La Ciénaga de los Muertos

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - Kydre
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Capítulo 3: Mellon

La mano de Isilwen se cerró en el vacío, dándose cuenta, aterrorizada, de que estaba totalmente desarmada. ¿Cómo no se le había ocurrido que podría encontrar enemigos por el camino? Se sentía terriblemente estúpida. Y aún peor, terriblemente indefensa.

La desconocida figura se alzó, aún oculta su identidad por las sombras de la noche.

Isilwen tragó saliva, con el corazón en un puño. Se la había jugado demasiado, había sido una locura emprender aquel viaje. ¡Demonios! ¡Cuánto deseaba estar de vuelta en su hogar, lejos del peligro! Pero ya era demasiado tarde... En aquel momento pagaría por su insensatez...

La muchacha cerró los ojos, atemorizada, esperando que el desconocido la acuchillase en cualquier momento.

-¿Quién sois y qué hacéis aquí?-, preguntó una voz femenina pero hostil.

Isilwen abrió los ojos, sorprendida. ¿No le iba a hacer daño? ¿Le estaba hablando? Suspiró aliviada, mientras se reprendía por su asustadizo e infantil carácter.

-¡Responded!-

El duro reclamo la cogió por sorpresa, sacándola de su ensoñación, recordándole que, de todas maneras, el peligro aún no había pasado. Además, creía haber oído el suave sonido de una espada saliendo de su vaina.

Agarró con firmeza las riendas de Thalion y carraspeó, cohibida.

-Soy Isilwen, hija de Deonvan, habitante de Gondor, y viajo a...,- Isilwen recordó de pronto que estaba hablando con una posible enemiga-, a un lugar que no es de vuestra incumbencia.-, concluyó, algo asustada por la posible reacción de quien le había preguntado.

-Vaya, una joven viajera insensata y sensata a la vez...-, dijo la desconocida, con cierto tono de inocente burla.

Isilwen frunció el ceño, ya tranquila, pues parecía que la desconocida no tenía intención de hacerle daño, pero aún desconfiada.

-Deberías haber salido armada de tu bonita ciudad, podrían hacerte daño...-

-Eso es cosa mía.-, respondió secamente, Isilwen.

La espontánea risa, surgida de la desconocida, sorprendió de veras a Isilwen, que no se esperaba tal reacción. Cuando la risa cesó, se escuchó con claridad como una espada era de nuevo envainada.

-Si te parece bien, Isilwen, hija de Deonvan, te ofrezco el calor de mi hoguera y mi compañía durante esta fría noche.- la desconocida dio un paso hacia delante, dejando que la luz de las llamas la hicieran visible a los ojos de Isilwen.- ¿Aceptas?

El aliento se congeló en la garganta de Isilwen. ¡No era posible!

Tan pronto como la desconocida quedó a la luz de la hoguera, su enorme belleza fue revelada. ¡Era una elfa! ¡Un miembro de la raza de los Eldar! Y eso era evidente, pues poseía las graciosas orejas picudas de su familia. Sus cabellos eran castaños, largos y lacios, su figura alta y esbelta, y sus ojos, marrones, cercanos al color miel, profundos... ¡Un momento! ¡Esos ojos ya los había visto! No hacía mucho...

De repente recordó que la elfa esperaba frente a ella a que le diera una respuesta sobre su amable proposición. Pensó unos segundos si no sería algo peligroso aceptar la oferta, pero recordando que provenía de una Eldar, no dudó más y tendió su mano hacia la elfa.

-Acepto.-, dijo, con una hermosa sonrisa en los labios.

La elfa también sonrió, y le tomó la mano, estrechándola suavemente.

Isilwen descabalgó de Thalion, mientras soltaba la mano de la elfa, de la que no pudo evitar observar que sus ropas de viaje, aun siendo élficas, estaban algo ajadas.

-Bienvenida entonces a mi humilde campamento. Mi nombre es Aredhel.-, se presentó la elfa, con voz cálida y amable-, Ven conmigo junto a la hoguera y come algo, pues se te ve hambrienta. Tu caballo puede sentarse junto al mío.-, dijo Aredhel, haciendo que Isilwen reparase por primera vez en un hermoso corcel blanco que se hallaba a pocos metros de la hoguera.

-Muchas gracias.-, susurró Isilwen, algo cohibida por la amabilidad que le brindaba aquella elfa.

Ambas se sentaron junto a la pequeña fogata, mientras Thalion se colocaba junto al caballo élfico. Isilwen bajó la cabeza, y fijó la vista en las llamas, que ardían y saltaban, juguetonas, cocinando un par de pedazos de carne que habían sido colocados en ellas gracias a un palo.

