La Profecía de Dracolich

18 de Mayo de 2003, a las 00:00 - Arandil de Dol Amroth
Relatos de Fantasía - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

   Lialvuen se sentía cada vez más asfixiada.
   No por primera vez, la joven elfa ylvanir giró la cabeza para mirar a su espalda, hacía la entrada de la caverna que a cada paso se volvía más y más pequeña. Volviendo su mirada a la negrura que tenía delante, Lialvuen musitó una plegaria a Ollanthir, el Padre de la Creación y a Dahanù, su hija y Diosa de la Tierra. Pidió a ambos que apartasen de su corazón el miedo que sentía. Debería haber venido mi padre y no yo, pensó la elfa, mientras se obligaba a reanudar la marcha. Lleibranen, su padre, ciertamente no habría sentido temor ante aquella empresa. Los Ehlol´rhan, los Paladines del Corazón, jamás se dejaban dominar por el temor; y para convertirse en uno de ellos, la elfa debía afrontar aquella prueba.
   A medida que avanzaba la oscuridad de la caverna se iba volviendo más y más impenetrable, no obstante no encendió la tea que colgaba a su espalda pues su aguda vista élfica todavía bastaba en aquellas condiciones. Las paredes de roca eran cada vez más rugosas y la joven debía sortear con más asiduidad las estalactitas y estalagmitas con las que se iba topando. Llevaba cerca de un centenar de metros así cuando el techo y los muros acortaron distancias, el aire era cada vez más denso, más viciado y la humedad calaba fríamente sobre la piel de Lialvuen. Entonces, bruscamente, la elfa detuvo sus pasos.
   El aire había adquirido de pronto una mácula imposible de no percibir; rezumaba tanta maldad y su olor a podredumbre era tan punzante, que Lialvuen sintió un cortante frío creciendo en su interior. Aquel lugar era el más aterrador al que la joven elfa ylvenir aspirante a paladín había tenido que enfrentarse en toda su vida. Aquella sería, desde luego, su prueba definitiva.
   Allí dentro, en algún lugar de aquel complejo y vasto laberinto de sombrías y húmedas cavernas, moraba una auténtica criatura de lo más oscuro del Hellhiôn.
   Lialvuen inspiró profundamente, muy profundamente. Ahora no le parecía una misión tan maravillosa como había pensado tres días atrás, cuando abandonara su hogar en la boscosa ciudad élfica de Ehlier Eyryn´n. Durante tres días, la impetuosa joven ylvenir viajó casi sin descanso, primero atravesando el inmenso y poblado Bosque de Eyr Cearnn, donde tuvo algún que otro pequeño encuentro con una partida de goblins y un troll joven. Luego hubo de recorrer de oeste a este los Llanos de Thalàn, un trayecto que hizo sin contratiempos, y para acabar arribando en un pueblo humano llamado Ehoras, en el cuál había pasado la noche anterior y en el que había dejado a buen recaudo su montura. Lialvuen echaba de menos la compañía de su yegua Y´illa. Pero se había visto obligada a dejarla en el pueblo humano pues haberla traído consigo había podido significar a buen seguro su muerte. Los humanos de Ehoras eran gentes amables y solicitas; pertenecían al reino de Hadarland y como todos los hadarianos, apreciaban al Pueblo Élfico... aunque no tanto como los nuallanos o los timfellanos, cuyo imperio había sido formado muchos siglos atrás por medioelfos o daelvan, en la Lengua de los Elfos.
   Lialvuen volvió a mirar por encima del hombro; la entrada era ahora un minúsculo punto de luz que pronto desaparecería. Tal vez… Aun estaba a tiempo de girar sobre sus talones y regresar, y nadie…
   ¡No! Se gritó a sí misma, enfurecida. Apretó los dientes y sus labios se torcieron en un gesto de pura determinación mientras obligaba a sus piernas a avanzar. Los Paladines del Corazón podían sentir miedo pero siempre se sobreponían a él, era una de las máximas que solía repetir su tía Dolounara, la actual cabeza de la Orden. En su mente visualizo la alta y estilizada figura de su progenitor, sus rasgos hermosos y nobles, su mirada firme y valerosa; para Lialvuen, la imagen del recuerdo de su padre, Lleibranen, fue como un talismán al que agarrarse; y recobró la esperanza así como el valor.
