmente, se desvanecieron y apagaron. Confusa y desesperada, siguió corriendo y llamando insistentemente a su mamil pero agotadas sus fuerzas y esperanzas, resbaló y cayó al barroso suelo. Sin apenas levantarse de éste, se sentó sobre las raíces de un cercano árbol. Temblorosa y horrorizada, observó el siniestro paisaje que la rodeaba. Los árboles poseían un terrorífico aspecto, los ruidos de la noche adquirían un tono lastimero y escalofriante. Aterrada, se rodeó las piernas, que no dejaban de temblar y rompió a llorar en amargos sollozos. Se sentía angustiada, asustada y sin esperanza alguna. De repente, notó algo que la tocaba y.... .
 
Despertó incorporándose sobre la cama, sobresaltada y con la frente perlada de frío sudor. "Otra vez aquella maldita pesadilla, ¿cuándo dejaré de sufrirla?"- pensaba mientras recuperaba la calma.

Una delgada figura le acarició delicadamente el cabello. Se trataba de Madre, ella le llamaba así, pero su nombre era el de Tala.

-¿Otra vez la misma pesadilla?- preguntó Tala. Eowä asintió- Intentad dormir nuevamente, ¿queréis que me quede con vos hasta que os durmáis?.
-No hace falta Madre, pero gracias de todos modos.

Tala lentamente se incorporó y abandonó la estancia. Desde que Eowä tenía uso de razón, había sufrido mensualmente aquella pesadilla, aunque estos últimos días era más constante y frecuente, y cada vez resultaba más real. Y este hecho no le había pasado desapercibido. Sin embargo, unido a aquel sueño, se hallaba la familiar figura de Madre. Siempre estaba  a su lado cuando, asustada, despertaba de dicho sueño; la tranquilizaba y la acompañaba hasta que se dormía nuevamente. Eowä apreciaba enormemente a Tala. Desde que era pequeña, había cuidado de ella. Sabía que no era su madre, pero aquello no le importaba, la quería como tal. Hacia unos años, Tala le había contado su historia: la había encontrado dormida y desaliñada en uno de los bosques que visitaba semanalmente en busca de plantas. Sorprendida de encontrar un elfo en aquellos parajes, la había recogido y llevado a casa. Allí, una vez que se hubo despertado, la había lavado y alimentado . Desde entonces vivía con ella. Conocía las repercusiones negativas que tuvo para Tala el recogerla, pues la aldea le amenazó con desterrarla pero finalmente, venció la curiosidad de los hombres por un ser prácticamente desconocido para ellos, como eran los elfos y se les permitió vivir en la pequeña aldea. Desde aquel momento, Eowä fue muy apreciada y querida por todos los aldeanos.

Tras la marcha de Tala de su habitación, Eowä pensó en ella. Cuando Tala la había recogido, era una mujer joven y fuerte y ahora que lo era Eowä, Tala era prácticamente una anciana y solía enfermar con frecuencia. Eowä estaba muy preocupada por su delicada salud y temía perderla.

Su pensamiento vagó nuevamente hacia la pesadilla que acababa de sufrir. Su mayor deseo era conocer la razón de aquel sueño y su origen. Su mayor duda era el porqué de hallarse sola en un frío bosque, y ¿su familia? ¿La habían abandonado? Sabía que no pertenecía la raza de los hombres, pues era una elfa. Aunque resultaba muy similar a los hombres, se diferenciaba de ellos por su esbelto cuerpo y sus puntiagudas orejas. Durante una época, muchos años después de su llegada, comenzó a ocultar y esconder sus peculiares orejas como intento de parecerse a sus amigos y amigas, pues odiaba ser diferente. Hasta que un día, una niña de su aldea llamada Sama, le dijo "no tenéis porqué esconder vuestras orejas, sabemos que sois de otra raza y no tenéis porqué avergonzaros de ello. Si la gente os aprecia es por ser como sois". Desde aquello, Sama se convirtió en su mejor amiga y dejó de ocultar sus puntiagudas orejas.

Al pensar en el gracioso recuerdo, sonrió y recordó que debía hablar con Sama pues necesitaba de su ayuda para cumplir uno de sus mayores objetivos y propósitos , que había anhelado tanto realizar y así encontrar respuestas pero que en estos últimos días, a raíz de la aparición de las pesadillas, su deseo se había visto aumentado y había decidido llevarlo a cabo por fin.



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