La oscuridad del olvido

01 de Junio de 2004, a las 00:00 - Nolara
Relatos de Fantasía - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

Primera parte

"La vi por primera vez en el bosque, en este bosque. Era una muchacha hermosa, tan hermosa como las flores que sus delicadas manos recogían. Desde el primer momento quedé prendado de su belleza, y mi alegría fue máxima cuando descubrí que tan hermoso sentimiento desconocido en mí hasta entonces, me era correspondido. Nos veíamos diariamente en esta cueva para amarnos y disfrutar de la belleza de nuestro amor. Pero el MAL siempre acecha al BIEN. Nuestra bella historia se vio interrumpida por la crueldad de un ser que lleva por sangre el propio MAL y que provocó la guerra. Cuando ésta estalló, apenas la vi pues yo debía luchar por mi pueblo y contra el Mal y ella debía protegerse de la crueldad de la guerra en la seguridad de su hogar.
El no verla, el no sentirla, marchitó mi alma velozmente mientras el Mal ganaba terreno tanto en la batalla como en nuestro amor. Sin embargo, no todo estaba perdido. Durante la guerra descubrí la identidad del MAL y pude enviarle a mi amada un mensaje pues era de suma importancia que ella conociera su identidad. Nos citamos en esta cueva.
Ella asistió pero no me encontró solo, el MAL nos había descubierto y buscaba nuestro fin. Desgraciadamente, su poder era mayor que el mío, y en la lucha me derrotó, hiriéndome y envolviendo a mi amada en el olvido.
Han transcurrido mucho años de aquello, no he vuelto a verla pero sé que está viva. Siento su presencia aunque ella no está. Desde entonces, lo único que me mantiene con vida es la espera día y noche con la esperanza de que su mente despierte y sus recuerdos regresen del olvido; y con ellos, su ser".

El joven finalizó el relato con voz queda y la vista en el suelo. Con gesto rápido, sequé mis lágrimas. Aquella historia me maravillaba. No era la primera vez que la escuchaba, sin embargo, cuanto más la oía, más me gustaba. Se trataba de una trágica historia de amor que el joven relataba con tanto dolor y pasión, que siempre lograba emocionarme.

-Os agradezco que hayáis vuelto a contármela- le agradecí al joven como hacía siempre.

El aludido alzó la vista y su rostro dibujó una tímida sonrisa. Era un joven extraño que vestía oscuras prendas, pero su rostro era hermoso. De facciones ligeramente marcadas, sus ojos de color avellana, transmitían nobleza y dolor; y sus gestos, a penas perceptibles, una honda tristeza. Sin saber porqué, apreciaba a aquel joven, al que conocía apenas de un mes y cuyo nombre ignoraba. Pero aquello no importaba, lo visitaba siempre que podía y le pedía que me contara aquella bella historia cuyo relato nunca me negaba. Nuestra relación era bien sencilla. Únicamente consistía en escuchar y ser escuchado, pero aquello era suficiente.
Aquel lugar me resultaba realmente agradable y su compañía muy grata. Por ello, siempre me apenaba tener que irme.

-Debo marchar - le comuniqué con voz suave mientras me incorporaba.

Sin levantar su mirada hacia mí, el joven afirmó levemente con la cabeza.

-Volveré.

Con aquella habitual palabra me despedí de él y abandoné la acogedora cueva. Me topé con el frío del atardecer, cuya brisa provocó en mí ligeros escalofríos pues en mi piel aún se mantenía  la calidez de la cueva.  Debía regresar a casa lo antes posible, el día estaba dando paso a la noche.

Como de costumbre, en mi regreso a casa, me negué a atravesar aquel bosque donde la cueva y el joven se hallaban. Por todo el pueblo era conocida la existencia de espíritus malignos que habitaban el bosque en busca de venganza tras perder sus vidas en aquel lugar a causa de la guerra. ¡La guerra!, maldita ésta que había robado la vida de miles de personas inocentes.
Luché para que aquellos terribles recuerdos no turbaran mi mente , pero el éxito duró apenas unos instantes pues al abandonar el bosque con rapidez me situé frente a las secuelas de la guerra.
El páramo que se extendía ante mí, triste y melancólico reavivó mis recuerdos de aquella cruenta guerra. Las ruinas de lo que antiguamente constituían, se desperdigaban por todo el paisaje, solitarias e inertes cuyo único compañero era el sepulcral silencio del olvido que reinaba. Aquellas piedras, eran el único vestigio de lo que antes formaban : el Condado de Noxcram.

La guerra, ocurrida dos años ha, había tenido lugar entre los dos condados vecinos: el Condado de Noxcram y el Condado de Legen. Separados únicamente por el bosque que acaba de abandonar.  La relación entre ambos condados desde el inicio de los tiempos siempre fue cordial e inmejorable. Hasta que un día , las reservas de comida del Condado de Legen desaparecieron de la noche a la mañana. Rápidamente se encontró culpable : el Condado de Noxcram.  A partir de entonces comenzaron las injurias, los insultos y las mentiras . Todo ello, desgraciadamente conllevó a la ruptura de las relaciones y con ella, la declaración de guerra. Y ésta, inevitablemente, se sucedió. La guerra fue cruenta y horrible, sucediéndose junto a ella, la muerte de miles de personas de ambos condados. Pero el peor parado fue el Condado de Noxcram, que tras la muerte de su conde, el conde Bakht Iornau, su pueblo perdió la esperanza y con ella, la guerra. Pocos habitantes del condado perdedor sobrevivieron, sus almas habitan el bosque, escenario donde tuvo lugar una cruenta masacre.  Y los que lograron sobrevivir, unos emigraron y otros fueron recogidos por sus vecinos del Condado de Legen.
Aquella odiosa guerra, vetada de ser pronunciada y obligada a ser olvidada, latía en aquellas piedras y con ellas, los dolorosos recuerdos de los llantos , los gritos y las enormes e irrecuperables pérdidas humanas.

Con firme gesto de cabeza, evaporé tan terribles recuerdos y con paso rápido, me dirigí a mi hogar, el Condado de Legen.