   La elfa estrechó sus rasgados ojos. La visibilidad era ya muy pobre, pero aún no era conveniente encender la tea. Esperaría y ganaría unos metros que muy bien podrían resultarle vitales. La fina hoja de su espada apenas produjo ruido cuando la retiró de la vaina. La elfa contempló un instante la espada, que no tenía nada especial. Pocos Paladines del Corazón llevaban espadas mágicas poderosas; Lleibranen, su padre, por ser el heredero de la Corona Verde de Elhier Eyryn´n, Dolounara como Cabeza de los Ehlol´rhan y Haun Lanza de Plata Alvarth, eran los dueños de tres de las armas más poderosas jamás forjadas por los herreros ylvanor. Los demás paladines ciertamente no poseían armas mundanas pero sus poderes mágicos solían ser específicos y limitados. Sin embargo, la hoja de Lialvuen era normal, sin ningún tipo de adorno, como la cruceta y la empuñadura; aquella espada era la única que se permitía a un novicio llevar a su Prueba. Era una manera de mostrar que el valor de un Paladín del Corazón no residía en su arma o en su armadura sino en su espíritu y su mente. Una triste sonrisa surgió en los labios de la elfa, al recordar las incontables veces que su tía Dolounara le había dicho aquellas palabras.
   Aspiró fuertemente entonces, acopiándose de fuerzas. Y, con un caminar más lento pero seguro y cauteloso, Lialvuen continuó.
   Su fino sentido auditivo captó un repentino movimiento a la derecha, tras doblar un segundo recodo de aquel laberinto cavernoso. La mirada de la elfa escudriñó aquel lado de la gruta, sin embargo, no advirtió nada fuera de lugar. Sólo sombras sobre sombras más oscuras. Ni siquiera sabía con certeza la distancia a la que tenía la pared en aquel costado.
   De nuevo aquel movimiento fugaz por el rabillo de su ojo derecho, pero estaba vez en las paredes resonó un siseo. ¡Había algo a su espalda!
   Lialvuen se volvió violentamente, justo en el preciso momento en que una forma voluminosa se arrojaba sobre ella. Levantó su hoja, y por el aullido dolorido de la criatura debía haber interceptado su ataque. El choque le había dejado dolorido el brazo, pero la elfa mantuvo su posición defensiva y observó detenidamente a su atacante.
   Pese a la casi impenetrable oscuridad reinante, Lialvuen pudo ver lo que se había arrojado sobre ella. La criatura se movía sobre dos patas y debía alcanzar aproximadamente los dos metros y medio, pero su encorvada espalda sugería una altura todavía mayor. Todo su aspecto sugería al de un inmenso oso, pero sin pelaje; su piel, blanca y lisa, parecía casi transparente y bajo ella se marcaban las venas y la sangre corriendo por ellas. Tanto sus patas delanteras como los cuartos traseros terminaban en unas espeluznantes garras, cada una casi tan grande como la hoja de una espada corta. En su rostro hocicudo y largo -semejante al de un reptil- chasquearon violentamente sus fuertes mandíbulas; cada vez que las habría una espesa y humeante saliva rezumaba entre los dientes y se precipitaba al suelo de la caverna. Un olor fétido e inhumano inundó las fosas nasales de Lialvuen, provocándole unas ganas terribles de vomitar.
   Los ambarinos ojos de la bestia -un gharauka, un oso-dragón- rasgados y lenticulares, observaron a la elfa ylvenir llenos de dolor y ansia asesina, mientras su brazo derecho aferraba el izquierdo -el brazo herido- a la altura del codo. Lialvuen advirtió que entre las grotescas garras de la criatura resbalaba un oscuro y espeso líquido.
