De Nienna y Olórin: Un fragmento del mito de los Istari

12 de Agosto de 2004, a las 00:00 - Nuria Abajo Gamarra
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Tercera parte

Entonces llegó el viento del inclemente invierno a la Tierra Inmortal, donde siempre es verano, y con él viajaron cánticos horrendos y augurios malignos; envueltos en luna roja, cual sangre, y  fresco hedor a orcos. Porque el Mal del Este crecía sin demora y las amplias llanuras de la Tierra Media se veían desoladamente solitarias ante el peligro renaciente.

Fue así porque la infamia llegaba de Sauron, al que llaman Gorthaur, el Mal de hombres y elfos; gran heredero del deshonroso Morgoth, puesto que ocupó todos los horrendos quehaceres que su señor dejo atrás. Y su dominio era violento y astuto, digno plan del instruido y depravado nigromante que era. Muy inteligentemente ocultó su efigie a los ojos de los Hijos del Eru, para que no supieran predecir sus movimientos y no alcanzaran verle tejer redes negras sobre ellos.  Y Sauron nada temía; ni de los bellos Quendi, ni de los bravos Atani; porque no gozaban de guía alguna que los advirtiera de las tinieblas, y, si alguna vez lo descubrían antes de lo pronosticado, nada harían contra él porque poco conocían de su raza maia o de cómo enfrentarse a los oscuros poderes. Junto a él y furtivos, nueve había, los Úlairi, decían así las voces lejanas del mar; que acrecentaban su sombra y su voluntad acataban, como fieles siervos del más allá, puesto que espectros eran todos y señores antiguos en vida ya olvidada.

Pero los Ainur no toleraban esta viciada usurpación; porque amaban Arda al saber lo hermosa que era, y lo hermosa que habría sido sí nunca Morgoth, o Sauron, hubieran aparecido. Y en las manos del Mal no la abandonarían jamás, porque no habían luchado y vertido lágrimas  sólo para zanjarlo todo así. Sin demora actuarían, antes de que fuera demasiado tarde; y se dirigieron al Montículo verde, el Anillo del Juicio. Allí se sentaron unos junto a los otros: Valar, Maiar y los espíritus inferiores.

Conocido fue este templado concilio de esperanza, narrado en canciones y poemas venideros; y allí Manwë, el portador del cetro azul y voz del cielo, habló para todos los presentes. Y rogó por la llegada de jornadas claras para los pueblos subyugados; y por llamas que fortalecieran el corazón de los hombres, para hacerlos dueños de su destino y así  encumbrarlos ante Sauron. Pero esta expectación no prosperaría si los Valar los olvidaban. Mas, Los Señores de Oeste procederían en secreto y con artes sencillas, furtivos a los ojos del mal; puesto que el destino de los Ainur es fracasar allí donde todo su poder emplean, y no obrar adecuadamente en lo que atañe a los Hijos de Eru.

Tres Maiar consignarían al mundo, bajo humilde aspecto mortal para que los hombres no los temieran. Ellos guiarían a las naciones hacia la victoria, aconsejando a los grandes reyes y destramando el tapiz  de mentiras.  Pero jamás directamente desafiarían a Sauron, puesto que tal labor corresponde a la gente de los Pueblos Libres. 

La mañana se tiñó de luminiscencia pura y el regocijo gozó entre los Ainur, porque las palabras de Manwë estaban llenas de razón y esperanza; lo más necesario en estos instantes ensombrecidos; y entonces los murmullos viles, venidos del Este, parecieron fugaces. Y dos Maiar se ofrecieron para la gesta: Kurumo, el alquimista de sutil lenguaje; y Alatar, el del largo brazo. Y de ambos, Kurumo era el más admirado, puesto que Aulë Talkamarda, “El Herrero del Mundo”, había guiado sus miembros y su mente, conociendo él los secretos del metal y la fragua; tanto como el mismo Sauron. Por ello fue elegido jefe de la futura orden, Heren Istarion, “la Orden de los Sabios”, porque como Istari fueron bautizados.

