La noche para mí, no pasa tan tranquila y rápida como para el enano, que más de una vez en sueño lo he visto decir:
- Maldición... esta la gano seguro... pero será posible... ¡Riéte, maldito trasgo, que ahora mismo voy a por mi hacha!... ajá, ya no ries tanto...
Aunque el que se estaba partiendo de risa era yo con sus sueños. Desde luego, no se podía decir que no se mereciera un descanso, pues hasta en sueños mataba a orcos.
El velo nocturno era intenso, y las estrellas brillaban en el firmamento con cierta viveza, y yo seguía sumiso en mis pensamientos. Finalmente, oí un ruido a mis espaldas. Me giré rápidamente, y vi como la dundelina se acercaba hacia farawyn extendiendo sus brazos de una forma, que desde luego no daba la impresión de que quisiera arroparla. Sin embargo, al verme, la dundelina se quedó por un momento totalmente paralizada. Yo la volví a atar y amordazar sin problemas. En ese momento quise explorar por si había un enemigo cerca, pero no me fiaba de la dundelina, por lo que tube que cargar con ella otraaaaa vez. Desde luego, la próxima noche la iba a pasar haciendo guardia, San Gelmir de las puñeteras tierras brumas, no yo.
Por la noche, veo a lo lejos, con mi exelente vista de elfo a un gran grupo de uruks. Parecen fuertes y nutridos, apenas descansaban. Por un momento se me ocurrió emboscarles o al menos matar a algunos de los suyos con mi arco, pero una voz femenina me dijo:
- Esos uruks no son tan fáciles de matar, son esbirros de Saruman, fuertes y resistentes a la luz del día, crueles y letales como pocos.
La dundelina al parecer se había quitado la mordaza y había hablado. Yo me quedé helado al oírla hablar en lengua común, pues lo único que la había oído hablar era si acaso eran varios insultos en otra vulgar y corrupta lengua.
- ¿Has hablado, tú?- le pregunté tal vez porque creía que era mi imaginación.
- Sí- me volvió a responder- ¡Déjame libre!
- Me temo que no puedo hacerlo- le digo pesimista- no te puedo soltar así por las buenas.
- ¡Pero no os entiendo, yo no se nada!
- No puedo confiar en tu palabra, ya me has traicionado una vez- le digo serio, aunque dicho esto, la dundelina calla y empieza a llorar, y yo me vuelvo hacia al campamento. Por entonces, la dundelina sigue callada igual que siempre. Despierto a todos y hablo con gandalf para avisarle de la amenaza de los uruks, mientras le digo a ulbar:
- Hiciste bien en no jugar una partida de cartas con nosotros. De lo contrario, te hubieramos quitado todas las botellas de vino .
¡Oh Orofarnë, Lassemista, Carnimirië!
¡Oh hermoso fresno, sobre tu cabellera qué hermosas son las flores!
¡Oh fresno mío, te vi brillar en un día de verano!
Tu brillante corteza, tus leves hojas, tu voz tan fresca y dulce:
¡qué alta llevas en tu cabeza la corona de oro rojo!
Oh fresno muerto, tu cabellera es seca y gris;
tu corona ha caído, tu voz ha callado para siempre.
¡Oh orofarnë, Lassemista, Carnimirië!
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