Legado de sombras

11 de Junio de 2003, a las 00:00 - Mª Isabel Esteban Alvarez
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Prólogo

Oscuridad y tinieblas, miedo y horror invadían sus sentidos ante lo que sus jóvenes ojos estaban presenciando, la caída del glorioso reino élfico del cual sería heredero algún día no muy lejano y que se había perdido para siempre. Pudo haberlo evitado, pero su insólito don nunca había sido reconocido entre los suyos y no habían hecho caso de sus augurios teñidos de pesadilla. Ahora nada podía hacer para detener todo aquello, solamente sobrevivir si los dioses estaban de su parte en aquellos tiempos plagados de sombras.
       -¡Corred mi príncipe, debéis saltar enseguida!- escuchó a su lado mientras le empujaban hacia el vacío desolador del lecho marino que parecía hambriento mientras lamía con sus helados dedos los miembros que comenzaban a sumergirse en sus negras aguas. A su alrededor una cacofonía de gritos y lamentos, le acompañaron en su lento descenso hacia las profundidades y el silencio, el triste silencio de los muertos exigiendo venganza contra su futuro señor que los había dejado morir sin hacer nada por impedirlo...

"La tarea más ardua de los héroes comienza con el retorno a la normalidad"



1. La Canción del Juglar

Una ligera brisa balanceaba suavemente el viejo letrero de madera, en el cual se anunciaba, grabado en grandes letras doradas ligeramente descoloridas, una taberna que había conocido tiempos mejores, pues en algunas zonas de la misma exhibía claros signos de decadencia, bajo el curioso nombre de La Canción del Juglar, y bastante famosa por un motivo similar. A esa hora tardía, se escuchaban fuertes voces en su interior, que rompían la serena calma que reinaba en las solitarias calles.
Poco después y tras oírse un gran alboroto, se abrió la pesada puerta de entrada con un enérgico golpe, y una figura salió despedida hacia el exterior, mientras resonaban las maldiciones de quien parecía ser el robusto dueño de la posada, que a continuación cerró con un fuerte estruendo, que casi hizo saltar la madera de sus oxidados goznes. La llamativa figura que ahora yacía en el suelo, se trataba de un joven vestido con ropas bastante pintorescas, de un brillante colorido, y en su cintura, reposaba un gastado laúd con diversos motivos grabados sobre el deslucido instrumento. Mientras intentaba incorporarse, y recoger el llamativo sombrero de ala ancha, adornado con diversas plumas de una viva tonalidad amarilla que habían arrojado tras él, escuchó pasos que se acercaban hacia el lugar en que se hallaba, y al levantar la mirada contempló una delgada figura, cubierta total-mente por una oscura capa y que se detuvo a su lado.
-¿Os encontráis bien?- preguntó el desconocido, con un ligero tono preocupado en su voz, al tiempo que le ayudaba a levantarse. Erik, que así se llamaba, creyó identificar la voz de una joven mujer, y le hizo una torpe reverencia, pues aún no se sostenía muy  bien  sobre  sus  doloridas piernas.
-Creo que sí, gentil dama, y aunque agradezco vuestra ayuda, ya me he acostumbrado a semejante trato por parte del posadero, un hombre de mal carácter, os lo puedo asegurar- añadió malhumorado, mientras se frotaba el trasero y hacía una mueca de dolor gruñendo por lo bajo.
-¿Puedo preguntaros el motivo por el que os trata de esa forma?- dijo la joven, observándole detenidamente por entre los pliegues de la oscura tela que le cubría parcial-mente el rostro.
-Simplemente, porque me gano la vida relatando grandes gestas y entonando bellas canciones. Aunque lamentablemente para mí, esta noche la inspiración me había abandonado, por lo que no pude pagarle la cena de la manera en que acostumbro a hacerlo, y Otto no es un hombre al que se le pueda convencer con buenas palabras- contestó vagamente, mientras intentaba sin éxito vislumbrar los rasgos de la desconocida figura.
-Estoy dispuesta a ayudaros más de lo que pensáis, pues conozco una historia que estará a la altura de las que soléis contar, estoy segura de ello. Aunque reconozco que no soy muy hábil en el manejo de instrumentos musicales- repuso esta en voz baja, al tiempo que miraba alternativamente el laúd del joven y luego hacia la entrada de la posada.
