Las hazañas de Lady Janet

05 de Febrero de 2004, a las 00:00 - Fëadraug Turmellyrn
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CAPÍTULO 2: EL NIGROMANTE

 Los casi dos metros y algo así como cien kilos de Tursk me acompañaban cuando Arghèson despertó. Se estiró y se frotó los ojos. Ciertamente, había dormido placenteramente, aunque por obligación. En cuanto abrió sus ojos nos observó a los dos tranquilamente, como si no le importase que su libertad estuviese bien limitada.
 - He tenido una siesta muy agradable, señorita - comentó burlón el nigromante -. Realmente deberías dejarme más de ese veneno, puede que incluso supla la hierba de Shura que me suelo fumar para relajarme.
 - ¡Encima enganchado a la hierba! ¡No he visto tipo más ilegal en mi vida! - dijo  muy sorprendido Tursk.
 - Mire, Arghèson, aquí no estamos de simple cháchara - dije seriamente, mientras cogía una silla y me sentaba enfrente de la cama del nigromante -. Antes de entregarle a Solderai como el putrefacto criminal que es, tengo que hacerle una serie de preguntas. Las responderá, ¿me equivoco?
 Arghèson no prestó atención a lo que dije, pues estaba observando la habitación. Se quedó así un rato, lo cual empezaba a impacientarnos a Tursk y a mí. El nigromante parecía sentirse aliviado al ver que las cortinas estaban echadas.
Luego me observó, como pidiendo que le repitiese lo que había dicho.
 - ¿Va a responder a mis preguntas, sí o no? - esto lo dije con un tono tranquilo, a pesar de que estaba perdiendo la paciencia.
 - Responderé si el engendro se larga - respondió Arghèson.
 Tursk iba a estrangular a Arghèson, pero alce mi mano, indicando al semiorco que lo mejor era hacerle caso. Tursk se fue, no sin soltar toda clase de insultos y maldiciones.

 Arghèson parecía acomodarse en la cama.
 - ¿Os conocíais de antes, muchacha? - preguntó Arghèson.
 - Por si no lo sabía, quien pregunta soy yo - contesté -, pero si contestando a su pregunta va a responder a las mías... No, no le conozco de antes. Al igual que usted, en la taberna fue la primera vez que lo vi.
 - Formáis una pareja estupenda... Un salvaje que parece más orco que humano y una ramera con espada. Lo que no sé es por qué no te ha pedido aún la ma...
 Una mirada furiosa detuvo a Arghèson. Ante mi expresión, acompañada por la caricia al mango de mi espada, el nigromante se limitó a acomodarse y esperar a las preguntas.
 - Ahora sí que no va a interrumpirme, ¿entiende?
 - Muy bien, muchachita, muy bien... Empieza con tu interrogatorio, pero no te alargues mucho.
 - No se preocupe, será corto - respondí.
 Había notado que el tono de Arghèson era demasiado confiado. ¿Creía que podría huir? No lo sabía en ese momento, simplemente sospeché de sus intenciones. Mientras tanto, intentaba acomodarme en la silla, pensando en la primera pregunta.
 - Bien, nigromante, ¿sabe de qué se le acusa?
 -¿De qué? - preguntó Arghèson, tranquilo.
 - El culto a Gurthkáno está prohibido, creo que esto ya lo sabía - respondí -. Pero lo más grave es el hecho de que organizara sacrificios, cuando la práctica de éstos es un crimen, incluso en los cultos caóticos legales.
 - ¡No me digas! - respondió Arghèson sin mostrarse para nada nervioso, más bien parecía dárselas de gracioso -. Mi adoración a Gurthkáno. ¿Ese hecho del pasado es un crimen? ¿No existe la libertad de pensamiento? Esto es un gran fallo para una supuesta gran nación como es este imperio.

