La Herencia de Regar

22 de Mayo de 2006, a las 09:44 - Abârmil
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Casi todos los héroes, antes de serlo, fueron personas corrientes cuya vida no se distinguía demasiado de la de sus semejantes. Cierto día les sale en su camino una aventura, en la cual su comportamiento en momentos puntuales les termina convirtiendo en los grandes protagonistas de las canciones de sus razas. El problema es que cualquiera no puede ser un héroe, por lo que dicha aventura puede traer desgracia en lugar de gloria. Esta es la historia que mi padre me contó acerca de personas a los que una de estas aventuras les encontró…

Nos encontramos en un primaveral mes de abril del 3018 de la TE. El mal se agita de nuevo en Mordor e insólitos incidentes, nunca antes conocidos, se comentan con incredulidad de boca en boca en la región más insignificante de la Tierra Media, la Comarca. Gentes muy extrañas caminan de acá para allá mientras los montaraces se multiplican por los senderos y bosques de los alrededores.
En el Bosque Cerrado, en la Cuaderna sur de la Comarca, una pequeña carreta tirada por un robusto buey de piel oscura, avanzaba tranquilamente hacia Alforzaburgo por el camino que nace en Cepeda. Sobre ella dos enanos de las Montañas Azules cantaban alegremente. Uno de ellos era Dirlam, poderoso descendiente de la realeza del pueblo de Durin I. Su primer antecesor, Danârir, encabezaba la segunda familia más importante de Khazâd Dum en los tiempos de la forja de los Anillos, en esta familia siempre se habían caracterizado por su maestría con las manos, y por ello fueron los que más se relacionaron con los noldo de Celebrimdor. Sabio entre los de su raza, Dirlam quedó como regente tras la marcha de Thorin escudo de roble hacia la reconquista de la Montaña Solitaria. Sus amplios conocimientos de joyas le convertían en el más afamado joyero de entre los suyos durante aquellos días. Dada su edad avanzada, resultaba extraño verle con un aspecto tan vigoroso. Tenía largas trenzas morenas bañadas con mechones blancos en la barba y una larga melena del mismo color, así como unos brillantes y vivos ojos marrones que mostraban conocimiento. Tras la Batalla de los Cinco Ejércitos volvió con los suyos a Erebor, pero solía viajar cada poco tiempo a las Montañas Azules como embajador de Dain I, rey bajo la montaña, o como comerciante de las piedras preciosas que el mismo tallaba.
Junto a él estaba uno de sus nietos más jóvenes, su nombre era Regar. Huérfano de padres a una corta edad, vivió desde entonces junto a Dirlam, padre de su madre, que lo adoptó como hijo y le enseño el arte de la guerra puesto que el de la minería y joyería nunca atrajo demasiado al joven enano. De constitución robusta y pelo negro como la noche, al joven enano le encantaban las aventuras donde mostrar su valor, por ello, desde que alcanzó la edad adulta, siempre acompañaba a su abuelo en sus deambulares por la Tierra Media.