-Tienesssss Ssssuerte, pequeña y deliciossssa elfa. -los ojos azules de Lialvuen se abrieron de golpe, sorprendida. Jamás hubiese creído que los gharauka pudieran hablar. Una lengua bífida asomó por los labios del ser monstruoso mientras continuaba hablando.- Mi amo dessssea que te lleve a sssu lado. Sssssi no, ahora ssseríassss mi comida.
   El gharauka recalcó sus palabras chasqueando las mandíbulas varias veces, lo que provocó una nueva tanda de saliva cayendo sobre el suelo. La elfa mostró en su terso y hermoso rostro una asqueada expresión.
-No sé que hablas, monstruo. Pero ten por seguro, por Ollathir, que no te acompañaré a ningún sitio.
   Un gruñido gutural resonó en la caverna. Lialvuen apretó con fuerza la empuñadura de su espada ¡La bestia se reía de ella!
   Sin prestar atención a la furiosa expresión pintada en el rostro de la elfa, el gharauka avanzó pesadamente, pasando a menos de metro y medio de la guerrera. Lialvuen le observó recelosa, mientras arrugaba la nariz, asqueada por el nauseabundo olor que emanaba de la criatura.
-Ssssigueme. -fue cuanto dijo la bestia, antes de desaparecer gruta adelante. Ni la aguda visión de Lialvuen pudo verle cuando se fundió con las sombras. No obstante, el sordo y pesado sonido de sus pisadas al alejarse le indicaron que el gharauka no la estaba esperando para atacarle por sorpresa.
   Lialvuen decidió seguirlo. En realidad, no tenía otra alternativa a seguir.
   Manteniéndose a una prudencial distancia del gharauka -cada vez que el olor nauseabundo de la bestia se volvía más intenso ella aminoraba la marcha-, la guerrera ylvenir reanudó su camino.

**

Lialvuen había perdido ya la cuenta de cuantas veces había girado el camino, por cuantos cruces de camino habían pasado. Tanto su capa, como la fina camisa y sus pantalones de cuero ajustado estaban sucios y rotos en muchos sitios; acababa de abandonar un largo túnel en el que había tenido que arrastrarse prácticamente, y le dolían los músculos y articulaciones del esfuerzo realizado. Debían estar a mucha profundidad ya, pues el oxígeno era más bien escaso y el pecho de la elfa subía y bajaba rápidamente.
-Ya no falta mucho, elfa. Pronto essstaremosss con mi Amo. -la siseante voz del gharauka retumbó a un par de metros por delante de ella. Lialvuen sacudió la cabeza, mientras su respiración se normalizaba; cómo había podido la bestia hacer pasar por aquel estrecho agujero su voluminoso corpachón, era algo que escapaba a la lógica.
   Nuevamente el gharauka se puso en marcha, el sonido de sus pasos resonó en la gruta. Antes de seguirle, Lialvuen echó la mano libre a su espalda y desenganchó la antorcha que colgaba allí.
-I´inishda fh´ar´mh´e. -dijo Lialvuen en Adarthean, la Lengua de la Magia de los elfos. Inmediatamente se produjo un siseante chisporreteo y la antorcha prendió con una llama viva y azulada, una llama que sólo producía luz, no calor. Al extender el brazo hacía delante, las sombras huyeron de aquella luz tan nítida. Esperó unos segundos, el tiempo que tardó en ajustar su visión a aquella nueva situación. Ahora que veía por donde caminaba, la joven guerrera ylvenir se sintió más segura y reconfortada.
   Estaba al principio de una larga gruta, que parecía ir ensanchándose a medida que se avanzaba por ella.