***

Éste se presentó ante mí poderoso y esbelto cuando crucé sus puertas. Con más de 40.000 habitantes, vibraba de vida y actividad. De amplias callejuelas y empedrado suelo, me resultaba el Condado más bello jamás conocido, a pesar de no haber conocido ningún otro. Las casas, blancas y relucientes brillaban en el ocaso del atardecer, orgullosas de sí mismas.
Saludando a mis conciudadanos, me encaminé al pequeño pero no por ello menos fabuloso palacio del Condado donde yo residía junto a mi madre y mi prometido y futuro esposo,
el Conde Mars Arroult Lugt. Los soldados apostados en la entrada, me saludaron con rígida simpatía de igual modo que las sirvientas y doncellas.

-Hola señora, ¿desea un baño?- me preguntó una de ellas con falsa sonrisa tras alcanzar el interior del edificio.
-Os lo agradecería- le respondí con la misma falsedad que ella.
-Ya lo tiene preparado- me comunicó con cierta frialdad y se marchó.

A pesar de vivir en aquel palacio algo más de 2 años, pocos días después de la guerra, no me había ganado la simpatía de ningún empleado de palacio. Era consciente de que mi sangre de plebeya podía repercutir en aquella antipatía pero no podía ser la causa principal o eso quería creer yo. Por ello, agradecía enormemente la compañía de mi querida madre, pues también residía en palacio.

Cuando la doncella se fue, me dirigí a mis aposentos, en la tercera y última planta del edificio. Éste, de amplios pasillos y fastuosa decoración, era mi nuevo hogar tras pedir mi mano el Conde. Aquel suceso produjo todo tipo de críticas pues muchos eran de la opinión de que un Conde debía matrimoniar con mujeres de su misma sangre y economía. Sin embargo, el Conde hizo oídos sordos a todo ello y pronto, en 3 semanas, me convertiría en Condesa de Legen.
Reflexionando sobre ésto, alcancé mi alcoba. Amplia y delicadamente amueblada y decorada era mi refugio pues en ella mantenía los recuerdos de una vida pasada y las esperanzas de un futuro próximo. Desde la puerta, observé que el baño ya estaba presto, así que sin tardanza alguna, me despojé de mis ropajes y me introduje en la calidez de sus aguas.

Relajada y sosegada en aquel pequeño placer, contemplé el hermoso cuadro que dominaba mi alcoba desde el cabezal de mi lecho, y cuya observación me era permitida desde donde me encontraba.  Bello y sublime , mi retrato destacaba por su sencillez. Sedente y con las manos cruzadas sobre mis rodillas, mi mirada de reflejos azulados, era profunda y hermosa. De rostro rosado e infantil, la inocencia aún no lo había abandonado . Mi sonrisa, grácil y sincera, brillaba en todo su esplendor. Vestida con la blancura del alba en contraste con mi cabello azabache y mi piel morena, simulaba una deidad. De mi esbelto cuello colgaba una cadena plateada adornada por un colgante con forma de corazón donde se podía ver inscrito una inicial que el pintor no pudo definir con claridad. Adoraba ese cuadro, pues embellecía mi alcoba con su frescura. Regalo de mi futuro esposo cuando aún desconocíamos nuestro mutuo amor, era el mayor recuerdo de mi juventud y de mi pasado.
Centré mi atención en aquella joya que pendía de mi cuello "¿qué fue de ella? No lo recuerdo" me pregunté. Pero mis pensamientos se vieron interrumpidos por una voz que provenía del exterior de mi habitación.

-Señora, la cena está servida. Vuestra madre os espera.

Tal y como la doncella me informó, encontré el Salón. Aposento de grandes dimensiones donde tenían lugar las fiestas, comidas y cenas de aquel palacio, estaba decorado con clase y mobiliario de extraordinaria calidad. La riqueza del Conde era patente en todo el edificio.
Sentada en la lujosa mesa que atravesaba toda la estancia, encontré a mi adorada madre. Mujer de cierta edad y pausado carácter, era el único familiar que tenía. Mi padre había fallecido cuando yo era niña, de forma súbita y tajante una lluviosa noche de invierno. Apenas hablábamos de él, pues mi madre evitaba cualquier referencia sobre su difunto esposo.
Me senté a su vera. Despreciaba aquel tipo de mesa cuya exagerada longitud inhibía cualquier intento de conversación. Mi madre alzó el rostro y me sonrió.

-¿Cómo os ha ido el día hoy cielo?- me preguntó.
-Muy bien madre, y ¿el vuestro?- le pregunté de igual modo aun conociendo la respuesta.
-Como siempre, cielo, como siempre... .

Comenzamos a cenar. El silencio fue nuestro acompañante en todo momento. Nunca comentábamos nada pues nada había para comentar.  Nuestra vivencia era tranquila, demasiado tranquila.
Finalizada la cena, ambas nos levantamos de la mesa y agarrando a mi madre del brazo, la acompañé hasta sus aposentos. Estos se hallaban en la segunda planta. Frente a la puerta, me despedí de ella.

-Que descanséis, madre.
-Lo mismo os digo cielo- su cálida sonrisa se evaporó al preguntarme- ¿cuándo regresa el Conde?.
-Mañana, madre- le informé.

Su rostro, cuya belleza se negaba aún a abandonarlo, dibujó una mueca de tristeza. Mi madre, mujer alegre y vivaracha, se había ido consumiendo poco a poco en aquellos dos años que llevábamos viviendo allí.  A pesar de que aquella unión era lo mejor que podría ocurrirme debido a mi condición de plebeya, conocía el descontento de mi madre por mi futuro esposo. Sin embargo, no conocía las causas, pero sí las consecuencias, una inmensa tristeza y en algunas ocasiones un miedo que no abandonaba a mi querida madre y que marchitaba día a día su ser. Aquello no era único en ella, pues de igual modo, yo también era una persona triste. Siempre me recuerdo como una niña triste, cuya tristeza se ha mantenido a lo largo de los años y a pesar del favorable futuro que me espera.  Las razones no las conocía, era como si mi tristeza fuese innata, por ello llegué a la conclusión de que definitivamente, yo era una persona triste.

