Hijo de Gondor

25 de Junio de 2004, a las 00:00 - Andira Gandalfa
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Hermandad y dolor

-¡Agh! ¡Boromir, cuidado! ¡Esto es verdadero metal!.- Exclamó Faramir esquivando mi espada.
-¡Lo sé, pero eres tú el que debe tener cuidado! Después de todo eres tú el que corre peligro de ser herido.- Le dije.
Habían pasado varios años desde aquella noche en que murió mi madre. Faramir y yo éramos jóvenes y nos preparábamos para entrar en el ejército. Yo destacaba por mi manejo de la espada, mi arma favorita, y por eso había sido designado para enseñar a Faramir a utilizarla; pero después de una semana entera practicando, Faramir no había aprendido nada.
-Reconócelo, hermano: no estás preparado para usar una espada.
-Si todos supiéramos hacer las mismas cosas sería un aburrimiento.- Dijo.
-Sí, y quien no se consuela es porque no quiere.- Reí.
-Bueno, puede que no sepa, pero hay más armas: la maza, el hacha, el arco...
-Pero la espada es la más noble de todas.- Le dije.
-Lo dices porque seguramente no sabes manejar las demás.
-¡Ja! Soy el mejor con todo tipo de armas, Faramir. Aunque reconozco que el arco me cuesta mucho más que las otras.
-Pero tú eres muy fuerte, deberías poder hacerlo.
-Tensar la cuerda es fácil, pero no tengo buena vista a la hora del disparo.- Expliqué.
-Yo quiero probar, quizá se me dé bien. ¡Hasta luego, hermano!
Oh sí, a Faramir se le dio muy bien. Tan bien que se hizo famoso por su puntería y pronto estuvo rodeado de admiradores que querían convertirse en sus discípulos. Me alegré enormemente por él, pero, ¿dónde estaban los futuros espadachines? Estaban siguiendo a Faramir para aprender a tirar con arco...
Me convertí en capitán del ejército y defendí mi tierra en numerosas ocasiones, pero mi padre destinó a Faramir al cuerpo de los montaraces de Ithilien. El cuerpo de montaraces estaba compuesto por guerreros de élite que defendían las fronteras desde el anonimato. Ellos eran mejores guerreros que nosotros, el ejército gondoriano, pero si morían no se elevaban estatuas en honor ni se entonaban cantos sobre sus hazañas. Ellos morían sin alcanzar la gloria. Nosotros por el contrario éramos alabados en vida y las gentes arrojaban flores bajo nuestros caballos. Sólo con pasar frente a ellos les infundíamos esperanza.