 Ahí ya me había pillado, no tenía que haber sacado lo de la libertad de pensamiento. Sin embargo, me mostré serena todo el tiempo, evitando estancarme en cuanto sacase un tema comprometido sobre el Imperio Soldeví.
 - Parece usted que no sabe que existen cultos controlados y otros prohibidos para defender a la población de la influencia del Mal - dije.
 - ¿Y quién no me dice que son los Dioses del Orden los que deberían ser considerados los "malos"?
 - ¿Qué intenta decirme, Arghèson? ¿Cree acaso que el culto siffririano es el erróneo? - sabía que trataba de confundirme y, he de confesarlo, casi lo lograba -. ¡No conseguirá engañarme con sus sucios trucos, desviándome del tema!
 - No, chica, no me desvío del tem...
 - Pues entonces terminemos con esto y vayamos a las preguntas de verdad - interrumpí bruscamente.
- Ah, pero... ¿no habías empezado ya? - se burló el nigromante, aunque razón no le faltaba. Lo que le pregunté antes no lo tenía planeado para el interrogatorio en sí.
- ¿Qué mercancías solía llevar usted? - pregunté, tratando de ignorar su burla -. Ya he visto el polvo de hada, pero seguro que tiene más cosas.
 - Como si te lo fuese a decir con toda la calma del mundo - se atrevió a contestar Arghèson.
 No pude contenerme y le agarré de la solapa de su túnica. No sé qué cara tendría yo en ese momento, pero Arghèson sonreía. Seguramente su estrategia de hacerme perder los estribos estaba dando sus frutos. Así que le solté y volví a sentarme.
- Dígame de una vez qué vendía - crucé los brazos, esperando la respuesta de Arghèson.
El nigromante se quedó callado durante varios segundos. Y los segundos se tornaron minutos. Arghèson simplemente sonreía como un estúpido mientras yo no dejaba de observarle seriamente.
- ¿Quieres saberlo de verdad? De todas formas, tendré que confesar en Solderai, ¿no puedes esperar?
- Siempre he querido ser la primera en enterarme de todo - me limité a decir -. Puedo esperar bastante a su respuesta, aquí sentada. Pero no estaré esperando toda una eternidad, así que dígame qué vendía.
- ¡Eh, eh, tranquila! - Arghèson sonreía todavía -. ¿Te molesta que no te diga lo que vendía? Pues eran pociones, amuletos, pergaminos y otros productos con cierta relación mágica ilegales o difíciles de conseguir.
- Especifique.
- Sangre de Wyrm, Loto Negro de Oriente, Veneno Hades, Esencia de Orco, Fuerza de Gigante, amuletos del Caos de diversos cultos... ¿Qué esperabas? Es de lo más típico que hay de venta ilegal, ¿no?
- ¿Y quién se la distribuye?
- Eso ya no te lo puedo decir, mujer. Me tienes a mí, ¿no? ¿Qué te importan los otros? - Arghèson se llevó la mano a un bolsillo de la túnica y sacó un frasco lleno de pastillas.
- ¿Y eso? - pregunté.
- ¡Qué manía de meterte en la vida de los demás! Es mi medicación. Tengo una enfermedad degenerativa y esta medicina al menos retrasa sus efectos. Entre esto y la hierba calmo mi agonía.
- ¿Acaso comercia para obtener las pastillas? Sé que las enfermedades degenerativas necesitan caros remedios difíciles de conseguir - empecé a dilucidar -. Pero... no tendría sentido con sus sacrificios ni con su...
- Porque la enfermedad empezó a afectarme después de que se pusiese precio a mi cabeza - interrumpió el nigromante -. Seguramente fue por culpa de la última virgen que sacrifiqué a Gurthkáno, ya decía yo que esa chica no estaba muy bien de salud... Pero bueno, ¿acaso la enfermedad no es cosa de Gurthkáno?
Abrió el frasco y sacó una pastilla.
- Pensé que ésa era la voluntad de mi Señor - prosiguió -, que yo pueda sufrir una enfermedad terrible por haberle sido tan fiel. Una recompensa a mi fe ciega en Él.
- ¿Y cómo...? ¿Cómo es que no deja que la enfermedad le afecte si cree que es algo bueno que le da su divinidad?
- Si le digo la verdad, al final dejé de adorarle, tras descubrir que el dolor no es ningún placer - reveló Arghèson -. Sigo dedicado a la Nigromancia, aunque como ves también empecé a dedicarme a la venta ilegal y así poder vivir unos cuantos años más gracias la medicina que compraba. Soy un ser humano, mi instinto de supervivencia es mayor que mis creencias religiosas.

No entendía nada: ¿un nigromante que se aferraba a la vida? Una extraña contradicción de términos, alguien que recibía el poder de la muerte ansiaba seguir vivo. Pero para Arghèson era una cosa normal y se explicaba con el instinto de supervivencia de los humanos.
- Volviendo a las preguntas... ¿Quién le distribuye las mercancías? - pregunté de nuevo, esta vez más tranquila, aunque también confundida por lo que dijo el nigromante.
- Eso ya lo diré ante las autoridades, no voy a decírtelo a ti - y Arghèson sonrió como si nada, mientras se tragaba la pastilla que había sacado, para después guardar el frasco otra vez bajo su túnica.

Aunque tratara de sacarle el nombre de su distribuidor, él se limitó a no responder. Viendo que no podía sacarle la respuesta, decidí dejarle allí, ya que me imaginaba que el resto de preguntas también tendrían igual resultado. Cerré la puerta con llave, esperando evitar su huida.
En la otra habitación, Tursk estaba poniéndose la armadura de cuero.
- ¿Te vas? - pregunté.
- Sí... bueno... - intentaba decirme el semiorco -. Tendrás que ir a Solderai con ese villano, ¿no? Pues ya que has sido tan amable conmigo, has pagado tú la estancia y demás, pienso acompañarte hasta la capital y defenderte de cualquier peligro, como muestra de gratitud.
- Puedo defenderme yo sola - sonreí -, pero acepto encantada tu compañía.

