La Espada del Alba (libro II)

07 de Diciembre de 2003, a las 00:00 - Abel Vega
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Libro segundo: Sangre y Acero
 

Capítulo ocho: LA IRA DE KAENOR

Al fin vió Scerion las altas murallas de Anthios. Tras largas jornadas de rápido viaje, llegaba a la ciudad exhausto y destrozado por el esfuerzo. Durante todo el trayecto desde el desfiladero de Gagda, había sido veloz, todo cuanto sus pies pudieron, y no paró de pensar en Linnod, qué le había ocurrido o qué había sido de él, o si algún día volvería a verle. Pero lo principal era poner a Kaenor en sobreaviso de lo que venía hacia la capital.

Dos jinetes salieron a su encuentro cuando estaba a dos centenares de metros de la puerta principal. Cuando llegaron a él, Scerion se derrumbó en el suelo, y después de su larga marcha, pudo cerrar los ojos y dejarse llevar. Los jinetes le cogieron y se dirigieron a toda prisa hacia la ciudad. Cruzaron las grandes puertas veloces y llevaron a Scerion a la sala de sanación. Le colocaron en una cama, y le cambiaron la ropa rota y ensangrentada, y curaron sus heridas con agua limpia y hierbas. Luego, Scerion al fin pudo dormir, y durmió como nunca se imaginó que lo haría, tan plácidamente, pero con una gran preocupación en su cabeza. Trató de levantarse y se dirigió a sus cuidadores:

- Oigan, tengo que ver a Kaenor enseguida tengo noticias que....-

- Tranquilo, descansa, el rey ya sabe de tu presencia, no tardará en llegar- contestó una mujer, mientras le colocaba un paño húmedo y caliente en la frente.

Scerion se volvió a acostar y se quedó con los ojos clavados en el techo. Hasta ahora no había pensado en cómo se iba a dirigir a Kaenor, nunca se había puesto en esa situación, y no sabía que le contaría exactamente, pues aunque quería decir toda la verdad, se sentía confuso y temeroso. Entonces recordó a Linnod, y trató de imaginar dónde estaba, y qué fuerza le había echo volver atrás y por qué, sin saber que en ese mismo momento, éste salía de la cueva de Korho con malas nuevas, pero con un acero de esperanza colgado de su cinto.

La mujer despertó a Scerion de su ligero sueño. Le agarró suavemente del hombro y le movió un poco, y éste abrió los ojos despacio y se encontró con su hermosa cara.

- Kaenor no tardará en llegar. Estate preparado- le dijo

Scerion se levantó, y sintió dolor en sus piernas, y en su cabeza. Observó la habitación detenidamente, y miró por su amplia ventana. Situada en la parte baja de la Torre del Rey, la sala de sanación daba con sus ventanas a la parte sur de las murallas, y ésta dejaba ver parte de los campos de Anthios, ahora marrones y secos.

- ¿Sólo tu has vuelto verdad?- preguntó la mujer a Scerion

- Sí. Todos murieron, hace seis noches, cerca de Gagda. Bueno, todos no, un amigo se quedó por el camino, no se dónde ni por qué, pero así ha sido-

- ¿Qué es lo que os encontrasteis?-

- No lo se con certeza. Algo que no desearía que se cruzara en el camino de el peor de mis enemigos. Ya han arrasado Gagda, mi pueblo, y mi familia estaba allí. Creo que aún no acabo de creerlo, con tantas cosas que han ocurrido en estos días-

- Lo siento mucho, de veras- contestó la mujer - Me llamo Sajha, soy quien se ocupa de los heridos y los enfermos aquí, en la ciudad-

- ¿Y tu sola haces todo el trabajo?- preguntó Scerion

- No llega mucha gente hasta aquí, los enfermos tardan en venir a la Torre del Rey por temor a Kaenor, y cuando lo hacen ya es demasiado tarde-

- Eso es muy triste-

- Lo sé, pero es la realidad-

Scerion volvió a mirar las praderas de Anthios a través de la ventana. Miró al cielo y no vió sino un color azul y un sol radiante que incrementeba aquel largo y tórrido verano. En esos momentos oyeron que unos pasos se acercaban por el pasillo, y Sajha volvió rápidamente a sus quehaceres, recogiendo gasas y hierbas. Entraron en la sala cuatro guardias, y tras ellos, Gerald y Kaenor. El rey hizo un gesto y los guardias se colocaron en el dintel de la puerta. Gerald permaneció tras el rey, y éste se acercó a Scerion, que no supo que hacer, y se arrodilló agachando la cabeza.

