Sendero hacia la gloria

24 de Octubre de 2003, a las 00:00 - Hafirienth Singollo
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2. Primeras informaciones

Dentro hacía calor y estaba iluminado, y estaba todo lleno de humo ya que había gente fumando con sus pipas y una enorme hoguera. La taberna era grande, habían muchas mesas redondas para unas cuatro personas, repartidas en toda la sala, principalmente cerca del fuego. En las mesas había todo tipo de gente: uramis, elfos, enanos, humanos y otro tipo de razas.
 -Allí -dijo Aldarith señalando una mesa en que había un hombre de unos sesenta años con una águila en el hombro-. Ese es el hombre que dijo lo del tesoro.
Se dirigieron hacia la mesa, cogieron unas sillas y se sentaron al lado del hombre.
 -Saludos, humano -empezó Hafirienth. El humano parecía asustado-. No pasa nada, solo queremos hacerte un par de preguntas.
 -Saludos, uramis y elfo -contestó el humano tranquilizándose-. Decidme, ¿qué queréis saber?
 -¿Cómo sabe que somos uramis y una elfa si está ciego? -preguntó Aldarith.
 -Esta águila son mis ojos -dijo señalando una grande águila de ganchudo pico y plumaje marrón que se posaba sobre su hombro-. Decidme buenos uramis, ¿queréis algo? Tengo mucho que hacer y poco tiempo para utilizar.
 -Ah, ya veo -dijo Aldarith.
 -Creemos que tiene cierta información de un tesoro de las Tierras del Este -dijo Etzila en tono cortés.
 -Er... Sí, pero no tengo intención de abrir la boca sobre este tema -dijo el humano mientras ponía algo de tabaco en su pipa.
 -A ver -empezó Hafirienth en tono amenazador-, ¿cómo se llama?
 -Lardos, ¿y vos?
 -Hafirienth Singollo. Pues mire Lardos, queremos saberlo todo sobre ese tesoro.
 -Solo hablaré con una condición -dijo Lardos-. Tenéis que llevarme con vosotros a la búsqueda y una parte del tesoro me pertenece. Y cuando digo llevarme con vosotros, me refiero a que nadie estará por encima de nadie.
 -No creo. Lardos, si no nos cuenta todo lo que sabe de ese tesoro le mataremos aquí mismo -dijo Hafirienth descontrolándose.
 -Adelante, matadme, pero así seguro que no conseguís información.
 -De acuerdo, vamos fuera, hacemos un duelo, cada uno con su arma, si gano yo, me decís donde está el tesoro y mañana os largáis.
 -Y si perdéis -dijo Lardos-, me acompañaréis hasta el tesoro, pero os daré una parte, claro.
 -Acepto el trato.
Salieron de "El Dragón de dos cabezas" (así se llamaba la posada) y se pusieron de cara a unos cuatro metros de distancia mientras Aldarith, Etzila y Iltar se lo miraban desde una distancia prudente.
 -Empecemos -dijo Hafirienth.
El  humano corrió hacia Hafirienth mientras lo apuntaba con su grueso bastón de madera y el águila hacía algunos chillidos para guiar a Lardos. Cuando estaba a punto de alcanzarle, Hafirienth se apartó y el humano cayó de bruces al suelo y el águila voló para evitar la caída. En ese momento Hafirienth aprovechó y puso su fría alabarda en el cuello de Lardos.
 -Ha sido muy  fácil -se alegró Hafirienth.
 -Ya lo creo -respondió Lardos, y en ese momento pateó la pierna de Hafirienth haciendo que este cayera.
Lardos se levantó y puso su bastón en el cuello de Hafirienth mientras apartaba la alabarda de sus manos y el águila se volvía a posar sobre su hombro.
 -Supongo que sois un hombre de palabra -dijo Lardos.
Lardos era un humano, no muy alto, con el pelo gris y largo llevaba una venda que le cubría la zona de los ojos, tenía unos sesenta años. Vestía con una larga túnica con una capucha y se posaba sobre un bastón de madera. Una gran águila marrón se posaba en su hombro.
Hafirienth y sus compañeros aceptaron de mala gana, pero algo alegrados de que Lardos fuera tan poderoso. Se pusieron de acuerdo que en un mes partirían en busca de ese tesoro. En esa noche entraron en la posada y empezaron a beber cerveza hasta emborracharse y perder el sentido. Pero antes de perder el sentido tuvieron una conversación.
 -Bien, Lardos, ¿qué os trae por estas tierras? -preguntó Etzila interesadamente.
 -Iba en busca de unos guerreros que me pudieran acompañar en mis viajes hacia tierras hostiles y para que me ayudaran a encontrar el tesoro -dijo Lardos, y hizo un sorbo a su cerveza.
 -Nosotros no somos guerreros, pero podemos ayudarle en busca del tesoro de las Tierras del Este -dijo Aldarith.
 -¿No sois guerreros?
 -No, pero dominamos mucho el arte de las armas -dijo Hafirienth haciendo un trago de cerveza y derramándosela por encima.
