Historia de la Dama Blanca (Libro II)

07 de Diciembre de 2003, a las 00:00 - Elanta
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34. El Concilio de Imladris

Los árboles se mecían al ritmo del viento, susurrando canciones en su lenguaje secreto. Los nuevos brotes saludaban al sol, mientras las hojas doradas del año anterior caían cual lluvia de oro en el reino de Laurelindórean.

- Escuchad la canción del bosque, de los años que pasan, el llanto del Pueblo exiliado; niños abandonados por los Poderes del Oeste, vagabundos de la Tierra Media, grandes príncipes elfos que un día cayeron en desgracia; escuchad mi lamento por aquellos que sucumbieron a la sombra, por aquellos que amaron y fueron pagados con la muerte, por quien jamás rindió su corazón; ¡oh!, ¡escuchad mi canción!-.

Desde su puesto de guardia, Haldir volvió su rostro a aquella triste y hermosa voz. Galadriel había regresado al bosque con su hija tras expulsar a Sauron de Eriador, desde entonces los elfos de Eryn Galen y Lórinand se habían convertido en centinelas del Señor Oscuro; alrededor de ochenta años de vigilancia, compartida también con los númenóreanos que habían construido fortalezas y puertos en todas las costas bajo el auspicio de su rey Tar-Minastir, y ahora regían los destinos de muchos hombres de Endor y atesoraban poder y riquezas. Mucho tiempo para un hombre mortal, poco para las vidas inmortales de los elfos.

Ahora volvían a escucharse rumores de que Sauron ultimaba preparativos, que sus bestias volvían a proliferar y los hombres del Este seguían venerándole con más fuerza que antes. Aunque el temor a Númenor y su alianza con los elfos de Gil-galad y Círdan evitaban que se lanzase a un nuevo ataque.

Haldir vio a Galadriel descender ágilmente del talan para reunirse con su esposo. Seguramente había reunión en Cerin Celebyrn, algo tramaba la reina y pronto lo daría a conocer a sus súbditos.

Los señores elfos y los Señores de los Claros empezaban a reunirse bajo el palio tendido entre árboles plateados. Galadriel, oculta junto a Celeborn, los observaba a medida que entraban en la sencilla estancia. Una vez estuvieron todos presentes, los reyes de Lórinand entraron y ocuparon sus asientos.

- Mi esposo y yo os abandonaremos en breve, debemos acudir a Imladris antes de la noche del Solsticio – anunció la Dama Blanca – Ha sido convocado un Concilio al que debemos asistir los reyes elfos -.
- Durante la guerra en Eriador permanecí en Lórinand porque el peligro era demasiado grande para el bosque, ahora que disfrutamos de esta tregua en nuestro conflicto contra el Señor Oscuro acompañaré a mi señora al Norte – continuó Celeborn – Amdír quedará como regente y los demás habréis de facilitarle ayuda y consejo -.

Poco más quedó por decir entonces. Los reyes ofrecieron algunos consejos a los Señores de los Claros y estos desearon un buen viaje a sus gobernantes antes de volver a sus ocupaciones; los tiempos turbulentos, bajo la amenaza constante de una guerra, los mantenían muy atareados.

Sólo una elfa aguardó bajo el palio junto a los reyes, Celebrían.

- ¿Cuándo partiremos? – preguntó con aire grave.
- Mañana – sonrió su madre.

La princesa abandonó la estancia despacio, y echó a correr hacia sus aposentos en cuanto nadie pudo verla.

- Me duele tenerles separados – comentó Galadriel, entrelazando su mano con la de su esposo.
- Permite que se quede en Imladris entonces – dijo Celeborn.
- No he terminado su instrucción, Celebrían aún ha de aprender algunas cosas más antes de ser digna de su nombre -.
- Ella no es como tú, no tiene ni tu poder ni desea tenerlo, es muy parecida a Elwing, disfruta con los pequeños detalles de la vida y no quiere otra cosa que permanecer junto a Elrond – se llevó a los labios la mano de Galadriel – Dejemos que la “Reina de Plata” escoja la felicidad a su manera -.