Tras una larga y extenuante marcha, se habían sentado ha descansar y a comer algo sin ningún tipo de preocupación bajo la sombra de un gran roble, situado en un pequeño claro a la derecha del sendero. Era un día soleado y el bosque se veía radiante, las ardillas correteaban entre las ramas de los árboles mientras los pájaros cantaban sin cesar. Los últimos rayos del sol de la tarde calentaban y reconfortaban los cuerpos cansados de los dos enanos que yacían sobre la alta y verdosa hierba. Sólo les faltaba la última parte del viaje hacia sus queridas Montañas Azules. Durante el trayecto desde Erebor, habían atravesado el tenebroso Bosque Negro, lleno de viles criaturas, donde tuvieron un pequeño encontronazo con cuatro arañas gigantes, con las que Regar tuvo la ocasión de divertirse un poco, hacha en mano. Habían dejado atrás las peligrosas Montañas Nubladas, donde los orcos se multiplicaban cada día. Únicamente el Paso Alto, entre Rhudaur y La Carroca, permanecía abierto gracias al pueblo de los Beornidas.
- Voy a descansar un rato –dijo Dirlam con su grave voz mientras se colocaba su fina capa sobre su cuerpo- deberías hacer lo mismo, tres horas de sueño y nos pondremos de nuevo en camino.
- Primero voy a dar un paseo, tengo hambre y creo que he oído algo, quizás sea un ciervo o un conejo, no estaría de más cambiar el menú – contestó el nieto cansado de la alimentación a base de cram, típica de los enanos.
- De acuerdo, pero no te alejes, que no eres precisamente un avezado explorador y no me apetece tener que ir a buscarte y demorarnos de nuevo – contestó con una sonrisa mientras cogía su pipa y un poco de tabaco.
- ¡Perderme yo, abuelo! Si tal cosa sucediera cortaría todos los árboles que me estorbaran hasta conseguir ver la salida – respondió Regar orgulloso con su ronca y profunda voz- no creas que puedes deshacerte de mí tan fácilmente, lo del extravío en el bosque de Chet fue… una broma, sí, una broma muy graciosa por cierto.
Regar camino sigilosamente (al menos para él) a través del frondoso bosque hacia donde escuchó por vez primera el ruido. Una bandada de pájaros sobrevoló sobre los árboles.
- ¡Brrrrr, menudo cazador estoy hecho, cualquier animal ya sabrá de mi presencia!
El sonido era cada vez más claro y cercano, pero ahora parecían numerosos pies acercándose. La cara del enano se endureció bruscamente.
- ¿Quién anda ahí?- preguntó el enano con tono grave y duro al tiempo que tensaba su arco de caza. Entonces el sonido desapareció.-Quizás sean elfos, suelen habitar estos bosques según dice mi abuelo.- pensó para sus adentros mientras continuaba caminando, ahora con mucho más cuidado y temor.
Se detuvo en un pequeño claro rodeado de varios árboles y altos arbustos. El silencio se hizo absoluto en el bosque, el viento había dejado de soplar y las ramas permanecían quietas. Regar sólo escuchaba su corazón, que latía cual tambor golpeado por trols. De repente se abalanzó desde un arbusto delante de él una horrible criatura, parecida a un orco pero no igual, era un poco más alta, andaba más erguida, poseía unas extremidades más cortas y su rostro no era tan terrorífico como el de esas inmundas y horripilantes criaturas. Regar retrocedió de espaldas y soltó la mano derecha, la flecha salió del arco y fue directa a la garganta del medio orco. Antes de poder celebrar la victoria aparecieron otras veinte criaturas parecidas que lo rodearon. Fue el momento de echar mano del hacha que trasportaba en su espalda.
- Apártate de nuestro camino enano - dijo uno de ellos.
- ¡Si queréis mi sangre, antes verteréis la vuestra a mis pies! - gritó el colérico enano con un hacha de doble filo sujetándola con ambas manos - ¡Khazâd aimênu! - y con esto se precipitó contra los atacantes. Los ojos llenos de ira amedrentaron por un instante a aquellos seres. Cortó el brazo de arriba abajo del que tenía delante y seguidamente clavó el hacha en el costado izquierdo del de su izquierda, los gritos de dolor eran ensordecedores. Sintió el filo de una espada rasgándole la espalda, se dio la vuelta y con un movimiento de molinete a una mano le cortó la cabeza al agresor, la vista se le nubló por un instante mientras la sangre manaba por su espalda. Ahí acabó todo, porque otro de los medio orcos descargó un terrible golpe con su maza sobre la cabeza del valiente enano arrojándolo al suelo sin sentido. La verde hierba se tiñó de rojo allí donde el enano y otros cuatro seres yacían.