Mas, la blanca Varda Gilthoniel no dijo nada, acallando sus temores internos. Y un nudo en la garganta se le creaba, ciertamente, puesto que Varda distinguía más allá de cualquier corazón, y no pecaba de ignorancia en pensar que dentro de Kurumo centelleaba la llama de la ambición, como centelleaba del mismo modo en Sauron. Porque el Enemigo también fue siervo de Aulë, antes que Kurumo, y bien podría el Istari seguidle en sus pasos. 

Entonces apareció Olórin e interrumpió la reunión. Era el ultimo en llegar puesto que sus quehaceres lo habían retenido más de lo previsto, y se sintió profundamente descorazonado porque Nienna no le dirigió la mirada, yéndose a la más apartada esquina del Anillo del Juicio. Pero la Plañidera, sentada entre Irmo y Námo, tampoco prestaba atención a nadie más. Estrechamente ahondada en opacidades y pensamientos estaba; tanto como si el Vacío Intemporal la hubiese arrastrado lejos de Valinor, o una gran muralla se hubiera erguido entre todos los presentes y ella. Porque a Fui Nienna  el Mal del Este le afectó, más que a cualquier Vala al estar muy unida a los Hijos del Eru; y ahora no alcanzaba ayudarlos en el infortunio, ni lograba trasformar su desesperación en esperanza.

Ahora bien, Manwë observó detenidamente a Olórin porque estaba al corriente de muchas cosas: Sabía que la Plañidera lo había tornado justo y compasivo; además de que él amaba a los elfos y a los hombres, más que Kurumo y Alatar. Conjuntamente, tener a un siervo de los Fëanturi podría corresponder a la victoria sobre Sauron. Así, se le ofreció ser el tercero de los Istari. Tal decisión agrado por igual a Yavanna, la Matrona de la Tierra, como a la sin par Varda; quien vaticinó que Olórin seria el más grande de los tres. Y la Reina de Mandos, Vairë, dio la razón a Varda, mostrando el Tapiz que prescribía el futuro de Olórin; aunque contó que una negra sombra de fuego volaba sobre él, sumiéndole en una oscuridad misteriosa, pero lo suficientemente profunda para negarle la visión a la Tejedora de los Valar. Mas, Olórin se negó: 

“No me enfrentaré al Abominable. No soy digno de los elogios que me procesáis, porque temo su fuerza para sumirme en la penumbra eterna.

Y pronto se alejó del Anillo del Juicio, sin dejar a nadie detenerlo: Sus palabras acongojaron a muchos, sobretodo a Irmo y Estë que estaban orgullosos de sus buenas labores y maneras. Y Alatar el osado, el recién nombrado Istari, también le apenó tal decisión, creyéndola cobarde; porque estimaba a Olórin y creía que era, entre los Maiar, el más sabio y digno para la misión. Pero Kurumo se alegró mucho (no obstante se mostró dolorido), porque sentía el cariño de los Ainur hacia Olórin como un insulto a su persona; reputando que la gloria solo debía ser suya: Gran envidia sintió desde entonces Kurumo por Olórin, tanta que, avivado por los años, ese sentimiento inicuo lo ayudó en su futura traición, pero de ello aquí nada se menciona… Dos Istari más fueron elegidos, Aiwendil, el guardián de los bosques y Pallando de la noche; concluyendo así la reunión.

Pero miedo no existía en el decreto de Olórin, a pesar de expresarlo; sino incontable modestia y honestidad. Porque Olórin era demasiado sencillo y noble para concebirse mejor que nadie. Y volvió a los jardines de Irmo, dispuesto a olvidar este asunto aunque no lo consiguiera, puesto que su corazón estaba con los que sufrían y en garras de Sauron no los deseaba ver. Allí, entre los placidos pastos de la roja amapola, lo encontró Fui Nienna. Y a su lado iba Tyelperinwë, la bestia plateada de la frente astada. Bien conocido es que Olórin pensó que la perfección de Nienna se había acrecentado, pues la distinguió alta y oscura, bañada por la luz y la sombra de los árboles índigos. Y ¿o tal vez fue sólo un vacío sueño?, ella parecía dudar al verle, azorada cual doncella y soñadora como niña; pero, como la rauda brisa, desapareció lo visto, y  la certidumbre volvió a Nienna, que le habló así:
“Deseó que partas al Oriente”

“No iré”

