El lazo verde

25 de Junio de 2004, a las 00:00 - Valentina Tallabuena
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Valentina Tallabuena, una hobbit bien distinta de las demás, no porque su aspecto fuera raro o tuviera alguna deformidad, como hobbit era bastante normal, algo más alta, pero de aspecto simpático, cara redonda y bonachona, abundantes rizos oscuros, casi siempre recogidos con un lazo de raso verde, un regalo de su más apreciado amigo, Frodo Bolsón,  otro hobbit particularmente distinto, quizás herencia de sangre por parte Tuk y su aventurero tío Bilbo de quien siempre se hablará en la Comarca por sus extrañas amistades con enanos,  hombres, magos,  elfos y otras criaturas que es mejor no nombrar. Pero volviendo a Valentina,  para quien la conoce es entrañable y alegre, despreocupada y siempre dispuesta a contar bonitas y románticas historias, y ahí radica el problema de su diferencia con las demás hobbits de su edad.

Valentina es una amante de los libros y también de la buena comida pero sobre todo de los libros.  Lee sin parar, lee de noche, mientras desayuna, lee cuando camina hacia la pequeña tienda de su padre con el segundo desayuno en una cesta y en la otra mano el libro;  lee mientras descansa, cuando merienda y cuando llega la cena.

Se le puede ver en las cálidas tardes de verano leyendo enormes libros que Bilbo Bolsón le presta, siempre bajo la sombra de algún viejo roble. tanto leer que se ha olvidado de que debería estar casada y, al menos con varios hijos. como suele recordarle su tía materna Gardenia, cuando va por su Smials  para llevarse miel: “Cásate con Frodo –le decía- tienen la herencia del rico Bilbo, todo el oro del dragón está escondido en Bolsón Cerrado. Valentina suspiraba al escuchar estas palabras y solía acariciar el lazo verde de raso que un día el guapo y amable Frodo le regaló.

Recordaba vividamente ese día, nunca lo olvidaría. Valentina había ido a casa del viejo Bilbo para  llevarle varios tarros de la mejor miel que su padre recolecta de los panéales. Bilbo la hizo pasar, sabía que a la joven le encantaba los libros, así que comenzaron a hablar sobre esto y aquello,  pero Valentina siempre estaba nerviosa en Bolsón pues la turbaba sobremanera el encantador y jovial Frodo, sobrino de Bilbo adoptado tras la muerte trágica de sus padres.
Ella no se atrevía a mirar aquellos enormes y azules ojos cuando hablaba con él, su voz le sonaba como melodía élfica, aunque ella nunca había oído cantar a los elfos.
Comentaban cosas sobre lo que leían, pero nunca profundizaban en la conversación, Bilbo siempre estaba presente, le daba el dinero de la miel, le prestaba algún que otro libro y Valentina se marchaba con rapidez. Pero, aquel día, aquel maravilloso día de primavera, Frodo estaba sentado en la cocina tomando un poco de  una jugosa tarta de chocolate y fresa, le ofreció un poco y amablemente la invitó a sentarse.

Valentina sintió que el corazón se le iba a salir de tan rápido como corría en su pecho, notó que un calor le subía por la cara y se sentó sin soltar la pesada canasta repleta de tarros de miel. Frodo sonrió, le tomó la canasta que en realidad pesaba bastante y dejo que la colorada Valentina se despachara el trozo de tarta que quisiera. Mientras el viejo Bilbo hablaba de viajes en la estancia contigua, ellos se miraban en silencio, bueno, Frodo miraba a Valentina con una simpática sonrisa y ella, con la cabeza agachada, devoraba el riquísimo trozo de tarta con grandes y sabrosos fresones.
Unos mechones rizados le caían sobre la frente y casi rozaban el plato. La hobbit volvía  a ponerlos en su sitio, pero juguetones, los mechones negros caían una y otra vez. Entonces Frodo recordó algo y metió la mano en el bolsillo de su chaleco:
-Encontré esto esta mañana cuando paseaba –dijo- mientras le mostraba un largo lazo verde de raso –el viento lo arrastraba por el aire hasta caer en mis manos.
Valentina observó el lazo y después lentamente alzó la mirada hasta los hermosos ojos grandes y luminosos, amables y sinceros, aprecia que el azul de sus iris eran aún más brillante a la tenue luz de la tarde que se filtraba por el redondo ventanal.
-Son tan hermosos…-susurró Valentina casi embobada.
-¿Qué? –Frodo no entendió- Bueno puedes quedártelo. Realmente no sabría que hacer con él –Dijo señalando el lazo.

Desde entonces Valentina no se separa nunca del lazo verde y quedó totalmente enamorada de Frodo, si antes le gustaba ahora le resultaba imposible olvidarlo.

Después de aquel día, rechazó a Toni Ganapie, un pretendiente algo torpe y pesado que creía que los libros eran para idiotas. Rehusó a todos aquellos que quisieran hacerle la corte, aunque la lista era más bien corta. Siempre demasiado ocupada leyendo, prefería los libros a  aquellos hobbits que no entendían de nada y su corazón velaba los vientos solo por Frodo.

