Ocaso de un amanecer

08 de Diciembre de 2003, a las 00:00 - Uinen
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Capítulo V: CAMINO A EDORAS

Cuando despuntó el día, Auresse se dirigió a su diminuta cabaña después de haber pasado la noche en la de Brilbeleth. Una vez allí, se dirigió a un viejo arcón de madera y levantó trabajosamente la tapa. Dentro había un auténtico arsenal: dos espadas, una de ellas de dos manos, una ballesta, varias dagas y una espada corta. Decidió llevárselo todo, pues los hombres de Hórea no parecían precisamente guerreros y temía que no tuvieran armas.
Cuando el sol se hubo alzado por completo, Auresse cogió sus cosas y se dirigió con Asphodel hacia la plaza, donde habían acordado que se reunirían los milicianos. Al llegar allí observó complacida que todos los hombres tenían, al menos, una espada; aunque dudaba de que supiesen manejarla.
- ¿Qué hace ella aquí? - preguntó Odovac señalando a Auresse.
- Vendrá a Edoras con nosotros - contestó Brilbeleth.
- ¿A Edoras? ¿Una mujer? ¡Ni hablar! Vamos chiquilla, vuelve a casa a fregar tus cacharros - se burló Odovac
Entonces Auresse bajó de su caballo y, con paso seguro, se dirigió hacia el hombre. Cuando se encontraba a pocos pasos de él, sacó una espada corta de su cinto y la apuntó al cuello del sorprendido vecino.
- Primero - comenzó a decir -, no acepto órdenes de nadie, y menos de ti. Segundo, puedo asegurarte que luchando soy mejor que tú. Y tercero, voy a ir, lo quieras o no, ¿entendido? - volvió a guardar la espada en su cinto y se dirigió al resto del círculo que se había congregado a su alrededor - Si a alguno de vosotros le molesta que vaya, que venga y me lo diga - concluyó desafiante.
Todos permanecieron en silencio y Brilbeleth sonrió divertido ante la escena. Un buen puñado de hombres fornidos, doblegados ante el carácter de una muchacha, "¡pero vaya carácter!", pensó.
Cuando todos los hombres hubieron llegado, marcharon de Hórea. Auresse iba delante, seguida de Brilbeleth, pero no porque ella lo hubiera dicho, sino porque empezó a cabalgar y todos la siguieron. "Una de dos - pensó Brilbeleth - o la obedecen, o acaban linchándola, pero esta chica piensa ser nuestra capitana, por lo que parece".
En todo el día, sólo pararon unos minutos para comer y por la tarde se encontraron a lo lejos con una compañía de jinetes.
- ¡Son del pueblo de Anagar! - exclamaron algunos, felices de encontrarse con algunos compañeros del pueblo vecino.
Apretaron el paso y los otros jinetes, al darse cuenta de que los hombres de Hórea los seguían, frenaron. Cuando se encontraron, decidieron que irían juntos a Edoras, pues ellos también habían decidido luchar por la patria y unirse a la milicia.
- ¿Qué hace una mujer con vosotros? - preguntó el que parecía el jefe de los del pueblo de Anagar. Auresse frunció el ceño.
- ¡Mejor no preguntes! - rió Odovac, y una carcajada estalló entre todos los hombres del pueblo.
Al llegar la noche, acamparon al raso, pese a que Auresse quería seguir la marcha hacia el hogar de Théoden. Hicieron un fuego y comieron, bebieron y rieron, olvidándose de por qué habían iniciado el viaje. Poco a poco, todos se fueron a dormir, menos Auresse, que se quedó acurrucada junto al fuego, acariciando su espada.
Brilbeleth despertó en medio de la noche, y escuchó ruidos cerca de la hoguera, se acercó a ver qué pasaba, y encontró a Auresse, espada en mano, propinando fieras estocadas al aire.
- ¿Qué haces? - preguntó. Auresse se sobresaltó y se puso en guardia.
- Ah, eres tú - dijo tranquilizándose.
- ¿Qué hacías?
- Practicaba... Brilbeleth, ¿alguna vez en tu vida as cogido una espada? - preguntó, temiéndose la respuesta.
- No, pero tampoco puede ser muy difícil. Al menos viéndote a ti, no parece difícil.
- Yo he practicado durante mucho tiempo. Trae tu espada, Brilbeleth, por favor.
Brilbeleth fue a buscarla y trajo puesto su cinto, con la espada en su vaina prendida del cinturón.
- ¿Ahora podrías sacarla, por favor? - pidió Auresse. Él agarró la empuñadura de la espada y, con un gesto seguro, la desenvainó y la apuntó al cielo, pero debido a su peso se le cayó al suelo. Se agachó rápidamente para recogerla, un poco avergonzado. - ¿Lo ves? Tu espada se usa con las dos manos, ni siquiera sabías eso. No podemos luchar así. Apuesto a que los demás están incluso peor que tú.
- Auresse, no seas tan dura. Haremos lo que podamos...
- Pero no será suficiente - le cortó -. Mañana al alba os enseñaré a manejarla.
- Sabes que no querrán aprender de ti.
- ¡Me da igual! ¡No servirán a Rohan si ni siquiera saben agarrar una espada! - exclamó, pero en seguida se dio cuenta de que estaba siendo demasiado dura con Brilbeleth -. Necesito tu ayuda para hacerme con ellos, ¿me ayudarás, verdad? Sabes que le debo esto a Rohan, y que no pararé hasta conseguir enmendar mi error.
- Claro que te ayudaré - se acercó a ella y la acarició el pelo, después la besó suavemente en los labios.
- Ahora vete a dormir, Brilbeleth, mañana será un día muy largo...
- ¿Y tú? - la reprochó él.
- Yo iré ahora después, me quedaré un rato practicando.
- De acuerdo, buenas noches, amor mío - entonces la agarró por la cintura y la dio un beso que hizo que Auresse dejara caer su espada al suelo.
- Buenas noches... - murmuró casi sin voz, sorprendida por el beso.



