El Canto de la Última Jornada

29 de Junio de 2003, a las 00:00 - Daniel Figueroa
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"Muchas historias he escrito sobre las cosas que he visto;
mas, queda una más en mi mente que debe ser contada"

"El canto de la última jornada del Bardo,
y de quienes lo acompañaron"

- El Bardo



I Parte
- La Batalla en el Paso y el Ataque a Orior -

I Estrofa: La caída de Azazel

- ¡Vamos Laurel! ¡No podemos hacer nada!
El fulgor se había apagado, nuevamente la oscuridad y el ruido de la tormenta los rodeaban; ahora más oscura que antes, después de haber contemplado el gran fuego del místico bardo.
El clamor retumbaba en medio de la tempestad, mientras Laurel trataba de ver algo; pero el fondo del abismo permanecía envuelto en una perpetua sombra, quieta, tan densa que parecía que se podía tocar. La terrible tormenta del Este los envolvía y rugía ferozmente.
Finalmente ella accedió al ruego del noble, y juntos continuaron huyendo. El Magistrado no supo de la derrota de la Furia hasta que estuvieron a salvo en el Valle, al día siguiente. Sin embargo, Laurel sabía que Azazel y el bardo no sucumbieron en el precipicio, que su duelo continuo todavía en el fondo. Apenas pisaron terreno seguro en el Paso y tomaron un respiro, entonces ella entono en su flauta una suave melodía con la esperanza que el viento la llevase hasta el valiente luchador y lo guiase por los bosques sin límites.
Abrió los ojos, pero tal parecía que los mantenía cerrados; tal era la oscuridad que lo envolvía. Permaneció todavía unos instantes en el suelo. Palpaba las ramas y el barro debajo de si; un aguacero fuerte le caía encima. Estaba totalmente empapado; el frió empezaba a colársele hasta los huesos.
Cuando trató de moverse se dio cuenta de que sus piernas eran prisioneras por una amalgama de piedras, barro, y trozos de árboles. Estaba entumecido, no sentía todavía todo el dolor de sus heridas, su brazo continuaba inutilizado en parte. Un velo cubría su mundo y sus recuerdos. Poco a poco lograba salir de esa prisión, mientras recordaba, conforme iba recobrando la consciencia.
Finalmente se pudo poner de pie; sus rodillas se doblaban, y se dejó caer sentado en el montículo de tierra. Miró hacia arriba, y ante la luz de los relámpagos distinguió la orilla partida del acantilado. Entonces vino a su mente el recuerdo del duelo, y recobro sus cinco sentidos al instante. Se vio a si mismo y a Laurel corriendo desde Avalón, la fortaleza en el alto Macizo, hacia el Noreste, tratando de engañar a las Furias y al Magistrado. Desde eso debieron pasar varios días. Pero el líder de las Furias, Azazel, los logro alcanzar cuando se internaban en lo más espeso del bosque de la montaña, lo mismo que la tormenta conjurada en Orior.
¿Por qué peleó contra aquel monstruo? Lo esperó en el precipicio mientras Laurel y Salez avanzaron un poco más. Lo encaró con enojo, con su báculo en la izquierda y la espada de la diestra. Ataque tras ataque, apenas se contenían uno al otro, pero aquel ser desde joven vivió acostumbrado a la lucha y la cacería; aún resistía mientras él empezaba a ceder.
Estaba desesperado. Recordó cuando realizó su último ataque. Guardó su espada en la funda (palpó su costado de manera automática, seguía allí), y con ambos manos empuñó el báculo. Estaban en un recodo del acantilado; a su derecha, el abismo, atrás Laurel a distancia segura, y en frente el Cazador. Su voz igualó al trueno cuando enterró el extremo del báculo en la tierra. Esta cimbró como si un estallido la recorriera por dentro, comenzando a desmoronarse bajo sus pies.
Hasta ahora veía la altura desde donde cayeron. No se podía explicar como pudo haber sobrevivido.
Pero se reconfortó al saber que Laurel seguramente estaba bien. Las demás furias debían estar aguardando en las rutas hacia el Oeste con dirección al Valle, y en las rutas que iban hacia el sur. Salez acertó, no esperaron que ellos tomaran rumbo directo hacia Orior, la capital. Solo Azazel los sintió cuando era muy tarde para ser alcanzados por los demás.
Uno de los grandes soldados de La Hermandad fue derrotado, y sus amigos estaban rumbo a casa. Estos pensamientos le hicieron olvidar un poco el terrible frió que sentía, el dolor en sus piernas, y las profundas heridas en su brazo. Trató de inspeccionar esta herida en medio de aquella oscuridad; al menos no sentía sangre correr. Abrió y cerró su mano, tenía movilidad, aunque torpe.
No le costó mucho encontrar su báculo, yacía a solo unos cuantos pasos de distancia. Cuando lo empuñó se sintió bastante aliviado; aquel último conjuro había terminado con sus fuerzas, y apoyado en este trato de caminar.
Respiró hondo y miró en todas direcciones. Sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, aunque sólo podía ver cuando algún relámpago cabalgaba por el cielo, iluminando todo a su paso. Árboles y más árboles; en el espeso bosque había caído, sentía el suelo húmedo cubierto por una gruesa capa de hojas. Un lugar húmedo y montañoso, donde no era muy difícil perderse.
