Año 469 de la Primera Edad: La risa de Lalaith se apaga en Hithlum
Hoy los pastores de las estribaciones orientales de Dor-lómin han regresado sin cantar. Las mujeres recogen el grano en silencio. En la casa de los Señores de la Casa de Hador, ninguna lámpara ha sido encendida desde la noche pasada. Ha muerto Urwen, a quien llamaban Lalaith, “risa” en la lengua de los Elfos, hija primogénita de Húrin Thalion y de Morwen Eledhwen.
Tenía apenas tres años. Su cabello era dorado como el trigo en verano y su risa, dicen, podía disipar la niebla en las mañanas del valle. Su hermano Túrin, que la adoraba, la llamaba así desde que aprendió a pronunciar sus primeras palabras. Hoy no habla. Morwen guarda el silencio más duro de todos, y en sus ojos no hay lágrimas, sólo un brillo helado que hiela a quien la mira. “No hay risa en esta casa”, ha dicho al fin, y su voz parecía arrastrar el peso de una era.
Un viento oscuro bajó de las montañas hace ya semanas. Las gentes del norte lo llaman el Mal Aliento, y con razón: ha llevado consigo una enfermedad lenta y amarga que no distingue cuna ni fuerza. El propio Túrin enfermó, pero ha sobrevivido. Urwen, no. El Enemigo no blande sólo espadas: ahora sabemos que también susurra con vientos invisibles.
En la ciudadela hay quienes dicen que ni siquiera los Elfos habrían podido curarla. Otros murmuran que es sólo el primer golpe que Morgoth lanza contra los Señores de los Hombres. Pero los más viejos, los que aún recuerdan la risa de Lalaith entre los árboles del valle, simplemente callan.
Esta crónica se cierra con el llanto de una nodriza que aún espera oír pasos menudos por el corredor. Urwen ha sido enterrada en lo alto del cerro de Nen Lalaith, donde la fuente aún canta bajo la piedra. Que su nombre no se olvide.