Galadriel asintió. Si retenía a su hija en Lórinand conseguiría nublar su corazón, como el de un pajarillo en una jaula de oro.

Una pequeña escolta acompañó a la familia real en su viaje. Remontaron el Anduin al abrigo de las Nubladas y los bosques, y cruzaron el Paso Alto para llegar al valle élfico.

El que fuera un campamento ahora se había convertido en una pequeña población, una inmensa casa en la que se entrecruzaban habitaciones y patios, jardines y galerías. Tras cruzar el Puente, la comitiva fue recibida por los guardianes de oscuras capas grises que les condujeron hasta el primer patio.

- Mae govannen, Bienvenidos a la Casa de Elrond – saludó alegremente Glorfindel.
- El señor Elrond nos honra al enviarnos al Señor de la Flor Dorada como recibimiento – respondió Galadriel - ¿Han llegado los demás? -.
- Sois los primeros, heri ilrahtala vanesseva -. (Señora de inalcanzable belleza).

Celebrían rió, divertida ante la actitud entre respetuosa y jovial del noldo.

- Mi linda princesa, ¿os burláis de mí? – protestó Glorfindel.
- Eso nunca, mi señor – replicó sonriente – Sois un bardo consumado -.
- Entonces será un honor para este humilde bardo guiaros hasta vuestras habitaciones para que descanséis –.

Siguieron al rubio elda al interior de la Casa.

Tras descansar y ponerse ropajes más cómodos que los del viaje, fueron conducidos hasta un cenador cubierto de enredaderas donde aguardaba Elrond.

- Espero que todo esté a vuestro gusto, si necesitáis algo en las habitaciones sólo pedidlo – dijo el medioelfo, una vez sentados y en compañía de un refrigerio.
- Descuida, son unas hermosas estancias – sonrió Galadriel.
- ¿Cómo está la situación en Lórinand? -.
- Disfrutamos de paz, pero una sombra oscurece los corazones de los galadhrim – dijo Celeborn – Sabemos que tarde o temprano Sauron volverá a alzarse en Mordor -.
- Caballeros, esos temas se tratarán durante el Concilio, relajémonos y disfrutemos de este apacible refugio entre montañas – intervino Galadriel – Este cenador me resulta familiar, Elrond -.
- Lo mandé construir según los recuerdos que guardaba de la terraza de mi casa en Sirion, una pequeña concesión al pasado que se ha ido y no volverá – explicó él con una nota de melancolía en la voz y esbozó una sonrisa – Bajo las parras cargadas de uvas os conocí hace siglos, tantos siglos -.
- Un niño que quería ser un sabio y otro que quería ser un guerrero – evocó la dama.
- ¿Cuántos años teníais cuando conocisteis a mi madre? – inquirió Celebrían, curiosa.
- Unos cinco – respondió él, divertido.
- ¿Cómo era de niño? – preguntó la princesa, esta vez a su madre.
- Adorable, silencioso y curioso, un pequeño fisgón -.

Elrond rió al recordar la anécdota a la que hacía mención Galadriel.

- Fui hasta su habitación en mitad de la noche para que me explicara qué era una piedra con la luz de la luna que mi madre tenía en un collar lleno de joyas – dijo el medioelfo – Elros y yo habíamos visto el Silmaril que guardaba mi madre y yo quería saber qué era exactamente esa cosa tan bonita que, sin embargo, daba tanto miedo a mi familia -.

Transcurrió la mañana y la comida entre buenos recuerdos y risas. Celebrían disfrutó mucho, pues hacía tiempo que su madre no se veía tan alegre, no desde que contempló la ruina de Acebeda.

- Quiero ir a verlas, ha de ser un espectáculo precioso -.

Elrond había mencionado las cataratas del Bruinen e inmediatamente tuvo a la princesa de cabellos plateados suplicando por una breve excursión.

