Wirda (Libro I: La Señora de Ardieor)

14 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Condesadedia
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LIBRO I: LA SEÑORA DE ARDIEOR



Los que traten de ver alguna intención en este relato serán demandados; aquellos que pretendan encontrarle una moraleja serán desterrados, y quienes busquen en él una trama serán fusilados.
Mark Twain


CAPÍTULO 1



Anchas avenidas, luminosos días de verano, fríos días de invierno. Así eran los pasillos de Crinale, el marmóreo palacio de altos techos pintados con frescos históricos y paredes llenas de retratos que pretendían provocar un temeroso respeto, donde residían desde hacía siglos los Reyes de Galenday. Era inevitable caminar despacio y en silencio por aquel lugar lleno de ecos, donde el menor sonido crecía y se multiplicaba hasta el infinito.
Pero Vidrena no temía nada. Corría sin hacer ruido, volviendo la cabeza para comprobar si la seguían, y, cuando vio que no, soltó la falda de su vestido, que se había levantado por encima de las rodillas para correr más deprisa, y se apoyó contra la pared entre dos retratos para ponerse los zapatos que llevaba en una mano. Apartó un mechón de pelo rubio de su frente y se permitió descansar hasta que oyó unos pasos en el corredor.
No esperó a ver de quién eran. Abrió la primera puerta que encontró, y, con un suspiro de alivio al reconocerla, se deslizó en la biblioteca del palacio, donde casi nadie entraba nunca. Libros, pergaminos y viejos mapas acumulaban polvo amontonados en unas estanterías que alcanzaban el altísimo techo abovedado, y Vidrena estaba segura de que formas de vida desconocidas pululaban entre la urdidumbre de la enorme alfombra, otrora roja, que cubría el suelo.
Una voz de hombre, algo nasal, sobresaltó a Vidrena.
-Así que la Princesa de Ardieor ha vuelto a escaparse -Una cara delgada y pálida, en la que destacaba una enorme nariz aguileña, custodiada por unos ojos vacunos, asomó tras una pila de volúmenes antiguos. La luz amarillenta que se filtraba por la gran ventana ojival arrancaba destellos cobrizos a sus negros cabellos.
-Señora de Ardieor, si no os molesta, Príncipe Ildor.
-No me molesta, Princesa, pero, como no creo que podáis gobernar Ardieor desde aquí, con la oposición de la reina y de vuestro propio padre y con Igron en el lugar que os corresponde, no he creído oportuno reabrir vuestra herida utilizando un título que no es más que una palabra.
Vidrena se sentó frente a Ildor y apoyó los codos en la mesa y la barbilla entre las manos. Ildor bajó la mirada. Aquellos ojos oscuros, casi negros, eran una de las pocas cosas en el mundo que podían ponerle nervioso. Las otras pocas cosas también estaban en Vidrena: El óvalo casi perfecto de su rostro, los hoyuelos de sus mejillas, las arruguitas que se formaban en su frente cuando arqueaba las cejas... Ildor nunca pasaba más abajo del "cuello de cisne", no creía que su corazón pudiera soportarlo.
-No tengo ninguna herida que podáis reabrir, Igron se cansará pronto de Dagmar. Demasiados problemas y demasiadas pocas diversiones.
-O los ardieses se cansarán de Igron.
-Los ardieses tenemos bastante paciencia para soportar toda clase de calamidades.
-No tanta como nosotros, aquí llevamos veinte años soportándole -Vi-drena se tapó la boca para que no se le escapase una carcajada- ¿De qué os estáis escapando esta vez?
-De Gaynor. No comprendo por qué a mi edad se me sigue obligando a asistir a las clases de ese pedante preceptor, con ese montón de pequeños rehenes, mientras Igron...
A su edad, pensó Ildor, acaba de cumplir los veinte y se cree muy adulta. Una vocecilla interior le dijo que solo tenía cuatro años menos que él, pero Ildor la obligó a callar. Él siempre había sido adulto, se replicó. Por eso le sentaba tan bien la ropa negra.
-Gaynor de Kanilay es un hombre muy sabio, y no creo que sea correcto llamar "rehenes" a los hijos de los nobles de Galenday, que están aquí para recibir una educación refinada.
-Y mientras tanto, sus padres se están quietecitos en sus castillos azotando a sus campesinos en lugar de venir a sitiar Crinale, como hacían en el pasado cuando se aburrían.
-Señora, debéis ser prudente. En Crinale no se deben decir ciertas cosas en voz alta, y ser la hija del rey no podría salvaros de la Torre Solitaria si la reina se levantase algún día de mal humor. Y menos aún si ese rey es Gartwyn el blando.
-Pero vos no me delataríais, ¿verdad, Señor de Erdengoth? -Su sonrisa hizo pensar a Ildor en callejones oscuros y puñales afilados.
En aquel momento, la puerta de la biblioteca se abrió. Vidrena se levantó dispuesta a enfrentarse a cualquier cosa, pero su valor se desperdició con un pajecito que recitó en un tono entre didáctico y pomposo:
-Princesa Vidrena, se requiere vuestra presencia inmediata en el Salón del Trono por un asunto importante.
Vidrena dirigió una mirada inquieta a Ildor, y sintió un escalofrío al ver lo asustado que parecía él de repente. Sonrió para animarle.
-Hasta luego, Príncipe Ildor.
Ildor miró cómo la puerta se cerraba en silencio tras ella y trató de concentrarse de nuevo en el tratado de estrategia que estudiaba, pero estaba demasiado preocupado y terminó cerrando el libro de golpe. Sabía que Vidrena y la reina nunca habían ocultado que sentían la una por la otra algo de lo que el verbo detestar no era más que un leve eufemismo.
Mientras tanto, Vidrena trataba de sonsacarle información al paje, pero él no contestaba ni siquiera para decir que no sabía nada. La joven pensó a toda prisa en todo lo que había dicho o hecho en los meses anteriores y no encontró nada censurable. Ni siquiera había protestado cuando su padre había impedido con muy malas artes que ella, nombrada Señora de Ardieor a la muerte de su abuelo, tomase posesión de su cargo. En su lugar, habían mandado a Igron, su hermano sanguíneo, que ni siquiera sabía hablar un ardiés medio decente y consideraba que todos los que vivían al norte del Gardford eran unos bárbaros melenudos.
Gartwyn y la reina estaban sentados en el Doble Trono, al fondo del Salón. Vidrena iba contando en voz baja sus pasos y las antorchas, apagadas a aquella hora del día, que había sujetas a las columnas.
Y entonces lo vio, destacando entre la inmaculada riqueza del salón: un jeddart, un guerrero ardiés, recién llegado, aún sucio del polvo del camino, el pelo castaño despeinado, barba de varios días y unos cuantos desgarrones en la capa gris. Había barro seco en sus botas y en los ajustados pantalones grises, pero la cota de malla hasta medio muslo y el casco que llevaba bajo el brazo relucían. Y Vidrena sabía que la espada que colgaba a su derecha podía cortar un pelo en el aire.
Fingiendo indiferencia, Vidrena se inclinó ante la reina. Al incorporarse, su mirada tropezó con la del jeddart. La cara de él, curtida por el sol y el viento, tenía una expresión de irreprochable formalidad, pero en sus ojos verdes brillaba una mirada divertida.
