El nombre del mago

31 de Julio de 2005, a las 20:53 - Daniel Wilson
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KILRGURRERG


1
Volver a casa, era algo más fácil decirlo que hacerlo, las nubes se formaban en el horizonte, presagiando una terrible tormenta que llegaría desde el oeste, ¿cómo podía llegar del oeste, si todos los signos presagiaban un mal desde el este? Se preguntaban los monjes. Bajaron la montaña y los mensajeros fueron mandados a todo el reino, las armas que no hace mucho habían guardado, debían sacarse de sus fundas, el camino se llenó de rumores, los hombres del frente veían el oscurecer con temor, y al amanecer las nubes estaban más cerca. Cuando los primeros hombres vieron el castillo el valle de Mesis recibió las primeras gotas de lluvia, los vientos arrastraban las nubes oscuras hacia el este y el cielo se cubría de nuevo. La lluvia fue la señal para el enemigo.

Los duendes llegaron desde el bosque negro. Auris fue enterado a tiempo, pero el ejército con el que contaba era insuficiente para contraatacar, así que decidió poner los muros del castillo entre los duendes y su gente, con los mensajeros llagarían más guerreros al castillo y podrían regresar al bosque.

Pero el ataque del bosque fue la confirmación del mensaje, Serl estuvo presente cuando el monje entró en la sala. La sala del rey estaba dividida en dos partes, una adornada con estandartes del ejército, grandes ventanas dejaban entrar la luz de Barum cuando atardecía, directamente sobre un trono de roble, levantado sobre un templete de mármol, había asientos del lado izquierdo del trono, detrás del trono unos cortinajes, espléndidamente decorados cubrían una mampara que dividía la sala, la segunda parte de la sala era esta pequeña habitación detrás de la mampara, era casi circular, tenía un trono también, pero este era mucho más pequeño, tanto más, que hacía perecer al rey más imponente, y menos al recinto, no tenía más asientos, y lo iluminaban dos antorchas en los extremos laterales del trono, el cual se encontraba al nivel del piso sin templete así que si los consejeros o cortesanos se acercaban demasiado tendrían que mirar al rey hacia abajo, pero el rey no miraba hacia arriba como lo había visto de su padre, y nunca nadie que él supiera se acercó mucho al rey en aquella habitación.
El monje miró a Serl aconsejar en voz baja al rey, pero no quiso conjeturar sobre la naturaleza del consejo, así que comenzó su nueva explicación.

– Los cielos se encapotaron al atardecer – comenzó un poco nervioso – pero eso no significaba mucho entonces, cuando la aves aparecieron todos creímos sinceramente en que algo malo nos anunciaban los dioses, por último la formación y la llegada del halcón nos parecieron inconfundibles – Kolma hizo una pausa para mirar las reacciones del rey y su consejero, y continuó: –. La tormenta significa que una guerra comenzaría, ya lo hemos visto, las aves significan que los hombres de Armes se encontrarán otra vez – ahora sí, los ojos del rey se abrieron un poco más, pero el consejero permanecía inmóvil –, la llegada del halcón es el regreso de Caliar, más fuerte y poderoso, pero no regresará para atacarnos, sino para destruir algo más que los dioses nos han ocultado, más la desbandada hacia el este significa que el mundo cambiará y el cambio vendrá desde sus costas.
* Has dicho muchas cosas interesantes Kolma – dijo el consejero, después de mirar al rey despacio y profundamente, comprendió que las noticias no lo habían tomado desprevenido, salvo por un pequeño detalle, los reinos del este.
* He dicho lo que el cónclave a decidido sobre los acontecimientos de la laguna.
* ¿Dime, los otros hombres vendrán en son de paz, o con estandartes de guerra?
* Eso no lo podemos saber.
* ¿Y, no han hablado los dioses sobre la maldición de Deron?
* No, de acuerdo a las señales, es todo lo que han dicho los dioses
* ¿Pero no es … – comenzó Serl una nueva pregunta pero el rey lo detuvo levantando el brazo derecho, como una señal.
* Ocultas algo, monje – dijo el rey con una mueca de intriga.
* Mi rey, ¿cómo po … – se disculpaba el monje, pero el rey le interrumpió.
* ¡Silencio! – gritó el rey, sus ojos se encontraban inyectados en sangre, tantos años siguiendo a los adivinos, consultándolos, escuchándolos, no solo había seguido sus consejos, había aprendido a leer entre líneas, el monje no era un adivino, tanto más era fácil de predecir.
* Dime donde está tu pequeño secreto – el rey intencionalmente introdujo un tono meloso en sus palabras, casi dichas en voz baja, pero éstas no tomaron al monje desprevenido, y Kolma permaneció impávido –, vendrá una gran guerra dijiste – continuó el rey como meditando las palabras, pero sin dejar de mirar un instante a Kolma – por que no dijiste nada sobre la lluvia.
* Es parte de la guerra mi señor, habrá muchos muertos, para todos los bandos.
* Entonces serán más de dos, no es verdad.
* Si – contestó Kolma, pero aún con pleno dominio de sí mismo.
* Y estos serán… – dijo el rey tratando de que el monje terminara la frase.
* No es posible saberlo, señor.
* No es posible – repitió el rey en voz baja, después se movió hacia adelante un su asiento, subiendo la voz tan sólo un poco, añadió como distraído, volteando hacia Serl pero mirando de reojo a Kolma –, y el círculo roto significa…
* El fin de A… – se interrumpió Kolma, pero ya había sido atrapado, y nada podría detener al rey.
* Sigue, no te detengas – dijo el rey, nuevamente meloso, pero el monje ya quería hablar, y bajo la mirada.
* Continúa – insistió Serl, el monje seguía callado.
* Es una orden – dijo el rey con desprecio.
* El fin de Armesis – dijo el monje, conspicuo y atribulado.
* ¡Traición! – gritó Serl. Pero el rey no sonreía.