- Llevadla o la tendréis dando vueltas a vuestro alrededor hasta que lo consiga – aconsejó Celeborn, jovial.
- Sí, recuerdo como se comportaba de pequeña – replicó Elrond.
- He crecido – protestó ella, molesta.
- Pero no has cambiado – señaló el medioelfo al tiempo que se levantaba – Con vuestro permiso, mis señores, guiaré a vuestra hija hasta las cascadas -.
- Tomaos el tiempo que queráis, el resto del Concilio no llegará hasta dentro de una semana-. El señor de Rivendel sintió el roce burlón de la mente de Galadriel.
- Vamos -.

Celebrían le agarró de la mano y arrastró al medioelfo sin contemplaciones.

 A duras penas, Elrond consiguió detener a la princesa para coger un par de capas. Después tomaron el camino que remontaba el Bruinen, siempre subiendo, hacia las cataratas.

- Es un lugar muy hermoso – dijo Celebrían, contemplando la Casa y sus jardines silvestres desde la distancia – Mi madre dice que le recuerda mucho a... -.
- ¿A qué? – interrogó el medioelfo.
- Nada, a veces hablo demasiado. Iba a hacer un comentario que os pondría triste -.

El señor del Valle sonrió.

- Los Puertos de Sirion; he creado mi nuevo hogar a semejanza de aquel en que viví de niño, no sólo el cenador en que nos encontrábamos, cada habitación, cada pasillo de esta Casa tiene para mí un significado especial – su sonrisa se amplió – Cómo veis no me he muerto al explicároslo -.

- Te extrañe mucho, quería venir a visitarte y ver todas esas cosas que me contabas en tus cartas, pero mis padres creían que era demasiado peligroso –.
- Y tienen razón, el viaje que habéis realizado es arriesgado -.
- No tanto, sólo resultó un poco farragoso el cruce del Paso Alto por las tribus de trasgos; a mí madre le bastó una simple demostración de su poder para que ninguna alimaña más se cruzara en nuestro camino -.

Las carcajadas de Elrond la sobresaltaron, pocas veces demostraba de forma tan abierta sus sentimientos.

- Por mucho que digas, mi querida Celebrían, no has cambiado un ápice desde que te conozco -.
- Eso no es cierto – protestó ella.
- ¿Por qué tanto empeño en que has cambiado? – preguntó el medioelfo.
- Por nada -.

Celebrían avanzó a paso rápido por el sendero. Los árboles se fueron volviendo ralos, la hierba y las rocas cubiertas de musgo se entremezclaban con robles y enebros. El rumor del agua empezó a crecer en intensidad, hasta convertirse en un ensordecedor fragor.

- ¡Ah, qué maravilla! – exclamó al contemplar el espectáculo de los Saltos del Bruinen precipitándose sobre el lago y formando arco iris a la luz del sol.
- Es una de las cosas que hacen tan especial este valle – dijo Elrond.
- No sé como permití que me prohibieseis salir del campamento la primera vez que estuve aquí, esto es sobrecogedor -. La princesa se arrodilló en la orilla y se asomó a las frías aguas. – Me recuerda a las historias que Thrurin me contó sobre el Kheled-zâram y como Durin se vio reflejado con la corona de Siete Estrellas -.

Elrond la observaba, feliz por disfrutar de su compañía después de tantos años. Su partida de Imladris fue tan precipitada que apenas habían podido despedirse o decirse nada cuando él regresó de la guerra, algo inquietaba a Galadriel esos días y nadie se atrevió a intentar hacer frente a su ira. Ahora Celebrían volvía a estar junto a él, aunque fuese por poco tiempo.

Celebrían se levantó ayudada por la solicita mano que Elrond le tendió y que ella no soltó, sus límpidos ojos clavados en los de él.

- ¿Aún conservas mi regalo? – preguntó risueña.
- Siempre lo llevo conmigo – dijo él, y le mostró la estrella que colgaba de su cuello.
- Me alegro, te dará suerte -.
- Has vuelto a Imladris, esa es la única suerte que he deseado durante estos últimos años -.