Besé la aterciopelada mejilla de mi madre y me encaminé a mi alcoba. Durante el trayecto, vinieron a mi mente los recuerdos de mi futuro esposo. Nos conocimos unos meses antes de la guerra. A pesar de mi condición de plebeya, sabía leer y escribir aunque no recordaba quien me había enseñado, y adoraba disfrutar de los libros. Por todo el pueblo era conocida la magnífica y completa biblioteca que el Conde poseía en su palacio. Así que, ni corta ni perezosa, logré introducirme en ella y coger prestado algún que otro libro. En una de esas ocasiones, el Conde me descubrió pero no ordenó mi arresto sino que entabló conversación conmigo, naciendo de ésta una sólida amistad que con el tiempo se convirtió en amor. Tras la guerra pidió mi mano y yo acepté. Aquellos recuerdos me hicieron sonreír.
Cuando llegué a mi habitación, me desvestí, me puse un camisón y me acosté. El sueño no tardó en llegar.

***

Árboles, muerte, tristeza, hombres, sangre, oscuridad. Me desperté repentinamente en lo que yo creía la soledad de la noche ya que al levantar la vista, observé que los rayos solares iluminaban gran parte de mis aposentos. Aquel sueño, confuso, oscuro y abstracto rondaba mi mente en los últimos días y desvelaba mis sueños.
En aquel instante llamaron a la puerta.

-¿Si? - pregunté con la voz ligeramente ronca.
-Señora, el Conde acaba de llegar- me informó una de las doncellas.
-Ahora bajo- le respondí mientras me levantaba.

Con rapidez me despojé de mi camisón y seleccioné un vestido color crema que me puse de inmediato. A continuación, peiné mis cabellos con suavidad y me calcé unas finas sandalias.
Abandoné mi habitación en dirección al Salón, donde supuse que se encontraría mi prometido. Hacía algo más de una semana de su marcha y su regreso me llenaba de alegría pues le tenía en gran aprecio.
Y no me equivoqué. El Conde, vestido con ropas de viaje, charlaba con el mayordomo. Era un hombre joven, de cuerpo fornido y extraordinaria fuerza. Su rostro, donde la belleza no tenía lugar era atractivo y apuesto. Opuesto a mí, su piel era clara y su pelo dorado.
Cuando se percató de mi presencia, despidió al mayordomo y con una sonrisa en los labios, se acercó a mí. Yo me eché en sus brazos. Sin dejarme hablar, besó mis labios prolongadamente.

-¿Cómo ha ido todo?- le pregunté aún con sus labios sobre los míos.
-Ha ido muy bien, han firmado el acuerdo- me comunicó sin perder la sonrisa-  y vos, ¿me habéis echado en falta?.
-Bastante- le afirmé.

Acarició mi rostro con ternura y volvió a besarme.
El día transcurrió con normalidad y tranquilidad. La tarde la pasé junto a él, paseando por el condado, recordando cómo nos conocimos , nuestro mutuo amor, etc. Repetía constantemente cuanto nos amábamos y el extraordinario futuro que nos esperaba juntos. Adoraba hablar de los recuerdos y me hacía recordar hechos ya olvidados . La noticia del regreso de Mars no supuso ninguna alegría para mi madre, quien no abandonó su habitación durante el día. Únicamente se dejó ver en la cena. Finalizada ésta, la acompañé a su dormitorio como era costumbre.

-Madre, ¿por qué no apreciáis a Mars? Nos lo ha dado todo- frente a su habitación saqué a relucir el tema. Sabía que era peliagudo pero necesitaba saber.
-No nos ha dado nada, al contrario. Es malo, muy malo, no... - comenzó diciendo, pero en aquel momento apareció el aludido y calló.
-¿Hablábais de mí?- preguntó con una sonrisa el Conde.

Mi madre negó con la cabeza repetidas veces y en su mirada pude leer miedo. Un miedo intenso y repentino que me asustó.

-No querido. Nos estábamos deseando las buenas noches- le mentí con una sonrisa.
-¿Os acompaño a vuestros aposentos, querida Teketsa? - se ofreció cortés.

Afirmé con la cabeza y tras besar a mi madre, me asié de su brazo. Cuando mi madre se introdujo en su habitación, escuché como echaba el cerrojo. ¿Qué le pasaba a mi madre? ¿por qué se comportaba de aquel modo? ¿y aquel miedo en sus ojos?. No lo comprendía y aquello me entristecía enormemente.

-Que descanséis- me susurró Mars al oído frente a la puerta de mi dormitorio. Se despidió de mí con un beso y una sonrisa, y se introdujo en la alcoba contigua, sus aposentos.

Reflexionando sobre lo ocurrido hacia unos minutos, me dormí inquieta.

***

Al día siguiente, mi madre cayó enferma. Cuando la visité tras ser informada, junto a ella encontré a Mars.

-¿Qué le ocurre?- le pregunté preocupada al tiempo que me acuclillaba frente a la cama y colocaba mi mano sobre la frente de mi progenitora- está ardiendo- afirmé asustada sin dejarle responder a mi pregunta.

Su respuesta fue encogerse de hombros. Mi madre ardía debido a la alta fiebre que la consumía y aunque aún estaba consciente, pronto se sumiría en la inconsciencia.  En aquel momento una sirvienta irrumpió en la estancia.

-¿Llamo al doctor, mi señora?- me preguntó intentando disimular su indiferencia ante la situación.

Yo asentí confusa. "¿Cómo es que aún no habían llamado al médico?" pensé. Pensamiento que pronuncié:

-¿Cómo es que aún no habéis avisado al doctor?- le interrogué a mi prometido con cierto reproche.
-No lo creí necesario- me respondió él, sereno.
-¡¡¿¿Cómo que no lo creíais necesario??!! - le espeté enfurecida e incrédula mientras me incorporaba- mi madre sufre de altas fiebres y poco le falta para perder la consciencia y ¿no lo creíais necesario?

La rabia había acalorado mis mejillas de tal forma que las sentí arder. No comprendía porque Mars no había llamado al médico ante la preocupante situación de mi madre.
Su respuesta ante mi enfurecimiento fue aproximarse a mí y golpearme en el rostro. El inesperado golpe fue tal que poco faltó para caer al suelo.