Una vez los orcos, enemigos de Gondor, vinieron desde Mordor e intentaron ocupar Osgiliath. Yo capitaneé al ejército contra ellos y Faramir y sus montaraces lucharon junto a nosotros. Cuando llegamos a Osgiliath, alcé la espada y les dije a los míos.
-¡Soldados de Gondor, montaraces de Ithilien! ¡Espadas y arcos, fuerza y astucia! ¡Uníos hoy contra el enemigo! ¡Esta ciudad volverá a ser nuestra! ¡Hay muchos allí dispuestos a matarnos! ¡Hermanos míos, si debemos morir, hagamos que eso signifique algo! ¡A la carga, mis soldados!
Nos lanzamos al ataque, todos, a caballo o a pie, con cualquier arma, éramos aliados y lucharíamos juntos hasta el final. En una ocasión me vi solo en mitad de la batalla y los orcos me derribaron. Mataron a mi caballo y vinieron hacia mí con las mazas dispuestos a matarme, pero una flecha certera mató al capitán y todos se distrajeron, de modo que me fue fácil aniquilarlos.
-¡Boromir, tienen el puente!.- Me avisó Faramir.
-¡Pues a qué estamos esperando! ¡A por el puente!.- Ordené.
Corrimos hacia allí y ayudamos en la defensa, pero venían más orcos.
-¡Colocad las cargas y detonadlas!.- Les grité a dos de mis hombres.
Ellos así lo hicieron y salieron corriendo a tiempo. Vimos por última vez a muchos de los nuestros caídos en el puente. Nos lanzamos al río y el puente explotó a nuestras espaldas. Habíamos vencido. En la orilla nos esperaban los soldados y montaraces que habían sobrevivido y festejamos la victoria al volver a Minas Tirith. Allí muchos se reunieron con sus familias y vinieron después a beber y reír con los demás. La plaza se llenó de gente en muy poco tiempo y las sonrisas lo inundaron todo.
Yo los veía a todos felices y me olvidaba por un momento de los que habían perecido, que no eran pocos. Mi gente estaba a salvo y yo estaba orgulloso de haberlos protegido. Observé que una muchacha nos miraba a mi hermano y a mí, sobre todo a él, y se lo hice saber:
-Faramir, allí hay una bella joven que te está mirando.
-¿Eh? Yo creo que te mira a ti, Boromir.
-No no, fíjate bien, te mira a ti. ¡Mi hermano levantando pasiones entre las mujeres!
-¡Eh! A ti también te miran.- Dijo.
-Y no me molesta, en cambio a ti sí... ¿Qué, enamorado?
-¡para! Deja de reírte de mí...,.- Dijo sonrojándose.
-Lo estás, ¿eh? Y, ¿de quién?
-No pienso decírtelo, irás a buscarla para contárselo.
-Vamos, quizá no la conozca. Cuéntamelo.
-¡Ah! ¡Deja de poner esa cara, Boromir! Me das lástima.
-Por favor, cuéntamelo.- Supliqué.
-Está bien... Se llama Laltame. No es muy alta y seguramente las has visto más hermosas, pero no me importa. Tiene el pelo muy largo y negro, y grandes ojos oscuros. Atiende a los heridos en las Casas de la Curación y es muy dulce. Nunca había conocido a una mujer así.
-¿Laltame? ¡Ah, sí! Sé quién es.
-Lo imaginaba.
-Pero no le diré nada, tranquilo. No quiero verte apartado de ella si te atrae.
-Te lo agradezco, Boromir. Bueno, y ahora que yo he confesado, dime... ¿quién es la elegida de tu corazón?.- Preguntó riendo.
-¡Ja! Habría que verme enamorado a mí. Mi corazón es fuerte y no necesita amar a ninguna mujer. Me basta con mi amor a mi patria y a mi familia.
-Algún día amarás, Boromir, y no podrás evitarlo.
-Eso parece una maldición.- Me burlé.- ¡Eh! Ahí viene padre.
-¿Dónde está el mejor del ejército?.- Preguntó mi padre al verme.
-¡Aquí, padre! Con el mejor de los montaraces.
Pero mi padre no abrazó a Faramir.
-Boromir, tus hombres esperan una arenga. No les decepciones y sal a verles.
-Enseguida, padre. Faramir la dará conmigo.
-No, Boromir.- Dijo Faramir evitando la mirada de mi padre.- Es mejor que yo no la dé.
Faramir se fue y mi padre sonrió.
-Trátale bien, padre. Él te quiere.
-Oh, sí, me quiere mucho.- se dio la vuelta para irse.

Aquella noche dormí muy mal. Soñé que el sielo se oscurecía completamente y una pálida luz asomaba en el Oeste. Aquello me resultaba muy familiar, y oí entonces unas palabras:

Busca la espada quebrada
Que está en Imladris.
Habrá concilios más fuertes
Que los hechizos de Morgul.

Mostrarán una señal
De que el Destino está cerca.
El Daño de Isildur despertará
Y se presentará el Mediano.