Tiempo después se despertó, era noche cerrada y la cabeza le daba miles de vueltas. Se la tocó temblorosamente dándose cuenta de que tenía un aparatoso vendaje que le cubría la herida craneal. Se encontraba delante de una pequeña hoguera, alrededor de ella estaban sentados tres hombres altos de aspecto hosco y desaliñado.
- ¿Quiénes sois vosotros?- Dijo el enano con voz ahogada mientras se incorporaba trabajosamente.
- Mi nombre es Abârmil, somos montaraces y te hemos intentado curar ese golpe y la herida de la espalda, hubieras muerto de no ser por nuestra rápida llegada -dijo sin levantarse y mirando al fuego el que parecía más alto y con más edad de ellos, así como el de semblante más recio. Tenía una pequeña melena negra rizada que caía sobre sus anchos hombros, un rostro blancuzco y unos penetrantes ojos verdes oscuros.
- Yo soy Regar, pero, ¿Qué ha pasado?- pregunto confundido y aún bastante aturdido mirando en derredor.
- Una banda de semiorcos te atacó- contestó Abârmil- desconozco el por qué, había oído sobre su existencia, pero esta es la primera vez que los veo, así que no conozco que pudo haberlos atraído. Teníamos órdenes de patrullar está zona desde hace una semana. Ayer detectamos bastantes huellas unos kilómetros atrás, las seguimos hasta aquí, les sorprendimos en pleno pillaje y conseguimos matar a varios y ahuyentar al resto, allí, donde la carreta- dijo señalando a la espalda del enano- no pudimos tomar rehenes porque...
- ¡Abuelo!- gritó al tiempo que echó a correr casi a cuatro patas hacia el lugar donde vio a Dirlam por última vez, maldiciéndose por no haberse acordado antes de él. Mas cuando llegó no vio nada salvo unas manchas de sangre sobre la hierba.
- Lo hemos enterrado señor enano, le hallamos muerto y sin ropas. Esos viles seres ya le habían saqueado por completo a nuestra llegada. Buscamos algo entre vuestro equipaje y lo vestimos para ofrecerle un digno funeral mientras tú dormías, sin duda era un gran enano, acabó con cinco e hirió a dos antes de caer. A los otros les hemos quemado junto a los que dejaste tú.- comento Bilmos, otro de los montaraces, que más bien parecía un bárbaro por su aspecto. Tenía el pecho descubierto tatuado con signos extraños, una piel gruesa de oso cubriendo sus fuertes hombros y una media melena negra bastante sucia. Sin embargo, en su moreno rostro y sus marrones ojos, podía distinguirse su condición de dunedain, los descendientes del pueblo de Elros.
- Decís que no llevaba nada, seguro que no encontrasteis algo- dijo el enano dándose la vuelta buscando su hacha y escrutando el rostro de esos hombres, los ojos se le habían iluminado con ira y parecían a punto de salirse de sus cuencas- quizás os guardasteis un regalo por los servicios.
- No digas necedades maese enano- contestó Abârmil mirándole con aire desafiante- somos montaraces, no ladrones, te hemos salvado y con ello tenemos suficiente recompensa. Nos confundes posiblemente con enanos codiciosos o con siervos del enemigo, porque quienes viven sin riquezas como nosotros aprenden a no necesitarlas y cualquier tentación la eludimos sin pensar. No tenemos palacios como vos, pues los perdimos hace tiempo y nuestro mayor tesoro es la amistad y la lealtad que reside en cada uno de nosotros, así que no insultes la mano que te ha curado y agradece lo que hemos hecho por tu abuelo.
- Perdonadme señor- dijo el enano cabizbajo recobrando la razón- la locura me invadió por momentos, todavía no puedo pensar con claridad y el dolor había nublado mi sentido común. El caso es que mi abuelo tenía un tesoro, un anillo… especial, podría decirse, que fue entregado como regalo hace muchos años a mis antepasados que habitaban en Khazâd Dum y que trabajaban con los elfos de Eregion, es un objeto hereditario y su pérdida sería irreparable para mi casa.
- Pues siento decirte que no había ni anillos ni nada por el estilo- dijo el tercer montaraz, Lendor, muy similar en aspecto a Abârmil, aunque menos robusto y con menor presencia- yo mismo lo comprobé, me imagino que se lo hayan llevado los semiorcos, no me extrañaría nada.
- ¿Cómo es ese anillo, Regar?- preguntó Abârmil con cierta cara de preocupación.
- De oro amarillo con una pequeña piedra redonda roja, un rubí, engarzada en el centro y unos caracteres élficos en su zona interna- respondió.
- Bueno, quizás sea la causa del ataque- dijo Lendor lacónico.
- Pero, ¿Cómo sabían donde estábamos?- preguntó Regar desconcertado.
- Os habrán seguido desde las Montañas Nubladas, eso o magia. - intervino Bilmos cáusticamente.
- Hasta donde yo sé- dijo Abârmil con el ceño fruncido- los semiorcos son del sur, de las Tierras Brunas o así, no de las Hithaiglin. Quizás sea en verdad cosa de magia, si esto es posible entre estas ominosas criaturas. Lo mejor será buscar consejo, ahora durmamos, en especial tú señor enano, mañana iremos a ver a Gildor, pues el asunto puede ser más importante de lo que parece, yo haré la primera guardia, debo pensar.
- ¿Quién es ese Gildor?- pregunto el enano.
- Es un elfo que vive por aquí, sirve a Elrond el Sabio, sabrá que hacer, espero. - respondió el montaraz mientras se acomodaba junto a la fogata- Hasta mañana.

