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El último capitán
30 de Enero de 2006, a las 20:03 - Eldaron de Eldamar
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2. Hechos en los Campos de Garsil.Â
Llegó la última semana de enero de ese Invierno Cruel, y el frÃo no habÃa menguado. Más bien iba en aumento. Cada cuatro dÃas, una caravana de varios carros con alimentos iba hacia los campos de Garsil, y un destacamento de unos quince soldados de Rangost patrullaba incesantemente por las tierras de los sureños desde hacÃa semanas. Los lobos se habÃan alejado, pero por las noches aún se oÃan sus aullidos lastimeros en los páramos helados del norte. El frÃo habÃa matado ya a veinte personas, en su mayorÃa ancianos y niños. Tanto los soldados como algunos de los carreteros que transportaban la comida ya habÃan hecho amistad con esas gentes. Su forma de vida sencilla les sorprendÃa, acostumbrados como estaban a Rangost y a sus comodidades, disfrutadas incluso entre los campesinos de la Gardereda. En los Campos de Garsil, los sureños se habÃan distribuido en cuatro aldeas, agrupados según la proximidad entre familias. Estas aldeas dibujaban una cruz, con campos en el centro, y no contaban con más de ciento cincuenta habitantes cada una. En la Aldea Norte habÃa cinco soldados permanentemente, por ser la más peligrosa, pues estaba cerca de los páramos helados. En la Aldea Oeste, cerca del bosque de Garsil, habÃa cuatro. En las aldeas del Este y el Sur, habÃa tres soldados en cada una de ellas. Todos estaban preparados para luchar codo con codo con los campesinos ante cualquier peligro. Quolhad, el sureño que habÃa pedido ayuda a Rangost, vivÃa en la Aldea Norte, con su mujer y su hija Jinyia, una joven excepcionalmente bella. Jinyia habÃa sido tema de conversación entre soldados y carreteros desde que la habÃan visto por primera vez. Su expresión de jovialidad y la mirada de sus ojos oscuros eran casi legendarias entre ellos, junto con la particular manera que la joven tenÃa de ladear la cabeza, haciendo que sus negros cabellos revoloteasen graciosamente como un tejido de seda. SolÃan discutir sobre quien serÃa el primero en atreverse a hablar con ella, en broma, mientras soportaban el frÃo que les cubrÃa los miembros. Pero habÃa dos de ellos para los que este juego era más serio. Se trataba de un soldado cazador llamado Dartöq y uno de los carreteros, un joven granjero llamado Gonöah. Entre ellos habÃa surgido una enemistad profunda a raÃz del amor que ambos sentÃan hacia la hija de Quolhad. Particularmente furioso estaba Gonöah, pues Dartöq era un soldado, y vivÃa permanentemente con los sureños, mientras que él debÃa volver a Rangost una vez terminado su trabajo, y esperar tres dÃas más para volver. De esta forma, Dartöq habÃa podido acercarse mucho más a Jinyia. Sin embargo, de esta enemistad no sabÃan nada los otros soldados. Ocurrió pues que el viernes de la última semana de enero, Gonöah llegó con su carromato a la Aldea Norte, y encontró a los soldados haciendo un descanso. Estaban muy exaltados, y el granjero les preguntó qué ocurrÃa. Uno de los soldados replicó: - ¿No sabes qué ha ocurrido esta mañana? Quolhad ha venido a pedirnos una escolta para su hija, que tenÃa que ir al bosque a coger leña y raÃces. ¡Y ha escogido a Dartöq, nada más y nada menos, que estaba loco por ella!. No te puedes imaginar la cara que ha puesto. Sus ojos tenÃan el tamaño de dos manzanas. ¡Ja ja ja! Me muero de ganas por saber qué nos cuenta cuando vuelva. Me da una envidia... - ¡¿Qué... qué?! ¡¿Cómo?! ¡No puede ser! ¿Y... y ha ido solo? ¿Por... por qué nadie le ha acompañado? - Oye, nosotros hemos hecho guardia esta noche, mientras él dormÃa. Estamos cansados, y el bosque es muy denso. Además, ya sabe defenderse solo. Gonöah sudaba de furia y frustración. Se le crispaban los nervios. - ¡Voy a buscarlos! Gonöah salió corriendo hacia el camino del bosque, sin escuchar sus respuestas y sus órdenes de que volviera. El granjero estaba furioso, convencido que lo primero que harÃa Dartöq al verle serÃa contarle toda la suerte que habÃa tenido, hasta que le dolieran las orejas. No podÃa permitirlo. Se adentró entre los árboles desnudos y llenos de nieve. El bosque de Garsil rompÃa con el paisaje de pinos y abetos que predominaba en los grandes territorios del norte de Rhun. Sus grandes árboles tenÃan el tronco tan ancho que ni tres personas podÃan abarcarlo rodeándolo con sus brazos, y a diferencia de los otros bosques, las ramas de sus altas copas perdÃan las hojas en invierno. Las ramillas caÃdas se rompÃan bajo las botas de Gonöah, y el aliento se tornaba vapor al salir de su boca. El granjero corrÃa siguiendo el sendero que se abrÃa entre los árboles. Al cabo de un rato, creyó escuchar voces delante. Aminoró la marcha y se acercó cauteloso. En un pequeño claro encontró a Jinyia y a Dartöq. Jinyia recogÃa ramas y las daba al soldado, mientras Dartöq mantenÃa una postura elegante y hablaba con ella. Jinyia se reÃa alegremente. Gonöah