-La Princesa Dren no ha cambiado nada desde la última vez que la vi - Hablar en ardiés ante la reina era una grave descortesía, pero los buenos modales nunca se habían contado entre sus virtudes.
-Y algunos jeddart demasiado -Vidrena no pudo ocultar una sonrisa al ver su expresión sorprendida.
-No hay tiempo para charlas, Señora. Debéis prepararos para regresar a Ardieor. Mi hijo está en peligro. Esos bárbaros...
Un dramático zollipo interrumpió la frase. Gartwyn la continuó por ella, con una serenidad impropia de sus palabras.
-Lo que Su Majestad intenta decir es que ha habido una rebelión en Dagmar. Los rebeldes exigen tu regreso o matarán a Igron. Nos han mandado una prueba de que hablan en serio.
Vidrena tomó la cajita de nácar que él le alargaba y la abrió preguntándose por qué la asustaba tanto lo que pudiera encontrar dentro. Lo primero que notó fue el olor a podrido, y luego lo vio.
Era el dedo medio de una mano humana, un dedo inconfundible incluso en aquellas condiciones, con la uña mordida a conciencia y con saña. Todavía llevaba un anillo, un sello de oro con el escudo de Ardieor. Vidrena se mordió la lengua para no gritar.
-Vuestro anillo, Señora de Ardieor -La voz de la Reina goteaba veneno-. Que os dé tan buena suerte como a su anterior propietario.
-Majestad -Vidrena contuvo con prudencia su indignación-, os advertí que podía ocurrir esto. Os dije que los ardieses no iban a conformarse con él si me querían a mí, y ni siquiera me permitisteis acompañarle para evitar que metiese la pata. Si él hizo algo incorrecto y los ardieses se lo tomaron demasiado mal es culpa de ellos y vuestra, Señora, no mía.
-¡Basta! -La Reina se cubrió la cara con las manos-. No me estáis diciendo nada que no me haya dicho ya yo misma, pero ¡callad, por favor!, ¡Os daré lo que pidáis, pero callad y volved a Dagmar a salvar a mi hijo!
Vidrena pensó que el teatro había perdido una gran intérprete.
-Solo quiero la promesa de que no habrá represalias contra mi gente.
-Concedido -Y Vidrena supo que la Reina ya estaba pensando en cómo romper su promesa.
Hizo una reverencia y salió del Salón del Trono seguida por el jeddart, que ni siquiera se molestó en inclinar la cabeza.
-¡Cuánta insolencia!
*****
Durante un buen rato, Vidrena no se molestó ni en mirar al jeddart, que la seguía a un paso de distancia. No quería que él notase que no sabía si sentirse alegre por aquella oportunidad de regresar a Ardieor o furiosa por los métodos tan poco escrupulosos que habían utilizado los ardieses para conseguirlo. De lo que estaba segura era de que quien caminaba tras ella había tenido mucho que ver con ello.
Se volvió y le clavó una mirada furiosa que nadie en Crinale habría sido capaz de mantener.
-Deja de seguirme, eres un lobo ardiés, no un perro faldero.
El ardiés cruzó los brazos en actitud desafiante. Y encima, pensó Vi-drena indignada, se permitía ser más alto que ella.
-El Consejo de Dagmar me ha encomendado la misión de protegerte y no pienso dejarte sola hasta que lleguemos al castillo, así que tendrás que acostumbrarte a mi presencia.
-¿Protegerme? ¡Querrás decir vigilarme!
-Si hubiera querido decir eso, lo habría dicho. No todos los ardieses olvidamos nuestro idioma y a nuestros amigos en cuanto cruzamos el Gardford.
-¿Qué amigos? ¿Los que no han dado señales de vida en cinco años o los que disfrutan haciendo regalos de mal gusto?
-¿Te habría gustado más la cabeza? Porque eso era lo que Karn quería regalarle a la reina.
Vidrena palideció. Recordaba a Karn, una mole de pelo gris y ojos acerados que partía nueces a puñetazos para repartirlas entre los Aspirantes a jeddart, del que se decía que había nacido con tres dientes y la espada en la mano. Ni habría pestañeado al decapitar a Igron.
El jeddart soltó una carcajada irónica.
-¡Cualquiera diría que te importa ese cretino!
-Es mi hermano -Ella parecía creer que aquello lo explicaba todo.
-Medio hermano. Y es él quien lo dice.
La mirada de Vidrena habría matado a un basilisco. Abrió la boca para replicar, pero un tintineo que se acercaba interrumpió la conversación.
-¡Hyrna!
-¿Quién?
-Mi otra hermana -Vidrena se las arregló para recalcar todas y cada una de las letras de forma que no cupiera réplica.
El jeddart frunció el ceño recordando a Igron.
-¿Es peligrosa?
-Molesta. Pero puedo manejarla.
Un revuelo de seda roja, adornada con campanillas de oro, y rizos negros hizo presa en Vidrena.
-¡Menos mal que estás bien! -Su voz tenía el mismo tono que la de un ratón asustado.
Vidrena se liberó del pegajoso abrazo de su hermanita y trató de no reírse.
-¿Por qué no tendría que estarlo?
-Ildor me ha dicho que Ellos te habían llamado y que no creía que fuera para nada bueno y tenía tal cara de susto que yo también me he asustado y he pensado que jamás volvería a verte y... -Hyrna reparó en la presencia del ardiés y sonrió con coquetería-. ¿Y tú quién eres?
El jeddart se puso firme como un espárrago recién brotado.
-Capitán Tairwyn Lym-Dayra Tadenor, de la Segunda Compañía de Graynan.
Los ojos de Hyrna duplicaron su ya considerable tamaño.
-¿Este es Tai? ¿Nuestro primo tercero? ¡Cielos hermanita! ¿Por qué nunca me habías dicho que es tan bello? ¡Qué hombros tan anchos! ¡Si parece el mismísimo Arnthorn el intrépido! ¿Puedes doblar el brazo para que te toque el músculo ese en forma de bola? ¡Es imperdonable tanto tiempo hablándome de ti y nunca mencionó ese detalle la muy traidora! ¿De verdad os criasteis juntos y hacíais todas esas cosas tan divertidas? ¿Vas a quedarte mucho tiempo?.
-No -Tairwyn, ruborizado, no pudo decir nada más.
-Pues es una lástima aquí todos los jóvenes son tan pálidos y mustios y sosos como nenúfares ¿has visto alguna vez un nenúfar? Son... bueno no importa Vidrena picarona deberías habérmelo dicho.
Tairwyn se preguntó cuándo respiraría la princesita. Nunca habría pensado que una boca tan pequeña pudiera hablar tanto y tan rápido.
-De verdad, Hyrna, cuando me fui de Dagmar el capitán no era más que un montón de brazos, piernas y granos. Y ahora, si me disculpas, debo preparar mis cosas lo antes posible.
-¿Preparar tus cosas?
Vidrena se mordió la lengua. No era así como había pensado despedirse de Hyrna, pero la princesa había conseguido aturdirla con tanta verborrea. Ya que había empezado, pensó, debía terminar de la mejor manera posible.
-Vuelvo a Ardieor. Para siempre.
Hyrna se la quedó mirando con una expresión incrédula. Por un momento creyó que Vidrena estaba bromeando, pero ni en su cara ni en sus ojos encontró el menor rastro de humor.
-¿Por qué?
-Porque si no lo hago matarán a Igron.
-¿Y qué si le matan? No se perdería gran cosa y además mal bicho nunca muere seguro que consigue salir de esta sin tu ayuda ¿no está presumiendo siempre de lo fuerte y lo listo que es? No quiero que te vayas.
-Haré como que no he oído nada de eso.
Y se alejó por el pasillo en dirección a sus aposentos.
Tairwyn saludó a Hyrna con una inclinación de cabeza y corrió detrás de Vidrena con la remota esperanza de que todo aquello terminase pronto.
 
