NARRACIÓN 5ª (09 de Septiembre de 2006, a las 01:05)
El viento rugía con fuerza, traía con sigo voces y recuerdos de lejanos lugares, silbidos extraños y piedrecitas pequeñas que molestaban a la compañía cuando caían contra ella, pero era el frío, lo que más molestaba quizás en esos momentos a la compañía, la cual había tomado una gran decisión, pues seguirían por el camino para descubrir si aquel era un mero lugar de descanso o... quién sabe, lo que el destino les tenía preparado.
Gandalf, Rúmil y Burzumgad iban explorando el camino, ambos mirando algo en el camino que les pudiera servir de pista quizás:
- No hay muchas marcas de pisadas aquí- dijo Rúmil a la vez que tocaba el suelo con sus manos- me atrevería a asegurar que no es un sitio que frecuenten mucho los enemigos.
- No me extraña, pues de todos modos, todavía no nos hemos adentrado en las montañas, pues recordad que nuestro camino puede llegar hasta Angmar- dijo el Peregrino Gris.
- Angmar- susurró Burzumgad a la vez que tocaba el camino. Era bastante liso y no estaba muy cubierto de nieve.
Pronto se dieron cuenta de que el camino empezaba a elevarse como una colina, y que era cada vez más estrecho. Finalmente al llegar a la ‘’cima’’ vieron que el camino descendía totalmente en picado hacia una estrecha y pequeña celda, oscura y lóbrega.
El Peregrino Gris, Burzumgad y Rúmil intercambiaron miradas y corrieron rápidamente a la par que silenciosos hacia la celda, mientras que el resto de la compañía observaban desde la cima, extrañados. Sin embargo, quién sabe por qué hechizo mágico, por el cruel destino o por la gran ventisca, la puerta de la celda se abrió, haciendo el sonido típico de una puerta vieja al abrirse, que resonó en todo el lugar, hasta haciendo eco. Gandalf dejó escapar un pequeño lamento y contrajo la cara, pero el resto dándose cuenta ya del peligro, corrieron hacia la puerta, y ya la compañía entera, con las espadas desenvainadas entraron en la oscura habitación.
No había nada, o al menos, eso parecía. Era una simple habitación redonda y bastante oscura, aunque los miembros alcanzaban a ver las paredes y de hecho las tocaron y rodearon la habitación extrañados. Lo único especial que había era un techo bastante alto, y las paredes al parecer hasta podían ser mas fáciles de trepar que las montañas, pues no tenían nada de liso.
Entonces, un sonido estridente y grave sonó en todo el lugar haciendo un terrible eco. Luego miles de sonidos parecidos a los de un ejército caminaron sonando, acompañados de cuernos y gritos roncos.
¡Oh Orofarnë, Lassemista, Carnimirië!
¡Oh hermoso fresno, sobre tu cabellera qué hermosas son las flores!
¡Oh fresno mío, te vi brillar en un día de verano!
Tu brillante corteza, tus leves hojas, tu voz tan fresca y dulce:
¡qué alta llevas en tu cabeza la corona de oro rojo!
Oh fresno muerto, tu cabellera es seca y gris;
tu corona ha caído, tu voz ha callado para siempre.
¡Oh orofarnë, Lassemista, Carnimirië!
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