Las mejillas de Celebrían se tiñeron de rojo y bajó la cabeza, azorada. Elrond la tomó delicadamente de la barbilla y le alzó el rostro, y le sonrió con sus prístinos ojos y con los labios que besaron los suyos.

- La sombra del Señor Oscuro aún pende sobre los Pueblos Libres, presiento que la guerra estallará pronto y habré de guiar a mi gente – murmuró el medioelfo – Antes que eso ocurra quería haceros una petición -.
- Decidme -.
- ¿Querría la princesa Celebrían ser mi esposa cuando todo esto acabe? -.

Ella le abrazó, llorando y riendo.

- Sí, mi señor elfo, me uniré a ti cuando Sauron sea derrotado, aunque mi corazón me dice que será dentro de mucho tiempo -.
 
En los días siguientes fueron llegando a Imladris las comitivas de Eryn Galen, Númenor y Lindon. Una vez todos estuvieron reunidos en uno de los patios porticados dio comienzo el Concilio.

- Bienvenidos amigos míos – comenzó Elrond – Este Concilio se convocó para que todos los enemigos de Sauron nos encontremos unidos y preparados cuando el Señor Oscuro decida volver a atacar; ahora cedo la palabra a la reina de Lórinand, la persona que realmente nos ha hecho reunirnos aquí hoy -.
- Señores Elfos y Señores Edain – la Dama Blanca se incorporó de su asiento y paseó su mirada de zafiro por la circunferencia que formaban los asistentes - El tiempo pasa rápidamente y tanto nuestro bando como el del Señor Oscuro nos preparamos para una confrontación futura e inevitable, aquí es donde debemos hacer las promesas y planes de ayuda y ataque. Por mi parte, la de los galadhrim de Lórinand, puedo decir que nuestra labor de vigilancia es constante y, aunque pocos, haremos frente al Enemigo como el mayor de los ejércitos -.
- Si vos los dirigís vuestros elfos del Bosque Dorado serán más temibles que cualquier ejército del Mundo Antiguo – sonrió Minastir; sus cabellos más grises que azabache, pero aún fuerte como en su juventud – Como ya prometí cierto día a su majestad Gil-galad, los númenóreanos apoyaremos a los Pueblos que habitan en Endor, nuestra flota de barcos se refuerza día a día y nuestras fortalezas en el continente inspiran tal terror en el Enemigo que tenemos que entrar en los cubiles de sus bestias para encontrarlas y darles muerte -.
- Un día entraréis en una cueva y os daréis de bruces con un dragón, señor Minastir – bromeó el rey de Lindon – En mi reino también estamos preparados, Círdan no ha cesado en su construcción de naves y el ejército se encuentra pertrechado para partir de inmediato, si Sauron intenta dar un solo paso fuera de las Nubladas se encontrará con un serio problema -.
- Eso no es suficiente – fueron las graves palabras de Thranduil, el Rey del Bosque se encontraba arrellanado en su silla jugueteando distraídamente con un borde de su capa verde musgo – El Oeste es libre, oh, sí, felicitémonos por ello; no sé si sois conscientes de la situación que se vive más allá de las Ered Mithrin, por lo menos Eryn Galen y las tierras adyacentes son un constante campo de batalla, orcos, trolls y arañas gigantes son tan comunes como los árboles, así que no me digáis que Sauron tiene problemas porque no es cierto -.
- Lórinand vive dificultades semejantes a las tuyas, Thranduil – replicó Celeborn – Ese es uno de los motivos por los que se ha convocado el Concilio, hacer ver que la victoria está muy lejos de haber sido obtenida -.
- Debemos ser los primeros en asestar el golpe – afirmó Galadriel.
- ¿Proponéis atacar Mordor? – inquirió perplejo uno de los acompañantes de Minastir.
- Exacto, señor Amandur -.
- Altáriel, sopesad lo que estáis sugiriendo – intervino Gil-galad – Es demasiado arriesgado -.
- Más arriesgado aún es permanecer sentados de brazos cruzados esperando a que Sauron avance de nuevo – replicó la reina, cortante – Mientras él tenga el Único toda la Tierra Media se verá amenazada, antes de darnos cuenta tendremos entre manos una guerra eterna -.
- Mi señora, os admiro y respeto, pero no me convenceréis de lanzar a mi gente contra Mordor – dijo Minastir.
- Este es mi consejo, atacar ahora que podemos, de lo contrario... es igual, este es un Concilio, los consejos se ofrecen no se imponen – dijo Galadriel y se sentó con aire sombrío.
- He aprendido desde joven a confiar en tus palabras Galadriel, yo al menos escucharé aquello que sucederá si no seguimos tu recomendación – intervino Eirien, sonriendo.

