Hace mucho tiempo una historia se forjó en el dolor
de la guerra, llevándola al completo olvido pese a los actos heroicos
realizados. Una de tantas en las que la tragedia, el sacrificio y la muerte
impiden que hoy sean recordadas en hermosas canciones y gloriosos relatos.
Nadie tiene constancia de aquello y tan solo unos viejos escritos dejaron
parte. Los únicos textos que han sobrevivido han llegado a mi poder, y me veo
obligado a darlo en testimonio al conocimiento del mundo, para completar así la
historia de la Tierra Media al
final de esta Tercera Edad del Sol con un pasaje olvidado:
Tres culturas se vieron envueltas en una lucha por la
libertad que acabó con final amargo. Eran tiempos turbios donde el mal volvía a
adquirir forma tras la derrota de Sauron. Una guerra se cernió sobre el Bosque
Verde con grandes pérdida y ni tan siquiera los pueblos involucrados lloran hoy
a sus caídos, que perecieron con honor y valor en el campo de batalla,
tristemente... en vano…
Prólogo
Desde finales de la Segunda Edad hasta nuestros días
Desde la derrota de Sauron en el 3434 de la Segunda Edad, la Tierra Media ha vivido en paz durante largos años. Atrás quedaron las
grandes guerras y sus peligros gracias a la Última Alianza, que formó uno de
los mayores ejércitos que se recuerdan. Fueron los brazos vigorosos de los
soldados y su coraje, los que terminaron con los tiempos aciagos. El estandarte
de Gil-galad, el último rey supremo de los Noldor, era la torre vigía bajo la
que lucharon miles y miles de elfos; al igual que fue bajo el mando de Elendil
donde todos los hombres disponibles en aquellos tiempos desafiaron con sus
armas y escudos el poder del Señor Oscuro.
Tras formarse el ejército en el Norte,
descendieron velozmente hacia Mordor. Dieron alcance a las numerosas tropas de
orcos que asediaban Gondor en la llanura de Dagorlad, lugar donde se libró la
mayor batalla de la época, y continuaron su avance hacia la Tierra Negra. Nada les logró impedir el paso y tras haber derramado demasiada sangre,
llegaron a la Torre Oscura, fortaleza de Sauron, y la sitiaron. Fue un duro
asedio en un abrupto terreno, tuvieron muchísimas bajas a causa de los
proyectiles y refriegas aisladas, pero el cerco era muy fuerte y consiguió
resistir.
Barad-dûr contaba con abundantes
suministros que alargaron el sitio y la guerra por siete penosos años.
Finalmente, transcurrido ese tiempo, Sauron se vio completamente acorralado y
sin escapatoria, siendo obligado a descender al campo de batalla con todas las
fuerzas de las que retenía y así hizo, con el Anillo Único fuente de su poder
en un dedo y una gran maza negra en su siniestra. El ejército de la Alianza se abalanzó sobre esta nueva amenaza pero no pudieron hacer nada contra el Señor
Oscuro. Ni el gran Gil-galad con su lanza Aeglos pudieron hacerle frente y
pereció en el intento bajo devastador hechizo. Elendil se lanzó al ataque
empuñando a Narsil pero a Sauron solo le bastó un mazazo para deshacerse del
rey de los hombres.
La desesperanza hizo mella en todos los soldados
al ver a sus dos reyes perecer; la guerra estaba perdida, no podían luchar
contra el poder del Anillo y solo podían esperar ya la muerte.
Isildur corrió a socorrer a Elendil, su padre,
que yacía moribundo con Narsil quebrada bajo él. Sauron le observó y para
acabar con el heredero al trono de los hombres se acercó al humano que quedó
aterrorizado bajo su efigie. En una acción desesperada y echando mano de un
valor inexistente, Isildur agarró la empuñadura de Narsil y con la poca hoja
que quedó sujeta al mango le plantó cara. El verdugo de su progenitor dejó
escuchar una grotesca carcajada y atacó, Isildur en un movimiento heroico le
cortó, por fortuna para la Alianza y desgracia de su oponente, el dedo portador
del Anillo Único.