A la mañana siguiente se encaminaron hacia el este a paso rápido. Siguieron un angosto sendero entre los árboles, poco transitado en opinión de Regar, pues estaba casi por completo cubierto de hierba y las ramas de los árboles obstruían continuamente el avance. Los montaraces no daban muestras de ser grandes conversadores y, a pesar de que a Regar le encantaba hablar, la pena cubría aún su corazón, por ello apenas cruzaron alguna palabra entre ellos.
Pasadas tres horas de caminata, Abârmil se adelantó, no dijo por qué y nadie le preguntó, para el enano era claro desde el día anterior que era el jefe de la expedición. Al poco tiempo volvió con cuatro elfos de cabellos morenos y rostros resplandecientes y hermosos. El enano se quedó boquiabierto, pues aunque había visto elfos allá en el Bosque Negro, estos que tenía delante le parecían mucho más bellos y poderosos, descendientes de Altos Elfos, sin duda, en especial el cabecilla, que fue el primero en hablar.
- Mi nombre es Gildor, soy el señor de estos parajes, aunque me debo a Elrond. Le he enviado un mensaje con parte de lo que me ha contado Abârmil, al menos con lo importante. Siento mucho la pérdida de su abuelo señor enano.
- Muchas gracias- contestó con una reverencia.
- La mayoría de los de mi raza no se interesarían por los problemas que atañen a los enanos, pero nosotros somos noldo y en un tiempo fuimos pueblos amigos, pues según me ha contado el montaraz desciendes de los enanos de Moria, de la casa de Danârir, del pueblo de Durin.
- Si señor Gildor, así es- dijo Regar con orgullo- además soy sobrino nieto de Balin, muy conocido por esta zona del mundo, según me contó mi abuelo.
- Bien, bien, saludos para vosotros también montaraces- respondió el elfo mirando a Lendor y Bilmos, que respondieron inclinando hacia delante las cabezas-. Dejadas atrás las formalidades, atengámonos a lo que nos ocupa. La pérdida de un anillo es siempre algo preocupante, sobre todo si cae en manos enemigas. Creo que sería preciso ir en su busca y descubrir la razón de está refriega, no sabemos cuantos son, pero pienso que los perseguidores no deberían ser demasiados. ¿Quién de vosotros se ofrece para esta dura tarea? – preguntó a los suyos.
- Nos llevan mucha ventaja señor - comentó Abârmil- además los elfos no conocéis las regiones del sur, hacia donde sospecho que fueron. Yo no puedo ir porque tengo que cumplir la misión que nos ha traído a estos parajes, pero propongo a mis dos hombres, Bilmos y Lendor, si están dispuestos.
- Desde luego- gritaron ambos a la vez con entusiasmo. Aún no eran montaraces, sino que seguían a Abârmil como su mentor. Una misión independiente era considerada como un paso adelante para convertirse en montaraces auténticos.
- Yo también deseo ir y recuperar mi herencia, necesitareis a alguien valiente y capaz cuando sea menester, yo con mi hacha soy infalible- dijo Regar apretando los puños.
- ¿Alguién responde a mi llamada de entre los míos?- dijo Gildor. Entonces, de entre las sombras de los árboles, apareció una elfa con un vestido verde oscuro y ciertos adornos dorados en la cintura y en los hombros, de larga melena castaña, con unos grandes ojos oscuros y de sublime belleza. En cuanto apareció, la cara se le oscureció a Abârmil como si una gran carga se hubiera posado de pronto sobre su corazón. Gildor también miraba con preocupación a la elfa.- Hum, de acuerdo, no me interpondré en los deseos de los míos, aunque estos no sean de mi aprobación, espero verte pronto de vuelta Farwin. Lo mejor será que comencéis por el lugar del crimen. Que las estrellas de Varda os guíen amigos.

Mientras Lendor y Bilmos acompañaban a Regar a que le curaran sus heridas, Abârmil se encaminó en busca de Farwin, que se había retirado silenciosamente hacia la orilla del Arroyo de Cepeda. Allí la encontró, erguida encima de una gran roca gris blanquecina, mirando a través de las turbulentas aguas como recordando pasados acontecimientos. De repente, una lágrima se desprendió de su rostro y se perdió en la espuma que se formaba junto a la roca, tras ésta siguieron otras, y mientras se le derramaban las lágrimas ella comenzó a escuchar el susurro de la corriente, que le traía a su mente palabras antes escuchadas en una canción que lleva su nombre:

“En busca de una respuesta raudo por los bosques corría,
anhelaba conocer lo que me depararía el destino,
convertirme en guerrero, convertirme en hombre.
Junto a mí, muchos de mi pueblo a la guerra venían,
deseaba luchar por mi patria ante el enemigo,
convertirme en héroe de leyendas y canciones.

La marcha fue atacada y en minutos se amontonaron los muertos,
con mi espada teñida de rojo mataba sin pensar,
los míos caían a mi alrededor hasta que quedé solo.
Me interné por el bosque con esfuerzo y denuedo,
hasta que me encontré perdido y sin poder volver atrás,
continué avanzando siguiendo un arroyo.

Llegué a un pequeño estanque rociado por una cascada,
el agua rugía fuerte creando oníricos sonidos,
me sumí en un profundo trance,
sobre las rocas del margen oriental, una figura cantaba y bailaba,
me acerqué embelesado sin hacer ruido
y vi a una mujer de hermosura incomparable.
Sus divinos movimientos mi ser hechizaba,
su perfecto cuerpo hipnotizaba mis sentidos,
y sus castaños cabellos al viento hacían que mi corazón se deleitase.

