En el último año de la Tercera Edad

12 de Octubre de 2005, a las 22:51 - Inwë Tasârtir Tinúviel
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Nota del autor:

Personajes Principales: Éomer de Rohan, Lothíriel de Dol Amroth, Gandalf el Mago Blanco, y varios personajes conocidos.
Clasificación: A, no tiene cosas que no sean nada del otro mundo.
Categoría: Romance y una pizca de comedia.

Esta fan-fiction es mi primer intento de escribir un cuento corto formalmente.
Claro está, todos los personajes, además del lenguaje sindarín utilizado, pertenecen a J.R.R. Tolkien; esto no es un plagio.

Gracias al sitio de War of the ring, particularmente a los que participan en los foros de lenguajes, por su ayuda con las frases en sindarín expuestas aquí. Yo apenas estoy estudiando las lenguas, así que su ayuda fue de vital importancia. Gracias a todos ellos.

Todos los comentarios son bienvenidos, hasta los jitomatazos (inwetasartirtinuviel@gmail.com).

Declaración: Si Peter Jackson pudo meter elfos a Helm’s Deep, matar a Haldir, dar sólo una probadita de las casas de curación, eliminar olímpicamente a Imrahil, poner la muerte de Saruman y Gríma en Isengard y no en Hobbiton, entre otras cosas, creo que bien puedo especular un poco sobre la historia de algunos personajes de los que no se dijo mucho después de la Guerra del Anillo, en este caso, Éomer de Rohan. Espero este relato les parezca lo suficientemente interesante como para animarme a escribir otros más.



Capítulo 1: La prisionera

“I`ve got a dream about an angel on the beach
And the perfect waves are starting to come
His hair is flying out in ribbons of gold
And his touch, he’s got the power to stun”

Tonight Is what it means to be young - Fire Inc.

Rohan, año 3019 de la tercera Edad. Finales del otoño. Una fría mañana.

Todas las brigadas restantes de hombres de Dunland, antiguos y asérrimos enemigos de los Rohirrim, se dirigen hacia el oeste, ya que están siendo rastreados de cerca por los guerreros a caballo.
Hace dos meses que los están siguiendo, mas los guerreros duneldinos son más hábiles para desaparecer. Vienen regresando del Folde Este, donde crearon gran destrucción antes de la caída de Sauron y todas las razas que lo apoyaban. Los guerreros se detuvieron al borde de un río, ya que llevaban consigo una presa que creían podía representar una especie de seguro de vida o una buena recompensa.

¡Alto! – Gritó Vernum, el líder de la de por sí menguada banda – Debemos descansar un momento aquí, no vaya a ser que la prisionera se nos vaya a morir, ¡es demasiada carga!

Por un momento, un instante, la prisionera atada de manos, envuelta en harapos, llena de lodo, y con una expresión de total ausentismo creyó recordar algo: el río…. El vado del Isen… estaba observando un claro en el que visualizó como en una visión de fantasmas una batalla. Un puñado de guerreros portando el estandarte del cisne y el barco. Y otros con los que se encontraron, llevaban la bandera en verde y dorado, con un caballo en el centro. Su memoria era muy confusa, pero recordaba haber sido defendida por todos ellos, al menos, en los últimos momentos en que su compañía se había encontrado con la batalla. Orcos, hombres salvajes, estos valerosos guerreros guiados por un hombre de majestuosa talla…. Todo era tan confuso. Se llevó la mano a la parte posterior de la cabeza tocando una cicatriz que le recordaba un golpe traicionero. De pronto, recordaba haber despertado en un gran salón oscuro, donde un “Mago Blanco” puso sus manos en su cabeza. Una luz cegadora. Después, se encontró en un campamento lleno de hombres salvajes, los que la llevaban consigo. Lo que la hizo salir de sus pocos recuerdos fue precisamente que ellos estaban diciendo que la llevarían de nuevo ante la Mano Blanca, si es que aún se encontraba en Isengard, a decir de Vernum. “La Mano Blanca”, pensaba ella…ese hombre vestido de blanco que tanto odio le provocaba. Tenía sangre seca en las manos y algunas partes del cuerpo y ropas, pero no tenía herida alguna. Todos estos pensamientos se volcaban como un remolino en su mente, cuando de pronto escuchó ruidos de cascos que se acercaban…. cascos… Recordó el andar lastimoso de un caballo negro herido… negro como parecía que era su larga cabellera debajo de la tierra y la mugre que la cubrían. Este recuerdo le dolía como una herida abierta, pero aún así, no podía recordar quién era el animal ni quién era ella, ni que hacía ahí con esas bestias, lo que la hacía entrar en una desesperación más grande. Al acercarse más las pisadas de los jinetes, los hombres salvajes se preparaban para pelear.