CAPÍTULO 2



-¿Paramos aquí? -preguntó Tairwyn.
Vidrena asintió y detuvo el caballo con un enérgico tirón de riendas.
Llevaban cuatro días de viaje, y faltaban otros tantos para llegar a Ardieor. Habían cabalgado sin descanso, a campo traviesa, para evitar que las curvas y peajes de los caminos alargasen demasiado el viaje.
-¿Cansado? -replicó Vidrena en tono burlón mientras se dejaba caer de la silla y tomaba al caballo de las riendas para conducirlo al agua.
Se encontraban al borde de un afluente de uno de los muchos afluentes del Norgryn, con el caudal aumentado por las últimas lluvias de primavera y tan tentador como la más roja de las manzanas.
Tairwyn se inclinó sobre el agua y bebió.
-No esperaba que aguantases tanto, después de cinco años sin practicar.
-Yo tampoco. ¡Tenía tantas ganas de llevar ropa cómoda! Aquellos vestidos eran tan horribles, tan pesados...
-Pues no te sentaban nada mal.
Vidrena fingió no haber oído el comentario y se mojó la cara. Estaba más cansada de lo que quería reconocer, pero no dispuesta a demostrarlo.
Su aspecto no era el mismo que cuando corría por los pasillos de Crinale. Había cambiado su vestido por un atuendo similar al de Tairwyn, aunque en lugar de cota de malla llevaba una túnica corta abierta por los lados y ajustada con un ancho cinturón de cuero, y no llevaba casco, pero sí la capa gris. El sol había enrojecido su frente, nariz y mejillas, aunque confiaba en que ya se habrían bronceado al llegar a Dagmar. Se había hecho cortar el pelo por debajo de las orejas, y su doncella había llorado tanto, y le habían temblado tanto las manos, que había estado a punto de cortar una de las orejas de Vidrena y parte de su propio dedo. Pero tan copioso llanto no le había impedido vender a Ildor la trenza que había confeccionado con el cabello cortado.
Vidrena se incorporó y rebuscó en las alforjas del caballo hasta encontrar una bolsita de avellanas tostadas. Se sentó bajo un sauce y se recostó en el tronco.
-Todavía no me has contado qué hizo Igron.
-No sabía por dónde empezar.
-Empieza por el principio, es lo más fácil.
Tairwyn miró al suelo como si estuviera viendo algo muy interesante.
-Se volvió loco -murmulló-. Intentó sacar la Espada de la Encina.
Vidrena sintió un latido en el estómago y deseó no haber palidecido demasiado.
-Bueno -aparentó indiferencia-, estaba en su derecho. Si no recuerdo mal, hasta tú lo intentaste una vez.
Tairwyn levantó la cabeza y le dirigió una mirada rencorosa.
-Sí, pero no a hachazos.
Vidrena abrió la boca como si quisiera exclamar algo, pero no le salió la voz.
-Se obsesionó tanto con... con Ella que intentó derribar la Encina para sacarla del tronco. La hoja del hacha se desprendió y mató a un Aspirante, pero él ni se enteró. Siguió golpeando la Encina con el mango hasta que lo separamos de allí. Sus Guardias intentaron defenderlo y tuvimos una buena pelea. Cuando ganamos, lo encerramos en la Torre y el resto ya lo sabes. No quiso entregar el anillo, y...
-A veces me pregunto si Igron es tan imbécil de verdad o solo le gusta parecerlo.
-Voy a ver si hay algún vado para cruzar el río. Si me necesitas, grita.
Vidrena sonrió.
-No te preocupes por mí, sé cuidarme sola.
Tairwyn desapareció río arriba. Vidrena abrió la bolsita y tomó un puñado de avellanas.
Apenas se las había llevado a la boca cuando se vio rodeada por cuatro enmascarados.
-Señora, será mejor que nos sigáis sin oponer resistencia.
Vidrena se tragó las avellanas (nunca pudo explicar cómo lo había hecho sin atragantarse), se levantó de un salto y gritó.
-¡Tai!
Pero él no contestó. Vidrena se llevó la mano al costado donde debía llevar una espada, pero entonces recordó que se la había dejado en el arzón de la silla. Era la vieja espada de los Señores de Ardieor, un arma vulgar y sin nombre pero útil, resistente y bien afilada. Y en aquellos momentos imprescindible.
Uno de los enmascarados agarró a Vidrena por la muñeca y la atrajo hacia él.
-No os preocupéis, tenemos orden de no haceros daño.
-¿De quién?
-Eso lo sabréis a su tiempo.
Tairwyn seguía sin aparecer. Pero Vidrena no estaba asustada, se dijo, solo un poco alarmada. Con una dulce sonrisa, retorció su muñeca para liberarla, al tiempo que le daba un rodillazo al enmascarado. El hombre aulló de dolor, la soltó y se asió con las dos manos la parte dolorida. Vidrena, defendiéndose a codazos y patadas, rompió el cerco y corrió hacia el caballo.
-¡Tairwyn! -gritó con todas sus fuerzas.
Y entonces, él salió de entre los arbustos, con la espada desenvainada, y se interpuso entre ella y los agresores aullando un grito de guerra ardiés.
Vidrena empuñó su espada.
-¿Qué estabas haciendo?
Tairwyn no resistió la tentación de burlarse de ella.
-¿No sabías cuidarte sola?
-¡No contra cuatro!
Al ver cómo la situación se complicaba y no deseando empeorarla con una lucha, los enmascarados trataron de huir. Pero había uno que no podía correr tan deprisa como sus compañeros. Vidrena soltó la espada y corrió tras él.
-¡Vuelve! -gritó Tairwyn.
Al ver que no quería obedecerle, el joven salió en persecución de su amiga.
Cuando la alcanzó, ella había derribado al enmascarado saltando sobre él, y forcejeaba para quitarle el antifaz.
-Quieto, amigo -Tairwyn apoyó la punta de su espada en el cuello del otro. Vidrena le arrancó el antifaz y lanzó una exclamación de sorpresa.
-¡Hamlia!
-¡Qué nombre más extraño! ¿Quién es?
-Un oficial de la Guardia Real -Vidrena se levantó-. Pero no es su nombre, sino el de su aldea. Su nombre es tan horrible que nunca se lo ha dicho a nadie.
-¿Ahora la Guardia Real se dedica a secuestrar jovencitas indefensas?
-¿Indefensas? -exclamaron a la vez Hamlia y Vidrena, él con asombro, ella con indignación.
-¿Por qué lo has hecho?
-Órdenes.
-¿De quién?
Hamlia se levantó poco a poco del suelo y se sacudió la tierra de la ropa.
-Señora, ¿a quién conocéis capaz de dar esa orden?
Vidrena pensó durante unos breves instantes.
-Ildor de Erdengoth. Pero, ¿por qué?
-El plan era reteneros hasta que un mensajero nuestro llegase a Dagmar diciendo que la reina se negaba a permitiros abandonar Galenday, y...
-Y entonces los ardieses mataban a Igron, las tropas de Galenday arrasaban Ardieor y mientras tanto, Ildor... déjame pensar... ¿envenenaba a Sus Majestades y a Hyrna y se presentaba como único aspirante a la Corona?
-Algo parecido.
-Un plan muy astuto. ¿Qué iba a hacer Ildor con la Señora de Ardieor? ¿Matarla o mantenerla encerrada para el resto de su vida? -Creo que casarse con ella.
-¡Eso es lo más... lo más bajo, vil y retorcido que se le ha ocurrido desde que intentó envenenar los peces del estanque para matar al gato de la reina!
-Supongo que pensaba que no tendrías nada mejor para elegir -A Tairwyn le divirtió ver a Vidrena tan enfadada.
-Si no tuviéramos tanta prisa, volvería a Crinale y le daría lo que se merece.
-¿Puedo irme? -Hamlia miró de reojo a Tairwyn- Alguien debe decirle que su plan ha fracasado.
-Vete. Y dile de mi parte que si de verdad tiene tantas ganas de ser Rey de Galenday que se subleve de una vez contra su tía y deje de planear tonterías. Y que no me incluya en sus planes. No soy de las que se casan.
-No sé si recordaré un mensaje tan largo.
-Vete de una vez o te corto el cuello.
Vidrena volvió a meter en la bolsa, una a una, las avellanas que se le habían caído, y no habló hasta que hubo terminado con esta tarea.
-¿Has encontrado un vado?
Tairwyn asintió mientras miraba como se alejaba Hamlia.
Se volvió hacia ella intentando no reírse.
-¿Sabes que tus amigos de Crinale son muy raros?
-Ildor no es raro. La reina mandó ejecutar a su familia cuando él era pequeño, y él quiere vengarse. Es rencoroso, retorcido, taimado y menos inteligente de lo que se cree, pero eso es normal en Crinale. ¿Sabes que a Gartwyn le llaman "el blando" porque intercedió por él? Dijo que un crío de cinco años no podía hacer daño a nadie, y que se cazan más moscas con miel que con vinagre.
-Debería haber tenido en cuenta que los niños crecen.
-Bueno, ¿nos vamos de una vez o no?
CAPÍTULO 3