apretó los puños y se escondió detrás de un árbol, observando. Dartöq seguÃa charlando con chanzas a la campesina, y reÃa también con ella. Pero en cierto momento, intentó cogerla de un brazo, a lo que la joven lo esquivó, divertida. Este acto encendió la sangre del carretero, pero se contuvo. El soldado hizo como que se enfadara y riendo se acercó más. Pero la muchacha, más seria, le dijo algo que el carretero no captó. Dartöq se acercó un poco más, como disculpándose, pero Jinyia habÃa comprendido que la cosa iba en serio y retrocedió hacia un árbol. Pero Dartöq siguió acercándose. Gonöah sintió de pronto que se le nublaba la vista y el corazón le estallaba de furia. Notó en lo más profundo de su ser que debÃa hacer algo y estalló; y sin pensarlo, lanzó un grito y se precipitó en el claro como un vendaval. Dartöq se volvió rápidamente y su semblante se oscureció. Miró fijamente a Gonöah, y le hirvió la sangre. ¡El carretero acababa de arruinarle una oportunidad increÃble! Con ojos encendidos, el soldado le gritó: - ¡Lárgate, Gonöah! ¡Éste no es tu sitio! Pero el carretero no respondió y se abalanzó sobre él, dándole un empujón que lo tiró al suelo. - ¡Déjala! ¿Me has oÃdo, estúpido? Dartöq montó en cólera y de un salto se puso en pie. Un grito brotó de la garganta de Jinyia cuando el soldado desenvainó un largo cuchillo. - ¡Es suficiente! ¡Esta vez no voy a escuchar tus estúpidos discursos! - ¿Conque esas tenemos? No me asustas, ¡gallito acorazado! Gonöah cogió una rama gruesa y la blandió amenazadoramente. Jinyia huyó de pronto, gritando, hacia la aldea. Cuando poco rato después volvió acompañada de su padre, los otros soldados y algunos campesinos, la escena se reveló mucho más dantesca de lo esperado. Dartöq yacÃa en el suelo en medio de un charco de sangre que teñÃa de rojo la nieve. Estaba muerto. Gonöah se hallaba a pocas yardas, tumbado de espaldas. El mango del cuchillo le asomaba por un corte en la ropa, manchada también de rojo. Todos quedaron en silencio. Quolhad inspeccionó los cadáveres, y se sorprendió que ambos pudieran haberse matado mutuamente de aquella forma. Sin embargo era posible que Gonöah hubiese matado primero a Dartöq y hubiese andado torpemente unos pasos con el cuchillo clavado antes de desplomarse. Aunque no estaba del todo seguro. HabÃa muchas huellas en la nieve, unas sobre otras. No se podÃa descartar la existencia de un tercer atacante que hubiera ocultado sus huellas caminando sobre las otras. Todo estaba muy confuso. Demasiado, pensaba Quolhad. Pero no reveló sus sospechas a los otros. Además, no vio huellas más allá del claro, y era evidente que nadie se ocultaba en lo alto de los árboles desnudos de hojas. La terrible noticia fue anunciada al Capitán Gurunthar, quien se apenó muchÃsimo. Pero debido a la situación de Rangost, con pocos alimentos y recursos, tenÃa muchas cosas que atender, y mandó a su hijo Dresteq en su nombre para solucionar el asunto. Dresteq, el heredero al puesto, era un joven valiente y arrojado, con un carácter decidido, e incluso obstinado a veces. Todo el mundo veÃa en él un porte muy digno de un Capitán. Dresteq llegó a caballo a la Aldea Norte el dÃa siguiente. Llegó con cuatro mozos llevando un par de palanquines montados en poneys. VenÃa con ellos un soldado a sustituir a Dartöq. Mientras se ultimaban los preparativos para llevarse los cuerpos, hacia el mediodÃa Dresteq fue a visitar a Quolhad y su familia. Se disculpó por la tragedia en nombre de su padre y dijo que lamentaba todo lo ocurrido. Luego, observó a Jinyia y le preguntó cómo se encontraba. La muchacha estaba un poco pálida, y no contestó. Dresteq y los mozos se quedaron a comer, debido a la insistencia de Quolhad, quien sin duda intentaba ganarse la confianza del hijo del Capitán. Aquella misma tarde, el cielo se nubló muy densamente y empezaron a caer grandes copos de nieve. Pronto la ventisca aumentó en intensidad, el viento giró del norte y se levantó en pocas horas una tormenta terrible, que azotó los campos y el bosque. El cielo gris plomo parecÃa llegar hasta el suelo y al poco tiempo fue imposible poner un pie fuera de las casas. El viento cortante aullaba entre los árboles del bosque y sacudÃa los débiles tejados de madera de las casas. Esta situación obligó a Dresteq y los demás permanecer en casa de Quolhad. Se resguardaron como pudieron, junto al fuego. Con ellos estaban los cinco soldados y también algún que otro lugareño. Empezaron a charlar de cualquier cosa y la tarde fue avanzando. Pasaron las horas y el tiempo no mejoraba. El frÃo era muy intenso y todos se encontraban cerca del fuego, tiritando y envueltos en gruesas capas. Fue llegando la noche y cerrándose sobre la aldea. Todas las vigas crujÃan y las paredes, de madera y pieles aislantes, dejaban oÃr su sufrimiento ante las embestidas de la nieve. Al final, todos se acurrucaron y se durmieron en el suelo, pues Dresteq no quiso hacer uso de ningún privilegio.
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