Tursk colgó su hacha del cinto y se ajustaba por última vez la armadura de cuero. Me miró durante unos segundos, mientras yo dejaba mi espada al lado de la puerta.
- Por cierto, ¿dónde has dormido tú? - preguntó Tursk.
- Estuve en la silla donde me viste antes toda la noche, y allí dormí - respondí.
El semiorco mostró una sonrisa muy discreta, aunque era fácil de distinguir entre sus duras facciones. Mientras se aseguraba de que todo estaba en orden, se dirigió a la puerta del dormitorio de Arghèson.
- Será mejor que partamos cuanto antes, Sandra - comentaba Tursk -, no me gustaría que ese tipo se nos escapara, recuerda que hay una ventana.
Cuando dijo eso, me dio un vuelco el corazón. ¿Y si tenía razón? ¿Y si el nigromante escapaba? Me consideraba una tonta por no haberme quedado dentro con Arghèson.
Pero al abrir Tursk la puerta me tranquilicé. Arghèson no se había movido de la cama y seguía tan tranquilo, como si nada de lo de antes hubiese pasado. Miraba el techo y no fue hasta que Tursk se puso a su lado cuando su vista se dirigió hacia el semiorco.
- Bueno, tras las preguntas, toca moverse, así que vete levantando, nigromante - dijo Tursk.
- ¡Vaya, así que ésta es la amabilidad de los orcos! Interesante - se mofaba Arghèson, llevándose una mano a la barbilla y sonriendo.
- La amabilidad orca sería clavarte mi hacha en tu cabeza, así que levántate ya o tendré que sacarte de la cama a rastras - tras unos segundos, le agarró del brazo al nigromante, levantándolo sin esfuerzo de la cama -. Creo que vamos a tener que charlar durante el camino, para ver si aprendes educación y de paso dejas ese racismo a un lado, ¿me has oído?
Arghèson hacía como que oía, pero se le notaba en su mirada que no prestaba atención al semiorco. Era como si mirara a la nada.
- No te confíes tanto. Si crees que puedes escapar, te equivocas - se apresuró a decir Tursk -. ¡Vamos, muévete! ¡No me obligues a llevarte a rastras, que será peor para ti!
Tranquilamente, Arghèson miró fijamente al semiorco.
- ¿Por qué esa manía de decirme que no puedo huir? - preguntó el nigromante -. ¿De verdad creíais que intentaría escapar? Soy bastante mayor y dependo de unas pastillas para poder asegurarme que al día siguiente podré despertar en este mundo y no en el otro. ¿Desconfiáis tanto de vuestros prisioneros?
Tursk no sabía que decir, ni yo tampoco. Hasta que me decidí y me adelanté hacia al nigromante.
- Pues si no va a escapar, venga, hay un largo camino hasta Solderai - le dije
Tursk, aún agarrando a Arghèson del brazo, lo sacó de la habitación, siguiendo mis pasos..

Así los tres dejamos la posada. La gente que estaba en el pequeño recibidor no paraba de observar tanto a Arghèson como a Tursk. No parecían estar acostumbrados a ver a un ser tan decrépito ni a un semiorco.
Una vez en el camino, Arghèson trataba de llevar la capucha de tal forma que los rayos del sol no incidieran demasiado en sus ojos. Tursk no dejaba de murmurar varias palabras, tal vez en alguna lengua de los pueblos bárbaros del Oeste, mientras llevaba el hacha en la mano. Yo también desconfiaba del nigromante, y tener la mano sobre la empuñadura de mi arma me daba seguridad.

Habíamos decidido seguir todo el camino a pie hasta llegar a Mant, la ciudad más cercana. Allí cogeríamos un transporte hasta Solderai; además, ya de paso visitaría la armería de los hermanos Sereg. ¿Y quiénes son los Sereg, preguntáis? Son una humilde familia de medianos que se dedicaba en principio a la carpintería, pero gracias al mayor de los hijos, Julius, un antiguo espía y asesino a las órdenes del Imperio y uno de los llamados Héroes de Salk, consiguió el dinero suficiente para que él y dos de sus hermanos montasen una armería y empezasen así una nueva rama del negocio familiar.
Hacía tiempo que no veía a Maese Julius y a sus hermanos Fred y Johnathan. Después de los incidentes de Ghidnaar, había visitado varias veces la armería; ya llevaba medio año sin verles.

- No te importará si hago una visita en Mant, ¿no? - pregunté -. No te preocupes, que no pienso tardar mucho.
- Tranquila, a este paso llegaremos pronto y sobrará tiempo - respondió Tursk.
- ¿Vas a ver al novio, chica? - Arghèson comenzó a reírse, pero ninguno de nosotros decidió hacerle caso.



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