-No os preocupéis por eso, yo me encargaré de la música mientras relatáis vuestra historia- exclamó Erik visiblemente más animado, pensando en el banquete que se iba a dar aquella noche, después de todo.
El sorprendido bardo, sin creer todavía en su suerte y agradeciéndole a los dioses aquella ayuda inesperada, precedió a la joven al interior de la posada; dentro reinaba un cálido ambiente, iluminado por múltiples lámparas de aceite que colgaban de las gruesas vigas del alto techo de madera, mientras varias mesas diseminadas por la amplia estancia, y una enorme chimenea de piedra parcialmente negruzca, en cuyo interior ardían varios leños, conferían al lugar una intensa sensación de comodidad y calidez.
Nada más entrar, y mientras el posadero se acercaba con una mueca feroz en su rostro, habló precipitadamente con éste y, al cabo de unos minutos, logró convencerlo hasta cierto punto; mientras pensaba en lo que les podría suceder si la narración no era lo bastante buena para entretener a los cansados huéspedes, aunque decidió no recordar desgracias ocurridas en el pasado. Aquella noche había muchos clientes, y podría ganar con un poco de suerte algo mas que la cena, pensó, mientras se acercaba con la joven hacia una de las mesas, cerca del reconfortante calor que emanaba de la chimenea que se hallaba en el centro de la concurrida estancia.
A un gesto de la esbelta mano de la doncella, pues aún no había logrado ver su rostro con claridad, oculto tras los pliegues de su capucha, comenzó a pulsar suavemente las cuerdas del laúd; mientras escuchaba la voz melodiosa de la joven, que se encontraba a su lado observando a la pequeña multitud congregada a su alrededor, entre ellos el gruñón del posadero y su esposa, igualmente rolliza y de mal carácter.
-Mi historia comienza en un mágico reino escondido, desconocido para la raza de los humanos, habitado por criaturas mitológicas y legendarias, entre ellos los misteriosos y normalmente desconfiados elfos del bosque, comúnmente llamados elfos silvanos... -.
Un murmullo recorrió la sala, y una voz estridente exclamó: -¡Esos  elfos de los que habláis no existen!-, mientras otra voz, en esta ocasión femenina decía: -Yo he oído hablar de ellos, aunque no conozco a ninguno a pesar de haberlo intentado, pues dicen que son muy agraciados-, concluyó con una leve risita.  Al cabo de un rato, se hizo el silencio de nuevo, y la joven continuó con su relato, mientras el juglar rozaba levemente las cuerdas de su instrumento, y la música fluía de éste, hechizando a los presentes de una forma envolvente y casi  mágica.
-... Allí se encontraba la primera protagonista de nuestra historia, una joven doncella llamada Illswyn "la de los cabellos de plata", por la insólita tonalidad de éstos. Extraña entre los suyos por su inusitado interés hacia los secretos de la magia, se apartó poco a poco de ellos y acabó estudiando las artes de la alquimia en una cabaña en la frontera del bosque, aunque seguía manteniendo contacto con los de su raza. Su maestro era un ermitaño llamado Gastón, nacido en tierras lejanas, exiliado desde hacia mucho tiempo de su lugar de nacimiento, y que tomó bajo su protección a la joven elfa, pues necesitaba un aprendiz, alguien a quien enseñar los conocimientos que había  reunido  a  lo  largo de su existencia.
Su vida transcurría con bastante tranquilidad, demasiada, para su carácter impulsivo y temerario. Hasta que cierta noche llegó a su cabaña, un joven caballero de apariencia algo siniestra, con ciertos rasgos élficos, aunque a pesar de ello, algo le hizo desconfiar de el. Por lo que, cuando su maestro la envió a recoger ciertas hierbas que le eran muy necesarias, intentó quedarse y prevenirle, pero éste le ordenó que se fuese lo antes posible a por ellas, y después de echar una última mirada a su hogar, se marchó en su busca, pensando en encontrarlas lo antes posible. Cuando regresaba por un sendero oscuro y bastante irregular, con su mochila repleta de hierbas, sus peores temores se confirmaron, al ver a lo lejos, un humo grisáceo que se elevaba por encima de las copas de los árboles. Con un terrible presentimiento, llegó hasta la cabaña, a tiempo de contemplar como ardía hasta los cimientos. Por suerte, consiguió apagar el fuego antes de que se extendiese hacia el bosque; intentó encontrar a su maestro entre los escombros, pero no halló ni rastro de él...

