El poder del cristal

24 de Octubre de 2003, a las 00:00 - Eldärien
Relatos de Fantasía - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

Los personajes de esta historia son inventados, al igual que la trama. Mi problema era dónde situar los sucesos ¿En la Tierra Media o en algún otro lugar imaginario? Ninguna de las dos opciones me convencía. Así que este problema y yo llegamos a un acuerdo: La historia se situaría en una tierra incognita de la Tierra Media para así poder utilizar las plantas, las lenguas y la cultura que creó Tolkien en una tierra desconocida al norte del Reino Perdido de Arnor, llamada: Sildor.  La historia se remonta a la Época de Las Torres y la historia termina bastantes años después de que Aragorn restituya el esplendor de Arnor.


Ya no me pongo tan formal, y acá os dejo el principio, que espero que os guste.



Prólogo

Las olas se desvanecían con bravura, al romper contra los roqueríos, rugiendo con ferocidad atroz. El viento, gélido y huracanado, las avivaba a placer soplando con fuerza arrebatada del más colosal de los gigantes; mientras  las nubes derrochaban lluvia, rayos y truenos. La Ensenada Boreal era el centro de la tormenta, y los habitantes del pequeño pueblo cerraron las grandes compuertas de piedra blanca destinadas a preservar la bahía cuando el tiempo se avecinaba de tan mal agüero.
El capitán del Eärelen tenía la certeza que el barco iba a hundirse, y por eso ordenó a sus hombres que encomendaran sus almas al Gran Dios.

Un terrible estruendo sobrecogió a los habitantes del pueblecito. Desde sus casas calentitas, con la chimenea chisporroteando alegremente, vislumbraron como el gran velero encallaba entre las rocas y se partía en dos con un crujido infernal. Las velas, ya rasgadas cayeron sobre las aguas junto a los mástiles, que en cuestión de segundos, la tormenta convirtió en insignificantes trozos de madera. Se oyeron los gritos de los marineros pidiendo axilio, aullidos desgarrados de deseperación. Los habitantes del pueblo corrieron las cortinas y cerraron  las luces, conscientes que nada podían hacer por aquellos infelices. Sólo un gran mago podría ayudarles, o un milagro. O el destino...

De este modo fue, que nadie vio aquella ola, la única que conservaba espuma blanca, rizada como cabellera, que se alzó majestuosamente hasta morir sobre la arena de una playa, donde arrojó a una niña. Una niña que no se movía, que no respiraba, que permanecía inmóvil, bocaabajo; cubierta de pestilentes algas tan hastiadas como ella. El agua le mojaba rítmicamente las piernas, mientras la lluvia le castigaban el rostro. Aquella niña era una víctima del naufragio.

La tormenta siguió su curso, impasible y destructora; sin piedad de la figura infantil, cuya vida era ya tan incorpórea como la niebla. Su espíritu se preparaba para reunirse con sus antepasados, y morar en El Más Allá.  Cuando  sus sentidos habían paladeado los sabores del otro mundo, una llama apagada resurgió de las cenizas. La niña tosió, y vomitó el agua que le anegaba los pulmones. Respiró profundamente, a la vez que dos lágrimas ácidas se mezclaban con las gotas de lluvia que recorrían su cara. Se levantó, asombrada de tenerse en pie, y se sintió perdida, inmersa en un mundo extraño que no conocía ni recordaba. Se esforzó por contener las arcadas que la acuciaban a cada segundo, arcadas con sabor a salobre y desesperanza. Trastabilló un par de veces hasta llegar a un portal viejo, que le pareció inmenso. Poco a poco las imágenes se difuminaban las unas con las otras, oyó ecos de voces de tiempos antiguos, hasta que la realidad se desdibujó en un tapiz negro; oscuro como la noche más triste, borrando los recuerdos de aquella criatura. La niñita cayó inconsciente sobre el suelo adoquinado de la calle, con la ténue luz verdosa de una farola sobre ella, iluminando un colgante diamantino.

Aquel amanecer el sol arrancó al paisaje los matices más rojos que jamás se recuerden, en honor a aquella niña sin identidad, sin origen y sin familia. Al alba fue recogida por una anciana que la acogió en su casa, que le curó las heridas del cuerpo, mas no las del espíritu, y aquella niña creció preguntándose quién era en realidad.  