Capítulo VI: LA COLUMNA DE HUMO

A la mañana siguiente, Brilbeleth se levantó y comprobó que Auresse seguía despierta en el mismo sitio que la había dejado por la noche "¡Qué chica tan terca!", rió interiormente "pero me gusta que lo sea..." y movió la cabeza a un lado y a otro, avergonzado, pero contento de su comentario. Él siempre se había creído un hombre solitario, que no gustaba de la compañía de mujeres, pero al conocer a Auresse, había cambiado por completo, no se explicaba cómo podía quererla de ese modo, sobre todo después de haberle contado su turbio pasado... pero ahora la amaba aún más; por haber sido sincera y haber confiado en él. Se sentía en deuda con los cielos por haber hecho que aquella maravillosa mujer se enamorase de él. Le gustaba la oscuridad infinita de sus cabellos, sus ojos profundísimos, su diminuta naricilla y sus manos que, a pesar de estar curtidas, mantenían toda su gracia y belleza femeninas. Adoraba la forma en que le hablaba dulcemente, y le divertía ver cómo conseguía dominar a toda una panda de rudos campesinos. Sin duda era una mujer admirable.
Iba pensando todo esto mientras despertaba a los milicianos. Los de Hórea se levantaban rápidamente en cuanto oían el nombre de Auresse, pero los de Anagar, que no eran conocedores de su carácter, remoloneaban un rato antes de ponerse en pie.
Al cabo de un rato todos se presentaron delante de Auresse, ya vestidos y armados.
- ¿Qué quieres decirnos, mujer? - dijo Beraid, el jefe de los hombres de Anagar.
- No quiero deciros nada... más bien quiero enseñaros algo - hizo una pausa - quiero enseñaros a manejar esto - dijo desenvainando cuidadosamente, para que el sonido del filo resbalando por la vaina se oyera en el silencio que mantenían los presentes. Le encantaba provocar ese silencio, ese respeto.
- Ya sabemos manejar eso - repuso Beraid, obteniendo la aprobación de sus hombres.
- La verdad, lo dudo mucho... - dijo ella. Brilbeleth sonrió, Auresse iba a usar el mismo truco que usó esa noche con él para convencerle de que su fuerte no era la espada -. Si tan seguros estáis de que sabéis, ¿podríais desenvainar?
Todos lo hicieron y se escucharon numerosos ruidos de los aceros golpeando el suelo, algunos aún mantenían su espada en la mano, pero con dudosa gracia.
- Al menos algunos la sostenéis... - dijo divertida Auresse.
- Y otros la manejamos como hombres, no como chiquillas - amenazó Beraid.
- ¿Me estás retando? - Auresse se divertía cada vez más, lo que hacía que Beraid se pusiese furioso. - Pues ven aquí con tu espada y ¡veamos como maneja un hombre su arma!
El hombre se encaminó hacia la chica, que pareció crecer según se acercaba su adversario. Beraid lanzó una estocada que Auresse esquivó tan fieramente, que hizo que la espada del hombre volase por los aires. Todos estallaron en risas mientras Beraid enrojecía de furia y vergüenza, mientras recogía su espada del suelo y volvía a su sitio.