Jamás apareció ante mí un rostro tan bello,
en él, sus ojos de color oscuro irradiaban alegría,
el aire luchaba por tocar esos dulces labios de su boca
entre los que se veía una sonrisa de ensueño,
su blanca piel como una estrella impoluta lucía,
más suave que cualquier tela parecía y más aún preciosa.
Los árboles estiraban sus ramas para su deslumbrante cuerpo intentar cogerlo,
los animales maravillados a su alrededor se detenían,
y el lugar se llenaba de vida armoniosa.

El canto cesó pero la magia de su belleza seguía intacta,
correteaban los animales y los árboles reían,
entonces me despojé de mis armas y mi vestimenta,
rechace la guerra e introduje mi cuerpo en el agua inmaculada,
que con su canto había dejado bendecida,
y nuestras miradas se cruzaron inquietas.
Sentí el amor hasta en lo más profundo de mi alma,
su adorable rostro mostraba que me correspondía,
y corrimos el uno hacia el otro sobre el agua y las piedras.
Nunca nos habíamos visto pero nuestros corazones se amaban,
nuestras manos se entrelazaron emanando absoluta alegría,
la estreché entre mis brazos y desee, por siempre, a mi lado tenerla.

Con la última palabra en su cabeza, Farwin se dio la vuelta. Sobre la roca se encontraba Abârmil, de él habían venido todas aquellas palabras. Se quedaron en silencio contemplándose, ella tenía los ojos enramados y él una gran pena en el corazón.
- ¿Por qué tienes que ir? – preguntó él con dificultad.
- Sabes tan bien como yo la respuesta, nuestra unión es un imposible y la muerte es el mejor de los males que pueden acaecerme en esta dolorosa vida. Tal vez así, tras purgar mis penas en Mandos, pueda vivir de nuevo en paz allí, en Eressea – contestó ella entre sollozos.- Cada vez que te veo es una punzada en el corazón, es insoportable amor mío y alejarnos es preferible para los dos.
Abârmil no supo que decir porque también él sentía lo mismo, simplemente la estrechó entre sus brazos, lloró amargamente presintiendo que esa era última vez que la tendría tan cerca, la beso delicadamente en su mejilla izquierda y en un susurro apenas audible dijo: te amaré siempre.