El  cónclave fue disuelto, los monjes encarcelados, y el creciente poder que llegaron a tener, sería disuelto con el advenimiento de esta nueva guerra, los duendes aparecieron por el norte y el este, procedentes de las Montañas Blancas y la Sierra del Cañón. Miles de personas huían de los duendes, los pueblos fueron arrasados rápidamente.


2
Yir salió al frente de un contingente a defender el Bosque negro, allí rescató a muchos hombres, Arib pudo llegar hasta él. Pero el bosque pronto se convirtió en un lugar de terror, los lugares que se pensaban seguros eran atacados intempestivamente, y al final tuvieron que retroceder. Fue la primara derrota del ejército de Armesis.

Mientras tanto, más y más guerreros llegaban al castillo, se formaba un verdadero ejército, los pueblos se parapetaban, y las aldeas más pequeñas se abandonaban. Pero la lluvia llegó en esos primeros días, los pocos alimentos que sobrevivieron a los días de Auris I estaban en peligro, el rey pensó en ello, y el mar parecía de poco apoyo, pues la pesca decrecería simultáneamente, cómo alimentar un ejército, era el principal problema en esta guerra, si no se terminaba pronto las predicciones de los monjes lamentablemente serían ciertas.

El ejército se formó en cuatro divisiones, Fersón al frente de la primera división, Olige comandaría el segundo ejército, Yir el tercero, y Auris el cuarto. Ferson defendería el norte, Yir el este, Olige se quedaría en la retaguardia, tratando por todos los medios de defender el abastecimiento del ejército desde el oeste, Auris esperaría al noreste para defender las posiciones de Yir y Ferson.

Al finalizar el primer ciclo de Baris en guerra las defensas de reino estaban todavía abastecidas pero esa situación no duraría mucho, los duendes avanzaban inexorablemente por dos frentes. Entonces llegó el rumor, que pronto se convirtió en certeza, demasiado pronto, los duendes habían construido una serie de túneles por todo el noreste, llegaban desde las montañas e iban con rumbo al centro del reino, era imposible saber hasta donde se extendían pero el peligro de dividir al ejército estaba latente, y si no se podía abastecer al norte o al este, era inevitable su ruina.
El rey mandó replegar al ejército, para formar un solo frente con la cuarta división, Yir llegó por la mañana con las fuerzas de la tercera división considerablemente diezmadas, pero el aviso llegó demasiado tarde hasta Ferson, el ejército de los duendes cortó la retaguardia de la primera división y lo atacó con furia. Algunos hombres pudieron escapar y lo que contaron de los duendes fue horrible, la batalla fue devastadora, salían de la tierra por centenares de hoyos, donde antes no había sino arbustos o simplemente hierba, atacaban con grandes hachas, y largas espadas de extrañas formas, la mayoría eran más grandes de lo que habían visto hasta entonces, como si se hubieran reservado, para enloquecer a los hombres, estos duendes no tenían la piel verde o amarilla, sino que era roja como el fuego, traían armaduras que resistían a las flechas, y sobrepasaban por dos cabezas la altura y corpulencia del mejor hombre.
De los jefes que lograron escapar solo tres sobrevivieron a sus heridas, Valgor, antiguo soldado de la guardia, Espal guerrero de Euno y Vsia guerrera de Fermut.


3
Del oeste llegaron nuevas noticias, que propagaron el rumor en el ejército de la desgracia de Armesis. El mar se había calmado y con la calma la tormenta se dirigía al norte, pero habían llegado también las mujeres de Difa, “brujas”, era el murmullo de los guerreros.