Vidrena llegó sana y salva a Dagmar, con gran alivio de Tairwyn, que había estado a punto de estrangularla varias veces durante el viaje. Aunque por las noches, en la taberna "La bella moza", al calor del fuego y ante un buen vaso de vino, se sentía contento mientras, con los ojos brillantes y enfáticos gestos, relataba a un siempre numeroso grupo de espectadores su épica lucha contra cuarenta galendos armados con enormes mazas. A nadie se le ocurría preguntar por qué su número y el volumen de sus armas aumentaba cada vez que contaba la historia.
Pero no todos estaban tan contentos con el regreso de Vidrena. Lo primero que hizo la joven fue poner orden en el castillo. Se encerró a solas con los principales sirvientes, y cuando terminó la entrevista, quienes les vieron contaron que no había bosque en Ardieor más verde que la cara de la cocinera, y el ama de llaves no cesaba de gimotear: "¡Después de treinta años!" mientras se sonaba en un pañuelo ya empapado por sus lágrimas. La Dama Gris, preocupada, le preguntó qué les había hecho.
-Les he pedido los libros de cuentas y las llaves de todas las habitaciones y de la despensa.
-Vaya, vaya. Así que pasaste toda tu infancia espiando a los criados.
-No me hacía falta espiarles, nunca creyeron necesario ocultarse. Mi abuelo era tan... ¿cómo se dice?
-¿Descuidado?
-No era la palabra que buscaba, pero era algo así... negligente, esa era.
Tras este incidente, Vidrena viajó por la Frontera Norte para revisar la cadena de fortificaciones que bordeaba el río Therdeblut, que no parecían muy efectivas pero armonizaban muy bien con el paisaje.
Al regresar a Dagmar, decidió tomarse un breve descanso. Que resultó serlo demasiado.
Una mañana, mientras leía una larga carta del Señor de Comelt, que por su situación en la Frontera Sur era el observatorio ideal para espiar lo que ocurría en Galenday, un pájaro negro, más grande que una paloma pero más pequeño que un cuervo, entró revoloteando por la ventana y soltó un objeto que cayó con un ruido metálico. La Dama Gris se acercó a ver qué era.
-¿Por qué no lo traes aquí?
-No puedo. Tiene una runa de seguridad.
-Artdia, por favor -Vidrena dobló la carta y la dejó boca abajo sobre la mesa-. No soy una de tus compañeras de la Orden, así que habla más claro.
La Dama Gris disimuló un suspiro de exasperación. Vidrena solía producir aquel efecto en ella. Se conocían desde niñas, aunque la Dama Gris era seis años mayor, y Vidrena siempre la había considerado demasiado seria y responsable para su gusto, impresión que se veía acrecentada por el hecho de que la Dama Gris parecía trazada con escuadra y cartabón, toda rectas y ángulos. Sin embargo, había cierto encanto en sus grandes ojos castaños y el cabello del mismo color que caía suelto por su espalda, siguiendo las normas de la Orden.
-Tiene un signo mágico que impide que toque este objeto, que parece ser un espejo, nadie que no sea su destinatario -explicó con el tono que utilizaba para aleccionar a su aprendiz-. También veo uno que...
Vidrena no la dejó terminar. Tomó el espejo del suelo sin que las runas de seguridad se opusieran.
-Parece que es para mí -le dio la vuelta y lo miró con atención. El mango y el marco, de un metal oscuro, tenían grabados extraños signos-. ¿Quién lo enviará?
-Ha entrado por la ventana que mira al Norte.
Vidrena casi no oyó lo que decía la maga. En el cristal del espejo estaban comenzando a aparecer unas ondas semejantes a las que se producen en un estanque al arrojar una piedra. Cuando desaparecieron, pudo verse la cara de una mujer, cubierta con una máscara negra que solo dejaba al descubierto la boca y unos ojos clarísimos, casi blancos, de maligno brillo.
-Buenos días, Señora de Ardieor -Hablaba el ardiés pronunciando despacio, con voz clara y nasal-. Mi nombre es Alwaid, y soy la nueva Señora de la Fortaleza de los Pantanos, de la cual supongo que has oído hablar.
-¿Debo contestar a eso? -La Dama Gris, inmóvil, con los finos labios apretados rozando la invisibilidad, seguía tratando de recordar el significado de aquella runa.
-No, solo es un espejo mensajero. No espera respuesta.
-Supongo que debes estar pensando: "Otro de esos Señores de los Pantanos que aparecen cada año y que dicen no conocer el miedo ni la piedad y que la muerte cabalga a su lado".
-¿Cómo se atreve a suponer lo que estoy pensando?
-Y a citar tan mal nuestras canciones.
-Pero estás equivocada. No soy como los demás. Voy a quedarme más de un año. Y prepárate, porque esta vez la muerte no cabalga a mi lado. Yo soy la Muerte.
-Creo que nos encontramos ante un grave caso de altanería en fase aguda.
-Nos veremos otra vez... en el campo de batalla -La imagen de Alwaid se borró del espejo, que comenzó a brillar. Y la Dama Gris recordó qué significaba la runa que había al lado de la de seguridad.
-¡Suelta ese espejo!
Había tanta alarma en su voz que Vidrena obedeció sin pensar. Arrojó lejos el espejo, a tiempo de evitar que le estallase en la cara.
-¿Te ha alcanzado?
-¿Qué ha ocurrido?
-Creo que ha sido un intento de asesinato.
-¡Qué estropicio! Menos mal que no se ha roto nada.
-¿Es que no me has oído? ¡Han intentado matarte!
Pero Vidrena ya estaba en la puerta de la Sala, llamando a una criada para que barriera los cristales del suelo.

