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Portadas de Leandro para Elfenomeno
09 de Enero de 2005, a las 14:31 - Leandro Pascual
Relatos Tolkien - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]
22 de Septiembre del
año 3018 de la Tercera Edad
Ruido de cascos.
Ahí empezó todo: Ruido de cascos. Nueve jinetes se lanzaron a toda
velocidad hacia el río Brandivino. El terror se apoderó de los
montaraces. Apenas en los límites de La Comarca, donde vivían
pacíficamente aquellos hobbits que nada sabían de los montaraces,
ni de los Nazgul, se entabló una batalla que terminó antes de
empezar. Los Jinetes Negros llevaban días cabalgando, mas no
mostraban signos de cansancio. Mientras, los dúnedain habían
intensificado la guardia, pues su señor Trancos les había asegurado
que pronto llegarían los problemas. Se prepararon para afrontar
cualquier cosa.
Pero nada podía haberlos preparado para ésto. Raudos como un viento
negro, los Nazgul se precipitaron hacia el Vado de Sarn. Apenas un
suspiro después, los dos guardias cayeron, fríos y lánguidos. Un
tercer montaraz al que llamaban Arco, vio la escena, y lanzó la
alerta. Eso salvó al resto, pues lograron dispersarse con rapidez.
Pese a todo, aquel Jinete que portaba la corona le dio alcance.
Aquel hombre a quien todos conocían como Arco, pero del que tan
sólo Aragorn conocía su verdadero nombre, cayó decapitado.
La persecución duró toda la noche, pero gracias a la alerta de Arco
lograron huir gran parte de ellos. Los Jinetes Negros se habían dispersado
en la persecución, y no fue hasta el amanecer que los montaraces dejaron
de escuchar aquel...
Ruido de cascos.
Lejos, al Sur, Gandalf había empezado a desesperar. Sombragrís no
permitía que el viejo mago se le acercase siquiera. Gandalf se sentó
en el suelo, y agachó la cabeza. Pensó en la urgencia de su situación,
en Frodo (hoy era su cumpleaños, pero ¿dónde lo estaría celebrando?),
en el Anillo, en Aragorn, en los Nazgul. Su desesperación se hizo
patente en su rostro, y Sombragrís se percató de ello. Como Meara, no
podía permitir que nadie que no fuese Príncipe o Rey lo montase. Pero
en aquel viejo había algo superior. Sombragrís detuvo su ligero trote.
Gandalf levantó la vista, y sus ojos se encontraron.
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