- No Eirien, estoy cansada de advertir a aquellos que corren hacia un precipicio, que ignoran mi consejo y acaban cayendo al vacío – y no dijo más.

Se hizo un breve receso para descansar y disipar la tensión acumulada. Galadriel buscó soledad entre los robles, y acabó sentada sobre una gruesa raíz contemplando el exuberante paisaje veraniego del valle.

Man tiruva rácina cirya
ondolissë mornë
nu fanyarë rúcina,
anar púrëa tihta
axor ilcalannar
métim´ auressë?
Man cenuva métim´ andúnë?

- ¿Tan horrible es lo que va a suceder? -.

Galadriel se volvió y vio a Eirien acercándose con cuidado para que su vestido, verde como las hojas que la rodeaban, no se enganchase.

- Peor – respondió la reina con amargura.
- Ya has vuelto a mirar en el Espejo, no me gusta nada ese armatoste que te regaló Orrerë -.
- Es útil -.
- Y un pájaro de mal agüero, sólo muestra desgracias -.
- En tú caso no -.
- No estaría yo tan segura – renegó Eirien - ¿Qué cantabas?, no había escuchado antes esa melodía -.
- Era una visión que tuve cuando vi el mar, hace casi ochenta años – explicó, despacio, como si recordar fuese difícil o doloroso – El sol se oscureció y el mar se hundía sobre sí mismo en una terrible explosión de fuego desatado desde los cielos, y de la catástrofe sólo surgía un solitario navío blanco -.
- ¿Qué significa? -.
- Que la maldad de Sauron sigue operando aunque él no se mueva de su escondrijo en Barad-dûr -.
- No prestarán atención a tus advertencias -.
- Lo sé, y me duele pensar lo caro que va a resultarle a algunos de los presentes desoír mis palabras -.

Eirien abrazó a Galadriel, un gesto espontáneo que devolvió la sonrisa a la Dama Blanca durante unos instantes.

- Pase lo que pase recuerda que nunca será culpa tuya, sólo Eru gobierna nuestros designios, ¿de acuerdo? – dijo la reina de Eryn Galen – Tantas preocupaciones acabarán destrozándote y no me gustaría perder a la mejor compañera de cacería que he tenido -.
- A mí tampoco – Galadriel se levantó – Volvamos, el Concilio estará a punto de reanudarse -.

Como era su costumbre, la Dama Blanca permaneció silenciosa, escuchando las discusiones de los asistentes, y sólo intervenía en último extremo.

- No sabemos qué ocurrirá Minastir, compréndenos, Sauron puede atacar dentro de un año o dentro de doscientos y nos preocupa que tu sucesor nos niegue la ayuda -.
- Eso no sucederá, os presento a mi hijo Balkumagan -.

Un hombre joven se incorporó e hizo una somera reverencia.

- Yo también renuevo la promesa hecha por mi padre, ofreceré ayuda incondicional a los Pueblos Libres de Endor en nuestra lucha contra el Enemigo y haré que, en el futuro, mi hijo haga el mismo juramento – dijo con voz altiva y firme - ¿Os satisface eso, señores de los elfos? -.
- Mucho – asintió Galadriel – Confío en vos, más no en el futuro, no juréis por lo que harán vuestros descendientes pues no estará en vuestras manos decidir su destino -.