- ¿Eres tú el único que ha regresado de la compañía que envié?- dijo con voz grave.

Scerion alzó la cabeza y miró a Kaenor. Al ver sus negros ojos y sus duros rasgos, sintió miedo, y su garganta se secó.

- Sí, sólo yo he vuelto.- pudo decir con la voz atenazada.

- Me han comunicado que todos han muerto, pero deseo oir tu versión de los hechos, pues tú has estado allí, y no mis informadores.-

- Es cierto, mi rey, todos murieron menos yo. Y la verdad es que traigo información que le ha de ser comunicada cuanto antes-

- Mucho has de contarme, pero antes he de ocuparme de otros asuntos-

Kaenor se dió media vuelta y se dirigió a la puerta. Scerion trató de hablar.

- No,.....espere,........es import.....- balbuceó con miedo, con una voz casi imperceptible.

El rey no le escuchó, y ordenó salir a sus guardias antes de él.

-¿Es que no ha oído lo que le ha dicho?- preguntó Sajha- Ha dicho que tiene algo importante que decirle, no sería capaz de escucharle?-

Kaenor se detuvo y con la mirada seria observó a Sajha. Se acercó a ella y puso su mano en la mejilla de la mujer. Sajha pensó entonces en lo que había dicho y su corazón se aceleró de miedo.

- Escucha, mujer, como vuelvas a hablar a tu rey así, tu hermosa cabeza colgará de las puertas de la ciudad- dijo suavemente.

Sajha cerró los ojos y una lágrima salió de su ojo, y se deslizó hasta llegar a la mano del rey. Kaenor apartó su mano de la cara y se giró. Sajha sintió como sus piernas cedían y su cabeza daba vueltas pero pudo mantenerse en pie. Kaenor se dirigió a Scerion.

- Espero que eso que me has de comunicar sea de veras importante, pues mis ánimos están hoy caldeados y mi espada demasiado limpia y afilada, y deseo probarla y mancharla de sangre. De tí depende que no lo haga contigo.-

- Es importante, se lo aseguro. Lo que acabó con todos los soldados es una gran hueste, que ahora se dirige hacia aquí con el objetivo de conquistar la ciudad.- dijo Scerion con la voz temblorosa.

- ¿Y qué te hace pensar que llegarán hasta aquí sin encontrar oposición?-

- Ya han arrasado todo desde el Gran Mar del Sur hasta más al Norte de las Eltereth. No han dejado nada con vida.-

Kaenor miró a su guardia y a Gerald con cara de sorpresa, sin creerse lo que aquel esmirriado soldado le decía. Volvió a mirar a Scerion y agarró la empuñadura de la espada.

- Tus palabras se desvanecen el el aire, pues no son más que mentiras. Pero te perdonaré la vida, y prepararé una guardia, pero si lo que has profetizado no se cumpliera, da por seguro que desearás no haber mentido a tu rey.- dijo Kaenor.

El rey se giró y se fue con su guardia, cerrando la puerta tras de sí con un duro golpe. Scerion se sentó derrumbándose en la cama y cubrió su cara con las manos. Sintió ganas de llorar, y de huir lejos, lejos de aquel reino y de aquel rey, y lejos de lo que lo amenazaba. Levantó la cabeza y vió a Sajha mirando por la ventana, con los ojos rojos y las manos temblando. Scerion se levantó y se dirigió a ella. La abrazó y ella lloró en su hombro.