Una hora después Farwin apareció de nuevo en el claro, allí le esperaban sus nuevos compañeros. El grupo estaba preparado y en pocos minutos, el tiempo en recoger los equipajes, vestirse adecuadamente y despedirse de Abârmil, Gildor y los suyos, se dirigieron al lugar del suceso. Siguieron el camino de la mañana, pero a Regar se le hizo más corto, había encontrado una persona de fácil conversación, Bilmos. Ambos tenían un elemento común, las montañas. Como enano, a Regar le encantaba hablar sobre montañas mientras que Bilmos era un gran conocedor de las mismas, ya que había vivido hasta los veintidós años en las Montañas Nubladas. A esa edad Abârmil le encontró a punto de morir de congelación en una cueva y lo salvó. Bilmos le contó que había perdido a sus padres ocho años atrás y, desde entonces, había vivido solo como un bárbaro, a merced de animales salvajes y orcos. La sorpresa de Abârmil fue mayor cuando vio la espada que portaba, era larga, con una empuñadura negra adornada de mithril y una hoja como la que forjan los dúnedain. Decidió adoptarlo como aprendiz y convertirlo en un montaraz.
Cuando llegaron al lugar de la batalla, los montaraces comenzaron a investigar mientras Regar se arrodillaba con los ojos llorosos delante de la tumba de su abuelo pronunciando palabras ininteligibles para los demás. Farwin permaneció de pie sin pronunciar palabra alguna, mirando con ojos tristes hacia el norte. Tras un rato de idas y venidas, Lendor, con ayuda de Bilmos, concluyó que unos diez semiorcos se dirigieron hacia el sureste a paso ligero, en busca del Camino Verde.
Iniciaron de nuevo la marcha, ahora carrera. Delante iba el impetuoso Bilmos, detrás de él avanzaba Lendor, algo más retrasado se movía dificultosamente Regar y cerrando el grupo Farwin se deslizaba silenciosamente.
- Vamos maese enano, mueve esas piernas cortas con más brío. - animó Bilmos.
- Brío, ya me gustaría ver tu brío con una brecha en la cabeza como la mía. - refunfuñó Regar entre continuos resoplidos de cansancio.
- Ya está casi curada, la medicina élfica es muy efectiva querido Regar. - En ese momento el enano miró sorprendido hacia atrás, Farwin había hablado al fin y su voz dulce y melodiosa le dejo boquiabierto e inmóvil. Le pareció como si al tiempo que salían las palabras de su boca, una orquesta de los más reconocidos músicos tocaran para acompañarla.
- Además de lento, quejica, aprieta el paso si quieres recuperar tu tesoro. - se burló Lendor esgrimiendo la primera sonrisa que le veía el enano desde que le conoció el día anterior.
- Como sigáis calentándome, vosotros si que os vais a quejar- respondió Regar una vez repuesto y con el puño agitándolo en alto. Bilmos se rió con tal fuerza al verle, que cayó de bruces al tropezar con una raíz. Todos rieron al unísono.
Continuaron el viaje por unas yermas llanuras, adornadas cada cierto espacio con unos cuantos árboles de pobre aspecto. Habían dejado atrás el vado del Brandivino y se adentraban en el antiguo reino de Cardolan. Esta zona era muy rica en vegetación hace muchos años, pero la guerra de los dúnedain con Angmar llevó la desolación a esa región del norte de Minhiriath, donde la raza de los numenoreanos estaba casi extinguida y la tierra aún no se había recuperado. Las subidas y bajadas se iban sucediendo a la misma velocidad que las horas. Bilmos y Lendor seguían encabezando la marcha muchos metros adelante y la poca conversación agobiaba al enano, así que al fin se decidió preguntar algo que rompiera el silencio, quizás lo hizo también para volver a escuchar la armoniosa voz de su compañera.
- Perdona Farwin, ¿Tú sabes qué son esos… semiorcos?
- Según lo que tengo entendido y lo que hemos visto junto a la tumba de tu abuelo, parecen una nueva especie de orcos, con una mayor similitud a los hombres que los demás. El Señor Oscuro siempre ha utilizado malas artes para engrosar sus ejércitos, pero estos seres indican un posible cruce de razas que sobrepasa toda maldad: hombres y orcos.
Regar volvió a quedarse abstraído como en la ocasión anterior, aunque esta vez reaccionó más rápido.
- Vaya barbaridad, es de locos, sin duda, pero con qué fin me pregunto.
- Soportar mejor la luz del sol, mejor apariencia, mayor altura, etc., hay muchas razones creo yo. En Mordor hay trols capaces de soportar la luz del sol, por ejemplo. Lo extraño es encontrar a sus vasallos tan lejos de la Tierra Oscura, a menos que Sauron tenga algún aliado por estos lugares. Esto sería preocupante en verdad, sobre todo porque habría pasado desapercibido incluso para el sabio Saruman, que domina la zona próxima al paso de Rohan.
- Y, ¿Para que crees que vinieron?
- No estoy seguro querido enano, imagino que por el anillo; cómo supieron que lo llevaba tu abuelo y dónde estabais, no lo sé. La historia de los anillos no ha sido muy estudiada, sin embargo existen documentos de sus paraderos pasados, tal vez dichos escritos obren en su poder y sepa que la casa de Danârir poseía uno de estos anillos.
En ese momento Farwin dejo de hablar y se paró en seco. Colocó su mano derecha extendida encima de la frente como para mirar a lo lejos, una sonrisa se dibujo en su ahora más que hermoso rostro.
- Parece que las respuestas acuden a nuestro encuentro, ¡Mirad! - gritó la elfa a sus adelantados compañeros- humo, y no demasiado lejos.
