La caída de Mordor

16 de Marzo de 2004, a las 00:00 - Corto Maltés
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I. Dudas en la oscuridad

Las noches sin luna le hacían sentirse un poco más seguro, así que no era ningún temor concreto lo que ensimismaba a Grishnákh durante la cena. Sus preocupaciones eran más profundas, tenía una alarmante sensación de crepúsculo más allá de la noche. No podía discernir con claridad la causa. Quizá cabía buscarla en la irreparable lejanía de su gente, con sus risas y bailes. La fiesta de su despedida, tras el nombramiento llegado de Barad-dur, había sido la más deslumbrante del año en el poblado. O quizá la causa era un orgullo herido de guerrero: tener que comportarse como un furtivo, en las mismas faldas del Ephel Dúath, le revolvía la dignidad. Quizá ambas cosas, pero había más. Nunca como ese día había visto en los ojos de sus soldados una necesidad de ánimo tan grande y, contrariamente, nunca había sido tan incapaz de satisfacerles. Se sentía un capitán fracasado ya antes de partir del campamento.

Estaba acostumbrado a llevar solo el peso de la responsabilidad del mando militar, pero siempre compartía sus flaquezas con su esposa. Esta vez no lo había hecho, mintió descaradamente cuando la consoló diciéndole que el riesgo no era mayor que en otras salidas. Cuando todos bailaban la llevó, como siempre en las despedidas, a su rincón secreto en la orilla del Núrmen, para acurrucarla y darle esperanzas. Y ahora se arrepentía, sobretodo porque era imposible engañarla y ella debió leer la verdad en su rostro. Como un niño travieso, que quiere creerse a salvo de ser descubierto a pesar de las evidencias, así desvió el tema y la obsequió con un discurso tópico sobre la libertad de su pueblo, los héroes de la Tierra Media y las mentiras del enemigo. A pesar de los treinta y cuatro años de convivencia, cuando hablaban de historia la seguía tratando como si hubiese llegado de Khand aquella semana. Ella entonces sonreía irónicamente, y exageraba una sorpresa ficticia por esos conocimientos, pretendidamente nuevos, que Grishnákh se esforzaba por inculcarle. Terminaban siempre, entre risas, con una delirante y teatral discusión acerca de cuál de los dos pueblos tenia un mayor conocimiento de las ciencias y la historia. Después se abrazaban y, súbitamente invadidos por la ternura, se declaraban amor eterno como la primera vez.

Pero aquel día la sombra de sus medias verdades había enfriado la mirada de su esposa, y eso lo recordaba con dolor y arrepentimiento. La posibilidad de no abrazarla nunca más y que aquella fuera su última noche juntos, si sus malos presentimientos se confirmaban, le causaba una profunda tristeza. Ese sentimiento se aceleraba al evocar su poblado, el lugar donde creció, las casas, sus gentes alegres, el mar, los campos... Una sonrisa melancólica se le esbozó al recordar sus travesuras por los huertos. Le parecía oir, como si estuviese allí, los gritos de la pastora del huerto comunal. "¡no te escaparás, aprendiz de ladrón! ¡Ven, que iremos a ver a Fimbrethil! ¡Ella te enseñará a respetar las cosas que crecen!". El nombre de Fimbrethil causaba auténtico pavor entre los niños, se la tenía por una especie de bruja poderosa, capaz de convertirlos en plantas o algo peor. En verdad no era más que la decana de las pastoras de Nurn. Cuando la conoció, ya joven y soldado, descubrió divertido que se trataba de una bondadosa anciana incapaz de maldad alguna. Cada generación adulta mantenía ese mito entre los niños, cruzándose miradas cómplices, cuando se reñía a los pequeños con la advertencia de llevarlos "a donde Fimbrethil". "Desde luego, el engaño funciona", pensó Grishnákh al verla, pues habría robado muchas más hortalizas si hubiese conocido la realidad del asunto.

En ese viaje mental a su pasado, sentado frente a la hoguera, le sorprendió el regreso de la patrulla de reconocimiento. Entraron al campamento con prisa, con aire de traer noticias reveladoras. Grishnákh se levantó y respiró hondo, buscando la concentración que necesitaba, mientras observaba al jefe de la patrulla dirigirse hacia él con resolución. Sin duda había noticias.

-Informa. -ordenó Grishnákh sin saludos ni preámbulos.

-Siguiendo las órdenes tomamos dirección noroeste, y no vimos rastro de amigo o enemigo hasta este mediodía, cuando nos encontrábamos más allá de la mitad del camino de aquí a Cair Andros. -El subordinado hizo una pausa y adoptó un aire grave y algo pretencioso- Tomamos posiciones en una elevación del terreno con suficiente vegetación para ocultarnos, al mismo tiempo que nos ofrecía una visión inmejorable del terreno que...

-Borzog, para. ¡Ves al grano! -Le espeto Grishnákh gesticulando y perdiendo momentánemente la compostura- Me hago cargo: os habéis movido con suma cautela. Ahora continúa, por favor...

Borzog se amilanó y trató de ser lo más escueto posible sin omitir detalle.

- Oh, sí, sí, capitán, ...bueno, por donde iba... sí, claro, avistamos a unas dos millas una numerosa partida, con el emblema de la ciudad blanca, que parecía venir de Cair Andros. Se dirigían hacia el sur a ritmo ligero y...

- ¿Hacia el sur? -Volvió a interrumpir Grishnákh, esta vez extrañado- ¿Cómo de numerosa?

- Capitán, me temo que debe haber salido la mitad de la guarnición de la plaza -respondió Borzog-. Seguían un rumbo paralelo al Anduin, iban en formación de marcha. Todo indica que se dirigen a Osgiliath.

