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Portadas de Leandro para Elfenomeno
09 de Enero de 2005, a las 14:31 - Leandro Pascual
Relatos Tolkien - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]
18 de Marzo del
año 3019 de la Tercera Edad
¿Se puede oir el silencio? ¿Se puede tocar?
Esta pregunta se la había planteado Bilbo a Merry, Pippin y Frodo años atrás,
como un juego. Pippin recordaba haberse lanzado a contestar enseguida,
"¡Pues claro que no!". Recordaba que, en aquel momento, la pregunta le
resultó una auténtica tontería. Precisamente, el silencio ocurría cuando no
se oía nada, y por supuesto que no se podía tocar. Recordó haber mirado a
Bilbo, y que éste sonreía picaronamente, sin contestar.
Ahora comprendía por qué se sonreía Bilbo. Pippin había errado en su respuesta.
Había contestado tan erróneamente como quien contesta una mentira a una
pregunta sencilla. "¿Cuántas son dos y dos, Pippin?". "Nueve". Una tontería.
Aquella mañana, en Minas Tirith, se podía sentir el silencio. Se podía oír.
Seguro que Bilbo también había oído este silencio alguna vez. ¿Antes de
aquella batalla de los Cinco Ejércitos que tantas veces les había contado? ¿Antes
de hablar con Smaug? Sí. El silencio se podía oir.
La bruma de la mañana fue levantándose lentamente. Cientos de soldados venidos de
todas partes, ataviados con uniformes y armaduras tan dispares como sus rostros,
se alineaban en los campos del Pelennor. Los espías habían confirmado que no
había quedado rastro de Orco ni Hombre del Este alguno. Pero la preocupación,
la oscuridad, seguía invadiendo los corazones de los soldados. Todos guardaban
un tétrico silencio. Y este silencio sólo significaba desesperación. No había allí
ningún soldado que creyera en la victoria, pero aún así, se prepararon para
marchar a la que probablemente sería su última y mayor batalla.
Con su uniforme, Pippin recordó que aún quedaba una esperanza. Sólo una. En aquel
silencio, se sorprendió a sí mismo intentando escuchar algún indicio, algún sonido
proveniente de Mordor, que indicase que Frodo había logrado destruir el Anillo.
Alejó de sí aquel estúpido pensamiento. No podía oir nada desde allí. Pero no podía
hacer otra cosa que escuchar en aquel silencio abrumador...
¿Se puede oir el silencio? ¿Se puede tocar?
Frodo recordó aquella pregunta, aparentemente tonta, de su querido Bilbo. Recordó
la rápida respuesta de Pippin... pero no podía sonreir. Sabía que en otra época
hubiera podido sonreir al recordar ésto, pero ya no era el mismo Frodo. Nunca
volvería a serlo. Sam se había dormido tras advertirle sobre Gollum, y todo se
había quedado silencioso. Demasiado silencioso, como todo lo que había en Mordor.
Intentó concentrarse en el rostro de Bilbo, el de Pippin, pero no lograba evocarlos.
Cerró los ojos, e intentó evocar el propio rostro de Sam, su querido Sam, que dormía
ahora a su lado. Nada. No podía. Su mente se había sumido en la más absoluta oscuridad.
Era como un negro remolino del que no podía escapar, salvo por una luz que, en este
caso, sabía que no suponía la salvación, sino la derrota definitiva: El Anillo. El
Anillo era todo lo que le quedaba, y estaba allí precisamente para destruirlo. Frodo
sintió ganas de llorar, pero ni siquiera le quedaban lágrimas. Bebió un largo trago
de la botella de agua, pero no abrió los ojos.
La luz se extinguía cuando Sam despertó. Frodo estaba sentado contra una roca, pero
se había quedado dormido. La botella de agua estaba vacía. Y lo único que se oía era
aquel silencio de la oscuridad de Mordor. El silencio de la desesperación.
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