- Para mí es demasiado lejos, sobre todo ahora que anochece – dijo Bilmos aguzando la vista.
- Si apretamos el paso podemos tomarlos por la noche mientras duermen. – comento Lendor con una cara que mostraba dudas. Era un hombre muy reservado y, a menudo, inseguro. A los catorce años recibió la profecía de que lucharía en la batalla más importante de esta edad, pero que la oscuridad se cernía sobre el resultado de su suerte en la misma. Esto le había convertido en una persona introvertida y agorera, a diferencia de su amigo Bilmos, siempre positivo, decidido y alegre.
Tras dos horas de fuerte carrera llegaron a una llanura rodeada de varias colinas, a mitad de camino hacia el Vado de Sarn. De allí era de donde procedía el humo. Se apostaron los cuatro en una colina al norte de la llanura con un frondoso árbol en la cima y observaron hacia abajo. Alrededor del humo procedente de una fogata, que aportaba una tenue luz al campamento, estaban unos veinte semiorcos acostados alrededor del fuego, dos de ellos permanecían sentados vigilantes. La llamada de los grillos y el crepitar de la hoguera eran los únicos sonidos que rompían el silencio reinante. En el lado sur del círculo de durmientes se encontraban unas bolsas y baúles; uno de los vigilantes junto a ellos miraba su cimitarra desenvainada a punto de dormirse.
- El anillo debe estar en uno de esos baúles, ¡Vamos a por ellos! - dijo Bilmos haciendo ademán de incorporarse y con un intenso brillo en los ojos.
- No podemos salir corriendo como dementes y acabar con todos ellos, mejor utilicemos el sigilo y la cautela- contestó el otro montaraz con una furibunda mirada a su amigo.- Algún día comprenderás que la batalla no es el fin del guerrero, sino el último recurso.
- Tu siempre estas con lo mismo, Lendor, son criaturas inmundas y cobardes, están durmiendo, entre que se levantan y se arman habremos matado a la mitad, el resto es pan comido. - increpó Bilmos desalentado como un niño pequeño al que no le permiten jugar con algo encontrado en el suelo.
- Yo estoy contigo amigo, mi hacha se impacienta y mis manos incluso más aún. - dijo Regar con una fuerte luz de furia en sus ojos marrones y una amplia sonrisa.
- Nada de eso, inutilicemos a los centinelas y luego saqueemos los baúles – comento Lendor en tono pausado intentando calmar los ánimos de sus compañeros- un flechazo certero al del centro del círculo y un asalto por la espalda al guarda de los objetos y podremos recuperar tranquilamente el anillo.
- Con un par de flechas creo que bastará – dijo Farwin sonriendo. Al decir esto se levantó despacio, cogió una flecha de su carjal, tensó el arco, respiró profundamente, apuntó un segundo y disparó; parecía que el tiempo se había detenido; el proyectil salió con una fuerza increíble, voló recta y se clavó en la garganta del vigía del centro y antes de que la flecha hubiera matado al primer semiorco, la elfa ya tenía otra apuntando al otro guarda, que se encontraba bastante más lejos, soltó la mano derecha disparando de nuevo, esta vez atravesando el ojo del enemigo despierto que faltaba.- Bueno, ya está, no hay nada de viento, así que ha sido relativamente fácil - dijo la elfa como para quitarse merito.
Los demás apenas tuvieron tiempo de mirarla cuando los semiorcos ya se desangraban en el suelo, ahora permanecían boquiabiertos y llenos de admiración hacia su compañera.
- Acabemos el trabajo – dijo Lendor levantándose.
- Regar y yo buscaremos el anillo, quedaos vosotros por aquí para socorrernos en caso de emergencia - dijo Bilmos al tiempo que levantaba al enano del suelo.
- Yo me subiré al árbol, estoy más cómoda – dijo Firwan, y como una ardilla se subió a una de sus ramas que apenas notó el peso de su ligero cuerpo.
Bilmos y Regar se acercaron a las posesiones orcas. Regar se hizo a un lado, vigilando que nadie se levantara. Bilmos se aproximaba al primer baúl cuando pisó algo que produjo un sonido crujiente. El semiorco más cercano abrió pesadamente los ojos, pero antes de incorporarse un ápice, Regar le rebanó el cuello. La sangre salpicó al semiorco de al lado, que dio un ligero grito ahogado por la espada de Bilmos. Cinco criaturas se levantaron y comenzaron a chillar alocadamente. El campamento se sumió en el desconcierto absoluto. Regar y Bilmos hicieron una pequeña carga hacia ellas, tres no se habían armado todavía y cayeron rápidamente, con las otras dos, los metales de los combatientes chocaron.
Por el otro lado Lendor bajó corriendo sujetando su espada en alto con ambas manos y emitiendo un sonoro grito de guerra. Acabó con dos según llegó mediante sendas rápidas estocadas, después tenía a dos de los semiorcos atacándole con sus cimitarras, obligándole a luchar a la defensiva. Bilmos y Regar, espalda con espalda, bañados en la sangre de sus oponentes, daban buena cuenta de ellos; diez de estos ya estaban a sus pies mientras otros tres les hacían frente con más miedo que arrojo. Uno de ellos intentó atacar al enorme montaraz, que le esquivó rápidamente, en ese momento, el dúnadan buscó clavarle su espada, pero dejó su flanco zurdo sin protección y otro de los semiorcos consiguió causarle una profunda herida en el brazo izquierdo. No fue suficiente y Bilmos atacó lleno de rabia y confusión a sus enemigos rasgándole a uno el pecho y atravesándole al otro de lado a lado. Sin ambargo no se percató que, en su locura se había separado de Regar, que hacheaba al aire en solitario para mantener alejado a su oponente, entonces otro semiorco le atacó furtivamente por la espalda con la cimitarra en alto. El golpe, que habría significado la muerte del enano, no se produjo, ya que en ese preciso instante Farwin decidió comenzar a ayudar a sus camaradas y una de sus flechas se clavó en la espalda del abyecto atacante. Otro de sus disparos lo destinó a igualar un poco la lucha de Lendor, que tenía a cuatro enemigos atacándole. Bilmos se apresuró en su ayuda mientras que Regar se secaba el sudor sentado sobre los dos últimos cadáveres de su lado y riéndose a pierna suelta de su destreza con el hacha.
