La sombra sobre Eryn Lasgalen

31 de Mayo de 2004, a las 00:00 - Federico Garrido Villar
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  En los felices años del reinado de Aranion, hijo de Eldarion, hijo de Elessar, en el bosque de Eryn Lasgalen ningún temor ensombrecía el corazón de los pocos Elfos que aún quedaban en esa tierra maravillosa. Ahora eran escasos en verdad, y su señor era Elegil, pariente de Thranduil, antaño Rey de los Elfos del Bosque, quien había partido al Lejano Oeste mucho tiempo atrás,  cuando los más grandes de los Eldar ya no habitaban en la Tierra Media.  Thranduil se había sentido solo, y la soledad es el peor mal que aqueja a los hermosos Elfos, que viven más allá de la consumación de las cosas, y un día de otoño abandonó  su morada en el bosque, y cruzando las Montañas Nubladas se reunió con Celeborn en Imladris, donde habitaba con unos pocos Elfos de Lórien desde los días del rey Elessar.
  El señor Celeborn se alegró al ver a Thranduil, y rió como nunca lo había hecho, desde los tiempos de felicidad en el dorado bosque de Lórien, ahora vacío y solitario, sin una voz élfica o un canto dulce entre sus árboles.
  -Mae govannen, Thranduil-   dijo Celeborn-. Hacía tiempo que te esperaba, porque ahora somos pocos los que vivimos en la Tierra Media, y la bendición de Valinor nos aguarda al otro lado del Mar y del tiempo.
  - Sin duda -dijo Thranduil- porque no negaré que desde la partida de mi hijo he añorado volver a las tierras donde crecían los Dos Árboles, y donde moran los benévolos Valar.
  - Ahora es el momento- dijo Celeborn  -,porque Círdan, el Señor de los Puertos ,es el último, y con él partiremos hacia el Oeste.
  Así los tres últimos Eldar más poderosos y sabios abandonaron la Tierra Media con algunos otros de su pueblo, y el navío blanco dejó atrás el océano curvo, y vieron por fin las Tierras Imperecederas, una playa de arena blanca, y un país de verdes colinas a la luz de un fugaz amanecer.
  Ahora bien, muy tristes quedaron los Elfos del Bosque, porque su Rey había partido, pero su pariente Elegil se convirtió en su Señor y les animó con palabras de aliento. Pero la verdad es que los Primeros Nacidos ya no gobernaban la Tierra Media, y eran ahora los Edain los señores del Mundo, y el Reino Reunido de Arnor y Gondor era poderoso como antaño lo fue Númenor.En Eryn Lasgalen habitaban los Hombres de Valle, ahora numerosos, gobernados por Gelmir,de la línea de Girion,Señor de Valle, y había muchas aldeas en los lindes septentrionales del bosque.Los Enanos de Erebor también habían prosperado, y muchas riquezas y oro extraían de las minas, aunque seguían siendo un pueblo poco numeroso como en los Días Antiguos.Al oeste del bosque vivían los Beórnidas, que crecían y se multiplicaban como las setas en un rincón umbrío, y en el Lago Largo los Hombres también habían crecido en número, pues Esgaroth era de nuevo una ciudad rica y alegre, y el comercio con Minas Tirith era floreciente.
  Ahora bien, los Elfos ya no cantaban bjo las ramas de los árboles como antes, y aunque Elegil era sabio y cuidaba de ellos como si fueran sus hijos, una sombra comenzó a crecer en el bosque.No tenía nombre, ni ningún Elfo se atrevía a preguntar qué era, y ni siquiera Elegil alcanzaba a atisbar el mal que estaba germinando en Eryn Lasgalen.
  No obstante, los Elfos todavóa visitaban a los Hombres con asiduidad, y en ocasiones trabajaban juntos en obras de orfebrería y de ingeniería, y muchas veces descendían por el río Anduin, hasta la catarata de Rauros y la isla de Cair Andros, que ningún pie ha hollado jamás.Después continuaban a pie a través de Ithilien, donde ahora crecían vastos bosques y verdes campos, y llegaban a la Ciucad Blanca,tan hermosa como altiva,a la sombra del Mindolluin, y en lo alto, como una espiga de nácar y plata, la Torre de Ecthelion.
