Ekaloy

29 de Febrero de 2004, a las 00:00 - Eldaron de Eldamar
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Se cuenta que hace mucho tiempo, en los albores de las razas élficas durante las  Edades de las Estrellas, el Vala Oromë encontró a los Primeros Nacidos, hijos de Ilúvatar, en el lugar llamado Cuivienen. Quedó tan maravillado que desde ese momento los quiso para siempre, pero los elfos tuvieron miedo de él, pues Melkor, el Señor Oscuro les había descubierto antes y les había infundido el miedo y desconfianza. Entonces Oromë volvió a Valinor y consultó con los Valar. Y Manwë, después de examinar sus más altos pensamientos en consonancia con Ilúvatar, decidió que se debía castigar a Melkor y recuperar Arda para salvaguardar a los Hijos de Eru. Así pues, todas las huestes de los Valar y muchos Maiar fueron a la Tierra Media. Después de una primera victoria en las tierras occidentales, montaron guardia en las orillas del Mar de Helcar, al este, en el Lugar del Despertar, donde muchos de ellos conocieron al pueblo de las estrellas. Pero poco después dirigieron su gran ataque al norte, contra la Fortaleza de Utumno. Los elfos pocas cosas saben de esa Gran Guerra de los Poderes, pues solamente oían el retumbar de las tierras y veían los grandes fuegos elevarse en el horizonte.

Pero en Utumno las batallas se sucedían una tras otra, y al fin las grandes murallas de las Montañas de Hierro cayeron, y Utumno se hundió. Los Valar estaban satisfechos y decidieron esperar la rendición de Melkor, pero se dice que un espíritu Maiar, que había sufrido mucho en la batalla y que amaba casi tanto como Oromë a los elfos, decidió entrar en las ruinas de Utumno para buscar al Enemigo. Buscó y buscó, en medio de grandes columnas, retorcidas y hechas pedazos, dentro de profundos pozos, oscuros y tenebrosos hasta que llegó al trono del Vala. Melkor se dio cuenta de su presencia y se alzó turbulentamente ante esta afrenta mirando a los ojos de su atacante. Pero al verlo, sonrió y habló con una voz de hierro rechinante:
-¿Y quien es que osa entrar como un espía en mi fortaleza? ¿Acaso debo dar 
  explicaciones de nada a nadie? Huye, cobarde, porque esta supuesta victoria no la
  celebrarás.
-¿No conoces a tu atacante, Enemigo de los Valar? Mi nombre es Ekaloy, porque de
mí nace una luz que no tiene principio ni fin, y los Hijos de Ilúvatar necesitan la libertad de alma para vivir, que les has negado con tus viles engaños. Pero la luz de Eru que habita en mí hace brotar indefinidamente la esperanza y las ansias de la vida. Y tú no puedes apagarla ni ahora ni nunca.

Entonces, Melkor montó en cólera, porque tenía envidia de los elfos y de los Valar, y antes que Ekaloy se protegiera mató a su contrincante, mientras se reía, contento de poder llevar a cabo esa pequeña venganza contra los Valar. Pero entonces llegó Tulkas, el Campeón de los Valar y vio lo que había ocurrido, y luchó contra Melkor, lo derribó y lo ató con la cadena de Angainor que Aulë había forjado. Los Valar se marcharon de nuevo a sus tierras con Melkor hecho prisionero, pero el espíritu de Ekaloy vagó por la Tierra Media, exhausto y sin fuerzas hasta que muchísimo tiempo después regresó a Valinor, cuando ya los elfos habían llegado al son de la llamada y poblaban las costas de tan bella tierra, y quedó tendido y muy débil en la arena de la costa. Y se dice que cuando tuvo otra vez conocimiento de sí, Ekaloy vió una mano que lo ayudaba y detrás un rostro bello y amable que le sonreía. Así fue como el espíritu de Ekaloy fue llevado hasta las estancias de Lorien y poco a poco recobró la fuerza. Y entonces supo quien era el que le tendiera la mano, Olórin dijo llamarse y le preguntó qué quería hacer a partir de entonces. Ekaloy decidió ir a pedir consejo a Nienna, la Valier, con la que guardaba una mayor proximidad en pensamiento y con la que había compartido los temas de la Gran Música del principio del Mundo. Y Olórin acompañó a Ekaloy hasta las estancias de la Valier, cerca de los Palacios de Mandos.
Ante la presencia de Nienna, Ekaloy pidió perdón por su arrojo temerario e insensato, y se lamentó por los elfos, a los cuales había fallado demasiado pronto. Y Nienna vio su profundo amor por el pueblo de los Eldar y se compadeció. Pero dijo: - No seré yo quien te juzgue, que sea el mismo Ilúvatar quien decida las consecuencias de tu acto.