_____________________________

Mientras la noche avanzaba lentamente, seguían llegando clientes a la ruidosa taberna,
pues había estallado una fuerte tormenta poco antes y caía una lluvia torrencial en esos momentos. La mayoría de los huéspedes estaban sentados alrededor de la joven que narraba aquella apasionante historia, pero el resto se hallaba bastante alejado de aquel círculo de oyentes ansiosos.
Entre estos, se encontraban reunidos en torno a una de las mesas más lejanas, tres curiosos personajes, muy distintos entre sí. Él mas alto de ellos, de clara ascendencia élfica y de rasgos bastante agraciados, iba ataviado con una ligera cota de malla plateada que cubría parcialmente su cuerpo, dejando entrever la fina tela oscura que llevaba debajo, tras la cual se adivinaba la fuerza que poseía su alta figura. Sus largas piernas estaban cubiertas por unos gastados pantalones de piel gris algo oscurecidos por el polvo del camino. Miraba a su alrededor con aire preocupado, al tiempo que hablaba con una figura bastante más robusta y de menor estatura; del cual su rasgo más sobresaliente era, aparte de la cresta rojiza que adornaba la parte superior de su cabeza, y la abundante barba del mismo color que ocultaba la parte inferior de su curtido rostro, una gigantesca hacha de doble filo adornada con extraños símbolos y runas, la cual descansaba sobre sus fuertes y gruesas piernas.
A su lado, se sentaba lo que a primera vista parecía un niño, pero que observándole mas detenidamente, revelaba la presencia de un pequeño halfling, vestido con una sencilla túnica de color marrón sujeta a su abultada  cintura  por un fino cinturón trenzado de cuero, y cosidos sobre ella múltiples bolsillos, algunos de los cuales se encontraban bastante llenos. Debido a su corta estatura, unos pies sorprendentemente peludos, sobresalían debajo de la prenda y quedaban colgando, mientras éste los balanceaba ligeramente, mirando curioso hacia el grupo reunido alrededor del bardo y la joven, y que parecía no enterarse de la conversación que mantenían sus compañeros.
-Debería haber llegado hace horas, sin embargo, su caballo no está en los establos- dijo el elfo mirando al robusto enano, que en ese momento devoraba un grasiento muslo de pollo y que, obviamente no se detuvo a responderle.
-¡Un bardo! Seguro que está contando alguna buena historia, pues su público está muy atento- exclamó el halfling, mientras frotaba sus regordetas manos, y un curioso brillo aparecía en sus pequeños e inquietos ojos de color castaño, cubiertos parcialmente por el desordenado flequillo, de la misma tonalidad que su aguda mirada. 
La pequeña multitud de un principio se había ido agrandando poco a poco, uniéndose a ésta algunos de los últimos clientes que habían llegado; aunque probablemente el mérito no fuera de la narradora y el joven músico, sino del agradable fuego de la chimenea, que calentaba más rápidamente los empapados cuerpos que se acercaban a ella, que la cerveza aguada que servían las dos camareras de la posada; mientras esquivaban los pellizcos de algunos clientes que intentaban aprovecharse de ambas, aunque más de uno se había lleva-do un bandejazo en la cabeza por ello.
-Espero que no metas tus hábiles manos en bolsillos ajenos, Nick- le contestó el elfo desviando su atención del enano, mientras miraba hacia la puerta de entrada de la posada.
-¿Por qué siempre me fastidias la diversión, Aldor?- dijo entre dientes el halfling- aunque el brillo de sus ojos no había desaparecido, y poco después se dirigió dando pequeños saltitos hacia el numeroso grupo que se hallaba cerca de la chimenea, inconscientes de lo que se les venía encima.