*****

Vidrena despertó al oír una voz que cantaba bajo su ventana. No reconoció la canción, pero sí la voz, y se alegro de volver a oírla después de tanto tiempo. Se levantó de un salto y se asomó. En el cielo nocturno, la luna era un queso de oveja semicurado, en el que aún no había entrado el cuchillo.
-¡Dinel!
Dinel dejó de pasearse por el patio, levantó la cabeza y le hizo señas para que bajara.
-¿Por qué no subes tú?
-No tengo ganas de volar a estas horas. Vidrena se cubrió con un mantón de lana de colorines que se había hecho ella misma cuando era niña, algo apolillado por el largo tiempo que había permanecido en un arcón, y bajó.
-¡Buenas noches! Dinel la de los cabellos de plata y los ojos de oro, los dientes de perlas y los labios de zafiro te saluda.
-Buenas noches, pero el zafiro es azul.
-Los mortales no tenéis sentido poético.
-Para lo que me serviría... ¿A qué has venido?
-¿Por qué tengo que haber venido a algo?
-Porque en cinco años no se te ha ocurrido venir a visitarme a Crinale, y ahora has esperado más de un mes para venir.
-Nunca he sido bien recibida en Galenday. Me llaman Sembradora de Vientos, Buitre Blanco y otras lindezas que no me molesto en recordar, solo porque aparezco cuando se me necesita. No es justo. Nadie comprende lo difícil que es ser una dea ex machina en estos tiempos.
-¿Una qué?
-Olvídalo. Has recibido el mensaje de Alwaid, ¿no?
-¿Sabes lo de Alwaid? -Dinel estaba en aquel momento al otro lado de la Encina de piedra-. ¡Deja de moverte!
-Yo lo sé, todo, pequeña. Tengo la edad del mundo, no lo olvides. Bueno, quizás tenga un par de siglos menos, pero...
Dinel se había quedado detrás del árbol, y Vidrena estuvo a punto de tropezar con la empuñadura de la Espada cuando lo rodeó para ir a su lado. Desde su llegada a Dagmar había evitado acercarse a ella, incluso mirarla, pero no había dejado de pensar en ella. Ni dormida.
Habló a la desesperada, para no pensar en la espada ni oír aquella vocecita metálica en el fondo de su cabeza.
-¿Quién es Alwaid? Parecía humana, pero hablaba como un trhogol. De-testo ese asqueroso acento de los Pantanos.
-Solo es medio humana. Es la hija de Zetra.
-¿Hija? -La exclamación de Vidrena resonó en las paredes del patio-. ¿Pero qué hombre puede estar tan loco como para... ?
-No veo porqué no. A su manera perversa y mortífera, Zetra es muy hermosa -Dinel sonrió con expresión traviesa-. Si solo dejase de llevar esas espantosas túnicas negras... Claro que entonces alguien podría advertir que le sobran unos cuantos kilos. El blanco no les sienta a todas tan bien como a mí.
-Se me hace un poco difícil imaginármela con un bebé en brazos.
-No la tuvo en brazos mucho tiempo. Alwaid solo está en este mundo con un objetivo -Dinel esperaba que Vidrena le preguntase ¿Qué objetivo?, o algo similar, pero Vidrena se limitó a mirarla hasta que terminó la frase-. Matarte.
-De momento no le ha salido bien.
-El espejo no pretendía matarte, solo darte un susto.
-Se necesita algo más que la amenaza de siete años de mala suerte para darme un susto. Y, a todo esto, ¿por qué quiere matarme Zetra? ¿Y por qué no lo hace ella misma?
-A Zetra no le agrada salir del Castillo Negro. Allí se siente más protegida. Todos tenemos derecho a nuestras pequeñas manías.
-¿Y la primera pregunta?
Dinel señaló con la cabeza la empuñadura de la Espada. Vidrena sintió un puñado de nieve bajando por su esófago.
-No es cierto. Cuando cumplí la edad, mi abuelo hizo que intentase sacarla, y...
-Al poner la mano en la empuñadura, sentiste como si esa espada te conociera mejor que tú misma, y viste cosas que te asustaron tanto que la soltaste y dijiste que no podías hacerlo.
-¡No es verdad! Yo nunca tengo miedo. -No conoces el miedo ni la piedad y la muerte cabalga a tu lado. Pues demuéstralo: toma esa empuñadura, di su nombre y tira de ella con todas tus fuerzas.
Vidrena fue la primera sorprendida al oírse decir:
-Crees que no me atrevo, ¿verdad? ¡Pues voy a hacerlo!
Se secó las manos en la camisa, ignoró lo mejor que pudo aquel baile de sapos en la boca de su estómago y se aferró a la empuñadura. Volvió a sentir la succión, la invasión, el terror a dejar de ser ella misma. Se sintió ahogada en sudor frío. Estuvo a punto de soltar la espada, pero Dinel la estaba mirando, y sus ojos brillaban como monedas recién acuñadas, más burlones que un coro de carcajadas.
Vidrena se mordió el labio inferior, dio un fuerte tirón hacia si misma, y se encontró sepultada bajo un montón de hojas secas.
-¡Dinel, sácame de aquí!
Dinel, riendo, hizo un gesto con la mano y un fuerte viento arrastró lejos las hojas. Vidrena miró fascinada la espada que se había quedado en sus manos. Una vez fuera del árbol, parecía igual que cualquier otra. Levantó su mirada hacia las ramas de la encina, que había vuelto a la vida, pero no tenía ni una hoja.
-¿No se supone que es de hoja perenne?
-Han sido muchos años muriendo hojas sin poder renovarse. Pronto brotarán y será una encina como cualquier otra. Espero que tengáis una cosecha abundante. Recuerdo que producía buenas bellotas.
Vidrena se volvió para responder. A través de Dinel se podía ver ya la pared del patio.
-Di su nombre, Dren. Puedes hacerlo.
Dinel desapareció del todo, pero sus palabras se quedaron flotando en el aire, alrededor de Vidrena, hasta que ella no tuvo otro remedio que obedecer.
-Wirda.
Y se sintió como una hoja de encina.
CAPÍTULO 4