-Ni se os ocurra volver a levantarme la voz ¿habéis entendido, cariño?- me agarraba fuertemente de las muñecas y me miraba con rabia. Su voz era tan gélida y cortante que me quedé sin habla. Aunque el golpe no fue realmente fuerte, sentía dolorida la mejilla.

En aquel instante apareció el médico. Mars me soltó y se comportó como si nada hubiera tenido lugar.
Tras reconocer a mi madre, el médico me comunicó que ésta se hallaba gravemente enferma aunque desconocía la causa.  Me recetó varios medicamentos, entre ellos para bajar la fiebre e impedir que mi madre alcanzara los umbrales de la inconsciencia. Pero sobre todo, me recomendó paciencia pues la espera iba a ser larga.

Tras su marcha, pasé día y noche junto a mi madre, sin que nadie me molestara tal como yo solicité. Apenas me alimenté en aquellos días que me supieron largos y eternos. Lloré, vertí lágrimas ante la idea de perder a mi único ser querido , de quedarme sola en aquel mundo, y más aún tras la insólita reacción de Mars ante mi rabia por su despreocupación e indiferencia hacia mi madre. No podía dejar de pensar en el malévolo brillo de sus ojos y en aquella voz que me asustó y me asustaba aún con solo recordarla. ¿Cómo había sido capaz de golpearme? Nunca antes había hecho tal cosa y nunca me lo podría haber imaginado. La incredulidad por lo ocurrido me dominó en aquellos días pero más aún el miedo de verlo o encontrármelo, sin embargo, no apareció por allí.
Mi madre poco a poco se fue recuperando a pesar de los delirios continuos que sufrió los primeros días. Todas las noches durante aquel período , volví a tener el mismo sueño. Aquel tan confuso y abstracto que había sufrido unas noches antes. Sin embargo, cada noche, el sueño era más rico en detalles y sensaciones: veía flores, las cuales eran cogidas y aspirado su aroma, cuerpos y sus placeres; pero sobretodo aquellos sueños estaban impregnados de mucho dolor y sufrimiento, el cual lograba sentir, despertándome en muchas ocasiones envuelta en llanto.

Una vez recuperada mi madre y aprovechando una salida del Conde, visité al joven de la cueva. Como hacía con frecuencia, no atravesé el tan oscuro y lúgubre bosque por miedo a los fantasmas que lo habitaban y llegué allí a través de las ruinas del Condado de Noxcram.  Encontré al joven  tal y como lo encontraba siempre, sentado y observando la oscuridad del horizonte con tristeza.  Llevaba algo más de un mes visitando a tan extraño joven, al cual había descubierto un día cualquiera al pasear por las ruinas.
Tras aquellos dolorosos días , la compañía del joven me relajó y me agradó enormemente. Apenas le conocía pero lo apreciaba sobremanera, mucho más que a mi futuro esposo, al cual empezaba a temer.
Aquel día el joven relató la historia que tanto me maravillaba y me atreví a relatarle los sueños que últimamente no abandonaban mi mente. Cuando se lo comenté, sus ojos brillaron de ilusión que se desvaneció al comprobar la confusión de los sueños.

-Si volvéis a tener esos sueños, ¿me lo comunicaréis?- me preguntó.
-Sí- le respondí.

Se interpuso el silencio entre nosotros. Pero éste no era pesado ni incómodo sino agradable. Fue él quien lo rompió tras unos segundos:

-Sufrís- me espetó con suavidad sin la intención de causarme molestia.
-¿Por qué lo decís?- quise saber sorprendida.
-Lo leo en vuestra mirada- me comentó sereno.
-Si apenas me conocéis- le respondí con voz queda. La profundidad de su mirada se clavaba en mí de tal modo que creí perderme en ella.
-Os conozco más de lo que pudierais imaginaros- su rostro apenas expresó emoción alguna a excepción de la tristeza habitual en él.

Su respuesta me dejó tan aturdida que decidí que lo más conveniente era marcharme.

-Debo irme- le comenté mientras me incorporaba con rapidez- adiós.

Y del mismo modo que me levanté, me fui. Olvidando decir la palabra que siempre pronunciaba en mi marcha "volveré", aunque realmente no era necesario pues él sabía que volvería.

***

Al  regresar a casa, me dirigí directamente a los aposentos de mi madre. Pero una voz a mi espalda me lo impidió:

-¿Dónde habéis estado?.

Miedosa me giré. Frente a mí se encontraba el Conde, semioculto en la oscuridad del palacio, me observaba. Podía distinguir sus facciones, no así su expresión. Sin embargo, no era necesario, su voz lo dejaba claro.

-¿Dónde habéis estado?- me repitió frío y distante como la vez anterior.
-Necesitaba tomar el aire- le respondí intentando disimular el miedo que comenzaba a correr por mi cuerpo.

Mis expectativas sobre esta situación y su comportamiento se truncaron cuando lo vi caer arrodillado frente a mí, suplicante y lloroso.

-Perdonadme, os lo ruego, no era mi intención golpearos , os lo juro- rogaba entre lágrimas- ese día estaba muy nervioso, habían rechazado el acuerdo, todo se ha ido al traste. Perdonadme, perdonadme, fue un error, estoy muy arrepentido, no lo volveré a repetir, perdonadme, os lo suplico... .

Su repentino y contradictorio comportamiento, me dejó tan aturdida y confusa que tardé en reaccionar. No podía creer lo que veían mis ojos. El Conde suplicaba mi perdón y lloraba como un niño. Del mismo modo que él, me acuclillé y lo miré. En su mirada pude leer arrepentimiento y con una ligera sonrisa, le dije:

-Os perdono.

Me abrazó con tal fuerza que por un momento, creí que me faltaba el aire. Más tranquilo y calmado, me informó:

-Recordad que mañana recibimos la visita de las modistas para la toma de medidas del vestido de la boda.

¡La boda! En aquellos difíciles días, me había olvidado completamente de ella. Pocos días faltaban para el enlace y aún había muchas cosas por preparar.

-Seremos muy felices- continuó él- por fin nos uniremos y seremos el uno para el otro.