* ¿Has oído las noticias? – preguntó Laagar
* Si – dijo lacónicamente Yir
* Serán brujas de verdad.
* Nada me sorprendería ahora – Yir se había vuelto taciturno desde la muerte de Arib, Laagar trataba de consolarle cada vez que descansaban, pero el humor de Yir iba de mal en peor, si la guerra no terminaba pronto Laagar presentía que Yir nunca se recuperaría, así que cuando llegaron las noticias de que el ejército de los duendes avanzaba desde el norte lo tomó con la resolución de ganar o morir.
* Debemos de luchar hasta el fin, esta será la última oportunidad para Armesis – le dijo a Yir
* Quizá sea la última oportunidad de Armes – contestó él.
* El rey irá al frente, lucharemos al este del bosque negro.
* El rey no ha querido escuchar, tener el bosque a un costado significa una trampa, estoy seguro.
* Pienso que tiene un plan – dijo Laagar, confundida por la mala disposición de Yir.
* Eso espero – contestó Yir, sin mucha convicción.
* Oh Yir, sabes que te amo, y eso no lo cambiaran todas las guerras del mundo.

Yir quiso contestar, pero le esperanza le fallaba, así que pasó un amargo momento antes de decirle:
* Laagar, yo también te amo, el mundo quizá no será el mismo nunca más, pero te seguiré amando, nunca seremos derrotados porque tú serás mi esperanza.
* Y tu la mía, hasta el fin de los tiempos.


4
El túnel era oscuro, y olía a humedad, la lluvia había de complicarlo todo, no podían seguir avanzando con ellos, pero los humanos estaban débiles y la guerra pronto habría de llegar a su fin, Magror se encontraba a su lado e informaba de las disposiciones del ejército, Kilrgurrerg pensaba mientras tanto en una gran batalla, la hora de la venganza había llegado, habían dejado las nieves eternas para siempre. Por fin después de un largo monólogo el informe llegaba a su fin.

– …Cuatrocientos soldados en los túneles del sudoeste. Estas son nuestras fuerzas mi señor – terminó Magror.
* Bien – empezó Kilrgurrerg, después de un largo silencio señaló el mapa que se encontraba sobre la mesa, en el Bosque Negro, había muchas señales en rojo, que indicaban las salidas de los túneles, en otras partes del mapa, había más señales rojas al final de largas líneas negras que indicaban el curso de los túneles, aunque muchas marcas rojas habían sido borradas recientemente, y otras marcas de color negro con formas de cruces entrelazadas indicaban derrumbes en los túneles.
* Aquí, en el bosque coloca las fuerzas rojas, con lanzas y espadas, el resto del ejército atacará desde el norte, nada de sigilo, quiero que se den cuenta claramente que avanzamos con el grueso del ejército.
* ¿Caerán tan fácilmente? – se aventuró a cuestionar Fragga, quizá por ser el mejor general de Kilrgurrerg.
* Obedecerás así te mande a beber en el estanque de las hadas.
El color negro de su piel se volvió gris por un momento, no quiso seguir el rumbo de la incipiente discusión, así que contestó humildemente con una pregunta: – ¿Mandaré los lanceros al frente?
* Si, atacarán insertándose por todo el flanco, y con todos los demás les cortarás la retirada, no quiero que nadie escape.
* ¿No apoyaré entonces a los lanceros?
* ¿Acaso no quedó claro? – preguntó Kilrgurrerg con aspereza, que contrario a la costumbre esta vez no se convertía en furia.
* Muy claro señor – fue la repuesta de Magror.
* Que nadie se quede en los túneles – continuó Kilrgurrerg viendo a Crarg el segundo general que estaba presente.
* Si señor – fue su única respuesta, la que más agradaba a Kilrgurrerg.
* Trece túneles hay en el oeste – añadió Kilrgurrerg señalando en el mapa el este del Río Armesis –, Brarkar, tú te encargarás de que nadie cruce el río, y detendrás la llegada del resto del ejército enemigo que viene en camino.
* Si señor – contestó el último general, y todos salieron dejando a Kilrgurrerg meditar su plan nuevamente, los riesgos eran altos, pero al final, creían ciegamente en la victoria, los hombres eran débiles, y sus fuerzas ahora eran muy superiores.


5
Las fuerzas de los hombres eran insuficientes y la segunda división no llegaría a tiempo, del bosque surgieron los duendes rojos, Yir reunió sus fuerzas y trató de detenerlos, pero eran demasiados y muy poderosos, atravesaron la línea con relativa facilidad, y otros cortaron la retirada del ejército, todo estaba perdido, pero un milagro ocurrió, el cielo se despejaba, la luz de Barum debilitaba a los duendes, la esperanza renació en Yir, a atacó con su diezmada caballería a las huestes que cortaban la retirada logrando abrir sus líneas los hombres del ejército que tuvieron la suficientes fuerzas le siguieron, nada podía cambiar ya el rumbo de la batalla, el río estaba tomado por los duendes, y la esperanza de la segunda división se diluyó, los guerreros de Yir vieron como el círculo volvía a cerrarse a sus espaldas, Armesis había sucumbido, Yir miró a Laagar a su lado, y a los pocos soldados que cansados y heridos, no podían admitir su derrota, estuvo a punto de mandarlos a la muerte, pero en el último momento comprendió el destino del reino, y ordenó replegarse, llamó a su gente y las dijo abatido:
* La guerra ha terminado, podemos morir aquí inútilmente – y trató de entonar sus palabras siguientes con un poco de fuerza y esperanza –, pero hay una esperanza, miren hacia el sur, el cielo se ha despejado, podemos ir hacia allá, y tratar de organizar una resistencia, a donde todos los hombres puedan llegar para luchar desde allí contra estas bestias del mal.