 -Ya lo vi en cuando hicimos el duelo -respondió Lardos haciendo otro trago de cerveza.
 -¿Lo vio? -preguntó extrañada Iltar.
 -Me refiero a que me di cuenta. Mi águila me lo dijo -explicó Lardos.
 -Ah, así que se puede comunicar con los animales -dijo Etzila.
 -No, lo que pasa es que me entiendo el lenguaje de algunos animales, pero no me puedo comunicar con ellos, y gracias a este puedo moverme y andar sin miedo -explicó Lardos.
 -Oíd, contad todo lo que sepáis del tesoro, queremos estar totalmente informados -pidió Iltar.
 -Por lo que me dijo mi hermano Darmed, el tesoro está en tierra de trasgos, no sé donde exactamente, pero primero nos dirigiremos a Sartam, la ciudad donde vive mi hermano y le pediremos que nos ayuda en todo lo que pueda -dijo Lardos.
 -¿Pero no sabéis como consiguieron los trasgos ese tesoro? -preguntó Aldarith.
 -Pues no. Puede que lo ganaran en una batalla, o que fueran robando en diferentes ciudades, también puede ser que los seres que vivían antes allí lo tenían y cuando llegaron los trasgos se lo quedaron.
 -Ya veo -dijo Aldarith bebiendo de su jarra.
 -Así que no sabe si puede que no volvamos -dijo Hafirienth.
 -Puede que volvamos con el tesoro, puede que volvamos sin nada, y puede que no volvamos. No sé mucho de esas tierras, pero tengo algunos amigos que nos podrán ayudar -dijo Lardos.
 -Y dinos, ¿a qué se dedica? -preguntó Etzila.
 -Antaño fui un gran guerrero que participó en la batalla de "Las Grutas de Trithonier". Hasta que un día perdí mis ojos -explicó Lardos.
 -¿Cuál fue la batalla de "Las Grutas de Trithonier"? -preguntó Aldarith- Nunca he oído hablar de ella.
 -Esa batalla se hizo en las grutas que hay dentro de las montañas de Trithonier. Unos enanos que cavaban en las montañas en busca de oro y otro minerales, fueron emboscados por orcos que entraron en las grutas y los mataron a todos y se apoderaron de las montañas. Entre los enanos que murieron estaba Trithonier, el rey de esas tierras y el propietario de las montañas también. Los enanos se enfurecieron al saber que su rey había muerto y pidieron ayuda a muchos pueblos de alrededor para atacar a los orcos -hizo una pausa mientras hacía un trago de cerveza.
>>Vinieron a Sartam, la ciudad de humanos más cercana, y pidieron que les ayudáramos a reconquistar las montañas. Entonces yo tenía tan solo treinta años, y estaba entrenándome para poder formar parte del ejército de Sartam, ir a esa batalla era mi sueño, pero luego se convirtió en mi pesadilla -hizo otra pausa y dio otro trago-. Pude alistarme en el ejército y nos dirigimos a las montañas de Trithonier seguidos por centenares de enanos y otras razas. Una vez dentro de las montañas los orcos nos tendieron una trampa, y empezaron a lanzarnos piedras y dispararnos flechas desde un punto más alto. Eran  muchos los orcos que nos atacaban desde arriba, y entonces un montón de orcos armados con poderosas lanzas y espadas se puso delante nuestro para impedir el paso hacia los arqueros. Los enanos corrieron hacia ellos y lucharon cuerpo a cuerpo, también muchos humanos lo hicieron, pero yo con otros hombres más subimos para empezar a matar los orcos que lanzaban piedras y disparaban flechas, yo fui uno de los primeros en ser alcanzado, un orco me lanzo una piedra en la cara y me hirió los ojos, entonces perdí el conocimiento.
-No puedo contaros muchos detalles, pero lo que sé es que me desperté y no podía ver nada. Entonces oí la voz de mi madre, decía que en esa batalla murieron muchos hombres, excepto unos pocos que huyeron. Me decía que había perdido la vista y que todos los enanos y humanos que fueron a la batalla y se quedaron luchando murieron allí.
 -¿Cómo sobrevivió si perdió el conocimiento? -preguntó interesado Aldarith mientras bebía de su cerveza.
 -Un amigo de mi padre me vio tendido allí en el suelo con vida aun y decidió ayudarme a huir, se cargó mi cuerpo a sus hombros y corrió hacia la salida. Consiguió escapar ya que fue uno de lo primeros en huir. Por desgracia ese hombre murió al cabo de unos años por una enfermedad -explicó Lardos bebiendo de su jarra de cerveza.
 -¿Y que pasó con las montañas y las grutas? -preguntó Etzila.
-Los orcos siguieron en ella, y hoy en día todavía están allí -dijo Lardos-. Ah, por cierto, este águila se llama Samrok, y me la regaló mi padre que la cazó para que fueran mis ojos. Durante unos años la enseñó pala guiarme y avisarme de cualquier peligro, y ahora no puedo vivir sin él.

