Un poder más grande que la maldad

01 de Diciembre de 2006, a las 23:34 - Socorrito
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III Una marcha forzada

Cientos de hermosas naves en forma de cisnes blancos se deslizaban sobre el agua, con las velas extendidas al viento desde la isla solitaria; siendo guiadas por la voz que retumbaba en todos los rincones de aman; invitando a los corazones a escucharle, todos los elfos que no se encontraban en Tirion  se apresuraban hacia allí. La luna descendía de los cielos, atraído su espíritu hacia la nueva luz que resplandecía en la ciudad sobre la colina de Túna; el sol que aún se encontraba en lo más alto de la bóveda celeste, se resistía ante este deseo, por amor a su labor de iluminar al mundo. 

La voz del ainur era dulce y calmada, y traía paz a quien le escuchara; pronto una muchedumbre embelezada se agolpo a su alrededor y un silencio respetuoso se percibía en medio de las pausas que se daban.

"Lo que cuento, quizás os parezca de poco valor, si se le compara con las grandes proezas que se realizaron antaño. ¿Por qué entonces un aniur como yo, toma forma para comunicarla? Es un elfo sin linaje importante, sus proezas no son recordadas en ninguna canción ni  intervienen sus acciones en los desenlaces de las grandes historias del mundo, y aún así heme aquí: un vástago  del pensamiento de Erú y quien ha permanecido más tiempo a su lado viviendo en el vació que rodea a la materia, observando los cambios del mundo; ahora introducido mi espíritu en una forma que apenas si le sostiene. Así de alto es valorada la historia que narró, que muy pocos entre ustedes conocen si quiera su existencia."

Y he aquí, que en ese silencio lanza una mirada profunda a dos rostros bañados en lágrimas.

"Esta historia nunca ha sido dicha completa en toda Eä, pero ha llegado el momento de que se revele a través de mi, tal cual sucedió; todos los tormentos que se padecieron los diré sin importar cuan horribles sean, todos deben saberse y lo haré de tal forma que las imágenes se muestren ante ustedes y las sensaciones que se sintieron las perciban, como si fuera vuestra carne la que lo sufriese."

Una nueva voz surgió de la garganta, lejana y a la vez presente; ya no serian las palabras del ainur las que narrarían,  sino estas recién reveladas ante todos.

***

"Muchas horribles voces se escuchaban a su alrededor en aquella negra noche, mientras las brumas de su cabeza se disipaban; un dolor agudo le venia de las muñecas, ya que estas estaban amarradas  fuertemente por toscas cuerdas, que se le enterraban en la carne. Tenía sed, su lengua hinchada le ocupaba todo el volumen de  la boca y no podía producir ningún sonido. Los labios resecos parecían escamas de pescado.

Lo habían colocado como un bulto sobre las ancas de un famélico corcel, claramente fruto de algún robo. Los pies de Telpëfinda colgaban de un costado del animal, también firmemente atados por tiras de cuero duro y la cabeza del otro, pegajosa por el sudor del animal; mientras su estomago recibía todo el peso del cuerpo apenas con la fuerza suficiente para respirar, con aquella presión que se ejercía por el contacto con la bestia.

Alzo Telpëfinda su mirada, y pudo observar entre nieblas inducidas por aquella sangre envenenada que le habían dado, a un orco enorme y de rostro terrible, quien al percibir el movimiento, le pateo en el rostro rompiéndole el carrillo; el sabor de su propia sangre le inundo la boca.

Nuevamente Telpëfinda se hundió en un sueño, en esta ocasión del puro cansancio.

El tiempo que había transcurrido desde su captura el no podía saberlo, no había luna en el cielo y las estrellas se ocultaban entre nubes reales o creadas por su mente dopada. Las noches se alargaban sin que se mostrase la aurora en el horizonte. Las horas se prolongaban sin tener un fin, mientras el paso del caballo se mantenía igual; en momentos más lento y a ratos más veloz como si el animal temiese por la vida, pero siempre retornaba al mismo.

El resultado de haber mostrado signos de vida no había sido muy agradable, ahora prefería estar despierto sin moverse y con los ojos clavados en el piso viendo como cambiaba el terreno: durante un trecho hermosa hierba verde, luego piedras, luego arena y nuevamente hierba; su olor era agradable y le traía lucidez a su mente.