-Estoy preocupado, Algrim-exclamó bruscamente, ignorando al halfling y dirigiéndose de nuevo al enano, que en ese momento terminaba de beberse una enorme jarra de cerveza, y se limpiaba con el dorso de la mano las gotas que caían de su abundante barba rojiza. -Ella sabe cuidarse muy bien- contestó con voz grave, aunque una sonrisa asomaba a las comisuras de sus labios, y casi se atragantó con el siguiente trago de cerveza.
-Aún me pregunto porque decidió adelantarse, sobre todo en una noche como ésta- repuso Aldor, que en ese momento observaba como una joven vestida con un  revelador  atuendo cubierto por un sucio delantal, obviamente una de las camareras, se  acercaba  a  su mesa balanceando suavemente las caderas.
En realidad, se trataba de Cora, la hija del posadero, que aquella noche se encontraba sirviendo en las mesas, en contra de su voluntad como siempre, pues ella aspiraba a algo más que terminar sus días como su madre, gorda, gruñona y amargada. Así que aprovechaba momentos como este, en que algún noble caballero entraba por azar en la posada, e intentaba seducirle y conseguir que la sacase de allí; ó en cualquier caso, un buen revolcón en el viejo desván que se encontraba en la parte superior de la posada, y que no era visitado por nadie, salvo por ella misma, claro está. Pasando la mano por sus negros cabellos y colocándose de nuevo el escote del vestido, visiblemente más bajo que antes, se dirigió con expresión soñadora hacia la mesa en la que se encontraba su nueva víctima.
-¡Por todos los diablos! ¿Aún te lo preguntas?- gritó el enano, mientras varios de los presentes se giraban para mirar. -Últimamente os pasáis el día discutiendo y, ¿aún te lo preguntas?- repitió éste golpeando la mesa con un puño, haciendo que los platos saltaran sobre ésta y una jarra rebosante de cerveza se derramara sobre su áspera superficie.
-¡Cálmate! Simplemente fue una diferencia de opiniones. Ahora lo que me  preocupa es saber dónde está, y si se encuentra bien- le respondió el elfo con cierto aire de culpabilidad, mientras recordaba la fuerte discusión que habían sostenido aquella misma mañana.
En ese momento, Cora, una jovencita pecosa y bien formada de grandes ambiciones, se inclinó sobre la mesa, y al tiempo que ofrecía una generosa vista de su escote, preguntó: -¿Quiere algo de beber, noble señor?... invita la casa- insinuó la joven, al tiempo que le hacía un breve guiño con sus grandes ojos grises, oscuros y seductores.
-No me apetece nada en éstos momentos, pero os lo agradezco de todas formas -contestó Aldor cortésmente, mientras el enano le propinaba un codazo debajo de la mesa, y contestaba a su vez: -¡Acepto el ofrecimiento, buena moza! No se puede desperdiciar tan buena cerveza, ni otras cosas- bromeó Algrim observando sus muy curvadas formas.
La joven se ruborizó levemente, y se dirigió de nuevo al elfo: -¿Sabe? se parece mucho a uno de los personajes de la historia que están contando allí al fondo. ¿Cómo era?... ah, ya recuerdo: De rasgos agraciados y porte noble, sus cabellos eran como el oro, y poseía unos extraños ojos de un suave color violeta- dijo la joven observándolo detenidamente, al tiempo que el enano se atragantaba violentamente y de su garganta surgían estruendosas carcajadas, mientras un leve rubor cubría las mejillas del elfo, y una expresión de auténtica furia endurecía sus facciones.
La joven se retiró apresuradamente, y se dirigió hacia las cocinas preguntándose que había hecho mal, aunque con esa extraña raza nunca se sabe, se dijo a sí misma, mientras se consolaba pensando en su próximo caballero.



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