Siguieron hablando y bebiendo cerveza, Lardos les regaló una pipa a cada uno para que pudieran fumar. Los uramis y aceptaron el regalo, pero Iltar no. Aceptaron las pipas aun que fumar tuviera mucho perjuicios, pero ellos no lo sabían. Las pipas que les regaló estaban hechas por humanos, eran preciosas, incluso tenían algunas piedras incrustadas de adorno.
En un rato todos cayeron borrachos y salieron de "El dragón de dos cabezas" y pasearon por Durlush hasta que perdieron el conocimiento en medio de las calles y durmieron toda la noche.

La mañana siguiente Hafirienth se despertó tirado en el suelo justo delante de su casa, al lado de Iltar. Iltar estaba dormida, durmiendo aun era más bella, con sus ojos cerrados y su rubio pello brillando. Le dolía mucho la cabeza a causa de la borrachera de la noche anterior, no tenía ni la menor idea de donde estaban sus compañeros y Lardos, ni de cómo había llegado allí. El sol aun no había salido, y todo estaba oscuro, se había desperado por un ruido, decidió no hacerle caso. Cargó con el cuerpo de Iltar y entró en su casa y dejó a Iltar estirada en un sillón. Al cargar con el cuerpo de Iltar, pudo notar que su piel era la más fina que jamás había tocado, y también la más dulce y frágil. Era la piel de una preciosa elfa.
Descansó un rato para ver si le disminuía el dolor, pero no, aún tenía mucho dolor de cabeza y el corte ya cicatrizado que le provocó el trasgo. Entonces se sentó en el sillón que había al lado de la chimenea y quedó dormido allí, ya que estaba muy cómodo al lado del fuego. Unas horas más tarde, cuando le había disminuido el dolor de cabeza, alguien llamó a su puerta despertándolo. Hafirienth abrió la puerta y vio que todo estaba oscuro, aun era muy temprano. Pero Iltar ya no estaba en su casa.
-Hay un montón de trasgos rodeando el pueblo -dijo Aldarith nervioso-. Quieren saber que le pasó a Ormeth. Les hemos dicho que vos le matasteis hace unos días, ya que el que buscan es el trasgo que nos quería matar cuando salvamos a Iltar.
-¿Me quieren ver? -contestó Hafirienth.
-Sí, y dicen que si no os presentáis ante ellos, atacarán el pueblo -dijo Aldarith nervioso-. Debéis ir, o nos matarán a todos.
-Bien, voy a ver que se le puede hacer -contestó Hafirienth seriamente.
Hafirienth cogió su alabarda y se fue junto con Aldarith a la fortificación para hablar con  los trasgos.



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