Dagnir

21 de Octubre de 2006, a las 09:45 - Aurendil
Concurso de relato corto dramático 2006 - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

Anoche desperté entre gritos.
La luna no se había asomado, y el cantar de los heraldos había desaparecido.
Todo fue una pesadilla, de esas que se repiten de vez en cuando, siempre iguales, predecibles. Quizás por eso nos aterren tanto, porque sabemos que ese mal sueño terminará  en llanto desesperado.
Anoche así sucedió.
Sólo en mis sueños pude oír los pasos de tu piel descalza, ver danzar tu sombra sobre el lago de plata; miré las Estrellas del Juicio reflejadas en tu mirada.

Gelunar te bauticé, por el azul pálido de tu mirar. Cómo te extraño.
¿Cómo fue que de pronto ya no estuviste? Dicen que hacia la mar te hiciste.

Te grité con toda el alma, te llamé vaciando la garganta.

Las flechas resonaban, mordiendo el aire, asesinando ese asqueroso silencio que precede el miedo a morir. Acertaron en muchos de mis compañeros.
Yo me mantenía en pie, con la vista y la mano firme en el arco, arrebatando las mismas vidas que el enemigo hizo a mi gente.
Me dieron en la pierna izquierda.
No me importaba el dolor, ni el de la pierna ni el de mis ojos llorosos por el humo negro alzado desde la campiña en llamas; sí, ya habían prendido fuego.
Hacía medio día que la batalla había nacido. Ahora estaba crecida y madura, con la sangre corriendo por el campo y los gritos callados por los belicosos cantos. Cantaba yo también, no importaba mi reseca voz.
El rojo inyectaba mi cara, y mis punzantes yemas pedían descanso por lanzar saeta tras saeta. No por nada me dicen Dagnir De las Doscientas Flechas.

-Nîr lîn rimmathar arnediad- gritábamos.
Nîr lîn rimmathar arnediad!- cantábamos, deseando que cada palabra hiriera.
¡Oh, mi Gelunar! Si supieras cuanto quise que vieras mi pelea, y que conmigo maldijeras al mismo enemigo venido de otras tierras.
Los vi aparecer desde el flanco cercano dejando sin vida a mi gente, a mi propia gente, a su paso. Consigo los estandartes de oro y rojo, consigo las ansias de venganza. No supe en que momento comenzó esta guerra que nos consume; sólo sé que desde entonces, nuestro Rey y yo mismo los hemos querido lejos, muy lejos de donde nos pueda dañar. Nosotros no les hicimos nada.
Y entonces me encontré con uno de ellos. Quiso detenerlo mi flecha. Dirlom, mi compañero se adelantó. Vi caer al guerrero enemigo frente a mí.
Eran como mis ojos, el mismo hermoso rostro.
¡Nîr lîn rimmathar arnediad…!

Lágrimas innumerables a ustedes, mis enemigos, los Noldor.

-Dagnir, despierta, aún no es tu momento de partir- me susurraba una voz que apenas recuerdo. Abrí los ojos y mi amigo Dirlom, posaba sus manos sobre mi cabeza.
-¿Ha terminado ya?- pregunté como cuando el aliento escasea.
-Ha terminado, la luz de la tarde se aleja. Toma, miruvor con agua fresca, para reconfortarte. Te encontramos en el suelo, rendido y balbuceando. No entendí que decías, sólo sé que hay alguien que te interesa bastante ¿no tendrá acaso una mirada azul?- dijo sonriendo, demostrando que mi desmayo había delatado mis anhelos.
Permanecí descansando un momento. Después me decidí a salir.
El campo se extendía en un horizonte verde, limitado por estribaciones y robledales.
No había más vida que la mía, y el graznar de los cuervos merodeadores.
Vi los cuerpos de mi gente caída, emergiendo entre las nubes de tizne y humo, mostrando las caras pálidas y chamuscadas. Tuve miedo, sentí más enojo.
-Tengo que acabar con esto- me dije esa tarde que, más bien, se había vestido de luna nueva.