Sus palabras entraron lentamente en las mentes de los guerreros, pero al final sabían que Yir hablaba con la razón, aunque la esperanza era mínima siempre era mejor que una muerte inútil.

Así la última hueste de Armesis huyó hacia el sur y más allá del foso del dragón, encontraron descanso y nueva esperanza, pues los duendes no los siguieron sino que avanzaron hacia el oeste y ese fue el fin del reino del oeste, el pueblo de Tsaro dios de la montaña, al finalizar el segundo ciclo de Baris después de la maldición de Deron.

6
Kilrgurrerg observaba detenidamente el carnaval de sangre, cuando el último hombre estaba siendo destajado, su cabeza colgó al final en la punta de una lanza, los duendes reían y gozaban de su victoria, pero Kilrgurrerg no sonreía.

Posó su vista en Fragga, levantó su brazo izquierdo y lo señaló, se hizo el silencio y todos miraron a Fragga sin decidirse a apoyarle y apartarse de él, más cuando el rey habló parecía estar apestado.

* Dime ¿Algún armesita sobrevive?
* Ninguno mi señor
* ¿Nadie escapó? – preguntó nuevamente Kilrgurrerg.
* Nadie, señor.
* Bueno, bueno – continuó; Fragga era su mejor general, demasiado bueno llegó a decirse a sí mismo, pero no cometía errores, así que ascendía y ascendía desde la construcción de los túneles, pero su momento había llegado, Kilrgurrerg no permitiría que llegara a pensar en derrocarle, ya muchos duendes tomaban su partido, y el seguir hacia el oeste representaba un peligro para su reinado así que decidió poner en claro quien gobernaría Brajhterg –, ¡Magror! – llamó en voz alta, sin cambiar el tono zalamero con que había empezado la conversación – ¿cuántos fueron?
Al escuchar la pregunta Fragga intentó desenvainar la larga espada pero uno de sus guardias ya le había tomado la delantera, y una enorme hacha caía sobre su cabeza.
El líquido verde que hacía las veces de sangre en los duendes salpicó a cuantos se encontraban cerca, muy despacio el rey caminó hasta Fragga, y en un tono sin emoción dijo:
* Mentira, escaparon hacia el sur, debiste haberles perseguido hasta que no quedara uno vivo.

Después de eso ningún duende se sintió seguro en su puesto, y el rey Kilrgurrerg cambió de nombre, entre los duendes se le llamó Kilrgurrerg el cruel. El rey se enteró sin duda, pero no pareció disgustarle el sobrenombre.
* Ciento veinte – fue la respuesta de Magror, casi sin inmutarse pues sabía el resultado con anticipación.
* Tú les perseguirás con tu guardia.
* Sí señor.

Kilrgurrerg sonrió, su rostro se contrajo en una terrible mueca, tan terrible era que ningún duende se atrevió a imitarle.

Mandó a Magror al sur a por los hombres que habían viajado hacia allá, avanzó hacia el oeste y tomó el castillo en un solo día, se instaló en él y tapió todas las ventanas, derrumbó las torres más altas, el castillo de Armesis se volvió sombrío y tenebroso, comenzaron las excavaciones bajo el castillo para unir a los túneles de las montañas con el valle. Preparó a su ejército para tomar el oeste.
Cuando el rey estuvo satisfecho salió hacia las montañas del oeste con todo su ejército.


No tardaron mucho en organizarse para una segunda ofensiva, y en poco tiempo llegaron a la frontera del este aquí estaban los últimos pueblos que se le oponían y arrasaría con todo, cuando menos su sed de venganza se saciaría un poco, y la muerte del último de ellos traería la gloria a su nombres por siempre entre los duendes.

El camino se volvía cada vez más pesado pues la lluvia estaba destruyendo los caminos, cuando al fin llegaron al pie de la montaña del paso supieron que no podrían seguir adelante, cambiar el rumbo hacia el norte suponía rodear hasta el río Rorce que, lo más probable, estaría demasiado crecido para cruzarlo, el por otro lado era un camino muy largo y tampoco se podía saber si era posible cruzar el acantilado. Así decidieron esperar a que la lluvia amainara.
Acamparon al pie de las montañas, no podrían cruzarlas pues cualquier posible camino había sido destruido por las lluvias, así que esperaron a que el tiempo cambiara, para buscar una nueva ruta, pero los duendes se desesperarían muy pronto si no se avanzaba, e ir al sur no suponía ningún avance, pues la cañada no era fácil de librar y el norte podía guardar también sorpresas en el caudaloso Rorce.

En la tarde oscura del tercer día de espera llegó un guardia hasta Kilrgurrerg.
* Mi señor, bajan de la montaña tres hombres.
* ¿Cómo pueden bajar? – contestó el rey, aunque sin sorpresa.
* No lo sé señor, los vigías les han descubierto hace un momento, parece que se dirigen directamente hacia acá.
* Observadles hasta que puedan ser capturados, si vienen a hablar tráiganlos aquí, quiero averiguar si conocen un paso seguro.
* Sí, señor.