- ¿Alguno más quiere que su espada vuele? - todos callaron. Brilbeleth lo pasaba en grande, la escena era una copia de lo que vio en Hórea cuando Odovac se enfrentó a Auresse. - Bien, ahora hablaré en serio. No dudo de que seáis hombres valientes, leales a vuestra patria, pero no servirán de nada a Rohan unos milicianos que ni siquiera saben manejar una espada. No partiremos esta mañana, nos quedaremos aquí y os enseñaré a luchar con la espada. Marcharemos a Edoras después de la comida. - lo dijo con tal autoridad que nadie se atrevió siquiera a moverse. "Me he convertido en capitán" pensó Auresse.
Tuvieron una mañana agotadora, Auresse por la torpeza de sus alumnos, y los milicianos por la dureza de su profesora. Pero al final, la chica consiguió, si bien no tener unos guerreros bien entrenados, si algunos hombres bien dispuestos y que al menos sabrían lanzar estocadas al enemigo.
Partieron después de la comida y después de algunas horas de agotadora cabalgada (con Auresse a la cabeza del grupo), la chica se paró en seco, haciendo a los demás parar también, y escudriñó el horizonte. Una columna de humo se alzaba a lo lejos.
- Edoras... - murmuró Auresse entre dientes, y después se dirigió a sus hombres - Esa humareda que veis allá es la ciudad de Edoras - se escucharon admiraciones y murmullos.
- Debemos llegar allí de inmediato - dijo uno de los hombres de Anagar.
- ¡No! - repuso Auresse - ¿Es que queréis morir? Quien haya prendido fuego a la ciudad nos estará esperando.
- ¿Y qué propones que hagamos? - preguntó Odovac.
- Debemos tomarles por sorpresa. Necesito que la mitad de los hombres cabalgue tras de mí, la otra, detrás de Brilbeleth. Vosotros esperaréis en la falda de la montaña en la que se encuentra Edoras, por la parte de la puerta de entrada, y cuando el sol se oculte tras aquellas colinas, entráis en la ciudad, en tropel, sin esperarnos, ¿de acuerdo? - ordenó Auresse.
- ¿Y tú qué harás? - dijo Brilbeleth.
- Nosotros daremos un rodeo para que sus vigías no nos vean, y nos colocaremos en el extremo opuesto de la montaña, en la parte de atrás de la ciudad. Cuando el sol se oculte, nosotros también saldremos de nuestro escondite, tomándolos por sorpresa, ya que ellos esperarán a un grupo muy reducido de milicianos, a vosotros, ¿Lo has entendido? - Brilbeleth asintió -, entonces, ¡hasta la noche! -  Auresse picó a Asphodel y las dos galoparon seguidas del resto de su grupo.
Brilbeleth sintió miedo, tenía que dirigir a un grupo de milicianos y enfrentarse con guerreros experimentados, con quién sabe qué criaturas. Pero sintió más miedo de no volver a ver más a Auresse, y no poder haberla besado antes de que se fuese. Tenía un oscuro presentimiento.



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