Me recosté en un poblado robledal, esperando respirar un poco de aire fresco de las montañas nevadas. Quise olvidarme de todo, recitando cantinelas de mi Eglador dejada atrás en la cristalina lengua que mis padres me dieron a hablar. Recordé los salones de columnas en tallo, y la cascada clara que caía por los peñascos. Las trompetas de argento... la lluvia en hilos que baja de las copas altas de abetos...

-¡Calla!- una voz gritó en la oscuridad. Soñaba, pensé.
Continué nombrando las constelaciones que Elbereth alzaba... un chillido doliente pareció llegar detrás de mí.
-¡Calla Dagnir, arquero hábil!- me ordenó de nuevo la voz. No lo imaginaba.
-¿Cómo sabes mi nombre?- pregunté desconcertado a la figura que de pronto se erguía detrás de mí. La penumbra y la oscura noche me nublaron la mirada.
-Lo sé porque he visto y olido tu enojo en la batalla. Eres bueno, servirás a la causa-
-¿De que hablas? Descúbrete ahora, déjame ver tu cara- le pedí a la silueta negra.
-Si lo hago corremos peligro, hay muchos ojos por aquí. Sabes bien de que te hablo, no ocultas tu corazón inflamado. Los quieres ver picándose los ojos... esos Ngolodh, ¿No los quisieras lejos... muertos quizás?-
-¿Cómo lograr eso si toda la guerra no lo ha hecho?-desnudé mis deseos.
-Lo sabes bien, no te mientas. Sabes que tu flecha es certera, y que debe caer en la sien correcta. Esos Elfos no merecen más que eso-
-Yo soy un Elfo como ellos. Ellos buscan venganza, yo también- dije con el tono lento.
-Sí pero la tuya es justa- dijo la figura con tono seco, severo.
-No podré...- se entrecortó mi voz.
-Podrás- golpeó con la voz.
-¿Y si no lo logró?-dudé.
-Lo lograrás, si no, mueres-
-Es justo- asentí.
-No, no lo es, por eso tienes que conseguirlo-
-¿Quién eres?- quise ver sus ojos tras su manto marrón.
-Puedo revelarte mi nombre y mi rostro, pero ya te dije, ambos corremos peligro...-
-Yo ya estoy corriéndolo-
-No me refiero a ti, hablo de mí... y de nuestro Rey- susurró a mi oído.
-¿Qué dices? ¿Acaso...?- yo no entendía.
-Él debe saberlo. Lo sabe. Si lo haces no sólo lo estarías salvando a él, sino al Reino entero... compondrán canciones con tu nombre-
-No busco fama-
-Si la buscas. Y lo sabes... y te aterra. Todos la buscamos, deseamos beber de esa copa, y cuando lo hacemos no nos saciamos...-
-Pero la fama no lo es todo-
-En eso tenéis razón, por ello habrá más recompensas- creí verle una sonrisa tras las sombras negras.
-Eso espero...- sólo pude contestar
-Y aunque no las hubiera. Si no lo haces, lamentarás el resto de tus interminables y dolorosos años el no haber tensado el arco a tiempo... pero no te preocupes, quizás tus hijos no te lo reprochen, después de todo no sabemos si seguirán hablando tu lengua... claro, sucederá si no actúas-
-Habrán de hacerlo, de eso me he de encargar- me empezaba a emocionar
-Haz que sea posible, aplasta a la abeja reina. La próxima luna llena...-
-Pero si lo hago, el enjambre entero se llenará de ira- dudé...
-Lo harán si se llegasen a enterar, pero no sucederá así. Todo será un lamentable accidente...-
- Cuando la Errante se pose plana en el firmamento- recordé su plan.
-También aciertas con las palabras arquero, por ello has sido requerido, eres la flecha más certera entre las filas-
-¿Cuándo sería prudente?- quise saberlo.
-¿Prudencia dices? Mejor sería que no mostraras sigilo, después de todo, los muertos no señalan... pero no te preocupes, pronto acamparán , sus cuerpos se quejan...-
-Todo esto es por nuestro Rey... ¿verdad?- quise convencerme.
-Y por nuestro futuro, por el de tus hijos-
-Por nuestra forma de vida... por honor... ¡Orgullo!- vibraba mi corazón.