  En la Ciudadela el Rey recibía a los Elfos como una comitiva llegada del Oeste, y cantaban y reían en el Patio del Manantial, bajo las ramas floridas del Árbol Blanco, el retoño que el Rey Elessar halló en la ladera meridional del Mindolluin muchos años atrás.
  En una oasión,en un verde día de primavera, Elegil y varios Elfos del Bosque abandonaron su morada entre los árboles, y se despidieron de sus esposas e hijos, porque se marchaban a la Ciudad Blanca, y permanecerían en ella hasta el día de Año Nuevo, pues el Rey necesitaba el consejo de Elegil y la ayuda de los Elfos a causa de un conflicto en las fronteras orientales de Gondor, en los límites de las Tierras Ásperas.
  Así partieron Elegil, su hijo y  quinientos Elfos más, y a través del Camino del Bosque Viejo, siempre vigilado por los Beórnidas en atención a los bandidos y algunas bestias malignas que todavía pululaban por la zona, llegaron a la Carroca, y descendieron por el Anduin a bordo de unas livianas balsas que los Elfos de Lórien habían construido para ellos.
  Dejaron atrás la llanura de Rohan, y los rápidos de Sarn Gebir, y antes de llegar al rugiente salto de Rauros,se acercaron a la orilla occidental y continuaron el viaje a pie,transportando las delicadas balsas con alas de cisne talladas en los costados.Atravesaron las llanuras de Estemnet, donde habitan los Rohirrim desde tiempos lejanos, cruzaron el Entaguas y continuaron hacia el sureste por la tierra de Anórien.Al sur se alzaban las Ered Nimrais, y sus cimas nevadas centelleaban a la luz del sol.
  Por fin llegaron ante Minas Tirith,la Ciudad Blanca de Gondor, vasta y deslumbrante como la legendaria Tirion, en Túna, y en sus torres y tejados ondeaban mil pendones, negros y plateados, con un árbol blanco, y una corona, y siete estrellas brillantes. Los Elfos de Elegil entraron en la Ciudad y fueron recibidos por el Rey en el Patio del Manantial, y descansaron en las estancias de la Ciudadela, dejando los asuntos que habían venido a tratar para el día siguiente.
  Pero  el Rey era un hombre impaciente, porque la sangre noble de Númenor corría con vehemencia por sus venas, y reunió el Consejo poco antes del amanecer, y discutió con sus Capitanes la amenaza que se cernía sobre Gondor. Porque unas tribus salvajes, Hombres y Variags de Khand y los belicosos guerreros de Rhûn, se habían aliado en secreto  en el Este, a pesar de que desde muchos años atrás pagaban tributo a Gondor, y ahora amenazaban el reino, pues eran huestes muy numerosas, y tenían un caudillo valiente y poderoso, y no temían a los ejércitos gondorianos como antaño.
  Ahora bien, las huestes enemigas aguardaban ocultas  en el Mar de Rhûn, en sus guarnecidas fortalezas de las montañas, pero los Capitanes sospechaban que muy pronto asestarían un terrible golpe a Gondor.Mablung, un aguerrido Capitán natural de Harondor, aconsejó al Rey enviar las tropas de Ithilien y de Dagorlad contra las tribus de Rhûn, pero Aranion no quería dejar desprotegido el norte de Mordor, pues todavía acechaban en el País sin Nombre criaturas malévolas y hombres viles.
  No obstante la actitud del Rey, algunos Capitanes secundaron el consejo de Mablung, porque Mablung era un hombre valeroso muy estimado por los caballeros, un hábil caudillo de mente juiciosa y sabias palabras, e incluso el Rey le tenia en muy alta estima.
  Ahora bien, el Rey decidió aguardar al consejo de Elegil, y cuando éste despertó por fin,hablaron durante horas sobre el grave problema, encerrados en una cámara, y sin que nadie supiese nunca qué debatieron y qué discutieron durante ano tiempo.
  Salieron el Rey y Elegil de  la cámara y reunieron al Consejo en la Sala del Trono, y allí les habló el Rey con estas palabras:
  -En verdad que una amenaza se cierne sobre nosotros desde el Este, un peligro mayor que el que subyugó a nuestros abuelos, pero no tan poderoso como aquel que preferimos olvidar.Los Orientales de Rhûn y los Variags de Khand se han aliado y unido sus fuerzas, y ahora son numerosos y desean nuestra muerte, porque nos odian, y su odio es aún mayor que su temor a mi brazo terrible.Pero Gondor no se inclinará  ante ellos, el Oeste nunca ha sucumbido a la sombra y la barbarie del Este, y no ocurrirá eso en mi tiempo.