La Dama Gris se levantó, como cada día, antes del amanecer. Se lavó la cabeza y las manos, bebió un poco de agua y abrió la ventana de su habitación.
Al principio no vio nada extraño. La Torre Norte al otro lado del patio, con el estandarte ondeando sin demasiado entusiasmo en sus almenas, unida por un estrecho puente de piedra a un edificio cuadrado donde estaban las dependencias de la servidumbre, aposentos para huéspedes y el Salón de los Banquetes (que no se usaba con mucha frecuencia). Pegados a la muralla estaban el establo, la herrería y el Cuerpo de Guardia. Y en medio del patio, la suave brisa matinal movía las ramas desnudas de la encina. La Dama Gris se la quedó mirando, sin comprender lo que estaba viendo hasta que poco a poco la cuña de realidad hizo saltar su cerebro. Aunque presumía de su autocontrol, no pudo contener una exclamación.
Su aprendiz, que dormía en un jergón junto a la puerta, sacó la cabeza de debajo de la manta y miró con los legañosos ojos entornados cómo se vestía a toda prisa y salía corriendo de la habitación. La niña bostezó, se dio media vuelta y continuó durmiendo.
Vidrena despertó sobresaltada cuando la Dama Gris irrumpió en su dormitorio. No recordaba cómo había llegado allí, ni porqué se había dejado caer atravesada en la cama, con los zapatos puestos.
-¡Se llama antes! -algún día debía recordarle a la Dama Gris quién mandaba en el castillo, pensó.
La Dama Gris no le hizo caso. Escudriñó la habitación con mirada crítica, y no encontró nada anormal. Pero sabía que estaba ocurriendo algo extraño.
-¿Qué ha ocurrido?
-¿A qué te refieres? -Vidrena hundió las manos en una jofaina y reprimió un gesto de desagrado al comprobar la temperatura del agua.
-La encina. Ha dejado de ser de piedra.
Vidrena se quedó rígida por un momento. Así que no era un sueño, pensó. Y no pudo resistirse a molestar a la Dama Gris.
-¡Ah, eso! -Buscó a tientas un lienzo y se restregó la cara hasta que adquirió un sano color rosado-. Dinel vino a verme anoche.
Desde la raíz del cabello, pasando por las mandíbulas crispadas, hasta los pies cosidos al suelo, la Dama Gris parecía una estatua de sí misma. Cuando pudo hablar parecía agotada por el esfuerzo.
-¿Dinel? ¿Qué quería?
-Mira en el arcón.
Vidrena sonrió ante la reacción de la Dama Gris. Aquella cara de sor-presa, aquella forma de retroceder como si hubiera visto una serpiente lista para atacarla...
-Quinientos años esperando un gran héroe y resulta ser ella -la oyó murmurar, resentida, mirando la espada.
-No me hace mucha gracia, yo esperaba tener una vida tranquila y aburrida, pero si Ellas lo quieren tendré que aceptar mi destino y...
-Si de verdad querías esa clase de vida, deberías haberte quedado en Crinale.
-¡Un momento, Artdia! Yo no le corté el dedo a mi hermano para que me hicierais volver. Pero, como iba diciendo, aceptaré mi destino, y...
La Dama Gris no se quedó a escuchar el final del discurso. Vidrena suspiró con resignación y se vistió. Dudó un momento antes de ceñirse la espada, pero no muy largo. Se miró en el espejo y sonrió al comprobar que le sentaba mejor que a cualquier otra persona.
Casi como si la hubieran forjado a su medida.
La Dama Gris no tardó en comunicar al resto de la Orden que Wirda había sido liberada, y todas se reunieron en el Valle de Katerlain para discutir las posibles consecuencias. Tras sacrificar once gansos, las entrañas de los cuales resultaron ilegibles, descubrieron en las del duodécimo (en especial en su páncreas) señales de que se acercaban grandes calamidades.
Pocos días después, llegaron los trhogol. Eran aún más espantosos, patizambos y peludos de lo que los ardieses esperaban. Pasaban una cabeza y doblaban en anchura al jeddart más alto. Tenían los ojos enrojecidos, garras negras y colmillos amarillentos. No eran hombres ni bestias, sino algo a medio camino, capaz de asustar a una pesadilla. Y apestaban a entrañas de liebre. Atacaron y destruyeron Graynan, sin dejar supervivientes. El rastro se perdía en la orilla de los Pantanos.
La respuesta ardiesa fue atacar varios campamentos de trhogol a lo largo del río, y a partir de entonces, las escaramuzas se sucedieron en ambas orillas del Therdeblut.
Después de una de ellas, Vidrena no regresó.
-Nos rodearon. Se las arreglaron para separarla de nosotros, y luego aquel monstruo...
-¿Monstruo? -La Dama Gris se sorprendió de que todo un jeddart como Tairwyn, acostumbrado a todo lo que podía encontrar al otro lado de la Frontera, utilizase esta palabra.
-Un no-muerto, no, era algo peor. Un esqueleto, huesos y tendones, con jirones de carne podrida colgando de ellos. Montaba una de esas bestias voladoras... ¿Tienes algo para el dolor de cabeza? Me han dado un buen golpe. Intenté seguirla, cuando vi que se la llevaba. Si pillo al que me golpeó, le voy a...
La Dama Gris apretó los puños y se encerró en su Torre.
-Se supone que debes mantener esto ordenado -Saltó un haz de hierbabuena puesta a secar y esquivó varios tarros de arcilla etiquetados con pulcra meticulosidad.
Lym no contestó, no era su costumbre discutir con adultas. Atrapó un alambique antes de que cayese al suelo cuando la Dama Gris tropezó con él, y la miró acercarse a la bacía cubierta con un lienzo gris que había encima de una pequeña mesa en un rincón. Lym sabía lo que significaba el que la Dama Gris se acercase a aquella mesa, así que salió de la habitación antes de oír la orden. Unos instantes después comenzarían a salir ruidos misteriosos y luces extrañas de la Torre, y la Dama Gris terminaría con la cara de su color, los ojos enrojecidos, ojeras, las manos temblorosas y sin apenas poder sostenerse, y tendría que guardar cama el resto del día. Lym prefería no estar allí para verlo.