Entonces ella le miró y no encontró palabra alguna, sumiéndose en un  perdido silencio; como si hubiera descubierto una extraña verdad, que jamás sospechó y que la aterraba. En ese momento Tyenperinwë pastaba junto a un claro de flores, representando que sus pezuñas hendidas flotaban sobre la hierva; y las luciérnagas se enamoraron de su perfección argentina mientras revoloteaban ociosas su alrededor, agrandando tanto su encanto, con la luz, que fue entonces más hermoso que la propia hermosura. Mas Olórin y Nienna no vieron nada de esto, porque el mundo de contuvo para ellos por un sandio instante que se creyó eternidad:   
 “No iré. Jamás. Ni podréis obligarme intentando menguar mi espíritu. No marcharé, ni aunque la furia valariana me magullará con el fuego saetado de Ilmarë, la doncella guerrera. No transitaré la Tierra Media, aunque me golpearais hasta que, en mi cuerpo inmortal y sin venas, aparecieran llagas rojas y marcas de acero. No partiré, aunque la tenebrosidad imperecedera se abatiera contra el débil Este; y muchos males crecieran a partir de entonces, tantos que devorarían la luna y al sol… Así concurrirá, porque Sauron es poderoso y los hombres lo escucharan, dejando de lado mi consejo endeble como junco.”

“¿Crees verdaderamente que atañera así, Olorín?”

“No” dijo al fin él, cuando el silencio perduró tanto que el anochecer coloreó de morado los bosques; y los dos abandonaron Lórien, seguidos de cerca por del dócil trote de Tyelperinwë y sus luciérnagas. Mientras, las hojas se movían al compás de música invisible, casi secreta, porque pertenecía a la lira de las hadas. “Aunque significará tener que dejar atrás aquello que tanto amo. Bien lo sabe mi señora: Nunca podría abandonar a los hijos de Eru en las horas funestas de su linaje. Tal vez en otro tiempo hubiera sido distinto, pero hoy, tras mi aprendizaje, no puedo relegar a un lado ese sufrimiento que me rebasa más allá de las aguas. La Sombra no menguará si de brazos cruzados continuamos en el presente.  A pesar de todo, intuyó que la decisión de los Valar llega excesivamente tarde. Aun así partiré como Istari y seré mensajero de Occidente; jurando que siempre neutralizare al Señor Oscuro, por grande que yazga su poder. Puesto que, si ha de acontecerse, lo último en extinguirse será la esperanza.”

“Y a pesar de todo tienes miedo. ¿De qué?”

De nuevo él lo sintió, como en la Casa de Mandos: una gruesa cerrazón se formaba entre los dos, separándolos más allá del infinito. Pero ella estaba todavía allí, a pesar de tales augurios melancólicos; y compartieron la mirada, muy unidos el uno al otro.

“Si he de temer, sobre la tierra de las estaciones continuas, sólo será al Don de los Hombres: Puesto que bajo carnal forma viajaré y, aunque la vejez no conoceré, la espada y el fuego podrán quebrar mi cuerpo. Y doliente será mi final, como el del noble sabueso Húan; porque anidaré en Hanstovánen, cual espectro sin evocación o memoria, a la espera de la embarcación que me transportará en mi postremo éxodo a Mandos… Siento expresarme con tan taciturnos sentimientos ante mi señora, la que quiso instruirme en la bendición de la Muerte; mas pésimo alumno soy porque veo todavía a Morgoth, y no a Fui Nienna, en esas tinieblas finales”