  >>Hora es ya de que los valientes vuelvan al campo de batalla y saquen a relucir las espadas largo tiempo envainadas.Las armas de los Dúnedain van de nuevo a  la guerra, y con ellas la espada que estuvo rota, Andúril, la Llama del Oeste, la espada del Rey.Pero los Hombres solos no pueden contra tanto mal, y si los Elfos no han olvidado las antiguas alianzas, ahora es el momento de que sus flechas silben junto a nuestras espadas.
  -No las hemos olvidado-dijo Elegil-,y yo, un Elfo de la Casa de Thingol, lucharé junto a Aranion, un Adan de la Casa de Elendil.
  De este modo, los Elfos del Bosque y los Hombres de Gondor partieron a la guerra, y con ellos iban los Caballeros de Dol Amroth, y los Hombres de Arnor, descendientes de los intrépidos Montaraces del Norte, y huestes del Lebennin y de Ithilien, y los veloces Jinetes de Rohan, al mando del rey Háleth del linaje de Éomer; y partiendo de Minas Tirith se encaminaron hacia Osgiliath.Después se dirigieron hacia el Norte, y mientras caminaban entre los árboles floridos y los ruiseñores,cantaban con voces alegres.
  Ahora bien, cuando llegaron al Llano de la Batalla,vieron ante ellos un inmenso ejército desplegado sobre la desolada llanura,hombres altos y de piel oscura, con altas lanzas, y Orientales con espadas curvas, y millares de jinetes portando estandartes grises con el águila negra de Rhûn, y también había seres de horrible aspecto, y cuando algunos Elfos los vieron más de cerca la ira encendió sus corazones, porque eran malignos Orcos, muy pocos, pero feroces y sanguinarios, y nadie sabía como habían sobrevivido en Mordor, o de dónde podían venir.
  Pero los Hombres y los Elfos no se amedrentaron ante las huestes orientales, y el Rey Aranion impartió órdenes a sus Capitanes, y en pocos minutos el ejército estuvo formado en orden de combate.En la vanguardia,en prietas filas, se colocaron los Elfos del Bosque, y a la cabeza estaban Elegil y su hijo Bregolas, y junto a ellos estaban los Hombres de Gondor al mando del Rey y de Mablung, y los caballeros de Arnor, cuyo Capitán era Cirion, Señor de Fornost y pariente del Rey.El grueso del ejército estaba formado por los Caballeros de Dol Amroth, y su príncipe Aglahad, y los guerreros de Ithilien al mando del príncipe Boromir, y los jinetes de Rohan bajo las órdenes del rey Háleth hijo de Gúthlaf; y en la retaguardia las reservas de Gondor,unos quinientos Hombres del Lebennin, de Lamedon, de la Playa Larga y de la lejana Eriador, incluso algunos arqueros de Valle enviados por su rey Gelmir, aliado de Aranion.
  Ahora bien, los Orientales comenzaron el ataque con feroz arrojo, pero los Elfos los rechazaron, y a un grito de Elegil, se lanzaron sobre las filas enemigas, barriéndolos como pajas arrastradas por un vendaval.Pero los Variags de Khand llegaron desde los flancos, y con ellos iban grupos de Aurigas, antaño poderosos, pero todavía hábiles luchadores, y rodearon a los Elfos y a los Hombres de Mablung,que combatía junto a Elegil.
  Entonces el Rey Aranion llegó desde atrás con el resto de sus Hombres, y a su lado iban su primo Cirion y Aglahad, príncipe de Dol Amroth, y rechazaron a los enemigos más allá de sus líneas,aunque un grupo de Variags resistió en una colina,hasta que los Elfos los exterminaron a todos.
  Ahora bien,nuevas fuerzas aparecieron en el campo de batalla desde el sureste,numerosos Orientales de Rhûn y tribus salvajes sometidos a ellos, y los Orcos de gran estatura,armados de cimitarras,que daban bestiales voces; y todas estas huestes se unieron a las que todavía resistían, y auna orden del Caudillo de los Orientales,contraatacaron lanzando una lluvia de dardos y venablos.Muchos Elfos y Hombres cayeron, y Bregolas,hijo de Elegil, fue herido,y se lo llevaron del lugar,pero los arqueros de Gondor y de Valle respondieron con varias descargas de flechas, y entonces el Rey se reunió con sus Capitanes y ordenó una carga final.