El dúnadan la miró y se sentó, todo su orgullo desmoronado. Ella sonrió. Celeborn intercambió con Thranduil una mirada de “es incorregible”.

- Bien, mis nobles señores y señoras, hemos discutido, jurado y trazado planes durante tres días – dijo Gil-galad - ¿Alguien desea añadir algo? -.
- ¿Habéis traído los Anillos? – preguntó Galadriel.

Algunos de los presentes se sorprendían cada vez que la dama le preguntaba al rey noldo, cuando por norma ella se saltaba ese procedimiento y accedía a las mentes de los demás para obtener respuestas.

- Sí, nunca me separo de ellos -. Se sacó una cadena de la que pendían las dos joyas.
- No es juicioso que pasees por Endor con dos de los Tres, mi consejo es que entregues uno a alguien de tu absoluta confianza -.

Gil-galad se quitó la cadenilla y soltó el Anillo de Zafiro. Atravesó el círculo y se detuvo frente a Elrond con una sonrisa luminosa.

- Te elijo a ti, mi heraldo, como el Guardián de Vilya -.

El medioelfo se levantó, abrumado.

- Mi señor, no puedo aceptarlo, hay príncipes que merecen tenerlo más que yo –.
- Eres digno de ello Elrond, ahora eres el Señor de Imladris, Guardián de Vilya y un Sabio entre los Quendi – afirmó el rey noldo - ¿Compartís mi criterio, Altáriel? -.
- Yo misma no habría escogido mejor -.
- Acéptalo Elrond, hijo de Eärendil – insistió Ereinion – Es mi deseo que tú, y no otro, seas quien lo guarde -.

Con mano temblorosa, Elrond cogió el Anillo del Aire.

- Gracias, mi señor, me habéis concedido un honor que supera a cualquier otro -.
- También es una pesada carga, pero sé que eres el elfo adecuado -.

Satisfecho, Gil-galad volvió a su asiento. A excepción de los Edain, los asistentes al Concilio sabían que aquel gesto había significado mucho más que la mera entrega de Vilya; en caso que la situación siguiese como hasta el momento, es decir, que Gil-galad muriera sin herederos, Elrond sería quién tomaría la corona como Rey Supremo de los Noldor.

- Naciste para ser rey, ¿por qué tanto miedo? – la voz de Galadriel se abrió paso en el interior del medioelfo.
- Temo al Destino – fue la respuesta de Elrond, al tiempo que apretaba el anillo en su mano – No quiero ser rey, jamás lo he deseado -.
- Pero lo serás Elrond, y tu sabiduría abrirá el camino para la destrucción final de Sauron -.

La Dama Blanca le sonrió alentadora y devolvió su atención al Concilio. Él, sin embargó, siguió mirándola; daba igual de qué humor se encontrase la reina eldarin, siempre mantenía ese gesto de orgullosa superioridad, era hermosa y uno de los seres más poderoso de Endor y ella lo sabía y no se molestaba en ocultárselo a los demás. Ordenaba y deshacía con una palabra o un movimiento de su mano, su sola presencia bastaba para aterrar al más intrépido de los guerreros o hechizar a quien osara mirarla a los ojos. Por ella se habían escrito canciones, creado joyas de poder, los ejércitos se habían rendido a sus pies y más de un señor de los elfos había perdido el juicio, sólo por ella también se habían creado y desmoronado reinos enteros; y había sobrevivido a más catástrofes que ninguno de los reyes elfos, siempre victoriosa, encerrando sus dolor en un rincón en lo profundo de su alma y avanzando sin mirar atrás.

Durante un instante imaginó lo que sucedería si el Anillo Único cayera en manos de semejante dama, y el miedo le atenazó el estómago.