Le sonreí. Seguidamente me besó y se perdió en la oscuridad del edificio. Sus últimas palabras aún bailaban en el aire. Me imaginé la boda: un bello día de primavera, un hermoso vestido, sonrisas, aplausos y mucha felicidad. Me sorprendí al desear que el novio no fuese Mars sino ¡el joven de la cueva!. Negué con la cabeza. No sabía qué me ocurría con aquel muchacho que en los últimos días no abandonaba mi mente. La misticidad de su ser me atraía enormemente y deseaba conocer sus secretos. Sonreí ante la absurdidad de mi pensamiento. Lo más seguro era que aquel joven únicamente fuera un loco que deliraba y que gustaba engatusar a jóvenes ingenuas como yo. Dejé estas cavilaciones para otro momento y con rapidez alcancé la habitación de mi madre. La hallé profundamente dormida y comprobé que la fiebre no la había vuelto a molestar. Tranquila, pues parecía que todo recuperaba la normalidad, me dormí aquella noche.

***

El siguiente día fue puro ajetreo. Desde la mañana hasta el atardecer me mantuve ocupada con los preparativos de la boda: vestido, banquete, invitaciones. No paré ni un minuto y hasta después de la cena, no pude conversar con mi madre.

-¿Cómo os encontráis? - le pregunté mientras la acompañaba a su dormitorio.
-Bien, ya no tengo fiebre y no me duele nada- me informó sonriente.

Me alegró verla sonreír, era la primera vez en mucho tiempo.

-Madre, ¿qué creéis que os pasó? Pues ni el propio doctor supo darme una respuesta- le pregunté próximas a nuestro destino.

Mi madre guardó silencio durante el resto del trayecto, que yo no me decidí a romper hasta hallarnos en el interior de su alcoba:

-Madre, ¿qué os pasó?- repetí.
-Nada, no lo sé- en su respuesta percibí la duda y evitó mi mirada. Señal de que mentía.
-Estáis mintiendo madre- le comenté- ¿por qué me mentís? ¿qué me ocultáis?- continué confusa. ¿Por qué iba a mentirme?.

Busqué con dificultad su mirada, cuando la encontré, vi miedo. Aquello me asustó.

-Madre...., ¿qué pasa?.
-Fue él- me confesó finalmente en un suspiro.
-¿Quién?.
-El Conde... .
¿El Conde?- repetí incrédula. ¿Por qué siempre insistía con el Conde?.
-Sí, él. No es lo que parece cariño, nada es lo que parece. Él provocó mi enfermedad, él... - calló.

Habían golpeado la puerta.

-¿Quién es?- pregunté sobresaltada.
-Soy yo, cariño- respondió Mars.

El rostro de mi madre se crispó de temor.

-Nos ha oído - exclamó en voz baja con pavor.
-Tranquilizaos madre, no pasa nada y no nos ha oído- la intenté tranquilizar sin éxito- acostaos.

Mi madre obedeció al instante y yo salí de la habitación. Estaba confusa y aturdida. ¿Qué pasaba con el Conde? ¿y con mi madre?, no entendía nada de lo que me había dicho y aquello me causaba gran preocupación, ¿y si mi madre se estaba volviendo loca?.

-Hola cariño, venía a desearos las buenas noches- sonreía amable y no parecía haber escuchado nada ni percibido mi inquietud.

Le sonreí pareciendo tranquila y recibí un sonoro beso en la mejilla. Sin más dilación, me acompañó a mi alcoba y allí me besó prolongadamente. Aquella noche apenas dormí pues la intranquilidad corría por mis venas. No dejaba de reflexionar sobre lo ocurrido y no encontraba una clara explicación.
La llegada del día la recibí con los brazos abiertos ya que los preparativos de la celebración me mantendrían ocupada.

Aquel día apenas pude conversar con mi madre y las pocas veces que lo hice, preferí no mencionar lo ocurrido la noche anterior.
Me mantuve ocupada durante todo el día y me sentí realmente satisfecha al comprobar que la mayoría de los preparativos estaban finalizados: mi vestido había sido elaborado aquel mismo día  , el traje de Mars también, las invitaciones habían sido enviadas a todos los invitados, el menú del banquete ya estaba elegido. Únicamente quedaba la decoración del palacio y de la ciudad, pero aquello no recaía en mis manos.
Acabé tan cansada que al final de la noche no bajé a cenar. Me fui directamente a la cama, no me apetecía ver a nadie. En la soledad de mi alcoba, los últimos acontecimientos volvieron a perturbar mi mente. No entendía nada de lo que pasaba, el comportamiento de mi madre, la conducta de Mars y aquellos extraños sueños que acompañaban mis noches.
Mi atormentado ser agradeció la llegada repentina del sueño, sumiéndome en la inconsciencia de su abrazo. Sin embargo, ni en su calor, mi mente pudo descansar.

***

"Una joven recogía flores, un joven a su lado. Se enamoran a simple vista. Se amaron día a día en el regazo del bosque y aquel tímido pero hermoso amor creció hasta su máximo esplendor. Sentimientos de amor y alegría que repentinamente fueron sustituidos por dolor y sufrimiento. Estalló la guerra. Muerte, sangre y destrucción. Lucha. Lucha entre el joven y otro muchacho. El amado joven es herido por la espada del otro. Su rostro, difuso en el sombrío bosque, finalmente se aclara ante mis ojos. Después, oscuridad".

-¡¡¡El joven de la cueva!!!- grité despertándome sobresaltada sobre la cama.

Como otra noche más, el sueño había reaparecido en mis noches. Sin embargo, aquella vez había sido mucho más claro y me había revelado la identidad del chico del sueño: era el joven de la cueva.
Me debatía entre una multitud de sentimientos. No sabía como debía sentirme: feliz, triste o indiferente. No sabía si este sueño me daría una explicación sobre algo en concreto que aún desconocía, pero mi intuición defendía esta idea.
Debía contárselo al joven, a lo mejor él me daba la respuesta del por qué de aquellos sueños. Una vez que el Conde se hubiera marchado, visitaría al joven.