Un río. Solo un río podía evitar su perdición. Todos los afluentes de ese lado de las montañas iban a parar a las grandes corrientes. No sabía, no recordaba el porqué, pero la idea de un río le palpitaba aún en su cabeza. Iba a ser un camino largo, y no menos peligroso, pero con seguridad lo llevaría a casa, eso sí lo sabía con seguridad. Pero ahora la prioridad era otra, había que encontrar refugio de la tormenta.
En ese momento sintió como el viento cambiaba de giro. Los relámpagos cesaron, pero los truenos aún hacían temblar el bosque. A pesar del viento y la torrencial lluvia, todo parecía quieto y a la vez moviéndose acompasado, revolucionando a su alrededor.
He aquí cuando lo sintió. La consciencia del Juez, el Ojo de la Contemplación de Oriente. Lo nublaba todo, siguiendo la tormenta (casi se podía decir que su voluntad era la tormenta). Su fuerza invadía el ambiente y lo había encontrado y dado cuenta de la caída de Azazel.
- ¡Magistrado! - gritó, aunque sabiendo que no era necesario, ya que de quererlo, el Bardo podía revelar algunos pensamientos al tirano.
"Has derrotado a mi amigo" Este pensamiento invadió su mente como una ventisca; la voz de un trueno se había hecho escuchar dentro de él.
Bardo empezó a reír, y dijo:
- ¡Ruge y amenaza! Que mi pequeña esta a salvo en el Paso, donde tu voluntad no prevalece. Su consciencia se vuelve más fuerte, mientras que tu has desplegado esta tormenta por casi un día entero; llegas al fin de tus fuerzas, y después, ¿cómo podrás defenderte?
"Conocerás mi terror" Nuevamente la tempestad comenzó a moverse a su caprichoso y los relámpagos estallaban en las alturas. La armonía se resquebrajo inmediatamente.
Reuniendo un poco de su poder, encendió la punta de su báculo. Una brillante llama danzaba tímidamente con el viento. Caminó torpemente; sus pies tropezaban a cada paso con las raíces de los árboles, y extendía su mano izquierda tratando de palpar cualquier cosa. La luz del báculo podía ser fuerte, pero en aquella sobrenatural tempestad de poco servía.
Más de una vez cayó, y con dolor se volvió a poner de pie. Su cuerpo se lamentaba ahora. Una extraña sensación lo invadió: impotencia, combinada con un profundo cansancio. Aquellas altas montañas eran muy frías y solitarias. El agotamiento de todas las jornadas anteriores lo atacaba de una sola vez. Comenzó a divagar, y los recuerdos vinieron a su mente, en un desesperado intento de buscar una luz a la cual aferrarse.
La memoria que tuvo más fuerza en su pensamiento fue de si mismo de pie en una cima. A sus pies, veía levantarse de la ciudad del Valle, ahora en ruinas, grandes columnas de humo en el Norte y el Este. La bruma cubría las montañas que la rodeaban, pero en dirección hacia el Sol de la mañana, un resplandor rojizo brillaba en medio de las nubes, acercándose poco a poco, como un gran incendio.
Aquel era el recuerdo del ataque de La Hermandad  al corazón de la república. Ese día, llegaba a su fin la dictadura de Osejo y su partido. Ese día, el Juez Magistrado desplegaba su poder, por mucho tiempo latente. Ese día... tan buscado por los historiadores, ¿quién en estos tiempos tenía consciencia de su importancia? Una importancia que transcendía las fronteras de la república y haría temblar los cielos. Este pequeño país fue el holocausto requerido para la creación de tal potencia.
Aún observaba el resplandor de las llamas, devorando las calles, y emergiendo de estas a los imbatibles legionarios. Las personas corrían horrorizadas por todas partes, espantadas y sorprendidas ante la catástrofe. ¿Acaso no la veían venir? Antes de ser el Magistrado, este había combatido por las calles, luchando con acero contra la anarquía. Aquellas primeras gotas de sangre alimentaron su voluntad de hierro. En los años posteriores a su exilio en el Este, su poder creció, conquistando las tierras de más allá del Valle. ¿Cómo no podían haber visto venir a este ejercito, esta plaga? Pero ahora la ciudad está a oscuras, sólo la luz del fuego danza por las calles pobladas de siluetas y cenizas de nostalgia.
Seguida a esta visión, una más fuerte ataco su espíritu. La traición del Macizo, donde fueron llevados con engaños, y muchos fueron estrellados contra la roca. Guerrero tras guerrero, se enfrentaron en combate a muerte contra las Furias, incluyendo entre estas a Azazel; y uno tras otro, perecieron.
Finalmente, se vio a si mismo huyendo por el bosque.
En ese momento, la palma de su mano tocó la húmeda piedra. Continuó apoyado en la pared del precipicio, hasta que encontró un pequeño escondrijo en la roca. No era muy grande, apenas una concavidad en la irregular pared. Pobremente lo guarnecía del agua, pero al menos proveía apropiado respaldo a su cabeza y espalda.