1. La Corte de Aingeal

Aingeal era la ciudad más sureña del Reino de Sildor, gobernado por los Altos Elfos. Para muchos, se trataba de un lugar mágico, la última joya de la Tierra Conocida; pues más allá de sus fronteras se extendían las inexpugnables montañas Sûldaltar.

Las largas avenidas - embaldosadas con piedra blanca - conducían siempre al principio de la ciudad donde se erigía un palacio de cúpulas bañadas en bronce, columnatas de caoba con el fuste adornado de grabados florales, terrazas con delicadas mesas de cristal rojizo y grandes ventanales de arco ojival. A sus pies se extendían jardines perfectamente geómetricos, plagados de fuentes,  y pequeños bosquecillos de Meryllin, los árboles de hoja dorada.

Aquella conjunción de colores pardos y rojizos, envolvió a la niña con calidez. Ella abrió los ojos intentando abarcar todos los detalles, y por primera vez se soltó de la mano del Mago para corretear delante suyo y contemplar el que sería su nuevo hogar.

Por desgracia, no duró mucho su alegría. Pronto volvió a aferrarse a la capa de su acompañante, que le concedía seguridad. Cuando cruzó la hilera de columnatas se sintió todavía más menuda de lo que era.

Ardaenim el Mago, le dirigió una esperanzadora mirada a la niña antes de entrar en la Sala del Trono. Cuando los dos pusieron un pie dentro, generales, consejeros sabios y filósofos callaron al instante y clavaron sus ojos en ambos. Ella cada vez tenía más miedo, el mago estaba más alegre a cada segundo que pasaba.

- Rey Óirdheric, siento irrumpir así, sin avisar  a vuestra majestad; pero los jefes de mi Orden no me concedieron más de cuatro lunas, y el viaje que debía emprender requería de mucho más tiempo. - la formalidad era aparente, porque el mago y el rey se conocían desde hacía mucho tiempo
- Estás disculpado, Señor de la Niebla.

Los hombres de la sala entendieron la orden no pronunciada de su gobernante y se retiraron con presteza.

- ¿Qué nuevas me traes de Tanwen y Edore? La gente dice que el comercio es cada vez más próspero.- dijo mientras se levantaba del trono
- Sí, Óirdheric. Lo que puedas haber escuchado es cierto. Pero... Yo he venido aquí para pedirte un favor - la voz del mago seguía siendo fuerte y segura - Quisiera que cuidaras de esta niña, como una más de tus hijas. Ella aprenderá de la Sabiduría Élfica y estará acompañada por niños y niñas de su misma edad.
-  ¿Quién es ella? - parecía como si el rey acabara de reparar que había alguien más en la sala
- Es una niña huérfana, de los países del este. Le debo un favor a la anciana que la cuidaba y ella me pidió que me encargara de su educación. No me quedó más remedio que acceder, pero como comprenderás no puedo arrastrar a una niña humana en mis viajes. Así que pensé en tu familia.
- ¿Qué pretendes que haga con ella? ¿Qué aprendería aquí? ¿Cómo voy a dejar a una niña que sólo los Valar saben de dónde salió, junto a mis hijos? - exclamó moviendo las manos con vehemencia- Llévala a Edore con los de su raza. Aradaenim, ella no puede vivir entre mi gente.
- La llevaría Edore- asintió, apoyándose en su cayado - Pero la muchacha es mestiza.
- ¿A qué te refieres? - preguntó sin comprender nada
- ¡Está muy claro! No pertenece a ninguno de los dos pueblos. Cualquiera pensaría que es elfa cuando la oyes hablar con su acento cantarín, y es tan bella como tus hijas. Pero pasa perfectamente por humana porque no comparte vuestras orejas puntiagudas.
- Ni el color del pelo
- Ni el color del pelo - repitió el mago, frunciendo el entrecejo.

La niña sentía que estaba empequeñeciendo, y empequeñeciendo. Aunque como muy bien había señalado el rey, ella no descendía de la nobleza, le dolía en el alma que hablaran sobre ella como si no estuviera presente. En otra situación hubiera replicado, pero prefirió callarse por miedo a tener que deambular con el mago por los caminos polvorientos de Sildor.