Se quedó callado esperando la reacción de su capitán. Grishnákh se frotó el rostro y contuvo momentaneamente su enfado. Parecía claro que el plan no se había desarrollado según lo previsto. Pensó en ello durante unos segundos

- Veamos -dijo finalmente con aire contrariado-, se supone que un ataque sorpresa lanzado desde Ourthang debería concentrar a la guarnición de Cair Andros en el norte, ¿no es así?

- Si, señor. Debería -respondió Borzog con preocupación.

- Bien, por lo tanto, esto significa que... -Grishnákh, visiblemente enfadado, subió el tono de voz- ¡el incompetente que está al mando de Ourthang no ha movido un dedo! ¡Ni un maldito dedo!

Los soldados que estaban más cerca se volvieron sorprendidos. No era común ver al capitán de ese humor.

- No señor, ni un dedo -reafirmó Borzog bajando la vista.

Grishnákh suspiró. Pensó fugazmente en la ironía del destino. Desde hacía tiempo mantenía discrepancias con el mando acerca del funcionamiento de los fuertes del Ephel Dúath, pero su preocupación se centraba especialmente en Cirith Ungol, cuya guarnición estaba mal organizada y poco motivada. En los consejos celebrados el año anterior en Minas Morgul, acerca del asunto, consiguió que el mando aceptara una de sus propuestas: el nombramiento de Shagrat como capitán de Cirith Ungol. Consideraba a Shagrat como a un hermano y creía ciegamente en él, de darse el caso le hubiera confiado su vida y la de su familia. Además, tenía grandes dotes de mando y se había ganado respeto y admiración en los campamentos de Gorgoroth. Ahora se arrepentía de haber insistido: la propuesta inicial del consejo había sido destinar a Shagrat a Ourthang.

- Bueno, no sirve lamentarse... -concluyó con decisión-. Hay que replantear la estrategia, pero el objetivo sigue siendo el mismo: cruzar el Anduin sin despertar sospechas y reunirnos con los isengardos, dentro de once días, en las bocas del Entaguas. El punto indicado para cruzar se ha convertido en una concurrida ruta militar enemiga, justo lo contrario de lo previsto en el plan... No distingo el camino que debemos tomar.

Al pronunciar estas palabras recordó otras de Shagrat. "Este plan no puede permitirse ningún desajuste. Los dos ataques de distracción deben efectuarse exactamente a la vez, para mantener a las guarniciones de Osgiliath y Cair Andros cada una en su área de influencia. Si no es así conseguiremos el efecto contrario al deseado: un continuo ir y venir de tropas de norte a sur y, por supuesto, ninguna posibilidad de cruzar el Anduin por el punto medio sin ser vistos. ¡Pensad una alternativa por si esto falla!". Ciertamente, Shagrat poseía una lucidez admirable, aunque esto no resolviera la complicada situación en la que se hallaban.

-Convoca a los oficiales en la tienda de mapas. -ordenó Grishnákh dando por finalizado el despacho.

- ¡Capitán! -le espetó Borzog-. Eso no es todo.

Grishnákh atendió sorprendido y con un ademán le indicó que continuara.

- Capitán -prosiguió Borzog-, tuvimos una escaramuza con una patrulla de montaraces durante el regreso, media milla después de ponernos en marcha -se explicó rápido para adelantarse a la reprimenda de su capitán, que ya arqueaba las cejas alarmado-. No pudimos evitarlo, los teníamos encima. Sé que las órdenes eran pasar totalmente desapercibidos, pero nos habrían descubierto si no llegamos a sorprenderlos. Hubo poco tiempo para reaccionar y opté por el mal menor, espero no haberme equivocado. No quedó alma con vida para dar la alarma, no obstante hicimos un prisionero. Consideré útil traer al campamento una posible fuente de información. Tuvimos tres bajas y hay cinco soldados con heridas de poca gravedad.

Tras una larga y pensativa mirada Grishnákh respondió parcamente.

- Has hecho lo correcto. Lleva al prisionero a mi tienda, ya deliberaremos después.

Borzog dio el saludo y se retiró a cumplir las órdenes. Antes de alejarse demasiado oyó de nuevo la voz del capitán. Se detuvo volviéndose hacia él.

- ¡Borzog! No juzgues mal mi actitud, no eres el responsable de esto. Habéis hecho un buen trabajo. Di a tus soldados que descansen, tendrán ración doble de vino para cenar, y que ninguno haga una sola guardia en tres días.

- ¡Gracias capitán! -respondió con una sonrisa satisfecha.

Mientras se dirigía a su tienda ordenaba sus pensamientos. Recordaba los consejos de Shagrat la semana anterior, en la última noche bajo techo que había disfrutado. La sobriedad que se respiraba en Cirith Ungol, desde que Shagrat había puesto orden en la fortaleza, reconfortaba el ánimo y dispensaba serenidad para analizar los detalles de la misión. "No cruces hasta estar seguro. Si no eludes la vigilancia, y saben de vosotros, os buscarán por todo Anórien hasta daros muerte. Esquiva al enemigo auque el rodeo te obligue a llegar con retraso. El éxito depende de que nadie sepa que estáis ahí, ni siquiera Gothmog. No pidas ayuda a Minas Morgul, demasiados rumores hay ya sobre la misión". El consejo parecía bueno entonces, pero la confusión reinante en Ithilien no ofrecía alternativas. Parecía que todos los caminos eran indiscretos en esas tierras.

Al llegar a la tienda recordó al prisionero. "Bueno", se dijo, "vayamos por partes".



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