Las grises capas de los hombres impedían que se les viera el rostro.
Los supuestos hombres eran en realidad tres viejas mujeres que se cubrían con las capas, y sus capuchones les cubrían el rostro, todas llevaban cayado como de pastores, que utilizaban como bastón de apoyo.
 
* Descúbranse ante el rey Kilrgurrerg, rey de la gloriosa Brajhterg - dijo un guardia tras los hombres bajando con un ademán de odio sus capuchas hacia atrás.
* Son viejas hembras - dijo uno de los guardias junto al general Brarkar
* ¿Por donde han venido ratas? - preguntó despectivo el rey, pero las mujeres no contestaron - tengo medios para hacerles hablar, cantar o aullar si lo deseo.
* No venimos a jugar contigo - dijo una de ellas

* ¿Que quieren los hombres en mis dominios? – interrogó, pero no dejó que contestaran, y continuó en tono imperativo – ¿no saben acaso que la muerte les aguarda?
* La muerte es nuestra consejera Kilrgurrerg, rey de los duendes – contestó una de ellas, su voz era aguda y desabrida como el rechinar de un gozne oxidado.
* Así que desean morir – dijo el rey mirando a las mujeres como queriendo herirlas de muerte.
* Todos moriremos algún día, pero ahora venimos a ofrecerte un regalo – respondió la segunda vieja, y su voz hacía recordar el silbar del viento entre los juncos de un estanque.
* Un regalo – Kilrgurrerg en verdad se había interesado, pero sin demostrarlo, añadió – saben que lo único que pueden ofrecer los hombres es la muerte para mi esparcimiento ¿acaso ustedes podrían soportar diez veces una muerte lenta? En ese caso si que me gusta su regalo.
* Venganza – dijo la tercera mujer, en ella la voz parecía no provenir de su boca sino de algún lugar incierto, era fuerte y grave, más grave que la del mismo rey.
Los guardias empuñaron sus armas y se disponían a atacar pero Kilrgurrerg los detuvo con una seña, ahora realmente intrigado preguntó con más fuerza y lentitud que la vieja:
* ¿ V e n g a n z a ? – un silencio prolongado irrumpió, la primer vieja contestó cerrando los ojos y levantando su brazo derecho como para mostrar algo, que nadie sabía con certeza que era.
* Tu sed de sangre y muerte te han llevado a destruir al objeto de tu infortunio en el pasado, no te ha dejado en cambio mirar lo que podrías hacer con esas bestias que llevas al matadero, su esclavitud y lenta, muy lenta muerte llenaría tu espíritu más aúnque su carne sacia tu hambre, la construcción de tu reino liberaría a tu ejército de tan duro trabajo, les proporcionaría placer azotarles hasta morir de cansancio y amargas lágrimas, a ti en cambio te llenaría de gloria, serás más encumbrado y venerado que el mismo Kringa el negro.
* Esclavizarle, atormentarle por el resto de los tiempos - dijo la tercer mujer, con su  voz fantasmal.
Kilrgurrerg casi sonreía, no parecía que un hombre pudiese pensar así, pero allí estaban aquellas hembras dándole una de las mejores ideas que había escuchado en mucho tiempo, y venía del hombre y no de sus generales. ¿qué pedirían a cambio aquellas ratas?
Los ojos de Kilrgurrerg se abrían y el futuro promisorio le cambió los planes, que tanto tiempo había soñado, en un instante. Poco importaba si lo que prometían esas horrendas criaturas fuera cumplido por ellas o no, ahora tenía que capturar a los hombres y esclavizarles, pero no fue eso todo lo que prometieron las mujeres.
* Para eso no necesitaría su ayuda.
* Oh por supuesto que no - dijo la primera, después de una pequeña mirada a los generales añadió acercándose, como queriendo decir un secreto - pero para hacerlo fácil si y para mantener la esclavitud sin la muerte de tus esclavos también, y para cruzar estas montañas mañana así como para cruzar el Cañon  de Mirro y para cruzar el desierto.
* Más allá de Armesis – continuó la segunda vieja – está el mundo entero. ¿Cómo cruzaras el Cañon de Mirro? ¿y el desierto? Los hombres te darán esa oportunidad, úsalos para construir un puente en las montañas, conquista el este y después mira hacia el norte y abre el camino vedado al hombre con sus propias muertes.
* Me prometes el mundo entero – interrumpió el rey de los duendes, tratando de contener su emoción, sin ser muy convincente.
Kilrgurrerg estaba en verdad sorprendido, aquí estaban estos pobres seres, débiles y estúpidos, mostrándoles el mundo, cosa que ningún duende le había ofrecido, dándole una lección de ambición y venganza, tanto lo estaba que no se dió cuenta que su máscara de indiferencia se le había caído por completo.
* Únicamente te digo tu destino.
* ¿Y es ese su regalo?
* Nuestro regalo es, si lo aceptas, poder – contestó la vieja.
* ¿Cómo pueden ofrecerme eso ustedes, bestezuelas?
* Si nos dejas ayudarte mañana no lloverá, y cuando vuelvas al este, lo harás hasta el Cañón y se construirá un puente sobre el precipicio, y cuando captures el este le quitaremos la esperanza al hombre para que abran con sus muertes el camino del desierto, y aún llevarás tu gloria a las puertas del reino del dragón por que nosotras las abriremos para ti.
* Bien si mañana no llueve hablaremos de su ayuda.
* Mañana te veremos en el paso de la montaña, nosotras debemos calmar la tormenta, mañana hablaremos en el paso de la montaña – respondió la segunda bruja.
* Mañana no lloverá, en la cima te esperaremos y volveremos a hablar, el camino te será abierto ante tus ojos – dijo terminante la vieja de la intrigante voz etérea, dicho esto las mujeres se retiraron, y ningún duende les cerró el paso.