  Entonces se reunieron en un extremo del campo los Jinetes de Rohan al mando del rey Háleth,y con ellos los caballeros de Gondor y de Dol Amroth, y al frente iba el Rey,con la espada Andúril en la mano,y la Elendilmir en la frente,y Beren,el portaestandarte del Rey,aferraba con fuerza el pendón de Gondor, y el árbol blanco resplandecía en medio del humo de la batalla.
  -¡Adelante, Dúnedain!-gritó el Rey,y dio un salto con su caballo y todos los jinetes le siguieron galopando con velocidad,moviéndose todos a la vez como si fueran una sola persona.
  Los Orientales y los Orcos se mantuvieron firmes,clavando las lanzas en el suelo con las puntas hacia sus enemigos, y el caudillo les enardecía con gritos feroces y vanas promesas.Pero los jinetes de Gondor y Rohan destrozaron la primera línea y como un torrente de agua fuera de cauce,desbordaron a los Orientales, y mataron a muchos de ellos o les hicieron huir.Solo los Orcos resistieron encendidos de furia,y al ver a los Elfos gritaban en su lengua aborrecible y lanzaban terribles blasfemias,pero Elegil y los suyos cayeron sobre ellos y a todos los mataron,pues ningún Orco regresó con vida a su guarida.
  Así fue como el Rey acabó con la amenaza del Este,y los Hombres del Oeste vivieron de nuevo en paz,pues el caudillo de los Orientales había caido en la batalla,y con él más de la mitad de su pueblo.
  Regresaron por fin los Elfos al Bosque de las Hojas Verdes,pero ahora eran menos que antes y Elegil mostraba una mueca sombría en su rostro,pero estaba feliz por la victoria y el regreso al añorado hogar.
  Ahora bien, cuando llegaron por fin a su hogar,a orillas del Río del Bosque,entre los esbeltos abedules y los altos pinos,descubrieron que un temor flotaba en los corazones de los Elfos,y una sombra innominada oscurecía los claros de Eryn Lasgalen,e interrumpía los cantos bajo las ramas y las fiestas que se celebraban a la luz de las hogueras bajo el cielo estrellado.Nadie supo explicar a Elegil qué era lo que tanto temían,pero todos sentían una angustia desesperante y un miedo a algo desconocido y ala vez cercano.
  Elegil se retiró a su vivienda y allí convocó a los Elfos más         sabios,aunque no había nadie tan anciano y versado en las antiguas tradiciones como él; y estaba Haldir,un guerrero que había acompañado a Elegil a la guerra contra los Orientales;Herenya,un Elfo de Lórien;Dagnir y Edennil,el más joven de todos.Herenya habló con palabras verdaderas,y explicó que el día que los Elfos partieron a Gondor,vieron una sombra en las Ered Mithrin,como una espesa nube de tormenta que ocupaba todo el horizonte,y casi enseguida sintieron un temblor de tierra.Unos mensajeros llegaron desde Valle diciendo que habían visto fuego y humo cerca del Brezal Marchito,un lugar donde no habitaba ni la más pestilente alimaña.Según los Hombres de Valle,un incendio estaba arrasando aquella estéril región,pero los Elfos sentían un temor incierto,como el regusto amargo de una pesadilla horrible que permanece en la mente nada más despertar.
  Elegil consideró verdadero el testimonio de Herenya,pues amaba a aquel Elfo de noble familia, y después de discutir el asunto con el resto de los reunidos,tomó una decisión que todos acataron.
  -He aquí-dijo Elegil-que veo un mal mezquino y antiguo como los cimientos de la tierra,y aunque no me atrevo a revelaros lo que pienso,considero necesario descubrir qué está ocurriendo en el Brezal Marchito.
  >>Sé que ese problema no nos atañe,pero nadie conoce el final de todos los caminos,salvo Ilúvatar,y el temor sin nombre que oprime nuestros corazones debe estar relacionado con el misterioso humo del Brezal.
  >>Por ello, mañana formaremos una compañía de exploradores que viajará al Brezal y descubrirá el secreto.Y esta es mi decisión:yo iré en esa compañía,pues un pastor debe cuidar de su rebaño.