   Volvió a ponerse en movimiento bruscamente. La mágica luz que proporcionaba la tea encendida llegaba lo suficientemente lejos como para poder ver el encorvado lomo del gharauka desapareciendo hacia el lado derecho túnel adentro, a una buena distancia de ella. "Estupendo", pensó, "Ahora solamente faltaría que me perdiese en este maldito lugar."
   Con aquel apresurado paso trastabilló en más de una ocasión, recuperando entre gruñidos y maldiciones el equilibrio al momento. A medida que se aproximaba al lugar donde la bestia había desaparecido, el aire adquirió una nueva particularidad: un punzante olor a azufre y al mismo tiempo a algo viejo y muerto. La maldad continuaba siendo palpable; los pelos de la nuca se le erizaron bajo la gorguera del casco. Al menos, su situación no podía empeorar, ¿no es cierto?
   Llegó finalmente al punto de la desaparición, un túnel más pequeño y que sólo era visible al acercarse. Sin vacilar, Lialvuen lo tomó. La clara luz de la antorcha iluminó las carmesíes paredes de una gruta estrecha que descendía; la elfa abrió la boca perpleja, y acto seguido horrorizada, al reparar en que aquel tinte no era otra cosa que sangre.
   Lialvuen se detuvo en seco. Algo crujió bajo el peso de sus botas. Miró al suelo y descubrió los desmenuzados restos de lo que hasta aquel instante había sido una calavera. Se le revolvió el estómago, y la bilis ascendió hasta su boca y tuvo que cerrarla, como si de un cepo se tratase, para no vomitar. La calavera era estilizada, de huesos largos y ligeros. La calavera de un elfo. Sus ojos se clavaron velozmente en la espalda del gharauka -cuyos hombros rozaban con ambas paredes según avanzaba-, y centellearon bajo la luz de la tea. Asiendo fuertemente la empuñadura de su espada con su diestra, la joven guerrera elfa emprendió un descenso a paso vivo, eludiendo al tiempo los restos de aquellos infortunados devorados por el gharauka.
   Con cada nuevo paso que daba, el calor, y el olor a azufre, aumentaba. El interior forrado de la cota de mallas estaba ya empapado de sudor y se le pegaba incómodamente a la espalda. Varias gotas de sudor le resbalaron por la mejilla izquierda, nacidas en su frente.
   Sin embargo, antes de que lo alcanzase, el monstruo debió alcanzar lo que debía ser el fin de aquella gruta pues cuando desapareció, su lugar lo ocupó un intenso y parpadeante fulgor rojizo. Lialvuen no aminoró su marcha, en todo caso la acrecentó.
   Aquel monstruo no se le debía escapar. Moriría por sus crímenes.
   El transcurso de los acontecimientos, no obstante, cambió todo, pues cuando Lialvuen alcanzó el extremo final del estrecho y estremecedor túnel, lo que apareció ante sus ojos hizo que se detuviera tan bruscamente que perdió el equilibrio y cayó al suelo. Una roca larga y afilada le causó un pequeño corte en la palma de la mano, pero ella ni lo notó.
   Su mirada estaba clavada, los ojos a punto de salirse de sus cuencas, en el centro de la inmensa caverna a la que había surgido, y en la figura que allí se alzaba.
-Bienvenida seáis a mis dominios, Lialvuen de la Casa She´enjar. -dijo con voz gélida y profunda, el esqueleto de un descomunal dragón. El corazón de la elfa latía violentamente, tanto que se temió que en cualquier momento estallase.
   ¡Un dracolych!. ¡Por los Árboles Imperecederos de Astalliôn, un Dracolich!
-No temáis, Doncella élfica. No sufriréis daño alguno. -la profunda voz, que parecía provenir de la sima más honda, resonó de nuevo en las altas pares de la caverna; Lialvuen sintió un escalofrío recorriéndole la espina dorsal. Inconscientemente, la joven guerrera elfa ylvenir había recuperado la espada caída y su afilada punta apuntaba hacia la esquelética cabeza del ser de ultratumba.