En cuanto se vio sola, la Dama Gris levantó el lienzo. En el agua verdosa se reflejó una telaraña tejida entre dos vigas. A la luz de una vela, concentró toda su energía y voluntad en la imagen de Vidrena.
Se encontró en una sala amplia, oscura y sin muebles. Un esqueleto, tan horrible como lo había descrito Tairwyn, estaba en pie ante una mujer enmascarada. La Dama Gris la reconoció enseguida, pero no permitió que el nombre apareciera en su mente, para no distraerse.
-¡Ella es asunto mío! -La Dama Gris vio a Alwaid como una gran mancha negra de ropas, cabello y máscara-. La Emperatriz me concedió plenos poderes para manejar este asunto, y la captura de la Señora de Ardieor no entraba en mis planes.
-La Emperatriz la quiere -La voz del esqueleto sonaba fría y serena-. Y yo he pensado que...
-Que podías hacer méritos y quitarme el puesto.
-Llevo más de cien años sirviendo a todos los idiotas que la Emperatriz ha puesto al mando de los Pantanos, y me merecía este puesto más que la bastarda de un humano.
La Dama Gris sintió todo el rencor de la voz del esqueleto, hasta el punto de poder imaginar qué cara habría puesto él de haberla tenido.
-Tú también fuiste humano, maldito muerto, y...
Alwaid sintió la mirada de la Dama Gris sobre ella, y murmuró una palabra que se clavó en la mente de la ardiesa como una lanza al rojo. El agua se volvió negra, con vetas rojizas, y la Dama Gris gritó de dolor. Intentó volver a concentrarse pero no pudo volver a ver nada de la Fortaleza de los Pantanos. Aunque asistió a la preparación de una suculenta receta de pollo asado en una lujosa cocina. Optó por salir de la Torre y enfrentarse a todas las personas que sabía que la estarían esperando para saber qué había averiguado. Y también sabía que aquella vez no les gustaría lo que iban a oír, excepto a los aficionados a la gastronomía.
CAPÍTULO 5



El exasperante sonido de agua goteando, los pasos del desfile de ratas y cucarachas y los gemidos y maldiciones de alguien a quien acababan de torturar en el calabozo de al lado era lo único que había oído Vidrena en dos días. Había renunciado por fin a destrozarse la vista tratando de distinguir algo en aquella oscuridad y permanecía con los ojos cerrados en la incómoda postura en que la habían encadenado: colgaba por las muñecas de la pared, tan cerca del suelo que podía tocarlo con las puntas de los dedos gordos de los pies, pero lo bastante lejos como para no poder apoyarlos del todo. La piel de sus muñecas estaba llena de ampollas a punto de ulcerarse.
Pero, más que el dolor físico, le preocupaba no saber dónde estaba Wirda.
La puerta del calabozo se abrió con un espeluznante chirrido. Vidrena oyó los pasos de unas botas. Una llave hurgó en sus cadenas, y el encuentro con el suelo fue más doloroso para Vidrena de lo que su dignidad le permitió admitir.
-Levántate.
-¿Alwaid?
-¿A quién esperabas? -Vidrena se incorporó poco a poco, sintiendo dolor en todos sus músculos-. Date prisa antes de que nos descubran.
-¿Nos descubran?
-¿Hace falta ser muy lista para ser ardiesa? Por si no te has enterado, esto es un rescate.
-¿Tú me estás rescatando? ¿Por qué? ¿Cómo sé que no es una trampa?
-Nadie ascenderá a mi costa. Pero si crees que esto es una trampa puedes quedarte. Ya encontraré otra forma de quitármelo de encima.
Vidrena no sabía a qué se refería Alwaid, pero sí que aquella podía ser su única oportunidad de escapar.
-No te lo tomes así. Te sigo.
En los corredores de la Fortaleza de los Pantanos, la única iluminación era una fosforescencia procedente de la putrefacción de los hongos de las paredes. Un repugnante olor dulzón impregnaba un aire que hacía siglos que no se renovaba. Vidrena, medio mareada, se alegró al sentir en su cara la brisa de los pantanos. Parpadeó para adaptarse a la luz, mortecina pero deslumbrante en contraste con la oscuridad del calabozo.
-Todo recto por ahí -Alwaid señaló una senda-. No pretenderás que haga yo todo el trabajo. Toma -Le alargó una espada que había mantenido hasta aquel momento oculta bajo su ancho capote.
-¡Wirda! ¿A qué debo tanta generosidad?
-Las cosas se hacen bien o no se hacen.
-¿Sabes que eres muy extraña?
-Claro que lo sé. Y también que siempre me estarás agradecida por esto, eres humana y aún crees en esas bobadas.
-¿Por qué no te quitas esa máscara y me dejas ver tu cara? ¿Tan fea eres?
Alwaid se echó atrás, como temerosa de que Vidrena se la quitase a la fuerza.
-No te preocupes, te dejaré ver mi cara antes de matarte. Y puede que te diga algo que quieres saber y no sabes -Volvió a entrar en la Fortaleza.
-¿Qué sabes tú de lo que yo quiero saber?
Pero Alwaid ya se había marchado, y Vidrena se internó en los Pantanos.
La senda era casi impracticable. En algunos tramos desaparecía bajo sus pies, haciendo que se hundiera hasta la barbilla en un fango negruzco y repugnante. En otros, una raquítica vegetación espinosa se empeñaba en atrapar la ropa, o había que cortar las redes de gigantescas arañas, en las que permanecían los restos de las últimas presas. Una húmeda neblina poblada de mosquitos le pegaba los cabellos al rostro, fuegos fatuos bailoteaban entre los juncos y grandes burbujas rasgaban la cubierta de algas y plantas flotantes. Viscosas criaturas anfibias se aplastaban contra el suelo al paso de Vidrena.
Casi había perdido la noción del tiempo y el sentido de la orientación cuando oyó un sonido de chapoteo en el fango.
Vidrena se ocultó tras un matorral, con la mano en la empuñadura de Wirda, conteniendo la respiración y con la mirada fija en el lugar del que llegaba el sonido. Un jinete rasgó la niebla, y Vidrena no pudo contener un grito de asombro.
-¡Tairwyn!
Él entornó los ojos y miró hacia el matorral.
-¿Dren?
Desmontó y corrió hacia ella. Iba a abrazarla, pero al verla bien se lo pensó mejor. Vidrena tenía los ojos y las mejillas encendidos, y los labios resecos a pesar de la humedad.
-¡Estás horrible!
-No vuelvo de un baile, ¿sabes? -Vidrena frunció el ceño- ¿Qué se supone que estás haciendo aquí?
-Iba a rescatarte.
-¡Rescatarme! ¿Cuántas veces tengo que decirte que sé cuidarme sola? ¿Es que no cabe en tu reducida cabeza que... ?. ¿Quieres dejar de sonreír?
-Yo también me alegro de verte.
Un baile de pequeñas chispas comenzó a dar vueltas ante los ojos de Vidrena, y luego los cubrió una neblina cada vez más espesa. Tairwyn apenas llegó a tiempo de evitar que su nariz se hundiese en el fango.