En la forja del Anillo Sauron
entremezcló su sangre con el oro, en él había vertido todo el poder y maldad
que en su espíritu se engendraba. Le separaron de su obsesión y de su fuente
vital por lo que el espíritu de Sauron desapareció de la faz de la tierra,
cayendo su cuerpo muerto. De igual modo hicieron los nazgûl, que entraron en la
sombra al desvanecerse el poder que los sustentaban. Los orcos y aliados del
derrotado Señor Oscuro huyeron y escondieron y Mordor dejó de ser una amenaza
para el mundo.
Elrond, heraldo de Gil-galad, y
Círdan, el carpintero de barcos, condujeron a Isildur al corazón del Monte del
Destino, lugar donde el mal fue forjado y único lugar donde podía ser
destruido, pero Isildur sucumbió a la tentación y tomó el Anillo Único para sí.
Al haber sido derrocado Sauron, no vio motivos para prescindir de tan poderosa
arma y la ligó a su linaje como herencia al trono. Así acabó la Segunda Edad, con la condena del resurgir del mal del Anillo que encontró en los hombres su
razón de subsistir.
Transcurría el segundo año de la Tercera Edad del Sol cuando Isildur avanzaba con su séquito hacia el norte, a encargarse del
trono. Viajando por la cuenca del Anduin fueron emboscados por unos orcos y se
inició combate. Pronto Isildur dio por perdida la refriega, la mayoría de sus
hombres yacían en la mullida hierba al igual que sus hijos por lo que decidió
huir colocándose el Anillo, que daba a todo portador mortal el don de la
invisibilidad. Se adentró en las frías aguas del río Grande y comenzó a nadar
hacia la orilla contraria, pero ese no era el deseo del Anillo, éste le
traicionó y se deslizó del dedo de Isildur dejándole a la vista de los arqueros
orcos que le atravesaron con tres flechas.
Ésta fue la Batalla de los Campos Gladios que siempre fue recordado por la muerte del rey de los hombres
y la pérdida del arma del enemigo, que entre los hombres se le dio el nombre de
El Daño de Isildur.
Tres fueron los supervivientes de
aquella emboscada y consiguieron alcanzar el valle de Imladris, lugar donde
vive el maestro Elrond, en el refugio conocido como Rivendel. Uno de ellos era
el escudero que portaba los restos de la espada de Elendil, el arma que acabó
con Sauron, que fueron entregados al poderoso elfo. La espada fue guardada como
reliquia de guerra a no ser que llegara el rey de los hombres reclamándola para
librar al mundo de la sombra nuevamente.
La muerte del único heredero del
reino de los hombres supuso la división de éste en dos grandes provincias
independientes: Arnor y Gondor.
El poderío meridional de Gondor
creció durante el primer milenio de la Tercera Edad a pesar de los conflictos
existentes en sus fronteras con los orientales, que llevaron acabo invasiones
durante los siglos V y VI. En el siglo IX, sumaron a su ya poderoso ejército,
una temible flota que fue el terror de sus enemigos. Fue en el siglo XI cuando
Gondor alcanzó su mayor esplendor: rechazó a los orientales hasta el mar de
Rhûn, conquistó Umbar añadiéndola a su reino y sojuzgó a las gentes del Harad.
Arnor nunca llevó sus fronteras
más allá de Eriador pero prosperó hasta el siglo IX. En aquella época, las
disputas internas llevaron a una nueva división del reino en tres estados
independientes que acabaron guerreando entre sí.
Doscientos años más tarde las
fuerzas del mar despertaron de su letargo y fueron capitaneadas por los nazgûl
que volvieron de la sombra llamados por el Anillo. Fue entonces cuando Arnor se
vio peligrosamente amenazado, a las disputas internas se les sumó una terrible
guerra emprendida por el principal siervo del derrocado Sauron, el Señor de los
Espectros que se proclamó así mismo Rey Brujo de Angmar. Fue en el año 1974
cuando Arnor dejó de existir como reino al ser tomado el último reducto
arnoriano, Fornost, por los implacables ejércitos del Rey Brujo. Tras la muerte
del vigésimo tercer rey de Arnor, el linaje real continuó a través de los
Capitanes tribales de los dúnedain que se refugiaron en las montañas y reinos
de alrededor.