   ¿Qué no iba a sufrir daño alguno? De haber podido habría reído. Los elfos adoraban y veneraban la Vida como algo sagrado, algo que debía ser respetado en todas sus formas; por eso aborrecían tanto el uso de la Magia Oscura, y dentro de ella la Nigromancia era algo realmente abominable, algo que había que eliminar. Confiar en aquella monstruosidad... Si, ciertamente era una buena broma.
-Silencio, criatura infernal. -espetó la elfa, terminando de ponerse en pie y enarbolando su acero.
-¡Realmente, eres toda una She´enjar! -rió el dracolych. Lialvuen arrugó el ceño, desconcertada pero no abandonó su posición defensiva.
-Hablas cómo si conocieres mi Casa.
   A la elfa le pareció ver que las descarnadas mandíbulas del dragón no-muerto se curvaban en una tétrica sonrisa.
-Cierto, joven elfa. Hace ya varios siglos de aquello, aunque no es ciertamente ese el asunto por el que he ordenado al gharauka que te trajera ante mí.
   Lialvuen soltó un bufido.
-¿Asunto? ¿Para matarme a gusto tu mismo, ser despreciable? -manifestó fríamente. Luego miró al gharauka, clavando sus ojos en la bestia como si le hubiese lanzado un par de dagas.- ¿O sólo me torturaras para que finalmente tu lacayo me devore?
   De nuevo la risa divertida del dracolych resonó en la caverna.
-Encantadora, realmente encantadora. -el dracolich se movió, y estiró su largo cuello huesudo. La cabeza de la monstruosidad quedó a menos de dos metros de la de Lialvuen quien pudo sentir en su rostro el pútrido aliento de aquella criatura impía.
   "No, pequeña elfa. Nada te ocurrirá. Estás aquí para cumplir una promesa hecha por tu padre cientos de años atrás.
Durante unos largos segundos, reinó el silencio. El Dracolich y la joven novicia Ehlol´rhan se miraban fijamente.
-¿Una promesa de mi padre?. -cuando habló, la incredulidad se reflejó en las palabras de la guerra ylvenir.- ¿Qué tipo de promesa?
   Pese a todo su recelo, nada podía haber preparado a la joven elfa para las palabras que escuchó al dracolich.
-Terminar con está falsa vida que me mantiene y me esclaviza.
   ¡Sagrada Dahanù! Lialvuen apenas podía salir de su asombro. Ella había venido a destruir un mal, a pasar una prueba que determinaría si era o no merecedora de ser una Ehlol´rhan, y ahora ese "mal" le pedía amablemente que acabase con él.
-¿Por qué debo creerte? -inquirió, aunque su voz sonó menos firme que antes pues ahora en su cabeza los pensamientos bullían en un mar de dudas.
-La decisión es tuya, Lialvuen She´enjar. Decidas lo que decidas, abandonarás esta montaña viva e ilesa. -repuso el monstruo. Durante un largo tiempo, la elfa meditó lo que había oído. Entonces, se irguió y bajó la espada.
-Di lo que tengas que decir. -manifestó, pensando que nada tenía que perder si escuchaba.
   La cabeza del dracolych asintió y se retiró, elevándose hasta alcanzar la longitud máxima del cuello.
-Hace siglos fui atacado por un dominador de las Artes Oscuras. -comenzó a relatar el antaño vivo y poderoso wyrm.- Nuestro combate fue largo, duro y sangriento. Jamás me había topado con un mortal que poseyese tanto poder. Mis garras y mi aliento de fuego tocaron repetidas veces su carne pero el Mago se resistía a morir, o siquiera a retirarse. Tras largos minutos de lucha, logré apresarlo entre mis garras, pero cuando me disponía a devorarlo aprovechó su oportunidad y conjuró una andanada de flechas mágicas. Sólo una bastó para atravesar mis fauces abiertas y alcanzar mi cerebro.