  Dichas estas palabras,los Elfos se retiraron a dormir, pues era ya noche cerrada, más Elegil permaneció despierto, meditando en la soledad de su habitación.
  Al día siguiente, partió del Bosque una compañía de doce Elfos al mando de Elegil, y entre ellos estaba también Dagnir. Dejaron atrás los altos árboles y cantando llegaron al Lago Largo, en donde fueron recibidos por una tropa de Hombres armados, al mando de un capitán robusto y de rostro sombrío.
  -Malas nuevas os traemos- dijo el capitán-. Pues he aquí que un demonio ha despertado en el Norte y nos amenaza con su terrible poder.
  - ¿Qué clase de demonio? -preguntó Elegil.
  - Nadie lo sabe- dijo el capitán -, pero dicen los ancianos que no es un dragón, como Smaug el Gusano que habitó tiempo atrás en Erebor, sino algo peor y maligno.
  Nada respondió Elegil, pero el temor que había sentido días atrás en su   corazón renació  de nuevo, como una hoguera largo tiempo apagada cuyas brasas son removidas y alimentan un nuevo fuego.Lo que pensaba , Elegil lo guardó para sí, y solo ordenó continuar la marcha.
  Tres días más tarde alcanzaron la Colina del Cuervo, frente a la Montaña Solitaria, pero como los Elfos todavía recelaban de los Enanos, decidieron continuar el viaje y no detenerse por más tiempo en la morada del Pueblo de Dúrin.
  Cinco  días tardaron en recorrer la solitaria llanura que separaba Erebor de las estribaciones orientales de las Ered Mithrin, y al sexto día acamparon en la ladera de una montaña abrupta, bajo el cielo estrellado. Ahora podían percibir el mal que acechaba tras aquellas montañas, y por encima de las nevadas cimbres ascendía una espesa columna de humo negro, y por las noches, el cielo se iluminaba con un resplandor anaranjado, como si toda la tierra al otro lado de la cordillera se consumiera en un voraz incendio.
  Ahora bien, Elegil estaba dispuesto a escalar la montaña y cruzar hacia el otro lado, hacia el Brezal Marchito, para así descubrir qué extraña maldición oprimía aquella región o qué demonio devastaba sus campos. Dagnir y los otros Elfos se mostraban partidarios de esta opción, y ninguno de ellos daba señales de tener miedo. Pero Elegil temía especialmente  por Tauredil, el hijo de su hermana, que era un Elfo valiente y noble, mas Elegil no quería que nada le ocurriera. Pues Nieninque, su hermana, le había dicho antes de partir que cuidase de él, y en verdad que Elegil amaba a su sobrino; así que decidió que él y otro Elfo permanecerían allí, mientras los demás cruzaban la montaña.
  Así pues, Tauredil quedó con otro Elfo al pie de la montaña, y Elegil y los suyos comenzaron a escalar a través de los abruptos riscos y las rocas escarpadas. Encontraron un sendero muy empinado, usado en otros tiempos por los Enanos, o tal vez otros seres de una raza más mezquina, y al anochecer alcanzaron un paso al otro lado, oculto entre grandes peñas y sombrías cavernas. Y he aquí que vieron una sombra extendiendo sus brazos en el Brezal, y en aquella sombra había un mal y un horror más grandes que ella, y los Elfos cayeron de rodillas y cerraron los ojos ante aquella terrible visión.
  De los azotes de los Días Antiguos, de los males del Enemigo ya olvidado, éste era el peor, porque el demonio que campaba a sus anchas en el Brezal Marchito era un Balrog, una de las criaturas malvadas corrompidas por Melkor, y por su causa, convertidas en seres de fuego y sombra, grandes y terribles como espíritus condenados. Y aquel Balrog, oculto en las entrañas de la tierra desde los lejanos días de las guerras entre Melkor y los Elfos, en la desaparecida Beleriand, había emergido de nuevo, tal vez perturbado por un terremoto o por un extraño designio, y ahora devastaba aquella región como una bestia hambrienta y feroz. Elegil lloraba ante esa criatura abominable, y a su lado los otros Elfos temblaban de espanto.