Allí se acurrucó como pudo. Con ambas manos sujetaba muy fuerte su bastón, su larga y gruesa capa estaba empapada por completo y en lugar de calentarlo, lo mantenía húmedo e incomodo; pero no hizo intento para quitársela. Por fin, convirtió la luz del báculo en un mero calor, y cayó en un profundo sueño.
El sol había salido hará ya un par de horas. El follaje del bosque parecía agradecido por la lluvia del día anterior, y los pájaros entonaban en su honor hermosas melodías que llenaban la atmósfera en todas direcciones. Las gotas caían de las hojas verdes, y se sentía el aroma de la tierra húmeda y la naturaleza reanimada por el agua. No muy lejos se escuchaba el rumor de los riachuelos formados por la lluvia.
Bardo tuvo un sueño pesado, el cansancio le hizo olvidar la tormenta y durmió como si nada pasara, así que este día abría los ojos con nuevas fuerzas. Igual que la naturaleza, este día él amanecía renovado también.
Al abrir los ojos, la visión de vida y claridad lo impactó como si despertara de una pesadilla. Y efectivamente así considero al principio la noche y los días anteriores; simplemente despertaba después de un largo invernar. Pero al mirar la herida de su brazo, volvió a la realidad. Dos marcas profundas laceraban la carne del miembro.
Aspiró profundamente, sintiendo el aire cargado de aromas. Puso atención, y además de los cantos de las aves pudo percibir los sonidos de la montaña saludando al Sol. Miro con agudeza, pero las plantas se cerraban a su vista, convirtiéndose en un cuadro donde todos los contornos se entremezclan y la forma pasa a un plano secundario.
Estiró las piernas agotadas. Su báculo reposó a su lado, y apoyó la cabeza en la piedra; disfrutó de aquel instante divino cargado de vitalidad. Un instante que él hizo eterno.
Se puso de pie. Además del dolor en sus piernas y en el brazo debido a las heridas, su cuerpo se sentía bien. Se quito la húmeda capa, y se la colgó del hombro. Inmediatamente entró en calor de nuevo. Era un día cálido, pero no bochornoso; algo extraño en aquellas montañas de frío y brumas perpetuas. Reviso la herida del brazo. Era dos surcos que partían su carne; al menos había cicatrizado, no sangraba, aunque podía gangrenarse sino recibía ayuda cuanto antes.
En verdad deseaba que todo hubiera sido un mal sueño y que así él pudiera aventurarse por este reino de los sueños. Pero Laurel sólo estaba a salvo mientras La Hermandad tomaba un respiro; entendía muy bien a que se refería el Juez cuando dijo: "...mi terror".
Primero debía asegurarse donde estaba exactamente. Para ir del Este al Norte, se deben bajar las montañas del Macizo, cruzar un paso, y subir por las montañas del Este, las cuales conectan con las del Norte. El problema era que en la huida, las víctimas no entienden de caminos, sino solo de escapar con vida.
Llevaban más o menos tres días. La mayor parte del camino había sido una continua bajada, pero no había manera de saber si habían bajado completamente; entre recovecos y caminos engañosos era imposible estar seguro de cual ruta era correcta.
Un río, ¿habían cruzado un río? De ser así, la mitad del trayecto hacia el paso estaba hecho. Pero, ¿tan poca distancia recorrieron? No podía ser así. Su mente se afligía tratando de recordar; todavía estaba aturdida por la batalla de anoche y no quería despertar a la realidad.
¡Sí! Y entonces recordó ese episodio del viaje durante el amanecer del día anterior; hará tan solo un día, pero para la memoria, tan lejano como una década. Con arduos trabajos pudieron cruzar aquel río de aguas rojizas, ya que la tormenta había aumentado su caudal; pero fue una pequeña victoria, cuando ellos pasaron el río se embraveció más y Azazel se vio obligado a dar un rodeo. Quien sabe que hubiera pasado si la corriente no hubiera retrasado a la furia.
Pues bien, podía estar seguro de haber recorrido la mitad del camino hacia el  Gran Bramido, al lugar donde nacía y comenzaba su recorrido hacia las costas al norte.  Después, las montañas le darían la bienvenida. Tardaría días bordeándolas, encaminándose poco a poco hacia el Norte, para después bajar hacia el Valle por camino seguro. Mucho podía pasar en esos días; un nuevo temor anido en su corazón, el miedo a no llegar a tiempo para cuando la nueva batalla estallará. También recordó porqué durante su escape se aferraba tanto a la idea de llegar hasta estas corrientes, en el gran río él veía su mejor oportunidad para derrotar a Azazel.
Ahora sólo era cuestión de ubicarse y para eso necesitaría buscar un claro, en especial en un punto alto. Miro hacia arriba; a la luz del día no le parecía tan escalofriante la altura de la cual cayeron, es más, se preguntaba si habría algún medio para llegar hasta allá. Durante la noche, allá arriba casi no se veía nada, apenas lo suficiente para no dar un paso en falso hacia el abismo, pero de día de seguro alcanzaría a tener una buena panorámica de los alrededores.



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