   "Si, ahí debió haber acabado todo, pero no fue así. Aquel Mago desconocido era un Nigromante y yo me convertí en su más novedoso juguete. Devolvió la vida a mi cuerpo muerto y lo ató a su control por medio de numerosos y complejos hechizos.
   "Durante años, largas décadas, Erziliak de Cerr´Mildarhnn me utilizó cómo su más mortífera arma. Obligado por sus conjuros de servidumbre, pueblos, villas y algunas urbes cayeron bajo mi gélido aliento... Y yo no pude hacer nada para evitarlo. Pero años después Erziliak el Oscuro murió al fin, por la mano de su propio hijo, Maldherak.
   "A través del vínculo maldito que nos unía, pude sentir el momento en que su vida se veía truncada, y me regocijé. El paso de los años ha contribuido a que aquellos hechizos que me habían atado a su férrea voluntad se tornasen cada vez más y más débiles. Ahora ha llegado el momento de poner fin a algo que nunca debió suceder. Por eso estás tú aquí, Lialvuen.
   Las últimas palabras de la historia del dracolych resonaron durante un momento por toda la caverna. Pese a todo, nadie dijo nada después de que todo volviera a estar en silencio.
-¿Y cómo llevaría a cabo la promesa de mi padre?. -señaló Lialvuen, frunciendo el entrecejo, tras un largo rato de meditación.
   El dracolych movió su cuerpo descomunal y reveló una montaña de incontables riquezas situada a su espalda.
-En mi Tesoro se halla una antigua espada élfica, de nombre Thaluen´rhi. Lo único que debes hacer es tomarla y hundirla en mi pecho.
-¿Y ya está? -inquirió ella, incrédula. ¿Acaso aquel monstruo sin espíritu estaba intentando confundirla?
   El dracolich pareció dudar, como si no supiera si pronunciar las siguientes palabras fuera una buena idea.
-No, existe algo más. La razón por la cuál tu padre no acabó conmigo él mismo. -el tono de su voz pareció tornarse más cavernosa si aún era posible.- Thaluen´rhi no es una espada cualquiera. Sólo puede ser empuñada por una persona cuya alma reluzca por su pureza y su valor, un alma libre de toda mácula.
   Lialvuen asintió, como si hubiera esperado aquella respuesta; sin embargo...
-Bien. -dijo ella, enfundando su propia espada y dirigiéndose hacia la montaña dorada.- Probemos.
   No necesitó buscar mucho aquella espada. Cierto que había en aquel amontonamiento de oro y joyas numerosas espadas y otras clases de armas, pero había una que destacaba especialmente. Lialvuen se acercó a ella y la observó detenidamente antes de cogerla. Su empuñadura era larga, la elfa pensó que podía cogerse tanto a una como a dos manos, y estaba forrada con un extraño cuero carmesí. La guarda, a parte de ser compleja a base de láminas cruzadas unas con otras, poseía tres gemas engarzadas; una esmeralda tallada en su centro, flanqueada por dos zafiros semejantes a dos gotas de agua. En el pomo, éste en forma de una flor abierta, asomaba un rubí. Finalmente, en la parte plana de la traslúcida hoja se habían cincelado tres runas, legibles perfectamente entre una maraña de hojas: Justicia. Valor. Templanza.
   Lialvuen sintió la boca seca. Aquella espada era la obra más maravillosa que jamás hubiera visto. Con reverencia en sus gestos, la joven guerrera estiró sus manos y empuñó a Thaluen´rhi y tiró de ella. La espada salió suavemente del montón de monedas y joyas, y la elfa sintió como una corriente cálida ascendía primero por sus manos y luego por sus brazos, llenándola con una sensación tan maravillosa como indescriptible; por primera vez, Lialvuen se sintió bien, se sintió como si hubiese encontrado a sí misma.
   Lentamente, se volvió hacía el dracolich. El enorme wyrm no muerto estaba apoyado sobre su lecho, con el largo cuello estirado y la cabeza sobre el suelo.