Kilrgurrerg hizo una seña y los guardias las dejaron pasar, los generales salieron como de un letargo cuando las capas se perdían entre los árboles, iban a hablar pero esperaban que el rey les diera pie, pero Kilrgurrerg solo se levantó del banco en que se había sentado, miro a sus generales y dijo con voz baja pero firme:
* Mañana - y caminó hacia su tienda.

La mañana era diferente, las nubes se alejaban hacia el norte, cuan pequeña hubiera sido su venganza, mientras que ahora la nueva perspectiva le infundía vida como si el fuego se avivara en sus entrañas, no solo alcanzaría la gloría sino la inmortalidad, jamás su nombre sería olvidado en Ar, los mismos dragones se postrarían a sus pies, tenía que averiguar el poder de aquellas viejas y tenerlo con ellas o mejor aún, sin ellas, pero si no podía ser así pactaría pero sólo al final cuando las otras dos opciones no se pudieran cumplir, ahora su objetivo no era el oeste sino el este más allá del Cañón de Mirro, los reinos del este.
A los duendes no les desagrado el cambio de clima a no ser por la luz, pero a Kilrgurrerg le llenó de sueños de poder y gloria, quizá las viejas pidieran algo a cambio, pero si podían detener la lluvia podría obtener ese mismo poder, tal vez más, y sería el más grande de todo Ar desde el principio de los tiempos.

Pero las brujas no le darían ese poder, pues pertenecía a Locce, en cambio pactaron por la independencia de Difa y las tierras al oeste de las montañas, si Kilrgurrerg aceptaba les quitarían la fuerza de espíritu a los hombres, le ayudarían a construir el puente, a conquistar el oeste, a atravesar el oeste, además de ponerle en contacto con Locce que los guiaría hasta cumplir su destino, y un arma, un arma embrujada, el Mazo de Kilrgurrerg.


7
* ¡A mi no me importa quién lo dejó escapar! ¡Tú lo pagarás!

Una espada impregnada de sangre seca le atravesó pecho y espalda. El duende negro cayó sin vida frente al rey. La penumbra cubría los detalles de su rostro, pero los guardias sabían que sonreía, Kilrgurrerg siempre sonreía ante la muerte.
Mientras los guardias sacaban el cuerpo de Magror, gritó:
* ¡Llamen a Ekarg!

Kilrgurrerg había ganado, ahora Armesis el reino más importante de todo Ar había caído, ya no existía y pronto el castillo no sería nada más que un recuerdo.
En el oeste sólo las brujas sobrevivían, las pocas aldeas de las montañas no llegarían al invierno, los esclavos llegaban por cientos, en realidad la bruja cumplía su palabra, cosa que extrañaba al rey. Al norte solo Docas y Colma podían resistir más de una semana, pero el sur...
El sur era distinto en el sur los bosques nuevos, y las tierras nuevas hacían que los mapas de los hombres no sirvieran de nada, toda la tierra del sur había cambiado recientemente, y los rebeldes atacaban y se escondían, eso no era una guerra, y no podía hacer otra persecución a gran escala, al menos no durante su alianza con las brujas, simplemente no podía dejarlas a su espalda.
Sin duda con esos hombres podría comenzar el puente de las brujas, con un puente semejante podría conquistar también el oriente, y el oriente se convirtió en su obsesión desde que la idea del puente llegó a sus oídos.
 
* ¿Mi amo? – preguntó un duende rojo, había subido rápidamente los siempre frágiles escalafones del poder en los clanes de los duendes, gracias a su furia en la batalla, algo que hasta Kirlgurrerg reconocía, y a su ansia de sangre sin escrúpulos, algo que los demás duendes del clan rojo respetaban y sobre todo temían.