El destino que le tenían preparado ya era bien conocido por telpëfinda, morgoth mandaba a sus sirvientes a capturar elfos de muchas partes, valiéndose de horrorosas torturas  los colocaba a trabajar en sus profundas minas, extrayendo minerales para beneficio de su ejercito oscuro, aprovechando el arte que ellos poseían para crear obras cuyo único fin era el de dar muerte. Ya se había resignado a tener un final así, trabajando y consumiéndose en una húmeda y fría mina, hasta que su espíritu se escapara volando hasta llegar a las estancias de mandos y esperar el momento de volver al mundo.

Una noche, su cuerpo al fin se libro por completo del veneno que le habían dado; se encontraba débil  por la falta de alimento y agua, los miembros no le respondían y colgaban flojos, pero sus sentidos estaban alertas y al mirar por el rabillo del ojo, casi sin alzar la cabeza, pudo distinguir claramente a la luna que se paseaba por los cielos y las estrellas que brillaban a su alrededor.

No podía permitir que le privasen de un paisaje como ese y tener un fin tan bajo, debía escapar de sus captores o de la prisión de su espíritu lo más pronto posible. Así que espero a cualquier oportunidad de huir o de asesinarse en su defecto.

El caballo lo llevaban a marcha forzada, no le permitían alimentarse ni beber y simplemente se desplomo muerto con el orco y Telpëfinda aun en su lomo.

- Esta suerte mía si es perfecta- gruño en su propia lengua el orco.

Telpëfinda solo escucho unos extraños y desagradables sonidos, para alguien que conoce una de las lenguas más hermosas de la tierra; es poco atrayente dominar otra, cuyo único fin aparente sea el de comunicar odio y miedo.

-Este debilucho animalejo y sus huesos se han venido clavando en mi trasero, y ahora se muere este caballo y el elfo no hace más que dormir - gruño - Todo por las ocurrencias de ese bruto de Kúlgo, de desmayarle  y luego negarse a cargarlo el mismo "es mas fácil llevar a un elfo dormido que uno luchando"-  dijo el orco, haciendo unas muecas que intentaban simular a un niño-Especialmente si él no hace nada- termino con rabia.

Sus brazos eran fornidos y cortos, ideales para asestar buenos golpes y alzar grandes cargas; con los cuales alzo en vilo a Telpëfinda por lo que quedaba de su cinturón. Para cogerle luego por los cabellos y abrirle la boca, un liquido se deslizo por su garganta, de una consistencia como de brea y un sabor que seguramente seria similar

- No seas tonto elfo, esta bebida es la mejor para reponer fuerzas; inclusive mejor que esos líquidos aguados  que ustedes beben- dijo el orco- aunque si no la tomas mejor para mi, ya que morirás y mientras lo haces despellejare tu cuerpo y me haré unos buenos guantes con tu piel.  

- Gabrog, ¿QUE HACES  IMBÉCIL SIN SESOS?- grito una voz desde atrás.
El liquido aquel en verdad que era efectivo, en pocos instantes Telpëfinda ya se podía estar en pie, aunque no podía despegar las mandíbulas y tenia que tragarse el vomito. Ahora podía ver con claridad ante quienes  se enfrentaría, una veintena de orcos era todo lo que quedaba después de la lucha que habían tenido, cuando en un principio había más del doble.

-¿Por qué alimentas al  elfo? - pregunto un orco más alto y grande.

-¿Acaso tu no tienes ojos? El caballo esta muerto y no pienso llevar a cuestas al elfo durante todo el trayecto hasta la fortaleza del señor oscuro...  Kúlgo-

- Ya veo...Y POR ESO TIENES QUE DARLE ESA BEBIDA, PARA QUE TOME FUERZA, HUYA Y NOS CORTEN LAS CABEZAS-

El orco que se llamaba kúlgo gritaba histérico, señalando al desfallecido Telpëfinda.

- A estos malditos elfos guerreros nunca hay que darles  ninguna oportunidad de escape, nuestra misión es capturarlos y llevarlos hasta las minas del señor. En ninguna parte se nos dice que les cuidemos y mimemos- 

- Claro que a ti no te interesa que pueda caminar, tú no tienes que llevar su maldito trasero en la espalda-

-Yo he llevado cientos de de prisioneros a las minas del señor y sé hacer mi trabajo, no necesito que un costal de excremento me diga como hacerlo-

- Y yo tengo órdenes, par de inmundicias- dijo un tercer orco- de llevar a los capturados, vivos y en las mejores condiciones posibles; son los elfos los que extraerán de la roca  el mejor  hierro para nuestras armaduras. Y por tu excelente trabajo, Kúlgo; tu casco se mellara por el golpe de alguna ramita y tu cráneo se abrirá, para que lo que se supone son sesos sean comidos por gusanos.-

El tercer orco, más grande y viejo que todos los demás; sin un ojo y casi sin dientes solo conservando los caninos; que eran los que le servían de verdad, era de nombre burzlug. Era el líder de todos y quien mantenía una relativa calma, que en esos momentos se le estaba saliendo de control.