- ¿Cómo te llamas, pequeña? - le preguntó el rey agachándose hasta estar a su misma altura.
- Caranperedhil, mi señor -  mintió ella con sarcasmo, sin dignarse a dedicarle una reverencia
- Curioso nombre, y muy apropiado - murmurró al contemplar su cabellera pelirroja. El rey se paseó unos minutos por la sala, cabizbajo. Luego se giró hacia ellos y dijo:
- Está bien podrá quedarse. - suspiró pesadamente - Y ahora vete Señor de la Niebla, siempre que apareces complicas mi vida.

Ardaemin se inclinó ante él y tomó a la niña de la mano. La llevó hasta una sala de tapices verde claro que era probablemente la Sala de Los Niños por los objetos que había. El mago le dio la bolsa con las pocas pertenencias que ella tenía, y ya se disponía a marcharse cuando se giró bruscamente:

- ¿Por qué le mentiste a Óirdheric? Le dejaste sin palabras con tu comentario, pero... ¿Cuál es tu nombre verdadero?
- La anciana solía llamarme Maika... -
- Antes de irme, toma esto - el mago le tendió una pulsera de plata muy pequeña y desapareció por la puerta.
La niña manoseó la pulsera, y leyó en el reverso unas letras blancas como perlas: 

Galad-Nariel

Salió corriendo, para alcanzarle, y aunque sólo encontró un pasillo desértico, susurró, convencida que él le oía: Espero volver a verte, Señor Ardaenim.

- ¡Ah! Tú eres la niña que ha acogido el Señor. ¡Bienvenida! Me llamo Loth - se presentó la mujer  con una sonrisa radiante - Ven, te llevaré a tu habitación para que te vistas - añadió, mirando críticamente el vestido raído que llevaba. - Ya verás, cuando te presenten en la cena estarás guapísima.

Ella siguió a Loth a través de los inmumerables pasillos del palacio, hasta subir a un peque ño torreón. No tuvo mucho tiempo para contemplar su habitación, pero a primera vista decidió que era preciosa, y no se sentiría sola, pues habían otras dos camas, muy probablemente de las princesas. Horas más tarde, después de que Loth le preparara un baño espumosa, le trenzara el pelo y le diera un vestido de una de las hijas de Óirdheric.

Al entrar al Gran Salón le impresió el fasto con que todo estaba engalanado. Las copas brillaban, los platos relucían bajo el mantel blanco. El mobiliario en aquel lugar estaba diseñedo con elegancia y lujo. Estaba abrumada, y sentía que nunca llegaría pertenecer a ese sitio.

- Caranperedhil, te presento a mi esposa Andúnë, mis hijas Rilgul y Quenwen y mi hijo Thorontir.

Dos muchachachas de su misma edad, unos dieciséis años, sonreían. Pero eran sonrisas diferentes entre sí... una de desconfianza, otra de alegría. Y el muchacho, probablemente más mayor, la miraba mezcla de extrañeza y asombro.  Pronunció varias formas de cortesía antes de sentarse, y dar comienza a la cena.

Varias horas más tarde, cuando las estrellas titlaban en la fría noche, ella miró a Quenwen con una sonrisa dulce, y cerró los ojos pensando que nadie sabría el verdadero nombre de La Dama de Cabellos de Fuego en la Corte de Aingeal.
Ella era Galad-Nariel.



N.d.a: Bué, tenían que aparecer bastantes sitios y nombres de personas. En los próximos caps habrá más acción. Acá los significados

Personas:

Ardaenim: Noble Sombra Blanca
Loth: Flor
Caran-per-edhil: Miedo Elfa Roja
Rilgul: Destello de Magia Negra
Quenwen: Literlmente: Doncella-hablar pero una adaptación sería: Doncella (bien) hablada
Thorntir:Vigilancia de Águila
Andúne: Crepúsculo
Maika: Aguda, penetrante (utilizado en el senitdo de mordaz)
Galad-Nariel: Dama de Cabellos de Fuego
Óirheric: Oro (en gaélico)
Eärelen: Mar de estrellas

Lugares:

Aingeal: Luz de Fuego (en gaélico)
Tanwen: Fuego blanco (en escocés)
Edore: E-dorada (francés)
Sildor: Tierra brillante
Sûldaltar: Gran Fin del Viento


  
 

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