*****

La hierba era del color de las turquesas y el cielo del color de las esmeraldas, o quizás fuera al revés y ella estuviese cabeza abajo. Lo único de que Vidrena estaba segura era de que nunca había visto un lugar como aquel ni oído una música como la que oía, ni en sus mejores sueños.
Cabeza abajo o no, Vidrena se dirigió sin dudarlo hacia un dolmen. En cuanto lo cruzó se encontró con Dinel, que dejó el arpa y la miró con una de sus sonrisas.
-Te estaba esperando, querida. Ponte cómoda.
Vidrena, a falta de lugar mejor, se sentó en el suelo.
-¿Estoy muerta?
-¡Vaya pregunta! ¿Por un poco de fiebre ya te crees muerta? No sé si estaré a tiempo de quitarte la espada.
-Haz lo que quieras, de todas formas no sé por qué me la habéis da-do...
-Porque no encontramos a nadie mejor.
Vidrena no supo si considerar aquella frase un cumplido o un insulto, así que decidió callar y aprovechar que Dinel parecía sentirse comunicativa para preguntar lo que de verdad deseaba saber.
-Alwaid me dijo que sabía algo que yo quería saber. ¿Qué es?
-Algo que siempre has negado que quieres saber.
-El nombre de mi madre -Vidrena inclinó la cabeza- Dinel, tú lo sabes. ¿Quién era o quién es mi madre?
-Sé las dos cosas, pero no voy a decírtelo.
-¿Por qué?
-¡Humanos! ¡Estáis obsesionados con esa pregunta! ¿Por qué, por qué, por qué? No pienso decirte por qué no voy a decírtelo. Imagínate lo que quieras.
Y Dinel y su mundo comenzaron a borrarse poco a poco. Vidrena gritó y trató de detenerla.
Se despertó empapada en sudor. Estaba en su cama, en Dagmar. Un rayo de sol que entraba por la ventana del Este iluminaba la cabecita castaña de Lym. La niña despertó al oír el grito y llamó a la Dama Gris.
-¿Cuánto tiempo he estado durmiendo?
-Tres días, Señora.
-¡Tres días! -Vidrena apartó las mantas de un manotazo- ¿Dónde están mis zapatillas?
La Dama Gris entró en aquel justo momento.
-Las he hecho esconder para que no te levantes. Has tenido un ataque agudo de fiebre de los Pantanos y...
-¡Siete maldiciones sobre la fiebre de los Pantanos! No puedo permitirme seguir en la cama mientras hay cosas que hacer.
-Sí que puedes.
-Si no me das mis zapatillas me levantaré y me pasearé descalza por todo Dagmar.
-¡Deja de portarte como una niña! -La Dama Gris volvió a tapar a Vidrena-. Lo que no puedes permitirte es morir, por lo menos sin hacer testamento. La cuestión sucesoria, ya sabes -Apoyó la mano en su frente y sonrió -. Un par de días más y estarás recuperada. Creo que podrás soportarlo.
-¿Soportar el qué?
-Carta de Comelt -Su sonrisa era alarmante-. Ahora voy a buscarla -Se volvió hacia Lym-. Si se levanta, estarás dos días sin comer.
-Esto no quedará así.
La Dama Gris regresó poco después con la carta. Sin darle tiempo a entregársela, Vidrena se incorporó y la arrebató de la mano de la Dama Gris con un gesto demasiado brusco para el gusto de ésta.
-¿Por qué está abierta?
-Pensé que quizás era algo urgente, y...
-¿Pensaste? Espero que por lo menos no la hayas contestado.
-Les mandé un mensaje diciendo que estabas enferma y tu respuesta se haría esperar un poco. Y no te alteres o volverás a enfermar.
Vidrena paseó sus ojos a toda velocidad por la carta, saltándose el encabezamiento y los rodeos. La Dama Gris observó con atención cómo cambiaba la expresión de su cara a medida que leía.
-¿Es una broma?
La Dama Gris negó con la cabeza. Vidrena suspiró y se dejó caer sobre las almohadas.
-¿Por qué a mí?
-¿Alguna respuesta?
Vidrena no respondió. Releyó la carta, esperando que algún encantamiento hubiera cambiado su texto.
-"Tenemos alojada en el castillo a una joven que dice ser la Princesa Hyrna de Galenday, acompañada por un hombre bajito, moreno y cejijunto. Llegaron hace dos días, y cruzaron el Gardford huyendo de cinco Guardias Reales. Como la joven nos pidió protección, mis hombres impidieron que los de Crinale cruzasen el río. Ellos dijeron que si no les entregábamos los fugitivos nos íbamos a arrepentir, pero aún así les persuadimos de que se marchasen. Señora, por favor, dime qué he de hacer con ellos porque esta niña está a punto de volvernos locos a todos" -Apartó la mirada de la carta y la fijó en la Dama Gris-. No puede ser otra que Hyrna. Y me temo que sé quién está detrás de todo esto. Debería ir a Comelt para aclararlo, pero supongo que tendré que hacerles venir. Con diez o doce jeddart de escolta habrá suficiente -Sonrió con picardía-. Será un buen castigo para Tairwyn.


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