  - ¡Ay, mi corazón se estremece! - exclamó Elegil -. ¿Cómo no supe desde el principio que era éste el mal que crecía en el Brezal? Pero, ¿no es terrible ya de por sí? ¡Ay, un Balrog! ¡Un demonio, sí; pero el más funesto de todos los que azotaron alguna vez el mundo¡
  Los otros Elfos quisieron entonces volver atrás, pero Dagnir los calmó con palabras sabias, y habló con Elegil. Tomaron entonces la decisión de combatir con el Balrog, a pesar de que éste era un ser mucho más poderoso que los Elfos, y ante él nada podían hacer las espadas y las flechas élficas. Mas, la valentía y el coraje anidaban en el corazón de Elegil y los suyos, y siendo quienes eran, Eldar brillantes y orgullosos, el Pueblo de las Estrellas, los hijos de Ilúvatar, se armaron de valor y descendieron al inmundo hogar del Balrog.
  Ahora bien, de entre todos ellos Dagnir era el más osado, y a nada temía excepto a la ira de los Valar o de Ilúvatar, y se adelantó al grupo descendiendo entre la tierra calcinada y las rocas negras. Por fin llegó ante el Balrog, que se erguía en lo alto de un cerro abrasado, soberbio como una torre, y la sombra que le envolvía era como un manto, y su cuerpo ardía como una tea, y en una mano llevaba un látigo de fuego, y en la otra una espada llameante.
  Dagnir se plantó ante el Balrog, y sus ojos azules eran feroces como ascuas. Entonces atacó dando un prodigioso salto, y luchó contra  el  Balrog con la furia de cien guerreros, pero su enemigo era más grande y terrible, y el fuego y las sombras confundían al Elfo. Y he aquí que el Balrog le asestó un golpe con la espada flamígera, y Dagnir cayó al suelo muerto.
  Cuando Elegil y los demás lo vieron, lloraron e hicieron gran lamentación, pero enseguida uno de ellos, Melinel, corrió hacia el Balrog, y luchó como un Elda de noble casa, pero cayó bajo la espada de fuego, y murió.
  Entonces Elegil calmó a los Elfos, y desnuda la espada, se irguió ante el Balrog, y mirándole directamente a los ojos profundos, exclamó:
  - ¡Vuelve a tu agujero, bestia de Morgoth!
Y se arrojó sobre él con una furia solo contenida por su prudencia y su astucia, y asesto un golpe fatal al Balrog que le hizo tambalearse, pero era poderoso y terrible, y se mantuvo firme como una recia montaña.
  Pero Elegil manejaba la espada con habilidad, y era ágil como un ciervo, por lo que evitaba los golpes del Balrog y saltaba a su alrededor cortando y tajando. Pero el Balrog extendió su abominable sombra sobre el Elfo, y le rodeó con un círculo de fuego, y le tumbó en el suelo con un latigazo.
  Ahora bien, Elegil se puso en pie, recogió su espada y mató al Balrog, pues le atravesó su inmundo cuerpo, y la sombra retrocedió y desapareció, y el fuego se extinguió. Entonces la tierra tembló con violencia y una enorme grieta se abrió a los pies de Elegil, y el cuerpo del Balrog fue tragado por las entrañas del mundo.
  Mas Elegil había sido malherido y sangraba por muchas heridas, y los Elfos intentaron llevárselo de allí, pero él se negó, y se tumbó en el suelo dispuesto a morir.
  - Ha llegado mi hora- dijo-, pues así lo ha dispuesto Ilúvatar, el Señor de Todos. He luchado con honor, y he vencido al Balrog, pero ya no podré ver más los altos pinos de Eryn Lasgalen , ni los alegres hijos de loS Elfos y de los Hombres jugando juntos en Minas Tirith, ni el río Anduin fluyendo como una serpiente de plata, ni una primavera ni un invierno en mi hogar. Decidle a mi mujer que la amo, y a Bregolas mi hijo que cuide de los últimos de un pueblo hermoso y feliz, y al Rey Aranion que veo que sus días serán los más felices de su tiempo, y verán nacer cosas y hechos maravillosos.
  >>Ahora parto a un lugar mejor, donde viviré bajo la benevolencia y el cuidado de los Valar, y nada me faltará allá donde me dirijo. Solo os digo: cuidad de este mundo hasta que os llegue la hora de marchar al Oeste Imperecedero, porque acaso vendrá un día en que nada quede de todo lo que ahora vemos, mas no espero que ocurra así.
  Y Elegil falleció en los brazos de sus Elfos, y él fue el último de los grandes héroes que todavía se recuerdan en las historias y los cantos.
 
  
 

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