Gondor no corrió mejor fortuna y
entró en decadencia en el segundo milenio. La sangrienta guerra civil del siglo
XV ocasionó miles de muertos, la destrucción de ciudades, pérdida de gran parte
de la flota de Gondor, y el fin de la opresión sobre las gentes de Umbar y
Harad. En el 1636 una gran plaga asoló todo el reino de los hombres dejando
zonas enteras desiertas para siempre. En el siglo XIX los Aurigas, una
confederación bien armada de pueblos Orientales, empezaron a invadir las
tierras del este de Gondor, invasiones que aún continúan en la actualidad.
El poder de los elfos llegaba a
su fin y muchos eran los que partían en barcos hacia las Tierras Imperecederas.
Solo quedaban en la Tierra Media tres lugares en los que aún habitan esta
poderosa raza: Lórien, Imladris y el Bosque Verde.
El Bosque de Lothlórien, conocido
como el Bosque de Oro, estaba gobernado por Celeborn y la dama Galadriel, cuyo
poder convertía en Lórien en el lugar más seguro y hermoso de cuantos quedaron
en la Tierra Media. Los elfos silvanos custodiaban sus fronteras y no permitían
el paso de nadie, a no ser que fuesen enviados por el maestro Elrond o
Thranduil. Todos cuantos osaron adentrarse bajo las copas doradas nunca
salieron con vida y fue un lugar temido para algunos, en especial para la raza
de los enanos que habitaban a poca distancia.
Rivendel era también un lugar
seguro, la naturaleza lo ocultaba y nadie que no conociese su secreto sabría
encontrarla. Fue grande el deseo de Sauron de conocer su ubicación pero jamás
lo logró. En aquel hermoso lugar vivían la mayoría de los últimos elfos Noldor
que no murieron en la gran guerra.
En el Bosque Verde habitaban
elfos de los tres linajes y eran los únicos que estaban en guerra. En el año
1050 llegó a sus dominios una fuerza maléfica y con ella aparecieron criaturas
oscuras tales como los orcos, lobos o huargos, espíritus malignos y arañas
descendientes de Ungoliant que oscurecieron el bosque con sus telarañas, siendo
rebautizado por los hombres como el Bosque Negro. Poco más tarde se edificó una
misteriosa fortaleza en el sur que recibió el nombre de Dol Guldur, la colina
de la hechicería. Muy poco se sabe sobre este lugar y apenas se ha podido ver
realmente el lugar en el que habita, según las historias, el Nigromante, un
poderoso hechicero que llegó en el año 1100 y que acaudilla huestes de orcos y
monstruos es su dueño. El Bosque se convirtió en lugar maldito y muy pocos se
atrevieron a pasar ni tan siquiera bajo la sombra de sus árboles. Los esfuerzos
de los elfos por acabar por el invasor se vieron frenados por las arañas que
habitaban el llano y por los numerosos trasgos residentes en las montañas.
Las puertas de Khazad-dûm se
cerraron a los problemas del mundo al estallar la guerra contra Sauron y
siguieron cerradas una vez acabada. Muy pocos podían adentrarse en sus
profundidades y eran vigilados de cerca por los recelosos enanos a quien no les
gustaba que los forasteros descubriesen sus tesoros. Era un reino aislado, por
lo que se le llamó Moria, el abismo negro. Poco se supo de los enanos que la
habitaban, siempre se habían desentendido de todo lo que no fuesen sus
riquezas. Los que no partieron a Khazad-dûm cuando se destruyeron las otras
mansiones enanas, herraron por las montañas. Especialmente en las Colinas de
Hierro en las que algunos pueblos empezaron a edificar nuevos reinos. Éste era
un sueño que poseían todos los pueblos errantes, restituir la gloria de los
enanos construyendo nuevas mansiones por toda la Tierra Media, como la de Nimrodel, cercana a la poderosa Moria.
En Eriador y Eregion reinaba la
paz. Fue la labor de los montaraces la que hizo que sus gentes viviesen
apartadas de los peligros del mundo, de sus guerras y calamidades. Los siervos
de Sauron nunca tuvieron interés en tomar aquellas tierras, al menos antes de
haber derrotado a los hombres y elfos que sí suponían una amenaza.
El mal se empezaba a revolver
nuevamente en la Tierra Media. Mordor volvió a ser habitada y las fortalezas
oscuras como Dol Guldur en el Bosque Negro, y Angmar en el Norte, amenazaban el
subsistir de las razas libremente. Sombras crecientes que debían de ser
erradicadas antes de que obtuviesen más poder y llegaran de nuevo los tiempos
aciagos...
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