-Ahora ven y cumple con la promesa.
   La joven elfa asintió y avanzó, alzando la espada. El ataque llegó de improviso.
   El gharauka se arrojó sobre ella desde el lado derecho, pillándola por sorpresa. Sólo gracias a sus muchos años de entrenamiento, Lialvuen salvó su vida. La elfa levantó la espada justo a tiempo de bloquear la zarpa que se precipitaba sobre su cabeza y desviarla a un lado. Acto seguido ella misma se desplazó rápidamente hacia el lado contrario, poniendo la suficiente distancia entre ella y el gharauka.
   ¡El Dracolich la había traicionado! Lialvuen se recriminó en silencio el haber sido tan estúpida, por haber creído en las palabras bienintencionadas de la criatura no-muerta.
   Enarbolando la espada hasta que sus ojos grisáceos quedaron a la altura de la elaborada cruceta, la elfa cargó.
-¡Yl´hara meün´te, ehlolfhai She´enjar!- el gritó de guerra de su Casa resonó con fuerza en los muros de la caverna.
   Las poderosas mandíbulas del gharauka se abrieron y de su garganta surgió un potente rugido, el desafiante reflejo al grito de guerra de la elfa. Lialvuen descargó su golpe, pero la hoja apenas rozó el pecho de la bestia cuando ésta eludió el ataque con una velocidad sorprendente, una velocidad que nada tenía que envidiar de la de los elfos.
   El contragolpe del gharauka llegó desde abajo. Las largas y terribles garras de la bestia surgieron por debajo de la protección de la elfa, y fueron esta vez los reflejos los que de nuevo salvaron su vida. Había estado a punto de ser abierta en canal, como un vulgar cerdo.
   Mientras retrocedía de un potente salto, Lialvuen tanteo su pechera con la mano libre. El sobreveste que había cubierto su cota de malla colgaba ahora hecho largos jirones. Tanteo también los anillos de la liviana armadura y maldijo al sentir que dos estaban rotos. Al parecer, incluso el mejor acero élfico era insuficiente protección frente a las afiladas y letales zarpas de un gharauka.
-Ssseráss una sabrosa comida, elfa. -rió la bestia. Entonces, chasqueando sus poderosas mandíbulas, saltó hacia la joven guerrera ylvanir.
   Sin embargo, Lialvuen no tuvo tiempo de reaccionar. Algo grande y pesado zumbó por encima de su cabeza y una ola de aire la desequilibró y la hizo caer de rodillas. Perpleja, pudo ver como el gharauka era golpeado en pleno salto por la esquelética cola del dracolych. El voluminoso cuerpo de la bestia se estrelló contra uno de los muros de la caverna, y en ella resonaron los crujidos de muchos huesos. La boca de la elfa se torció, asqueada por aquel espantoso sonido. Con un deslizar rasposo, el inerte cuerpo del oso-dragón cayó al suelo. Lialvuen le volvió rápidamente la espalda, conteniendo las ganas de vomitar, mientras bajo el corpachón del monstruo se formaba un pequeño estanque de oscura sangre, cuyo nauseabundo hedor llegó al fino olfato de la elfa.
-Ahora, cumple con la promesa.
   La profunda y cavernosa voz del dracolych la hizo volver a la realidad. Los ojos rasgados de la elfa se clavaron en el wyrm.
-El ataque del gharauka no fue cosa mía. -manifestó éste antes de que ella abriese la boca, como si hubiese leído lo que pensaba la elfa.- El oso-dragón siempre estuvo aquí conmigo, supongo que Erziliak lo dejo como mi vigilante, pues aún no se fiaba de mí. La muerte del mago oscuro debería haberlo de su control, pero al parecer no fue así. El gharauka debía estar compelido por algún hechizo a protegerme de cualquier amenaza. -el dracolich hizo una ligera pausa antes de añadir.- Piensa, Lialvuen She´enjar, que si deseara tu muerte lo habría hecho yo mismo.