 Ese día acabó y también el siguiente y otro más. Kaenor, incrédulo pero previsor, tenía varias guardias protegiendo la ciudad. Las palabras de Scerion le habían inquietado, y se sentía inseguro. Y fue en el amanecer del cuarto día desde la llegada de Scerion cuando Linnod puso los pies en las praderas de Anthios. Las cruzó, escondiéndose de las guardias, y entró en la ciudad por una de las puertas que sólo los generales del ejército de Kaenor conocían. Con la débil luz del alba, cruzó las silenciosas calles de la ciudad. Cada paso que daba, el dolor de sus piernas se acrecentaba, el hambre se hacía más voraz y su garganta pedía agua cada vez con más fuerza. Aquellos días en los que caminó desde las Eltereth hasta la capital del reino de Anthios fueron los más duros que Linnod había vivido desde hacía diez años. Pero ahora un temor mayor embargaba su mente y agarrotaba su cuerpo aunque las plabras de Korho parecían ahora lejanas y vacías, y carentes de sentido ahora que estaba ante la colosal ciudad, que parecía inexpugnable, pero ese miedo a lo desconocido le seguía atormentando. Cruzó la ciudad y entró en la Torre de la Reina. Subió a duras penas las escaleras y con la vista nublada llegó al piso superior, que coronaba el cuerno de roca y metal. Salió bajo el cielo ahora azul en una azotea circular bordeada de doradas almenas. Se apoyó en una de ellas y ante él vió la ciudad desde lo alto, y las vastas tierras que la rodeaban, luego se giró y miró al mar, inmenso y poderoso, que golpeaba incesante la roca desnuda del acantilado, sintió su aroma y su frío viento proveniente del horizonte, y se sintió reconfortado, al estar de nuevo ante su amado océano. Hambriento y deshidratado, herido y temeroso, Linnod cayó de rodillas al suelo, y trató de sacar fuerzas de la nada para encontrarse con Kaenor, pero sus piernas no respondieron y no se pudo levantar. Fue en ese momento en el cual una mujer subió a la azotea de la Torre, vistiendo un largo vestido blanco y desprendiendo una fragancia que hizo a Linnod abrir los ojos, y respirar ese dulce aire. Nora se arrodilló junto a él y le sujetó la cabeza con cuidado. Le colocó contra el muro y le hizo beber una infusión agridulce, que entró en el cuerpo de Linnod como si fuese fuego. Sin decir una palabra, Nora abrazó a Linnod y éste sintió que recuperaba parte de la vida que había perdido en el duro camino, aunque sus ojos se cerraban y se sentía desfallecer.

- Tranquilo, ya estas en casa, ahora descansa, y no nubles más tu mente. Duerme, ya conocemos lo que te atormenta, nosotros te cuidaremos- dijo Nora con su suave voz, y le besó en la frente.

Linnod cerró entonces los ojos y se dejó llevar por la oscuridad.

La voz de Toek hizo que Linnod despertase. Se encontró en una sala con varias camas, espaciosa e iluminada. Ante él, Toek hablaba con Olwaith, en voz baja. El dolor de sus piernas había desaparecido casi por completo y sus heridas estaban envueltas en gasas con hierbas aromáticas. Toek se acercó a él y le ayudó a levantarse.

- Has vuelto, habíamos perdido la esperanza- dijo Toek

- Pues no creo que la recuperéis, ante lo que os he de contar- contestó Linnod

- En la ciudad se ha extendido un rumor. El otro soldado que regresó hace tres días, contó una historia sobre un ejército que se dirige hacia la ciudad, y que es muy poderoso. Muchos creen que esta historia es fruto de la locura en la que ha caído por la dureza de su viaje. Kaenor tampoco le creyó, y le tiene cautivo en las mazmorras, para ejecutarle si lo que contó no es cierto-

- No es locura, todo es real, y temo que la amenaza sea mayor de lo que nadie pueda imaginar- dijo Linnod. Y en ese momento recordó la espada. Miró alrededor de la cama y en las mesas de la estancia.

- ¿Donde están mis cosas?¿Y la espada que traía conmigo?-preguntó sobresaltado

- Todo está en mis aposentos, a buen recaudo- contestó Olwaith

- Necesito ir allí ahora, luego os daré las malas nuevas-

Los tres caminaron a la habitación que Olwaith tenía en la Torre de la Reina. Dentro, Linnod revolvió entre las sucias y desgastadas ropas y tocó el frío metal de la vaina. La cogió y sacó la espada, ligera y brillante, y miró su filo y se vió reflejado en él. La puso sobre la mesa de madera y se sentó. Narró a Toek y Olwaith todo sobre el ataque en la noche, sobre la fuerza que lo embargó y sobre la cueva de Korho. Contó todo sobre el pasado y la aparición del Mal, sobre la alianza de Hombres y Dragones y sobre la espada que ahora reposaba ante ellos.