Kirlgurrerg le miró un momento antes de hablar, o gruñir en todo caso, pues quería enviarlo en persecución del grupo de rebeldes que habían escapado hacia el sur, pero las brujas ya estaban en camino y seguramente no tardarían más de dos días en llegar, la rapidez de movimiento de las brujas era algo que siempre había impresionado al rey, aunque estaba lejos de admitirlo. Las brujas querrían que los esclavos estuvieran preparados para el viaje hacia el cañón, lo que distaba mucho de ser cierto, pues el hambre y el dolor de las heridas que los duendes gozaban en impartir a diestra y siniestra, los matarían en la primer jornada.

* La esclavos, deben estar preparados para partir después de mañana, te hago responsable de que así sea.
* Si, mi amo – respondió el jefe de los duendes rojos, sin asomo de duda, la tarea sería difícil, sin embargo le daría la oportunidad de romper muchas cabezas, sobre todo de duendes, y eso le agradaba, los hombres parecían haber perdido su arrojo, y ya no era tan divertido matarles, los duendes en cambio gustaban de atormentarles y cuando supieran que ya no podrían hacerlo, al menos abiertamente, se disgustarían en serio; eso le daba la oportunidad de establecer la disciplina, a su manera claro está, Ekarg salió de la cueva sin volver la espalda a su amo, e iba pensando “los  Firngrru–et van a sentir la fuerza de mi hacha”, sin duda los duendes azules sufrirían algunas bajas antes de que se cumpliera el plazo de Kirlgurrerg.

8
La cueva era fría y oscura, pero la oscuridad no era lo peor, porque lo peor venía con las antorchas, con las antorchas llegaban los duendes, los niños lloraban y todos los demás gemían al acercarse las antorchas, algunas veces sólo los golpeaban, pero en otras ocasiones se divertían masacrando a quien osara presentarles cara, arrancaban a los niños de los brazos de sus madres o bien se llevaban a las madres mientras otros mataban a sus hijos, si alguien era llevado por los duendes, hombre o mujer, jamás volvía.
Lara pensaba que nadie sobreviviría, sus hijos murieron en la guerra, su compañero murió cuando fueron capturados, decapitado por la horrible espada de un duende. Sólo tenía un motivo para vivir, y ese era ¡venganza!
Primero escucho las voces, gritos y gruñidos que antecedieron a las antorchas. Muchos lloraron, otros gemían pero la mayoría callaban y miraban solo una pequeña porción de suelo. Los duendes venían.
La luz iluminaba sus rostros deformes, asquerosos, de color verde, los rumores decían que estos eran los que gustaban de la carne de hombre.
Tomaron un cuerpo cansado en la entrada de la cueva, sin duda el hombre ya no tenía deseos de vivir, habría perdido toda esperanza.
Otros dos se acercaron a un pequeño grupo de seis personas que reculaban hacia la pared, uno de los duendes agarró a un joven muchacho, que se resistió muy poco, antes de ser arrastrado, pero en ese momento se oyó un gruñido en la entrada, de la caverna, varios golpes y el claro sonido de un cráneo al romperse.
Un duende muy alto casi de tamaño de hombre adulto, el color de la piel del duende no lo había visto Lara jamás, el duende era rojo grisáceo con grandes llagas por todo el cuerpo, él gritó una orden en su distorsionado y repugnante idioma. Los otros duendes dejaron al muchacho tumbado en el suelo de la caverna y salieron del recinto, entre murmullos de desconcierto y enojo.
Otros cinco duendes rojos entraron, y dejaron en medio de la cueva una tabla rebosante de alimento, alimento que, poco después comprobó Lara, sabía decididamente mal, pero era la primera vez desde que ella llegó allí, que la comida alcanzó para todos, aunque por supuesto algunos comieron más que otros.
Nadie sabía por que lo habían hecho, pero el hambre pudo más que cualquier otro sentimiento, en pocos momentos no quedaba nada sobre la tabla.

Afuera en otra caverna, mucho mejor iluminada, el clan Firngrru–et, los duendes azules, miraban con irritación y desconcierto a Ekarg el jefe de los Grolck–et, los duendes rojos.

* Kilrgurrerg, me ha encomendado el cuidado de las bestias humanas, así que nadie las tocará sin mi consentimiento, la vigilancia, alimentación y supervisión de las bestias quedará a partir de este momento a cargo de los Grolck. Si alguien se atreve a desafiarme, probará el filo de mi hacha.

Los ojos rojos de los duendes parecieron encenderse un momento, pero Ekarg no se inmutó, poco a poco el desafío se fue enfriando, hasta que comenzaron los murmullos Ekarg supo que nadie se levantaría contra él en esos momentos, unas horas de calma, al menos hasta la hora de comer se mantendrían todos quietos, pero la próxima vez debería mandar más de diez soldados a llevar las raciones a las cavernas de los esclavos, de eso estaba completamente seguro.

9
* Lara – Esteb era un niño dulce que soñaba con hadas, delgado y despierto, de pelo castaño, la había consolado una vez, casi al entrar en la caverna, ahora lloraba él, y Lara sabía por que, su madre por fin había expirado, lo abrazó queriéndole consolar, aunque no podía decirle nada, se prometió a si misma que le cuidaría.