Así pues, Ekaloy subió sola hasta la cima del imponente Taniquetil, entró en la torre de mármol de Ilmarin y llegó a la gran cúpula de aire donde Manwë oteaba el Mundo. Y Ekaloy repitió al gran Vala lo que Nienna le había dicho. Manwë meditó largo rato el problema, y al fin dijo:
- La voluntad de Ilúvatar está contigo, Ekaloy. Eru ve tus buenas intenciones y
   no desea condenarte. Sin embargo, su veredicto me es muy claro: cuando decidiste atacar al Enemigo te abandonaste a la ira, ira que forma parte de las mismas maldades de Melkor. La esperanza y las ansias de vivir no pueden existir con la ira. Por tanto, la esperanza sempiterna que el don de Ilúvatar proporcionaba a tu presencia y que podías transmitir a los elfos se ha terminado. Los pueblos del mundo ya no podrán participar jamás de la semilla de la vida imperecedera que habitaba en ti, y por lo tanto se sentirán a menudo inseguros de sus actos, tocaran la desgracia, y el pesimismo será en ellos tan fuerte como la alegría. No podrán estar siempre mirando el futuro con ilusión, pues los problemas los esclavizarán y seran vulnerables al Enemigo. Y tú, Ekaloy, deberás vagar indefinidamente en un mundo lleno de altibajos, hasta que el gran mal del mundo sea destruido para siempre...
Ekaloy bajó la cabeza, sumamente triste. El peso de la sentencia se agolpaba en su mente. Pero Manwë continuó:
- ... Aún así, Ilúvatar quiere concederte una gracia. Es cierto que tu espíritu quedará sin reposo durante edades enteras y que deberás vagar, invisible y sin descanso por las tierras de Arda. Pero en tiempos de grandes calamidades siempre habrá elfos u hombres a los cuales les llegará la esperanza de un cambio, una certeza que les haga ver que el mal no es eterno, y así esta esperanza nacida de modo misterioso será en realidad tu don, que renacerá de la desesperación, pues también es un don de Ilúvatar, quien no desea que se pierdan sus hijos. Y cuando esto ocurra, tu presencia se hará necesaria y podrás tomar una vez más forma visible y ayudar a restablecer el anhelo por la vida, perdido entre tanto sufrimiento, para después volver al estado sin conciencia y dejar que el recuerdo de tu presencia en el mundo quede en el olvido. Pero hay un detalle: cada vez que tomes forma perderás toda noción de tus intenciones y serás hombre o mujer, señor elfo o dama élfica sin conocimiento de nada más, y deberás encontrar tú el camino correcto, pues la esperanza para los pueblos solamente es válida si ha sido vencedora primero sobre las sombras. Y así, el don de la vida quedará ligado al mal y el mal quedará atado al don de la vida, en un ciclo del que no puedo preveer el final. Y es así como debe ser.
Ekaloy, muy turbado, dio las gracias al Vala, y poco tiempo después desapareció de la vista de todos, y los elfos de Valinor solamente supieron de su existencia en relatos y canciones.

Desde entonces, y a lo largo de las edades del Mundo, siempre ha habido ciertos personajes que parecían salir de la nada, hombres o mujeres que de un modo misterioso y casi siempre en un segundo plano propiciaban grandes acontecimientos que cambiaban el curso de la historia cuando ésta parecía llegar a su fín. No se sabe a ciencia cierta si todos ellos llevaban a uno de los Ainur en su mente y alma, pero es muy posible que así se expliquen muchas extrañas leyendas que los padres han explicado a sus hijos a lo largo de las generaciones, quizá en un intento para preservar, de forma instintiva, el recuerdo de la esperanza como un arma contra el advenimiento de los tiempos oscuros.



Etimología: Su primer nombre conocido es Eredkaloijâ ("Semilla de la luz sempiterna"), nombrada así por los primeros elfos de Cuivienen, en Quenya se modificó en Eredkaloinya (eredkaloinya) y después en la contracción libre Ekaloy (ekaloy), nombre más conocido por los altos elfos de Valinor y que aparece en las leyendas de los elfos de la Tierra Media que volvieron del Oeste.
Entre los hombres tuvo varios nombres, según sus apariciones a lo largo de la Historia de la Tierra Media, generalmente en forma femenina. Hay leyendas de diversas épocas en las que sale, con nombres distintos, y sería largo nombrarlos todos. Los más recordados son dos: Kaliphârë ("lengua alegre") (Califaré en los textos escritos)(en lengua común), que aparece en una leyenda oriental y Ochshapir  ("loba de ojos azules", con un significado similar a femme fatale) en un dialecto de las tierras de Khand. Sin embargo se tiene constancia de su paso por tierras occidentales, aunque los nombres recibidos allí por los hombres derivan del élfico y  son casi todos a variaciones de la forma Glînwen (doncella de ojos resplandecientes) (en Quenya), como Glinien, Glina,... aunque presumiblemente muchas leyendas se referieren a otros personajes femeninos relacionados con heroicidades a los cuales se les dio este nombre élfico por ignorar el verdadero.


  
 

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