Año 460 de la Primera Edad: la muerte de Barahir y la sombra que cae sobre Dorthonion
Bosques de Dorthonion, Año 460 de la Primera Edad
Anoche, con la luna oculta tras nubarrones del norte, Beren regresó al claro de Tarn Aeluin para hallar sólo cadáveres y ceniza. Los cuerpos de Barahir y sus compañeros yacían sin vida bajo los abedules, mientras cuervos y grajos se disputaban los despojos. “Llegó demasiado tarde: el campamento había sido revelado por el propio Gorlim en un engaño de los orcos”, asegura el único vigía que escapó al asalto.
Envuelto en un manto gris, Beren reunió los restos de su padre y alzó un túmulo de piedras junto al lago silencioso. Tres veces golpeó la laja superior y tres veces clamó el nombre de Barahir antes de internarse en la noche, sin derramar lágrima alguna.
Horas después, guiado por el rastro de botas orcas y el clamor de cuernos que festejaban la presa, Beren localizó a la partida enemiga en las fuentes del Rivil. Desde la pendiente cubierta de brezo observó cómo un capitán alzaba el Anillo de Barahir entre burlas: la joya de serpientes esmeralda otorgada años atrás por Finrod Felagund. Cuando el orco se jactaba de su botín, una flecha surgió de los pinos y lo abatió; acto seguido, Beren irrumpe entre las sombras, siega a dos guardianes y recupera el Anillo antes de desaparecer montaña arriba. El resto de la partida, confusa y hostigada, solo halló sobre la hierba al caudillo muerto.
“Jamás vi a un hombre moverse tan rápido: era como un lobo gris entre los troncos”, declaró un ballestero de la escolta orca que huyó cojeando. Pese a la persecución y a la lluvia de flechas, Beren escapó indemne gracias a la cota de malla enana que porta desde su juventud.
Dorthonion queda ahora sin un líder humano. Los colonos del sur hablan ya de abandonar la meseta y buscar refugio junto al Sirion. Pero los mismos rumores traen un consuelo amargo: un guerrero solitario patrulla los senderos, y en su puño brilla un Anillo de dos serpientes entrelazadas. “Mientras ese hombre viva —susurra un leñador de Brethil— la llama de la esperanza no se apaga del todo en estas colinas ennegrecidas”.