Los jinetes que los seguían fueron más rápidos. Con sus lanzas, arcos, y espadas, fueron acabando con cada uno de sus secuestradores. De pronto sintió que una mano la tomaba por la garganta y la levantaba haciéndole daño y apenas dejándola respirar.

Bien, palomita, parece que es hora de que nos sirvas de algo – Chilló Vernum.

Como pudo, levantó una rodilla golpeando por lo bajo a Vernum, que cayó de rodillas. Un jinete miraba la escena a lo lejos. Ella tomó la espada de Vernum, misma con la que le cortó la cabeza en un instante. Al verse libre, su instinto le indicó que huyera, pero no sabía a dónde. Otro Dunland la atrapó por el brazo.

¡Vas a morir por esto! – le dijo la figura oscura levantando su espada sobre ella.

Por detrás de él, una gran lanza derribó al Dunland en un golpe mortal. Provenía de la persona que observaba la escena. La doncella cayó al suelo, a la vez que se reincorporaba de manera milagrosa, pese a su deplorable estado. Apenas podía respirar. No entendía quien era amigo ni quien enemigo, aunque las armaduras de Rohan le traían recuerdos extraños… y dolorosos.
Otro jinete que estaba frente a ella se bajó de su caballo y se le acercó, pero ella parecía un animal herido que no estaba dispuesto a recibir ayuda. Le propinó un hábil y rápido golpe que lo hizo caer casi noqueado, pero con gran fuerza otro soldado logró asirla por la muñeca e hicieron falta tres Rohirrim más para poder controlar su gran fuerza y habilidad pese a ser más pequeña, no sin antes recibir algunos golpes fuertes por parte de la aparentemente liberada prisionera.

            - ¡Gamelin!, ¿qué pasa ahí?- Se escuchó una voz profunda y fuerte al tiempo que recogía su lanza del cuerpo del secuestrador.
- Una prisionera, señor, podría ser aquella la que buscamos, pero no estamos seguros - repuso el oficial limpiándose la sangre de la boca.

El guerrero miró de soslayo a la prisionera, que más que parecer una mujer, parecía parte del grupo Dunland.

- No lo parece, pero tenemos que llevarla ante el Mago Blanco para que nos ayude a identificarla – dijo él.
- ¡Sí mi señor Éomer! – Repuso Éothain al tiempo que la subían a uno de sus caballos con las manos atadas.

Otra vez el Mago Blanco. Ella quería morirse antes de volver a encontrarse con ese ser maligno.

Dos días a paso veloz durarían antes de llegar a Meduseld. La primera noche, tendieron el campamento a las orillas del Río Adorn, al pie de las Montañas Blancas, a la mitad del camino. En una de las tiendas pusieron a la prisionera, pero tenía que estar amarrada, ya que al primer intento, golpeaba fuertemente a alguno de los soldados. Parecía tener una fuerza superior nacida de quien sabe dónde. Cuando por fin pudieron dejarla lo más cómoda posible, atada a una pequeña cama, los soldados se retiraron dejando una guardia a la entrada.

      - Es una salvaje, mi señor – Le decía Céorl a su superior mientras se retiraba – Tenga cuidado.

Éste esperó a que todo pareciera en paz dentro de la tienda. La pequeña figura se encontraba acostada, parecía dormir. Su rostro se encontraba con una expresión inquieta. La compasión movió el corazón del hombre, y tomando una vasija con agua y un pedazo de tela, comenzó a limpiar la cara de la prisionera. Dormía ella tan profundamente que no se dio cuenta de lo que sucedía. Debajo de tanta mugre, tenía un rostro bello, pero lleno de sufrimiento.

 - Me pregunto como serán tus ojos – susurró él mientras limpiaba tierra y sangre seca de rostro y manos. Y antes de que tuviera tiempo de reaccionar y preguntarse a sí mismo qué rayos le importaban sus ojos, observó que ella temblaba levemente, de modo que la arropó con la cobija que tenía encima.

- Sólo Béma sabrá dónde has estado y lo que has padecido – Y dicho esto se retiró en silencio para no despertarla.

Al día siguiente, casi al anochecer, al llegar al claro que se encuentra debajo de la entrada a la ciudad de Edoras, llegó la compañía a paso apresurado, mientras Gandalf salía rápidamente y se encontraba con ellos. La estaban bajando del caballo cuando se encontraron.

       -¡Rápido, tengo que verla!- apresuró el mago.