El joven relató la historia del mismo modo que la hacía siempre: pausadamente y con tristeza en el alma y en la voz.  Acallada su voz , guardé silencio unos segundos, a pesar de hervirme los labios por contar lo que había venido a contar.
El joven lo percibió y me preguntó:

-¿Os ocurre algo? Os noto algo inquieta.
-Lo estoy- afirmé esperando que él se interesara por el motivo de mi inquietud y de ese modo, yo pudiera contarle el sueño. Y así ocurrió.
-¿Y puedo saber por qué?- sus ojos brillaban de curiosidad.
-He vuelto a tener el sueño y en él se ha representado la bella historia que siempre me relatáis- le confesé con orgullo. Realmente no sabía que esperar de aquel joven, si aquello le alegraría o muy al contrario, le entristecería. Sin embargo, mi intuición se decantaba por lo primero. Y no me equivoqué. Una ligera sonrisa acarició sus labios.
-¿Podéis relatármelo?- me pidió con suavidad.
-Será un placer- tragué saliva antes de empezar, y con voz grave y segura, se lo relaté- vi una joven cuyo rostro no me es descubierto que recoge flores. A su vera, hay un joven que la observa. Cuando sus miradas se cruzan , se enamoran. Los siento amarse en este bosque, en esta cueva. Su amor es tan profundo y puro que me parece saborearlo. Veo felicidad y alegría en sus rostros. De repente, éstas desaparecen y veo dolor y sufrimiento. La guerra ha estallado. Hay sangre, muerte y destrucción. Seguidamente, veo una lucha. Un forcejeo entre el joven enamorado y otro hombre, también joven. Este último hiere al primero con su espada. El rostro del herido, hasta entonces difuso, se aclara repentinamente y me revela su identidad. Después, solo hay oscuridad.

El joven, que guardó silencio durante mi relato del mismo modo que lo había hecho yo anteriormente, tras unos segundos alzó su mirada y me preguntó:

-¿Y cuál era la identidad del joven?.
-Sois vos- le respondí emocionada- como veis, vuestra historia y vivencia ha acudido a mis sueños tal y como vos me la relatáis. Sin embargo, no entiendo el significado ni el por qué de este sueño...- callé al ser interrumpida.
-¿Por qué creéis que es un sueño?- me preguntó repentinamente.
-Eh... porque lo es, ¿qué iba a ser si no?- mi respuesta, carente de convicción alguna debido a la repentina e incomprensible pregunta que me dejó sin argumentos, no provocó en él ninguna expresión- solo es un sueño- concluí más para convencerme a mí misma que como respuesta a su pregunta.
-Yo jamás comenté que fui herido por espada alguna. Eso lo habéis añadido vos- me comentó con su característica inexpresividad.

Si ya me hallaba aturdida, aquello aumentó aún más mi confusión. Reflexionando, aprecié la veracidad de sus palabras. ¿A dónde quería llegar? ¿qué intentaba decirme? ¿por qué no me hablaba claro de una vez?. Desconocía las respuestas de dichas preguntas, pero deseaba descubrirlas.

-Estáis cerca- exclamó tras mi silencio.
-Cerca ¿de qué?- quise saber.
-De la verdad- me confesó.
-¿De qué verdad?- tanto misterio me ponía nerviosa y necesitaba saber.
-De la verdad que vuestro corazón conoce pero vuestra mente ha olvidado.

Mi cabeza comenzó a dar vueltas del mismo modo que mi razón, que no encontraba lógica a todo ello. Nerviosa, aturdida y desesperada por no comprender nada, finalmente dejé libre mi desasosiego:

-¡Pero ¿qué diantres intentáis decirme?! No os entiendo, no os comprendo. Habláis sin sentido alguno para mí. Vuestras palabras no tienen lógica , al igual que los extraños sueños que perturban mis noches. Os lo ruego, necesito una explicación a todo esto. La necesito o me volveré loca.
-Aún no sois digna de poseerla - me comentó él. Esta vez no disimuló su expresión, estaba triste.

Sin embargo, su respuesta me enfureció aún más.

-Pues si no soy digna, tampoco lo soy para escuchar vuestros relatos, para hablar con vos o para estar aquí . Únicamente buscaba una explicación que no soy capaz de encontrar por mí misma y que vos me negáis- la decepción por aquel joven era tal, que a duras penas pude contener las lágrimas que afloraron en mis ojos. Incorporándome, continué- no os preocupéis por mí pues yo no lo haré por vos y puesto que no volveréis a verme. Mañana me desposo con mi futuro marido y os olvidaré para siempre.

-¿Os desposáis?- me preguntó sorprendido incorporándose también.
-Sí, ¿acaso os importa?- le pregunté arrogante.
-¿Con quién?- volvió a interrogarme eludiendo mi pregunta.

Barajé la idea de no responderle. Sin embargo, su mirada, profunda y cercana, me lo suplicaba.

-Con Mars Arroult Lugt, el Conde de Legen.

Lo que a continuación ocurrió, se me grabó en el alma. La tristeza que habitaba su ser se exteriorizó , crispando su rostro de dolor y dejándose caer de rodillas al suelo.
Perpleja, olvidando mi enfado, me arrodillé frente a él.

-¿Qué os ocurre?- le pregunté con suavidad.

Él alzó el rostro y me miró. Su mirada, triste y melancólica bailaba por mi rostro. Sentí tanta lástima que poco me faltó para abrazarlo, realmente lo deseaba.

-No lo hagáis....- me pidió en un susurro. Ante mi silencio, lo repitió- no lo hagáis.

Me sorprendí al alegrarme de su petición. Si me lo pedía una vez más, sin duda que lo haría. En aquel momento, fui consciente de que amaba a aquel joven. Sin embargo, no volvió a pedírmelo.

-¿Por qué?- le pregunté.

Su respuesta fue incorporarse y abandonar la cueva con rapidez. Al alzarse y echar a correr, su jubón, mecido por el repentino movimiento de su cuerpo, dejó al descubierto una cicatriz que atravesaba su costado. Confusa, lo seguí.