-El sueño de Faramir...,.- Me dije al despertar, y le busqué para contárselo.
-Soñaste lo mismo que yo...,.- Dijo él.
-No entiendo por qué, ni entiendo lo que significaban algunas palabras... ¿Quién puede ayudarnos a descifrar esto?
-El Señor Elrond...
-¿El Señor Elrond? ¿El Medio Elfo?.- Pregunté.
-El mismo; Mithrandir me habló de él.
-¿Otra vez con Mithrandir? Padre te matará, sabes que le odia.
-Es el único que me da paz aparte de ti, hermano. Padre no quiere un hijo discípulo de un mago, tampoco quiere un hijo soldado, ni un hijo montaraz... no me quiere, pero me pusieron en el mundo para algo y quiero vivir. Si quiere acabar conmigo que lo haga, pero que no me prohiba ser libre.
-Como te admiro, Faramir.- Le dije dándole un abrazo.- En fin, ¿qué te dijo Mithrandir de Elrond?
-Que es uno de los grandes maestros del saber. Quizá él sepa descifrar las palabras de nuestro sueño.
-Muy bien, pues voy a pedirle permiso a padre para buscarle. ¿Me acompañas?

Pero mi padre se lo tomó muy mal.
-¿A Rivendel a buscar respuestas a un sueño?
-Tú dices que el conocimiento verdadero se esconde en los sueños, padre.- Le dije.
-Y así es, pero, ¿por qué tú?
-Porque quiero saber qué significa todo eso.
-Pero Faramir también lo soñó, y varias veces además; quizá sea una señal, ¿y si él es el elegido para ir?
-¡No!.- Intervine antes de que Faramir pudiera hablar.- Tú sólo quieres que vaya él para no arriesgarte a perderme porque sabes que será peligroso. Pero no lo conseguirás, padre. Iré yo por él. Faramir nunca ha viajado solo tan lejos.
De mala gana conseguí su permiso, y creo que odió un poco más a Faramir. Salimos de allí y fui a prepararme para el viaje. Después, Faramir me dijo que no quería que me fuera.
-¿Por qué tú, Boromir? ¿Y si no vuelves? Tú has sido mi hermano y mi padre todo este tiempo... no quiero perderte. Además, tú serás mucho mejor Senescal que yo cuando llegue el momento de sustituir a nuestro padre.
-Porque quiero protegerte, Faramir. Será un viaje peligroso y tú no estás preparado para ir.
-¿Y cuándo lo estaré si sigues protegiéndome de todo?
-Soy tu hermano y tu padre, ¿no? Estoy en mi derecho de protegerte. Tú cuidarás de la Ciudad en mi ausencia, y cuida de padre. En lo más profundo de su corazón te quiere, en serio. Cuanto antes me vaya mejor, que todo siga bien aquí y tengas paz, hermano.
-Que encuentres lo que buscas y vuelvas pronto, Boromir. Ojalá volvamos a vernos...
-... en esta vida o en la otra.- Continué.- Voy a despedirme de padre.
Faramir se quedó solo, mirando al suelo con tristeza. Al entrar de nuevo en la Torre vi a mi padre subiendo las escaleras.
-Padre, ya me marcho...,.- Advertí.- ¿Adónde vas?
-Arriba, a la cúpula de la Torre. ¡Ah, hijo mío! ¡si las cosas se complican, da la vuelta, regresa a tu hogar! No te arriesgues a morir por conseguir una maldita respuesta.
-No sacrificaré mi honor, padre. Cuídate y recuerda que tienes otro hijo que se queda contigo. Cuenta con él, padre. Recuerda que él te quiere.
-Ahí marcha mi heredero.- Dijo abrazándome.- Te pareces a mí cuando yo era joven, aunque eres más alto y fornido que yo. ¡oh! Llevas al cuello la piedra de tu madre.
-Necesito sentirla conmigo para luchar.- Dije acariciando aquel regalo.
-Y en tu tahalí llevas el Cuerno de Gondor. Tú serás capaz de sacarle la nota más alta. Adiós, hijo de Gondor; adiós, hijo mío.
Salí de la Torre, ensillé mi caballo y se abrieron para mí las puertas de la Ciudad. Comenzaba mi viaje hacia Rivendel, y desde entonces cabalgo solo.



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