Al llegar hacia ella, la miró afligido. Su aspecto era terrible, sus ojos perdidos, desorbitados y llenos de furia al no saber entre quienes se encontraba. La prisionera al ver a aquel viejo hombre vestido de blanco, creyó que se trataba de Saruman. Hizo un esfuerzo superior y logró soltar sus ligaduras, atajando una espada de uno de sus captores, y se lanzó con un fuerte gruñido hacia Gandalf dispuesta a matarlo. En ese momento, Éomer se interpuso con su espada sobre la agresora. Ésta, con una extraordinaria destreza, casi de felino, logró defenderse y atacar a su oponente ferozmente. Pelearon por unos minutos, pero pareciera que estaban peleando dos guerreros de la misma talla en lugar de un hombre alto y una mujer de menor estatura.

De pronto, Shadowfax asomó por entre el grupo de guerreros y reparó relinchando tan fuerte que los dos contendientes pararon en seco. Por un instante la pequeña dama creyó reconocer al majestuoso animal, pero inmediatamente se volvió hacia Éomer propinándole un fuerte rasguño en la mejilla derecha. Éste, sangrando del rostro, reaccionó furioso, empujándola hacia atrás en un reflejo típico de quien está entrenado para matar, haciéndola caer, y en el momento que ella se reincorporaba rápidamente para volver a atacar, Gandalf le asestó un golpe en la frente con el báculo del Mago Blanco, haciéndola caer de nuevo, esta vez, sin conocimiento. Inmediatamente se arrodilló junto a ella, y Éomer la levantó gentilmente por la espalda en sus brazos, descubriendo su rostro que parecía sumamente aturdido. El mago tomó su mano, tocó su frente, y acto seguido la bajó hacia el cuello, retirando los tiesos cabellos. Del lado derecho, encontró entre la mugre una especie de lunar en forma de ave.

-¡Es ella! - exclamó. Al volver a tocar su frente, recitó en voz baja cosas ininteligibles para los hombres, alguna especie de conjuro sanador. De pronto la delgada figura empezó a cambiar, recobrando algo de la belleza que portaba anteriormente, pero no parecía reaccionar.
- Está siendo inútil, esta niña recibió uno de los hechizos más fuertes de Saruman. El hechizo de la desesperanza.
- Este hechizo…- dijo Eómer con voz  apagada – ¿es como el que mantuvo inutilizado al Rey     Théoden?
- No, es aún peor, es como si le hubieran sacado el alma del cuerpo, es más parecido al hálito negro del Rey Brujo…Sólo algún familiar o un ser muy querido pueden ayudarme a devolverla… pero no está aquí ninguna persona cercana con quien ella tenga lazo afectivo además de mí que la haga salir de las sombras. Tiene que ser algo más fuerte - Decía el mago agobiado. – Pronto, tenemos que enfocar nuestros sentimientos en esta niña. Formen un círculo aquí, alrededor.

Todos los guerreros presentes se acercaron concentrando sus pensamientos en la pequeña dama.

      - ¡Más fuerte, más fuerte, su alma se desvanece! – inquirió Gandalf apremiante mientras seguìa invocando un conjuro sanador.

Instintivamente, con un gesto de protección que sólo habían visto expresar por su hermana, Éomer abrazó a la muchacha, acariciando su rostro y sus cabellos. En ese instante, la mano de ella apretó la de Gandalf, al tiempo que sus ojos parecían querer abrirse.

      - Me gustaría hacer algo más por ti, mi dama - susurró el joven rey con preocupación y ternura.
- Éomer, parece responder a tu voz, trata más fuerte…Vamos pequeña… vamos, ¡tú puedes salir!... más fuerte todos, necesito sus pensamientos y sentimientos con ella. ¡VAMOS! ¡MÁS FUERTE! ¡MÁS! ¡MÁS!

Como llevado por la desesperación y la emotividad del momento, Éomer besó en los labios a la doncella, al tiempo que una luz parecía destellar entre ellos y la sombra de su rostro desaparecía por completo. Todos los presentes se quedaron atónitos e incrédulos.  Ella comenzó a parpadear, como despertando súbitamente de un sueño, y se vio envuelta en los brazos de un hombre que no conocía… y que la estaba besando. Al apartarse un poco, miró fijamente al joven guerrero, con los grandes ojos grises más abiertos que nunca.

    - Quién... ¿Quién… eres tú? expresó la dama débil pero asustada. Tocó la herida en la mejilla de Éomer y de pronto al girar la cabeza hacia su derecha, Gandalf sostenía aún su mano derecha con expresión de inmensa alegría, y de sorpresa al ver lo que Éomer había logrado.

- Lothíriel – le dijo el mago cariñosamente.
- Mithrandir… viejo amigo, qué…gusto verte…

La pequeña dama se desvaneció de nuevo. Éomer la abrazó asustado, llamándola apremiante. Gandalf tocó su frente, sus manos y apresuró  - Está bien, esta niña tiene que guardar reposo, pues sus penas han sido muchas en nueve meses.



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