- Si lo que cuentas es cierto, nuestro futuro es de veras oscuro- dijo Olwaith

- De veras lo es, pero hay algo más. Korho dijo que para combatir al Mal todos debemos estar unidos, y que el reino sea uno, no gobernado por un tirano. Kaenor es otra amenaza más cercana pero no menos importante- dijo Linnod

- Linnod, te hemos traído al reino para destronar al rey, pero esta historia ha cambiado la situación, y no se que hacer. Kaenor debe dejar de ocupar el trono, pero si lo hace antes de la llegada del Mal, el ejército, que cuenta con muchos hombres fieles a él, no sería suficiente para defender la ciudad.- dijo Toek

- Tienes razón, será mejor que Kaenor sea rey cuando lleguen, tiene poder sobre los soldados, y sabe defender la ciudad. Pero en el fondo de mi corazón siento que combatir al Mal con otro mal no puede traer nada bueno. Iré a hablar con Kaenor- dijo Linnod

- La reacción de mi padre ante tí es inesperada. Su ira contenida puede estallar en cualquier momento, y tu eres su principal temor y objetivo. Además, nada sabe Kaenor de tu llegada al reino, sólo lo sabemos Toek, Nora y yo. El soldado no le dijo nada acerca de que siguieses con vida a Kaenor, supongo que tampoco él pensaba que regresarías- dijo Olwaith

Linnod se dirigió a la puerta, se giró y miró al príncipe.

- Ya no temo al pasado, ni a ningún hombre o mujer de este mundo, sólo temo al incierto futuro que nos aguarda- dijo, y salió por la puerta, dirigiéndose a las escaleras, para llegar a la Torre del rey.

Linnod llegó ante la puerta de la Torre, custodiada por dos guardias. Los dos se opusieron a su paso, colocando las lanzas enfrente de él. Se detuvo y les miró, esperando que le dejasen entrar.

- El rey no recibe a nadie ahora, salvo temas que no puedan esperar. Y dudo que un medigo como tú tenga algo importante que decirle.- dijo uno de los guardias.

- Lo que tengo que decirle es más importante que tú y que yo, y que nada de lo que Kaenor haga en su vida- contestó Linnod

- Vuelve a tu casa, si es que la tienes, y no nos molestes más, o nos veremos obligados a empalarte como a un cerdo- dijo el otro poniendo la punta de la lanza cerca del cuello de Linnod.

Con un rápido movimiento, Linnod agarró la lanza y antes de que ninguno pudiera reaccionar empujó al soldado contra la puerta y puso la fría punta de metal en su sien. El otro soldado se quedó inmóvil.

- Como te muevas le mato, y ten por seguro que lo haré, aunque no sea esa mi intención. Sólo quiero ver al rey, voy desarmado, nada podría hacerle, y vosotros me llevaríais ante él. Y sabed que si no hablo con él ahora, desearéis en un futuro cercano haberme dejado pasar, pues la sombra de la muerte estará sobre todos nosotros, y no habrá lugar para el arrepentimento.- dijo Linnod, con voz firme