Le alcancé en un claro del bosque, a pocas leguas de la cueva. Lo hallé quieto, ofreciendo su rostro a la Luna como si le pidiese consejo. No me atreví a romper aquello que parecía un ritual, no quise interrumpir su plegaria. En cambio, no fue necesario. Él se había percatado de mi presencia, se había girado y me miraba directamente a los ojos. Pero no pronunció palabra alguna. Se limitó a observarme.
Su mirada me provocó un frío escalofrío que recorrió mi espalda. Por un momento llegué a temerla pero fueron apenas uno segundos. Aquel joven, sin saber porqué, me inspiraba mucha confianza. Su hermoso rostro iluminado por la Luna, adquiría una belleza sublime. Era incapaz de apartar la mirada de su espléndido rostro: lindo, dulce y sereno. En aquel momento deseé poder besar sus labios, perfilados, carnosos y tiernos; disfrutar de su abrazo y sentir su tacto sobre mi piel. Empero, nada de ello ocurrió pues su voz rasgó el mágico momento.

-¿Por qué me habéis seguido?- me preguntó con suavidad.
-No me habéis dado una respuesta- le respondí.
-Y no lo haré.
-¿Por qué?- quise saber.
-No debo.

Deseé que de mis labios brotase otro "¿por qué?" pero éste no llegó a nacer. Era mejor no insistir , no le quería causar molestia. Únicamente necesitaba consejo.

-¿Qué he de hacer?- le pregunté con súplica.
-Muy sencillo, únicamente debéis recordar- me respondió con la suavidad característica en él.
-Recordar ¿qué?.
-Vuestro pasado.
-Recuerdo mi pasado...- le contradije confusa.
-Ese no es vuestro pasado- me negó con palpable seguridad.
-¿Qué es entonces?.

Pero él no contestó, había iniciado su regreso a la cueva. En uno de sus movimientos observé que de su cuello pendía una cadena de plata con un adorno ¡con forma de corazón!. Aquella joya era muy similar a la aparecía en mi retrato. Sin embargo, no pude comprobar si llevaba inscrita alguna inicial pues el joven me daba la espalda.
De repente, como si éste hubiera escuchado mi lamento, se giró y me habló:

-Espero que pronto volvamos a vernos, sino, será el fin- con talante triste, se marchó.

A pesar del significado de sus palabras , no recaí en ellas hasta bastante después, pues mi atención se centraba en la inicial que finalmente pude distinguir en la joya: un E.

***

Cuando llegué a casa, el palacio estaba tenuamente iluminado y en silencio. Supuse que ya habían cenado y se habían acostado. Durante mi regreso, apenas había prestado atención a los coloridos adornos que inundaban la cuidad con motivo del enlace que se celebraría al día siguiente, durante el mediodía. Las elucubraciones bullían en mi cabeza, analizaban cada palabra de la conversación mantenida con el joven. Sin embargo, nada sacaba en claro y menos aún una explicación. El vaivén de mis cavilaciones vagó hasta la inicial que aparecía inscrita en la joya del joven. Debía compararla con la que aparecía en mi retrato. Si coincidían, tendría una pista para descubrir toda la verdad que el joven había nombrado, pero ¿cuál era esa verdad?.

De dos en dos, comencé a ascender las escaleras pues deseaba alcanzar cuanto antes mi alcoba.
Al llegar a la última planta, una figura se cruzó en mi camino. Se trataba del Conde. Vestido con prendas oscuras de seda que utilizaba para el sueño, junto a la oscuridad del lugar lo convertían en un ser escalofriante y siniestro. Su expresión, fría y seca unida a  su mirada afilada y tajante, me asustaron.

-¿Dónde habéis estado?- me preguntó mientras se aproximaba a mí.
-Dando un paseo- le respondí disimulando el temor que comenzaba a sentir.
-¿Tan tarde? ¿por qué?.
-Necesitaba tomar el aire.
-¿Por qué?- volvió a insistir.
-Ya os lo he dicho, necesitaba..... - volví a explicarme con voz suave.

Sin dejarme terminar mi explicación, me propinó un tortazo que ocasionó mi caída al suelo. Perpleja y aturdida, acaricié mi rostro dolorido y no me atreví a alzar el rostro. ¿A qué venía aquello?. Lentamente, él se acuclilló frente a mí y buscó mi mirada. Al no encontrarla, elevó mi rostro con su mano. Sonrió al observar las lágrimas que acariciaban mi rostro, cristalinos reflejos de mi orgullo herido.

-Mentís, intentasteis escapar- me susurró lacerante al oído.
-No os miento- negué con fragilidad. ¿Por qué decía aquello?.
-¡¡¡ Mentis !!! - volvió a repetirme en grito.
-No os miento- insistí, desafiándolo con la mirada. En aquel momento, me creí capaz de golpearle con toda la fuerza y el odio que alimentaba en mí su persona . Pero denegué la idea, él era mucho más fuerte que yo.
-Mentís- esta vez su voz se tornó más suave y cálida pero pude percibir tras ella odio y rabia.

A continuación, cogió mi barbilla entre su poderosa mano y comenzó a apretarla con fuerza. Por un momento creí que su mano rompería mi mandíbula sin dificultad alguna. Apenas forcejeé puesto que sería inútil. Finalmente, la fuerza de su mano disminuyó y aproximándose a mi oído, me susurró:

-No escaparéis de mí, no os lo permitiré, sois mía- su aliento y voz golpeaban mi oído con la misma dureza de sus palabras- para siempre.

Tras sus palabras, soltó mi rostro con brusquedad y desapareció en la oscuridad.

Asustada, aturdida y rabiosa, comencé a secar las lágrimas de impotencia que iniciaban su marcha por mis mejillas. Al levantarme, sentí el metálico sabor de la sangre en mis labios y un agudo pero leve dolor en el tobillo causado por la caída.
¿Pero qué estaba ocurriendo? ¿Por qué aquel comportamiento de Mars? ¿Y las palabras del joven? ¿Qué estaba pasando?. No entendía nada, no sabía si todo aquello tenía relación o no. Estaba tan dolida y confusa que por un momento quise desaparecer, acabar con todas aquellas dudas de la manera más brusca y sencillamente posible. No quería vivir para casarme con quien odiaba, no quería vivir para que llegara el mañana, no quería vivir. Pero mi conciencia me lo negaba constantemente. Y algo en mi interior también. Tenía el presentimiento  de que si acababa con mi vida, me llevaría conmigo a alguien más y mi muerte no sería una pérdida sino un triunfo, pero ¿para quién?. Algo me impulsaba a luchar y a vivir,  y lo intentaría.