De pronto, sintió como el cansancio la invadía por completo, y un enorme peso afligió su corazón, oprimiéndolo. Acababa de recordar el objeto de su viaje. Beleg... Lo echaba tantísimo de menos... Un doloroso calor le abrasaba por dentro, tan sólo recordando que no había vuelto a casa...

-¿Te apetece algo de carne?- susurró Aredhel, mirándola comprensivamente, mientras apartaba la comida del fuego.

Isilwen asintió vagamente, distraída, agotada por el trayecto recorrido y la cabalgata. Aredhel, le ofreció un poco de su carne, que se veía muy apetecible, sonriendo casi maternalmente, al ver que la muchacha lo aceptaba y se ponía a comer, en silencio.

No sabía exactamente porqué, pero Aredhel, de carácter orgulloso y desconfiado con los desconocidos, al ver aquella muchacha de cabellos claros, había sentido como su habitual coraza caía, para sentir la necesidad de cuidar de ella. Parecía desvalida, perdida, triste y desolada por algún motivo...Daban ganas de abrazarla estrechamente, para susurrarle dulcemente palabras de consuelo.

-Debes tener un motivo muy fuerte para haber dejado tu hogar y haberte puesto en camino tú sola...-, murmuró la elfa, prudentemente.

Isilwen se giró hacia ella, sonriendo, viendo en los oscuros ojos de Aredhel, la típica chispa curiosa de los elfos. Dispuesta a hablar con ella, se acabó la carne que tenía, y se acomodó para poderla mirar sin tener que girarse. Aredhel hizo lo mismo, esperando pacientemente a que Isilwen hablara.

-Viajo hacia la llanura de la batalla.-, explicó Isilwen.- Voy en busca de Beleg... El hombre al que amo.

Aredhel quedó callada, estupefacta por su declaración. Jamás podría haber imaginado la intención de Isilwen de partir hacia un campo de batalla desierto. Y lo hacía por amor... Un estremecimiento recorrió su columna, enfriando sus manos, sabiendo que el viaje de aquella muchacha seguramente sería en vano, y que acabaría con final trágico. La compasión la embargó, y al ver el dulce rostro de Isilwen, lleno de resignación, no pudo evitar encariñarse con ella. No era nada típico de ella ser tan amable ni afectuosa con alguien que apenas acababa de conocer, pero aquellos ojos grises llenos de tristeza ablandaban su corazón.

-Seguro que lo encontrarás.-, le animó Aredhel, con su cálida voz.

Isilwen bajó el rostro, con la mirada oscurecida de pronto. Parecía haber recordado las pocas posibilidades que tenía de encontrar vivo a Beleg. Es más, de encontrarlo, simplemente.

-Eso espero...-, murmuró quedamente, con la voz rota.

Aredhel, posó su mano sobre su cabeza, y acarició lentamente los claros cabellos de Isilwen, intentando reconfortarla. Estuvo un rato acariciándola, puesto que Isilwen no la rechazó en ningún momento, aceptó su cariño.

Al cabo de un momento, Aredhel se levantó y se dirigió hacia su fardo, de donde sacó una fina manta de tela élfica. Volvió al lado de Isilwen, y se la puso sobre los hombros, mientras le susurraba dulcemente:

-Descansa tranquila, esta noche yo haré guardia.-


Faltaban ya pocas horas para que la luna descendiera de su trono en el firmamento y diera paso a su hermano el sol, pero aún las estrellas brillaban intensamente en el lienzo de negro inmaculado que era la noche.

Isilwen despertó ligeramente, después de algunas horas de sueño. Sin moverse, pues estaba muy a gusto acurrucada con la manta de Aredhel, empezó a observar a su alrededor, con los ojos medio cerrados por el sueño.

La noche era increíblemente clara, el negro del cielo limpio. Las estrellas brillaban con su acostumbrada luz distante, y la luna, con toda su elegancia y señorío, vigilaba las horas nocturnas.

Donde horas antes ardía una hoguera, en aquel momento las brasas brillaban suavemente con su fulgor rojizo, dando algo de calidez al fresco ambiente nocturno. Y, junto a ellas, Aredhel montaba guardia.

Estaba arrebujada en su capa, y miraba las estrellas, que se reflejaban en sus hermosos ojos. Portaba un arco en sus manos que Isilwen no había visto antes, posiblemente porque lo abría tenido guardado hasta el momento de hacer la guardia.

Su silueta se dibujaba contra el cielo nocturno, contorneada por un fino hilo de luz plateada que le daba la luna. Sin duda, era una elfa.