Como si hubiese escuchado sus pensamientos, algo bastante probable, Galadriel se giró hacia él con expresión grave. Elrond vio en sus ojos de zafiro su anhelo, el mayor de los deseos de la reina, el poder absoluto sobre la Tierra Media; no por el placer del poder por el poder, sino el don de controlar los destinos de sus habitantes, proteger a aquellos que lo merecieran y castigar sin compasión a quien se atreviera a infringir las leyes que ella crearía.

- Sería una diosa, eterna como Eä, y mi luz cubriría el mundo de tinieblas -.

El Concilio tocó a su fin y aquellos que se reunieron con viejos amigos sintieron tener que partir. La sorpresa la dieron Celeborn y Galadriel, acompañarían a Gil-galad a Lindon y permanecerían un tiempo con él dejando a Celebrían en Imladris.

- Sigo sin entender el por qué de vuestra decisión – dijo el rey noldo, una vez en camino hacia el Oeste.
- La inactividad en Lórinand me resultaba insoportable; Amdír es un magnifico estratega y sabrá mantener a raya a las bestias de Sauron, los Señores de los Claros se encargarán del resto – respondió Galadriel.
- Algo tramáis, aunque no queráis confesarlo -.
- Es posible, mas no esperes que lo comparta contigo después de ignorar mis consejos durante el Concilio -.
- Altáriel, escuché tus advertencias y las tengo muy presentes, aún recuerdo lo que ocurrió la única vez que desoí tus palabras, allá en los Puertos de Sirion -.
- No es eso lo que has demostrado en Imladris – la dama le miró, enojada – Me preocupo por ti, Ereinion, por eso me ha dolido tu actitud -.
- ¿Qué te han mostrado tus visiones?, ¿acaso perderemos la guerra? -.

El tinte de ironía en la voz del Señor de los Noldor crispó a Galadriel.

- He visto el cielo partirse y vomitar fuego sobre el mar, he visto convulsionarse una hermosa tierra y ser devorada por el Abismo... -. Con una media sonrisa, la dama le ofreció su mano al rey. – Contémplalo tú mismo -.

Dubitativo, Gil-galad cogió la nívea mano y mezcló su poder con el de la Dama Blanca. Abrió los ojos al borde de un acantilado, las olas golpeaban iracundas las rocas, y de repente, con un estruendo igual al que harían todos los truenos que sonaron y sonarían en Arda, el azul del cielo se convirtió en rojo fuego y una ira superior a la de los mismos Valar se desencadenó sobre las aguas. Las olas dejaron de batir y el mar se retiró varios metros de la costa, ante su incrédula mirada el mundo se partió y la Luz de Occidente desapareció, sólo un solitario navío blanco surgió de la tormenta para acabar estrellándose contra la pedregosa orilla, arrojado por el propio mar.

- ¿Man tiruva rácina cirya, ondolissë mornë...?, ¿Man cenuva métim´ andúnë? -.(¿Quién prestará atención a un quebrantado navío, sobre las rocas negras...¿Quién verá la tarde postrera?)

Gil-galad, estremecido por la visión, fue incapaz de dar una respuesta a la reina blanca de los Eldar.



N.de A.: Primero quería disculparme por la tardanza en enviar nuevos capítulos de la historia, la falta de internet y asuntos personales me han tenido aislada. Lo segundo es dar las gracias a todos aquellos que me habéis escrito emails elogiando o criticando (que siempre es más útil) mi historia; siento si hay alguien a quien no he contestado, mi mail se atasca de vez en cuando y me borran mensajes. Disfrutad de la continuación ^^, tenna rato!!!

La estrofa que canta Galadriel pertenece al Poema Markirya:

Man tiruva rácina cirya
(¿Quién prestará atención a un quebrantado navío)
ondolissë mornë
(sobre las rocas negras)
nu fanyarë rúcina,
(bajo cielos rotos,)
anar púrëa tihta
(un sol empañado que oscila)
axor ilcalannar
(sobre huesos relucientes)
métim´ auressë?
(en la última mañana?)
Man cenuva métim´ andúnë?
(¿Quién verá la tarde postrera?)



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