Una vez incorporada, me dirigí con rapidez a mi alcoba.  Al introducirme en ella, percibí una presencia. Me alegré al tratarse de mi madre.

-Hola cielo, ¿qué ha pasado? He oído los gritos- se preocupó mi madre acercándose a mí.
-El Conde, Madre, ha vuelto a golpearme- le informé acariciándome la mejilla golpeada. Mi madre me miró con horror, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. Continué- no quiero unirme a él. Es malvado, lo odio. No puedo aguantar más. Me voy... .
-No podéis iros, cariño....- me comentó con tristeza.
-¿Por qué no?- quise saber.
-Es poderoso, cariño, no hay escapatoria.
-Pero... .
-Cariño, no malgastéis vuestras fuerzas, es inútil. Todo el palacio está siendo vigilado. No podéis escapar.
-Pero madre, no quiero...- intenté en vano ofrecerle una razón.
-Lo sé- afirmó con impotencia y dolor.

Me sentía dolida y apesadumbrada. Me asomé a la ventana y pude comprobar la veracidad de las palabras de mi madre: bajo mi ventana, dos soldados me vigilaban. Lágrimas de impotencia manaron por mis mejillas. ¿Por qué el Conde se comportaba de aquel modo: reteniéndome y vigilándome?  ¿Por qué se afanaba en mantenerme presa? Si me amaba, ¿por qué me golpeaba? Sabía que no me amaba pero entonces, ¿por qué deseaba casarse conmigo siendo una simple plebeya que no lo dotaría ni de riqueza ni de poder? ¿por qué no me dejaba libre?. Lo odiaba y despreciaba profundamente. Ahora era consciente de que nunca lo había amado y que al único que amaba era al joven de la cueva. Entonces, ¿por qué había aceptado casarme con él? No llegaba a comprender mi comportamiento pero ahora el arrepentimiento era inútil.

-Madre, ¿por qué acepté casarme con él? Fui una estúpida, jamás lo amé y ¿por qué me retiene si él no me ama y únicamente soy una plebeya que no le aporta nada? ¿acaso tengo algún valor para él?- le confesé mis dudas e incomprensiones entre lágrimas.
-Demasiado- aquella palabra brotó de sus labios sin el permiso de su conciencia pues la expresión de su rostro así lo indicaba.

Sorprendida por tal comentario ya que no esperaba respuesta alguna, la observé. Me había dado la espalda y evitaba mi mirada.

-Madre, ¿qué sabéis que yo no sepa?- le interrogué.

Ella negó con la cabeza.

-Madre....- colocándome frente a ella, repetí la pregunta- ¿qué sabéis que yo no sepa?.
-Nada, cariño.
-¿Por qué me mentís, madre?. Sé que sabéis algo que no sé porqué,  os negáis a contarme.

Mi madre no respondió. Con la mirada en el suelo, lloraba en silencio. La abracé.

-No puedo contároslo....- me explicó al oído.
-¿Por qué?.
-No puedo... .
-¿Por qué?- insistí.

Mi insistencia, finalmente tuvo resultado. Separándose de mí, me respondió:

-Él nos vigila, nos controla sin descanso. No puedo deciros más. Vendría a por mí y también a por vos- su rostro, sereno, no correspondía con el deje de miedo que bailaba en su voz.
-¿Quién madre?.
-El Conde.
-Sé que nos vigila, madre. Pero él no nos tiene, podemos escapar- le respondí creyendo entender sus palabras, pero me equivocaba.
-No, cariño. Él nos tiene. Estamos presas en su poder. A nosotras y a todos, no...- comenzó a decirme pero repentinamente dejó de hablar.

Con la boca totalmente abierta y los ojos desorbitados, me miraba como si le faltara el aire.

-Madre, ¿qué os pasa?- le pregunté preocupada.
-M..e....a..ho...go- logró decirme. Intentaba desesperadamente coger  aire pero éste se negaba a acudir en su ayuda.

Asustada, la tumbé sobre la cama y le realicé continua e insistentemente el boca a boca. En cada bocanada, recibía aire de mis pulmones sin embargo, no parecía suficiente. Desesperada y aterrada por ver la muerte de mi madre tan próxima, comencé a llorar lo que me impedía darle aire. Mi madre se ahogaba cual pez fuera del agua y yo no podía hacer nada para evitarlo. Lo intenté varias veces sin éxito, convirtiéndome en testigo de su horrible muerte. El horror de la cercana muerte dibujaba su expresión sin piedad.

-E...ri...lit, re...cor...dad...- me susurró con su último aliento.

Finalmente, expiró. Murió con la cabeza entre mis manos, lenta y de la manera más espantosa. Y yo únicamente pude observar su agonía. Sus ojos sin vida me observaban con dolor, el mismo dolor que corroía mi alma. Convulsivamente inicié el llanto, un llanto desesperado pues había perdido a mi único ser querido repentinamente y sin poderlo haber evitado.

Lloré durante la plenitud de la noche abrazada a su cadáver, resignándome a separarme de él.  Me negué a avisar a nadie, deseaba pasar mi última noche con ella. Los recuerdos junto a ella fluían por mi mente del mismo modo que mis lágrimas por mi rostro. Me había quedado sola, sola ante un futuro que se presentaba inhóspito y horrible. Ahora, nada me retenía en este mundo, nada; y no deseaba continuar en él.
En aquel justo momento, cesado mi llanto no así mi tristeza y desolación, reparé en sus últimas palabras. "¿Erilit? ¿por qué me llamó así? El caso es que el nombre no me resulta desconocido sino familiar. Y ¿por qué me pidió recordar de igual modo que lo hizo el joven? ¿qué he de recordar?". Sin darme tiempo a buscar una respuesta a dichas preguntas, un torbellino de imágenes y recuerdos acudieron a mi mente repentinamente, raudos y poderosos , cual ola que ansía alcanzar la orilla, dejando tras de sí el vestigio de su paso y existencia,  el vestigio de toda la verdad.



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