“Nunca. Jamás morirás de forma funesta mientras yo guardé a la Muerte” Y la voz de ella fue mitad suplica mitad exigencia, quebrada y afligida más que el mismo dolor; y tan dulce como para estremecer al corazón crecidamente negro. Entonces el maia Olórin encontró consuelo donde sólo vio amargura y el terror de Sauron le fue ahora lejano, como las montañas. Porque entre ellos sólo acaecía la paz; y la oscuridad maligna, por grande que fuera, no pudo mellarlos de ningún modo “Hoy conozco parte de tu hado que, fortuitamente, se ocultaba a mi visión: Y hay Muerte, indudablemente, pero asimismo Resurrección… En estos años, lloraré y rogaré por los que sufrirán la cólera del Oscuro; cuando la locura venza a la animo en las contiendas futuras y en las heroicidades pendientes. Otorgaré fuerzas a los reyes y valor los deleznables; porque mi voz no podrá ser acallada por los tambores enemigos, aunque esta florezca remotamente más allá de las aguas occidentales. Mas, aún así, mi corazón estará contigo, sólo contigo, y velará tus pasos en los peregrinajes oscuros o en las pruebas finales. No sabría expresarte si los eventos de tu misión serán exitosos; incluso si yo lo deseé más que nada, al saber que no buscas poder en tus actos. Pero si veo que luengos años serán estos, llenando de distracción y olvido la inmensidad del tiempo. Entonces, cuando esos instantes importunen tanto que hieran, pronuncia mi nombre bendito dentro de ti “Fëantári Ilúvendurë”, y el crepúsculo ennegrecido no pertenecerá ya al Enemigo, sino que tornará a correspondernos y la aprensión se eclipsará para siempre… Por ello, no temas al abismal destino que a las sombras te arrastra, ya que yo soy la Señora de la Muerte, la que vela por los fallecidos; y jamás te abandonaré.”

En aquel momento, con la estrella Eärendil al poniente, el beso se originó: Un beso insondable, místico (porque los Ainur besan el alma, no la carne) y rebosante de promesas que bien poco sabían de castas o linajes antiguos. Pero fue más que eso porque la Plañidera tiene el don de trasmitir valor o bendición, donde solo hay miedo; e iluminar el corazón para que este vea al recóndito, el Enemigo que trasmite la turbación, puesto que este se oculta, por igual, fuera del mundo como dentro del ánimo temeroso. Y abrazados continuaron hasta que ella volvió a hablar:
“Terrible es la furia y la deflagración de los súbditos de Sauron, mucho más de lo que entonan las canciones antiguas. No obstante desafíalos sin recelo: Si desaparecieras, por su pécora acción, a mí comparecerás si cruzas el camino recto al puerto negro; donde velaré a tu alma fantasmal como al mayor de los tesoros conocidos. Y no renunciaré a tu causa de ningún modo, ni a merced del Juicio de Mandos, ni al olvido sin gloria; porque yo estaré contigo hasta que los “Poderes” me permitan devolverte al mundo, retoñado de las cenizas. Aquí lo juró y las promesas de la Plañidera son lo más imperecedero que alberga Aman, incluidos nosotros, los Valar. Sobretodo una promesa implorada por amor. Si, amor, Olórin; pues te amó entre todos los Ainur, como una mujer se apega a un hombre y cambia las obligaciones según su voluntad, por culpa de sus propias pasiones. Renacerás de esa supuesta Penumbra Terminante; mas la muerte no es el fin, por mucho que el Enemigo lo ambicione, porque tanto esperanzas como evocaciones concurren al cruzar sus fronteras. Enséñales esta verdad, que la Muerte Natural es valiosa para la vida y mil rondas la componen; y la Inmatural, la irascible creación de Morgoth, no debe ser ya temida al estar compuesta solamente de Ignorancia y de Ignorancia se alimenta. No has de temer a ningún mal; ya que, por ti, estoy dispuesta a deshilar el orden oriundo del mundo… Parte pronto y vuelve victorioso a tu pueblo, Olórin. Fui Nienna será tuya”


Más no se escribe sobre esta historia; pero el Libro Rojo habla infinitamente de los bravos hechos acontecidos contra la Sombra y el Anillo: Sus páginas narran la leyenda de Olórin en la Tierra Media; todas sus grandes labores, las estratagemas que cambiaron la balanza desigual y los peligros que soportó. La lobreguez y la llama lo hundieron en Moria, y extrañamente crueles parecerían ser los futuros días; pero retornó de parajes nocturnos y secretos, los parajes de la muerte; y cumplió su misión, siendo uno de entre los grandes destinados a someter a Sauron, el Aborrecido. Tiempo después, dice el Libro Rojo, partió de los Puertos Grises hacía Aman, la tierra de su linaje sagrado, y hay quien canta que vio las playas blancas de los elfos. Pero más allá, hacia el oeste del Oeste, distinguió unas haciendas oscuras como la Noche Eterna; donde un diminuto fulgor pálido brillaba cual farolillo guía. Entonces, sin demora, fue hacia allí…   



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