Poco a poco, Isilwen fue notando como el sueño la arrullaba de nuevo, y se la llevaba dulcemente al mundo de los sueños. Y, sin saber bien qué hacía, susurró, con voz adormilada:

-Mañana ya no estarás aquí, ¿verdad?-

Aredhel, se giró hacia ella, mirándola con cariño, observando como de nuevo sus ojos se cerraban y el sueño la vencía.

-Duerme pequeña, mañana te espera un largo día...-, le susurró tiernamente, mientras volvía de nuevo, su mirada a las estrellas.


El sol se había alzado como de costumbre, y sus dorados rayos de luz rozaban molestamente los párpados cerrados de Isilwen, que se debatía inconscientemente por no despertarse. Pero no se le concedería más tiempo de sueño, pues, inesperadamente, una mano se posó suavemente en su hombro, y la meneó un poco, tratando de despertarla.

-Vamos Isilwen, es hora de despertarse...-, le dijo Aredhel.

Isilwen se removió en sueños, enfurruñada, murmurando entre dientes palabras ininteligibles y sin sentido. Aredhel frunció el sueño, divertida, pues había creído entender, gracias a su fino oído élfico, como Isilwen pedía unos minutos más de descanso a una tal Elana. Pero no podía concedérselos, el viaje debía ser retomado.

-Isilwen... Venga, que se está haciendo tarde...-, la instó a despertarse, mientras la meneaba algo más fuerte.

Para alegría de Aredhel, los grises ojos de la muchacha gondoriana se entreabieron lentamente, mientras Isilwen suspiraba profundamente.

-¿Aredhel?-, murmuró, soñolienta.

-Sí, soy yo. Venga, levanta.-, le contestó la elfa.

Isilwen cerró los ojos con fuerza, bostezó abiertamente, y se desperezó, aún tapada por la manta. Volvió a abrir los ojos, tranquilamente, mientras observaba como Aredhel dispersaba las cenizas de la fogata, y recogía rápidamente todas sus cosas, ordenándolas en su fardo. La joven se incorporó a medias, apoyándose en su codo, mientras se colocaba un poco el cabello, que se le había desordenado mientras dormía. Se frotó los ojos, pues adormecida como estaba, no veía claramente.

Aredhel acabó enseguida de recoger, y cuando ya iba a cerrar su fardo, recordó una cosa. Se acercó sonriendo a Isilwen, y le arrebató la manta, mientras le sacaba graciosamente la lengua.

-¡Eeeeeh!-, se quejó Isilwen.

Aredhel rió alegremente, mientras cerraba definitivamente su fardo.

-¡Arriba dormilona!-

Isilwen, no teniendo más remedio que obedecer a la elfa, se levantó, aún adormilada, y se acercó a Thalion. Éste ya se encontraba de pie, y la recibió con un alegre relincho. La joven sonrió, y le propinó una suave caricia, mientras rebuscaba en su bolsa. Al cabo de un momento sacaba de ella un pequeño trozo de pan, que se puso a mordisquear distraídamente, pues estaba más atenta en observar como Aredhel montaba sorpredentemente ágil en su caballo.

No pudo evitar sentir pena por su marcha, pues la había alegrado mucho poder estar un tiempo con alguien que no fuese su caballo, además, la había ayudado desinteresadamente. La echaría de menos, aunque tan sólo la conociese de la noche anterior.

Se acercó a ella, lentamente, algo avergonzada. Cuando llegó junto a la elfa, le tomó la mano y la miró a los ojos.

-Gracias por todo.-, le agradeció.

Aredhel se giró hacia ella, sorprendida, y sonriendo después, le preguntó, burlonamente:

-¿Ya te despides? Pensé que querrías viajar conmigo...-

Isilwen abrió los ojos, sorprendida, mientras su corazón saltaba emocionado en su pecho. Aferró con fuerza la mano de la elfa, incrédula.

-¿Me acompañarás?-, preguntó, ilusionada.

-Sí. La verdad es que no iba a ningún sitio en concreto, así que he decidido que viajaré contigo al campo de batalla. Me apetece acompañarte.-, le respondió la Eldar, con una bella sonrisa.

Inesperadamente, la joven mortal se abrazó con fuerza a Aredhel, quién se sorprendió de veras, pues nadie la había abrazado nunca con tanto entusiasmo. Pero pronto, su expresión de sorpresa cambió a una de alegría y satisfacción. Respondió afectuosamente al abrazo de Isilwen, sintiéndose querida.

-Hannon le, Aredhel...-

La elfa rió contenta, al escuchar de boca de una mortal aquellas palabras en élfico.