Pero no era la única que deseaba que el soltero Frodo, pasara al estado de casado Frodo. Sus razones distaban mucho de las de Gloreta, la mujer de su tío, una Brandigamo de aire altivo, muy presumida y egoísta que solía dejarse caer por su agujero de vez en cuando y traía consigo a sus dos hijas con el riquísimo sobrino de Bilbo, pues el viejo no viviría eternamente, aunque  parecía no envejecer, así que el chico heredaría todo de aquel Bolsón y según se cuenta, trajo cantidad ingente de oro y joyas que robó a un dragón o que lo regalaron los enanos de las montañas o, tal vez, fue un rey elfo o. a lo mejor, el mago Gandalf con su vara convirtió piedra en gemas.
Gloreta comentaba una y otra vez a que todas esas riquezas iban a ser suyas, porque el joven Frodo tomaría por esposa a su esbelta Amalina o a su joven y primorosa Dulcita. Valentina las odiaba, ni esbelta ni primorosa, eran horribles y tenían la cara llena de pecas y granos.

El sol declinaba perezoso difuminando su rojiza luz entre las neblinas del horizonte de poniente, pronto el verano tocaría a su fin. Valentina tomaba notas rápidas de un antiguo libro de historia, estaba empeñada últimamente en escribir una historia, mitad invención, mitad real sobre la comarca. La mayoría de la información la sacaba de la extensa biblioteca del señor Bolsón, una excusa estupenda para ir hasta su Smials, y charlar un rato, así podría ver al oven Frodo, aunque últimamente pasaba mucho tiempo fuera con sus amigos Sam, Merry y Pippin, liados en aventuras, decían ellos. De pronto, escuchó golpes en  la puerta de su casa, por la forma de aporrearlas sabía que era su tía Floreta con sus dos hijas. Seguro que traía los últimos chismes que Lobelia Sacovilla-Bolsón le había contado. Todo el mundo andaba muy atareado y nervioso por la que seria la magnifica fiesta de cumpleaños del viejo Bilbo, nada más y nada menos que ¡Ciento once años!

Voces que provenían de la salita le advirtieron que su tía y primas amenazaban con quedarse bastante tiempo en casa, su madre estaría atareada preparando café, bollitos dulces, magdalenas de miel y otras maravillas cremosas que guardaba en la despensa. “Qué fastidio” pensó valentina, no le apetecía ver a sus parientes y mucho menos escuchar su palabrería sobre sus extraordinarias hijas y los bonitos trajes que llevarían para la fiesta de cumpleaños.

Decidió escapar por la ventana de su habitación, ya lo había hecho otras veces. Tomó aquello que le era necesario para escribir y como pudo salió a rastras por la ventana que daba justo al nivel del suelo.

Sus sospechas fueron confirmadas, había engordado un poco, porque se quedó ridículamente atascada en la redonda ventana, mitad dentro, mitad fuera, una situación comprometida, si llega a pasar alguien, pero por fortuna no sucedió y después de esforzarse un poco cayó hacia delante liberándose totalmente del ventanuco. Cerro desde fuera y tomando sus cosas de escritura corrió hasta su lugar favorito. Bajo un viejo roble se acomodó y comenzó a escribir con rapidez aquello que tenía en mente.
-Hola! ¿Qué escribes? –la repentina voz de Frodo la sobresaltó, no lo esperaba y por accidente una gran línea negra quedó marcada en el papel.

Valentina perdió el habla de pronto, Frodo estaba allí, junto a ella, se había sentado apoyando la espalda en el gran tronco del árbol, demasiado cerca de ella, sus ropas se rozaban, el joven tomó el papel y leyó en voz baja.
Valentina estaba petrificada de emoción con sus oscuros ojos muy abiertos, Frodo le devolvió la hoja.
-parece interesante, ¿te gusta escribir historias? Eso explica que pases tanto tiempo con mi tío, él sabe mucho de historias y aventuras. Algún día yo también viajaré y después podré escribir mis vivencias.
-Bueno… -balbuceó la chica, carraspeó un poco y decidió hablar con firmeza, pero la voz le salía casi apagada –yo no soy muy aventurera, la verdad, no me gusta alejarme demasiado de  los lugares que conozco…
-Entonces, somos muy distintos –dijo Frodo sonriendo y levantándose a la vez parecía agitado –me gustaría ir con Bilbo y Gandalf más allá de la Comarca y conocer las montañas y las gentes que habitan en otras tierras, algún día yo iré de aventuras… sí… algún día…

A lo lejos se escuchaba la voz de Merry y Pippin que lo llamaban, Frodo se decidió y echó a correr hasta sus amigos, Valentina observó con alguna tristeza como los tres se marchaban riendo y gastándose bromas. “Eran muy distintos”, había dicho él, ¿qué significaba?, ¿qué debía ser aventurera para atraer la atención del joven? Valentina resopló, aquellos pensamientos le habían hecho perder la inspiración de su escritura y la presencia tan cercana de Frodo todavía más.

Permaneció un tiempo allí sentada sin otra cosa que pensar, quizás creía ella, en la fiesta de cumpleaños debía insinuarse a Frodo, ese día cumpliría treinta y tres, dejaría de ser un joven irresponsable y debería empezar a sentar la cabeza y no estaba dispuesta a que su tía Gloreta se saliera con la suya. Recogió sus cosas y se dirigió hasta su casa, estaba anocheciendo y sus primas y tía ya se habrían marchado. Comenzó a canturrear una cancioncilla mientras decidía que el día del cumpleaños será decisivo para ella.


  
 

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