- Gabrog, te seguirás encargando del elfo. Lo mantendrás con vida y Kúlgo lo cargara, ya que es un experto llevando prisioneros ante el señor y tomando toda la paga y elogios para si, sin haber hecho nada. Pues ahora los tendrá  bien merecidos.- terció burzlug, un sabio y cruel líder para todos.

- ¿Quien te crees para ordenarnos como si fueras el  señor? No eres más que un vejestorio que se hace pasar por guía y nos trae a estos peligrosos parajes de elfos, solo porque según tú aquí están los indicados para las minas.-  batalló kúlgo - cuando podíamos haber capturado alguno en otros sitios más accesibles a nosotros.

- Escoria,  deberías de agradecer  tu suerte de tenerme como guía en vez de discutir, solo eres un insignificante rastreador, solo estas aquí por tu inmunda nariz- dijo burzlug, dirigiendo su mirada a una cosa babosa y negra en el centro del rostro de kúlgo. - además, el elfo puede caminar y te facilitara el trabajo.

- Te tragaras tu lengua, fue por la nariz de mi gente que encontramos a este elfo. Y es por nuestras narices que capturamos  elfos, gracias a nuestras narices tu asqueroso cuello aún esta pegado a tu cabeza... cosa que te aseguro no será por mucho tiempo más.- 

Una enorme cimitarra se desenvaino del cinto de kúlgo, mientras las flechas de burzlug se le clavaban en las piernas al rastreador. El kúlgo, a pesar de las apariencias era un buen guerrero, de un solo tajo desprendió la cabeza del larguirucho orco líder y unas risotadas de alegría estallaron a los alrededores; muchos rastreadores eran los que conformaban al grupo.

Una voz unánime entre los de la misma clase de burzlug se alzo: solo burzlug sabía el camino de regreso, mensos rastreadores nos han condenado a una muerte segura.

La refriega que se formo fue  el resultado de todos los sentimientos acumulados que tenían aquellos seres, cuya naturaleza no es otra que odiar y luchar; todos los orcos se enfrascaron en una lucha entre las dos clases que conformaban al grupo. Los alaridos se esparcieron por el aire como veneno, ya las voces horrendas no hacían más que gritar injurias y maldiciones horrendas a los que hasta hacia pocos momentos eran sus aliados.

Telpëfinda se había vuelto en aquel momento casi invisible para sus captores, que no hacían más que asestarse entre ellos golpes furiosos de espadas; clavar flechas ponzoñosas en los cuerpo de sus ex-camaradas; romperse las mandíbulas ante furiosos puñetazos e incluso, los que ya no tenían ni piernas ni brazos con que luchar, se aferraban con los pútridos dientes a los tobillos de sus adversarios; siendo sus cuerpos pateados sin piedad por todo el lugar hasta la muerte.  

La tierra estaba manchada de sangre y cubierta por los cuerpos muertos de muchos orcos, ya no se oían alaridos de guerra ni los golpes de las espadas, el silbido de las flechas por el aire ya había cesado y solo se percibían leves respiraciones agonizantes en algunos sitios, ahogadas algunas por cuerpos fornidos que les cubrían.

 Pronto todo acabó y una brisa suave se esparció por el campo, alzando un olor fétido; Telpëfinda no era más que un ovillo pequeño en medio de aquella noche, apartado por varios metros del grotesco espectáculo de muerte, oculto tras unas prominentes rocas. Alzó sus ojos oscuros al cielo, buscando una luz que le animase el corazón, pero las nubes cargadas de agua ocultaban por completo el titilar de las estrellas y con ellas la esperanza de la vida. Lloró de tristeza, porque aquella situación le recordaba a la oscuridad después de la muerte de los árboles y lloró por sus padres, recordó sus rostros mientras se perdían en las heladas profundidades de aquellas aguas congeladas.

Las lágrimas corrieron por su rostro sin apuro, limpiando la suciedad mientras del oste surgía un matiz de rojos y amarillos: el sol se alzaba majestuoso sobre unas lejanas montañas y las brumas se esparcían y el roció centelleaba como una alfombra de estrellitas, recompensa de la angustia nocturna."



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