Estaban dos contra cuatro, el primero atacó a Lendor, que esquivó con maestría para luego asestar el golpe de gracia sobre el costado derecho del semiorco. El segundo y el tercero sufrieron la rapidez de mano de Bilmos que sesgó la cabeza de uno y el brazo del otro. Ante tal espectáculo, el cuarto salió corriendo. Estaba descansado, ya que fue de los últimos en incorporarse, y a los pocos segundos ya les sacaba una buena distancia a los dos montaraces, exhaustos como estaban.
- ¡Farwin, ayuda! – gritó Lendor jadeante señalando con el dedo índice de su mano derecha al orco y mirando a la elfa con sus ojos grises.
Farwin saltó del árbol, tomó aire y disparó una flecha que fue directa al hombro del corredor, éste no paró y se alejó más. La elfa se deslizó rápidamente colina abajo, cogió una nueva flecha y la lanzó, acertando en el muslo del semiorco, que cayó estrepitosamente al suelo lleno de dolor. Al poco llegaron los montaraces y le zarandearon.
- De donde sois sucia rata – preguntó con ira Bilmos con su brazo izquierdo rezumando sangre-. A donde os dirigíais.
El semiorco le escupió en la cara y comenzó a reírse. ¡Iros al cuerno! Repetía.
- Allí te enviaremos tras la mayor de las torturas si no hablas –dijo Lendor moviendo la flecha del muslo. Los gritos eran ensordecedores.-. ¡Habla, asquerosa alimaña!
- ¡Ahhh! Venimos de las Tierras Brunas a por un objeto – balbuceó entre lloriqueos la criatura-. No sé nada más, lo juro.
- La palabra de un orco no tiene valor alguno. – dijo Regar incorporándose a la conversación - He buscado en los baúles y no hay rastro de mi anillo, ¿Dónde está?
Bilmos apretó más la flecha del hombro- Está bien, ahggg, se la llevaron los demás, la carga se la llevaron los demás, sólo somos la retaguardia, Gathur, ahggg, si a él se la llevaron, os hechizará si os oponéis a él, os convertirá en cerdos asquerosos, que es lo que merecéis, ahggg.
- ¿Quién es Gathur? ¿De donde es?- Preguntó Bilmos.
No hubo respuesta ya que el prisionero murió finalmente por la pérdida de sangre. La compañía se miró sin saber que decir. Pensaban que ya tenían cumplida su misión al dar caza a los semiorcos, pero la realidad los embarcaba en un viaje hacia tierras desconocidas para todos ellos. Las Tierras Brunas estaban gobernadas por hombres, los dunlendinos, enemistados con los rohirrim por antiguas rencillas. Cirion, senescal de Gondor, les concedió Rohan como pago a su lealtad y auxilio en tiempos de guerra y expulsó a los dunlendinos, que por entonces era un pueblo casi extinguido, al otro lado del río Isen.
- Nos deben llevar mucha ventaja – comentó Lendor apesadumbrado - confiaba en que fueran despreocupados, pero parece que era un plan muy elaborado. Creo que jamás les alcanzaremos. Tal vez sea mejor volver para informar a Abârmil y a Gildor, algo preocupante ocurre por las Tierras Brunas.
- Yo no pienso darme por vencido querido Lendor, no señor, de ninguna manera. – dijo Regar con tono recriminatorio.
- De cualquier manera no podemos dar un paso más hasta mañana, dado el agotamiento de todos, así que descansemos y curemos nuestras heridas. – fue la respuesta conciliadora de Bilmos.
Todos estuvieron de acuerdo y se acostaron en una zona resguarda y alejada del campo de batalla, es decir fuera del horrendo hedor del campo de batalla.
La aventura no había hecho más que empezar, ellos tenían que elegir entre continuar y buscar la gloria o volver a casa dejando a otros el peligroso cometido, pero esto es otra historia y está escrita en otro lugar.

Por otra parte, tal y como decía Lendor, los semiorcos les llevaban mucha ventaja y conocían perfectamente el camino que debían seguir. Se habían criado por esos parajes, por lo que llegaron a su destino sin problemas atravesando las Montañas Nubladas por un camino secreto debajo de las mismas que daba al norte del Paso de Rohan. Se dirigieron hacia la fortaleza de Gathur y una vez allí le entregaron el anillo al misterioso hechicero, que al verlo se le iluminaron los ojos de codicia. Salió al balcón de la habitación con el objeto puesto en el dedo corazón de la mano derecha, el viento agitó su túnica que relucía en muchos colores mientras su larga melena y barbas blancas bailaban en el aire. Su otrora buen corazón se regocijaba en los males futuros que planeaban por su mente, y allí, en el balcón de una gran torre de roca oscura adornada con numerosas ventanas que en tiempos remotos construyera el pueblo de Numenor, dijo a uno de sus sirvientes con una sonrisa en la cara:
- Id a buscar a Radagast, decidle que Saruman necesita que lleve un mensaje a un amigo común.



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