-Mátalo...-

-Y me llamarán Dagnir... “El Justiciero”...- se me inflamaba el alma
-Hazlo, es tu deber... tensa el arco, orienta la vista... no falles-
-¡No lo haré!- apreté los dientes, apreté mi arco.
-Cumple, ¡Honra tu nombre! Termina con esto...- me sonrió.
-Lo juro-
-Acaba con él. Mátalo. Mata a Maedhros, hijo de Fëanor...-

Desde aquella noche sin viento conté el levantar y caer del sol  para saber en que día, en que momento, la Errante luna se posase entera sobre el firmamento.
 Afilé mis flechas, preparé mis ojos. Extendí la cuerda, reforcé mi arco.
Las semanas que transcurrieron las pasé en silencio, como tratando de aguantar cada palabra y que no saliera de mi pecho la misión que aquel extraño mensajero, había impreso en mi corazón. Nunca me pregunté quien era, porqué no observé su rostro en aquella noche llena de ira. Estaba cegado por la guerra.
Sólo volví a mirar, cuando la luna llena llegó.

El campamento Noldo se postraba en la cima de una colina esmeralda. A lo lejos divisé sus banderas flameando, brillando como con luces propias. Un crepúsculo color de flama me lanzaba llamaradas.
Escuché los cantos lánguidos de su antigua lengua. Cantaban con pena, jurando venganza sin importarles el hado que los Poderes les habían lanzado. Y también lloraban, y oí sus voces llamando los nombres de su gente amada. Eran tan claras, tan etéreas, que de pronto a mi mente regresó la idea de que ellos también amaban recoger la luz de las Estrellas...ya era demasiado tarde. Maedhros debía morir.

Estaba ahí, cubierto con un manto gris y a cada paso atando silencio a mis pies.
Los nombres que lloraban los hacía míos, y si se lamentaban por Alquamorë yo le cambiaba el nombre por Alphamor. Caminaba despacio, como si no pasara nada.
Pasé inadvertido; no lo podía creer. Una enorme hoguera se consumía al centro de su campamento, avivando las sombras negras de los guardias alrededor. Sus cascos refulgían en llamaradas, y el filo de sus espadas aguardaba silente, igual que las joyas blancas incrustadas en la guarda, en cada escudo, en sus penetrantes miradas.
Sentí una corriente helada traspasar mi cuerpo, como preparándome a recibir la mortal dentellada de una espada de gemas y hierro. Me deslicé con sigilo tras cada tienda, tras cada carpa. El campamento dormía su cansancio, la fatiga por tanta ira.
Me hice uno con las sombras.

Entonces las vi, cuando la Errante con su luz mortecina, gobernaba.
Las libreas de Fëanor y Finwë, con sus dorados fuegos y el azul de las aguas claras; Estrella flameante y Joyas Iluminadas. Esa, esa debía ser la carpa.
Maedhros, hijo de Fëanor, me aguardaba. Entré.

La oscuridad daba abrigo el interior de la carpa del Capitán de los enemigos.
Una figura negra se recostaba al fondo de la tienda. El pelo largo, el ligero cuerpo.
Mis ojos vieron a Maedhros dormitando, ignorando que la muerte desde afuera le acecha. Yo era uno con las sombras, con la reinante oscuridad.
Tensé el arco; orienté la vista.
Justicia! ¡venganza!-
Apreté con fuerza, con todos mis dedos; con el alma puesta.
-Por el Reino, por nuestra forma de vida, por cantar en nuestra propia lengua...-
Un calor me invadía, sonreía. Pude adivinar entre las sombras, el sitio de su corazón...
-Y me llamarán Dagnir El Justiciero...-
Se detuvo mi respiración. Cerré los ojos, solté la cuerda...

Nîr lîn rimmathar arnediad...!-

La flecha silbó.


Anoche desperté entre gritos. La pesadilla volvió.
Te recordé entre mis brazos en aquella ocasión.
¿Por qué te tuviste que ir? ¿Por qué regresabas con ellos?

Te grité con toda el alma, te llamé vaciando la garganta.
Se que ahora no me oirás, no acudirás a mi lado. Sólo espero, donde estés, me perdones.

Pues en esa oscuridad maldita, no reconocí tus ojos, el azul pálido de tu mirar.


  
 

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