-¿De dónde has aprendido eso?-, le preguntó alegremente.

-De mi padre. Es muy sabio, ¿sabes?-, le respondió Isilwen.

Aredhel sonrió, mientras se separaba de la mortal, que se veía muy animada. Al contrario que la noche anterior. Parecía ser que los malos augurios que en la vigilia habían pesado en su corazón habían desaparecido.

-Venga, monta ya, que nos vamos.-, la animó la elfa.

Isilwen asintió, y se dirigió decididamente hacia su caballo Thalion, y sin pensar en nada más que en su nueva compañera y en la alegría de viajar acompañada, se montó. Apenas se dio cuenta, distraída como estaba, de que se había montado sola, y sin ningún tipo de dificultad.

-¡Noro lim!-

Al grito de Aredhel, los dos caballos comenzaron a galopar velozmente, en dirección sudeste, hacia la Puerta Negra de Mordor.

Isilwen se sobresaltó al ver que su caballo reaccionaba también a la orden de la Eldar, pues pensaba que tan sólo la obedecía a ella, su jinete. Pero no dio mucha más importancia a aquel hecho cuando ya llevaban unos minutos de cabalgata.

Ante el silencio de su compañera, y las dudas y la curiosidad que carcomían su conciencia, Isilwen no pudo evitar preguntar algo a Aredhel:

-¿Quién eres? ¿De dónde vienes?-

La elfa se giró hacia ella un momento, sonriendo, para luego volver a posar su mirada hacia delante, pues no podía desatender el camino.

-Quién soy ya te lo he dicho, soy Aredhel, y de dónde vengo te lo diré ahora mismo. Vengo del Bosque Verde. Aunque parezca mentira por mi aspecto, soy una elfa silvana.-, le respondió.

-Vaya...-, susurró admirada Isilwen.- ¿Y qué te ha hecho salir de un reino tan bello?

Aredhel, cambió por un momento su mirada alegre, y la tornó nostálgica. Echaba de menos su hogar.

-El viaje, la aventura, lo inesperado, el ansia de sabiduría... Todo eso... Ya llevo casi cincuenta años viajando. Una nimiedad para alguien de mi raza.-, le contestó, con melancolía en la voz.

-¡Wow! ¡Eso es mucho!-, se sorprendió Isilwen.- Debes echar mucho de menos a tu familia...

Aredhel asintió, algo triste, pero sin perder el buen ánimo que parecía caracterizarla.

Durante la cabalgata no hablaron más, y sin embargo, en ningún momento ninguna de las dos se sintió incómoda. El cariño que sentían la una por la otra había calado hondo en ambos corazones.


El sol se hallaba en su punto más alto cuando las dos compañeras decidieron hacer un alto para comer algo. Era mediodía, y hasta el estómago de Aredhel rugía de hambre. Sin dudarlo ni un segundo, ambas prepararon una pequeña hoguera para poder cocinar la comida.

Con calma y tranquilidad fueron preparándola, compartiéndola entre las dos, alimentando a sus corceles mientras su propia comida se asaba en el fuego. Había entre ellas una compenetración extraordinaria, que hacía que se sintieran a gusto la una con la otra. Una confianza inusitada las unía, como si se conocieran de toda la vida... Quizás lo hacía el hecho de ser compañeras de viaje en un sitio tan solitario. Aunque, cualquiera que viéndolas supiera que tan sólo se conocían de un día habría jurado que estaban predestinadas a encontrarse y forjar una hermosa amistad.

Al cabo de una hora habían terminado de comer y descansaban tranquilamente, estiradas sobre la fresca hierba de la pradera donde habían parado. Pocos sitios como ese podrían disfrutar a medida que se acercasen a los territorios del caído Señor Oscuro.

Isilwen y Aredhel charlaban animadamente sobre sus razas respectivas cuando, de repente, Aredhel calló bruscamente, se incorporó con rapidez, e impuso silencio a Isilwen con un gesto de la mano. Isilwen esperó entre asustada e impaciente a que Aredhel le dijese algo.

El rostro de la elfa se veía preocupado, pero lo que de veras preocupó a Isilwen fue que la Eldar se levantara de pronto, la levantara rápidamente también a ella, recogiese todo precipitadamente y se montase en su caballo.

-¡¿A qué esperas?! ¡Monta!-, la instó, con prisa en su élfica voz.

Isilwen la obedeció en seguida, asustada por el comportamiento de Aredhel.

-¿Qué ocurre?-, le preguntó, ya montada en Thalion, temiéndose lo peor.

Aredhel la miró seriamente con sus hermosos y profundos ojos marrones.

-Orcos.-



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