   La elfa ylvanir se relajó. Lo que decía el wyrm no muerto poseía lógica... Aunque todo lo demás que rodeaba aquella situación pareciera salido de un sueño sin sentido.
   El dracolich asintió al ver que ella aceptaba sus palabras. A continuación, el inmenso leviatán giró un poco su cuerpo, de tal manera que su pecho quedó expuesto. Lialvuen, tras una vacilante instante, se acercó hasta allí y alzó a Thaluen´rhi, aferrando la larga empuñadura de la espada con ambas manos.
-Que Dahanù acoja tu alma torturada. --dijo la elfa. La espada descendió de golpe y su hoja traslúcida se enterró en el ancho pecho del dracolych.
   No bien la hubo clavado en el cuerpo corrupto del dragón, la hoja de la espada zumbó ruidosamente, y comenzó a brillar cada vez más intensamente, hasta que era tal su intensidad que Lialvuen quedó cegada por el resplandor. El calor que ascendía por la espada y sus brazos era ahora mucho más vivo.
   Una voz resonó en los oídos de la elfa, ¿o fue en el interior de su cabeza?. No habría podido asegurarlo por mucho que lo hubiera intentado. Pero lo cierto es que fue así.
   La voz era la del dracolich, pero a Lialvuen le costó un rato darse cuenta de aquel detalle, pues aunque seguía siendo una voz profunda ya no parecía de ultratumba, sino cristalina casi. Se dijo que aquella debió haber sido la voz del wyrm antes de que el mago oscuro lo matara y le esclavizara a una servidumbre más allá de la muerte.
   Así recitó el dracolych la Profecía, el augurio que Lialvuen recordaría durante toda su vida.

Sed felices, como siempre lo habéis sido
Pero manteneos alerta, pues Aquel que no se Puede Nombrar
Comienza a despertar de su eterno sueño.
Disfrutad del tiempo que resta!
Pues cuando el Innombrable se alce de su lecho
La Guerra nos alcanzará a todos.

Cuidaos del Oeste, pues allí comenzará todo.
Cuidad el Norte, pues allí nacerá la Esperanza.

-Gracias, Lialvuen de She´enjar. Gracias.... -las palabras del wyrm parecieron desvanecerse en el aire, como volutas de humo disipadas por una ligera corriente de aire.
   Esto fue lo último que oyó antes de perder el sentido.
   Semanas más tarde, la joven elfa abrió los ojos y se encontró a su lecho, su hogar entre los frondosos árboles de Ehlier Eyryn´n. Sus parientes la felicitaron y sus padres se mostraron tremendamente orgullosos de verla de regreso, sana y salva, de su prueba.
   Salvo su padre, ninguno sabía lo que había padecido y ella no se vio con fuerzas ni ganas para contarlo.
   Se llevó cierta desilusión al descubrir que Thaluen´rhi, la espada élfica, no la habían encontrado junto a ella. Sin embargo, la decepción se desvaneció pronto. Recordaba todas y cada una de las palabras de la Profecía, y pensó que tal vez, Thaluen´rhi simplemente había sido un instrumento en la liberación del dracolich, pero que su verdadero propósito aún no había llegado. Por alguna razón, supo que el día que fuese necesaria aquella arma aparecería en escena. La espada poseía un Destino, y los destinos no deben forzarse. Lo que estuviera por suceder, ya sucedería en el momento señalado.

   Un mes después de su encuentro con el dracolych, Lialvuen fue nombrada Ehlol´rahn bajo las ramas del Árbol Milenario del Bosque, a las puertas del Templo de Ollanthir, en Ehlier Eyryn´n.
   Al finalizar la ceremonia, tres palabras surgieron en su mente; tres palabras que recordaría siempre en su inmortal vida.
.. Justicia. Valor y Templanza.
  
 

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