El soldado le hizo un gesto dejándole pasar. Linnod miró al guardia desarmado y le devolvió la lanza. Uno delante y otro detrás, guiaron a Linnod torre arriba hasta la habitación circular en la que se habían reunido hacía ya muchos días todos los soldados de la malograda compañía. La cruzaron y entraron en la sala del Trono, ahora vacía, con su reluciente suelo de mármol blanco y sus columnas de marfil y oro. El guardia que iba delante le ordenó esperar en el centro de la sala y se acercó a la puerta de los aposentos del rey, a la derecha del trono. Llamó suavemente a la puerta y dijo algo que Linnod no pudo oir. El soldado se retiró y se colocó al lado del trono. Al instante la puerta se abrió y Kaenor salió de ella, con sus lujosas vestimentas y su capa roja y dorada. Al verlo de nuevo, Linnod sintió que los recuerdos del pasado recorrían su espalda en forma de escalofrío. Pero ya no temía a Kaenor. Ahora temía a algo peor. El rey levantó la cabeza y miró a Linnod durante unos segundos, como tratando de reconocerlo. Pero no era que no le reconociese, sino que estaba tratando de comprender por qué aquel hombre estaba ante su trono, como había osado presentarse ante él con todo lo que había sucedido en el pasado. Linnod le devolvió la mirada, tratando de parecer seguro y firme. Kaenor se encontraba confuso y sorprendido. Ordenó a los guardias salir e hizo un gesto a Linnod para que se acercase.

- Mi único consuelo cuando me enteré de que habían masacrado a mi compañía fue el que tu estabas entre ellos.- dijo Kaenor

- Puedes matarme ahora si lo deseas-

- Sentiría un gran placer en ello, te lo aseguro. Pero no lo hice hace diez años, y no lo haré antes de que me digas lo que has venido a decirme.-

- Lo que te vengo a contar ya lo sabes. Un amigo mío te lo dijo hace unos días.No tengo nada nuevo que contarte, salvo que lo que nos amenaza es más grande de lo que crees, y que debes incrementar la defensa de la ciudad-

- Y eres tú el que me lo dice. El mismo que una vez me traicionó a mí y su reino, y dejó sin castigo a aquellos que se nos oponían. Te recuerdo que por aquello fuiste desterrado y no hay razón por la que no pueda degollarte en este mismo momento-

- Te repito que nada te lo impide, nada impide que tu espada de oro acabe con mi vida. Nada salvo tu miedo, tu miedo a no saber que es lo que viene hacia nosotros, pues sólo yo lo se, y sólo yo tengo el arma para combatirlo-

Kaenor miró a los ojos a Linnod y éste pudo ver su furia.

- Todo lo que me cuentas son mentiras, estas tratando de salvar tu vida confundiéndome con patrañas, igual que hizo tu amigo. Pero a él le dejé un margen, por si lo que decía era cierto, pero creo que ya se ha acabado. Y en cuanto a tí, no seré tan compasivo. Has dicho que nada me impide matarte ahora mismo, pero tampoco nada me impide torturarte para que sufras por todo lo que me hiciste sufrir a mí-

- El poder duele cuando se pierde, ¿verdad Kaenor?. Nunca te recuperaste de aquello, nuca fuiste capaz de comprender que Milien no te pertenece, y eso te está consumiendo. Tu ira no son más que los últimos vestigios de un reinado que pronto se consumirá, pues algo está sucediendo, y por las venas de tus hijos corre la sangre de su madre. Y nada ganarás con mi tortura, pues Olwaith será pronto rey y tu vida de poder y lujos se habrá acabado para siempre.-

Kaenor frunció el ceño y sus ojos se volvieron rojos por la cólera. Agarró a Linnod por el cuello y asestó un cabezazo en su cara. La nariz de Linnod dejó salir un hilo de sangre.

- No sabes lo que acabas de hacer, tardarás en morir, te lo aseguro, y rogarás que acabe con tu sufrimiento. Y Olwaith nunca será rey, no tiene el valor de un rey- dijo Kaenor.

- ¿Y tu si? ¿Acaso eres tú el que refleja la valentía humana? Si es esí, sombrío futuro aguarda a los Hombres.- dijo Linnod.

El rey le miró, y si sus ojos fueran de fuego, habrían reducido a cenizas a Linnod. Apretó el cuello más fuerte y le arrojó al suelo, golpeándole la cabeza contra el frío mármol.

Llamó a los guardias y se llevaron a Linnod. Lo metieron en una celda cerca de la sala del Trono, ataron sus manos con grilletes y azotaron todo su cuerpo a patadas. Y allí quedó, colgado de la pared, moribundo y esperando su tortura, y sólo una cosa evitó que desease la muerte, un pensamiento que se alzaba sobre su ensombrecida mente como el Sol tras una tempestad: Nora.



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