El niño se durmió entre sus brazos, llorando hasta perderse en un sueño inquieto.

Lara despertó con el niño aún entre sus brazos, el sonido de los pasos en la entrada de la cueva precedió a una lucha corta y sangrienta. Tres duendes rojos abatían a otro azul, entre gritos y gruñidos, hasta que el azul murió con la cabeza separada del cuerpo. Después entraron otros duendes cargan en hombros una enorme tabla llena de alimento; dos veces en un día, era algo que no había visto antes, algo sin duda estaba ocurriendo entre los duendes, algo que tarde o temprano llegaría a comprender, pero no se preocupó mucho tiempo por eso, despertó a Esteb y corrieron a la tabla, el alimento era peor que el de la mañana, bueno ella creía que el anterior había sido en la mañana, porque en realidad dentro de esta caverna medir el tiempo era algo difícil de hacer, muy difícil.

Sorprendentemente, una vez más el alimento fue suficiente, Lara no sabía si esta era la única caverna de prisioneros, pero creía que no, porque de vez en cuando había escuchado algunos gritos humanos a lo lejos, quizá transportados hasta allí por el laberinto de cuevas.

10
* Setecientos cincuenta, señor – Los esclavos contados por Ekarg, eran aún muy pocos, además una cuarta parte no soportarían el viaje, pero el duende se guardó mucho de decírselo a su rey.

El rostro de Kilrgurrerg, no mostró ninguna reacción, pero Ekarg sabía que no era de su agrado, aunque se esperaban más esclavos en los próximos días, procedentes del norte; además las brujas también traían a sus esclavos, quizá tres mil o un poco más.

Los Orkgr-et o duendes negros, habían mandado un mensaje, la campaña del norte estaba casi completa, sólo Docas y Colma resistían, pronto llegaría el primer destacamento con esclavos, Brarkar al mando. Magror el primer general aún tenía que terminar el trabajo, el sitio duraría dos semanas como máximo.

Mientras tanto en el sur Crarg mantenía en asedio a los rebeldes, el sucesor de Fragga sin duda se había vuelto el segundo general, así que mandaría a Brarkar al frente este con las brujas para empezar la construcción del puente, para poder preparar él mismo las fuerzas de invasión, ¿Cuánto habían dicho las brujas que tardaría la construcción? ¿Tres... cuatro semanas?
Las primeras brujas llegaron al amanecer del tercer día, volaban por encima de los árboles, la mayor parte vestían con largas túnicas rojas; de algunas, en cambio, sus ropas eran transparentes. Veintisiete eran en total, tres de ellas se acercaron a la entrada de la cueva.
Los duendes que la custodiaban les impidieron el paso más después de oír unas cuantas palabras de las tres mujeres se apartaron de su camino, las brujas entraron a las cuevas si detenerse a causa de la oscuridad reinante, continuaron con paso firme mientras los duendes se apartaban de su paso cada vez, de la misma forma que los primeros.
Después de una hora de caminata dentro de los pasadizos llegaron a la cueva del rey, ésta vez los guardias resistieron un poco más pero al final también retrocedieron.

* Las esperaba – comentó Kilrgurrerg, el rey estaba calmado y por su expresión parecía no sorprenderle el hecho de que las tres mujeres llegaran hasta él de esa forma.
* Los esclavos deben estar preparados para el atardecer – dijo una de ellas, con una sonrisa encantadora, que sin embargo sonaba más a un hecho que a una petición o a una orden.

Kilrgurrerg asintió con un movimiento de su manaza. Después llamó a uno de los guardias y le ordenó que hiciera llegar el mensaje a Ekarg.
El rey no podía olvidar su encuentro anterior con las brujas del oeste, como había dejado de llover, y el sendero hacia la cima, estaba seco como si no hubiera llovido en meses, los árboles y arbustos se apartaban a su paso, lenta pero inexorablemente, sin embargo a él le pareció que andaba más aprisa que nunca, la brujería es poderosa y él deseaba ese poder.
Después de una larga pausa, hasta que avisaron que sus órdenes fueron cumplidas, Kilrgurrerg se dirigió nuevamente a las brujas, que en ésta ocasión no eran las tres ancianas de la montaña, sino tres jóvenes mujeres que sin duda serían humanas hermosas, sus ropas eran semitransparentes y en sus ojos no había corneas.
* Al atardecer un destacamento de doscientos guerreros guiará a los esclavos por la superficie, además se encontrarán en una jornada con un grupo que viene de norte con más esclavos.
* ¡Perfecto! – musitó una de ellas.
* Nosotras nos quedaremos contigo – agregó la más alta de ellas, aunque la diferencia de estatura entre ellas apenas era perceptible.
* Te daremos poder – acabó la última con una sonrisa maliciosa.
* ¡Perfecto! – ahora fue el turno de Kilrgurrerg.
El rey de los duendes entregó su mazo a las brujas y las despachó, añadiendo que se reuniría con ellas en cuanto los esclavos partieran al encuentro de los otros dos grupos.



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