La historia de Erya Dúnion

15 de Septiembre de 2003, a las 00:00 - Nura de Mithlond
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5.- Por tierras ribereñas.

Cuando salió de aquella ensoñación del pasado, se dio cuenta de que Yúkale lo había llevado hasta casi la mitad de la montaña y que el sol hacía ya largo tiempo que había pasado el cenit. Sacudió la cabeza para desterrar los recuerdos a lo más profundo de su mente, acarició el cuello del caballo y se centró en el camino que tenía delante; apenas un sendero pedregoso que discurría entre una pared que parecía cortada a cuchillo y un profundo precipicio.
Siguió cabalgando hasta que, estando ya cerca del Paso Alto, tuvo que desmontar y llevar de la brida a Yúkale.
- Con cuidado ahora, amigo-. El camino tomaba aquí una pendiente pronunciada y se estrechaba.
Ambos ascendieron sin ningún problema. Y ya del otro lado del Paso, Erya decidió descansar y comer algo. Buscó un lugar al resguardo del frío y cortante viento que soplaba del norte. Un grupo de piedras, caídas seguramente de la cima en siglos pasados, les sirvió de refugio.
Si mantenía aquel ritmo, pensó, esa noche podría dormir en la falda de la montaña y hacia el mediodía del día siguiente llegaría al Viejo Vado. Miró el cielo y vio como el viento arrastraba unas nubes grises y compactas que anunciaban una más que segura tormenta de nieve. Se levantó y desperezó. Sería mejor comenzar el descenso cuanto antes. No tenía ganas de que la nieve lo sorprendiera en plena montaña.
Aun bajó un trecho guiando a Yúkale de la brida. Y cuando el camino fue de nuevo seguro, montó sobre él y emprendieron un descenso más rápido. Sin embargo, pronto, las nubes cubrieron el cielo y dejaron caer su carga en forma de fríos copos blancos que, empujados por el viento, se convertían en inmisericordes flechas de hielo, que arremetían contra ellos una y otra vez. Erya se echó sobre la capa élfica que llevaba (regalo de la Dama Blanca) una pesada capa oscura de viaje, forrada de pieles, tal como las usadas por los Dúnedain durante los gélidos inviernos del norte, y se envolvió en ella, embozándose bien la cabeza con la capucha.
Poco a poco y con precaución, pues la ventisca le impedía ver con claridad, descendió al pie de la montaña, donde la tormenta de nieve se transformó en una lluvia fría que caía en abundancia. Ya la tarde era vencida por la noche y buscó un sitio para acampar. Al final se decidió por un grupo compacto de árboles, donde montó un pequeño vivac, tendiendo las cuerdas entre los troncos. Cubrió a Yúkale con una manta, encendió un pequeño fuego y se dispuso a pasar la noche de la forma más seca que le fuera posible. Tomó una cena frugal y se dejó envolver por el sueño, pues si el peligro se acercaba una parte de él, que siempre estaba consciente, le haría despertar. Además Yúkale también lo avisaría, como había hecho en cientos de ocasiones.
Ya en el límite del sueño, oyó los aullidos de los lobos de montaña, pero no le preocuparon, pues muchas de aquellas bestias habían muerto bajo sus certeras flechas y estaba seguro de que los vivos no olvidaban a aquel guerrero elfo de ojos brillantes. Hacía años que no lo atacaban en aquel paraje.

Volvió a partir antes de que despuntara el amanecer. Si bien el tiempo se mantenía frío, el día había amanecido con un cielo claro y límpido, donde brillaba un pálido sol de invierno.
Viajando con calma por aquel paisaje llano y verde llegó, como había calculado, al Viejo Vado hacia el mediodía. El Anduin bajaba algo crecido, después de la tormenta de la noche y día anterior, pero eso no sería problema para Yúkale, un animal de gran alzada y fuertes miembros. Cruzaron el vado y ya del otro lado se encontraron en unas amplias y feraces tierras ribereñas, salpicadas aquí y allá por grupos de casas y cabañas y algún que otro caserío. Habían entrado en las tierras de los Beornidas, hombres de bien, tan fuertes y valientes cuando debían enfrentarse a los orcos y huargos de las Montañas Nubladas, como trabajadores y esforzados en el cultivo y cuidado de sus tierras.
Cabalgó por aquellas tierras cruzando las aldeas más grandes, embozado en la capa, pasó como un viajero más del antiguo camino. Recogió las noticias que le parecieron más importantes, preguntando de vez en cuando a los lugareños. Se enteró de que, cada vez más a menudo, los orcos hacían incursiones en las aldeas.
- Lejos quedan ya los años en que por un tiempo no hubo que trancar las puertas por la noche. Ahora hay que dormir con las armas junto a la cama- le dijo un panadero de mediana edad.
También oyó que ahora era normal ver grupos de Enanos yendo y viniendo por el camino.
Que el hijo de Beorn, Grimbeorn, era ahora Señor de la Casa y de aquellas tierras, y que junto a los miembros de su familia, las protegían. Si se era suficiente valiente (o loco, le dijeron) como para pasar la noche al raso, podría verlos en sus formas de oso persiguiendo a las oscuras criaturas o en cónclave en torno a la Carroca.
Por último, una noche con la luna velada por oscuros nubarrones, se encaminó a la Carroca. Mucho antes de tenerla a la vista, desmontó y pidió a Yúkale que lo esperase allí. Se acercó en completo silencio, moviéndose como una sombra entre las sombras. Y allí, en torno a la Carroca vio tres figuras oscuras, osos de gran tamaño. Parecían hablar entre ellos y prepararse para una partida de caza, caza de orcos. Esperó inmóvil hasta que los osos se fueron con dirección a las montañas y empezó a caminar hacia donde se encontraba Yúkale. Una sonrisa cruzaba sus labios. Mientras los descendientes de Beorn vigilaran aquellas tierras sus gentes estarían más seguras.
Tras dormir unas horas al raso, partió con las primeras luces del nuevo día hacia el Bosque Negro, donde pasaría unos día en las estancias subterráneas de Thranduil.
- Galopa rápido Yúkale, bien conoces el camino que lleva al reino del Bosque-. El caballo asintió con un fuerte relincho y se lanzó como una flecha en llamas a través del llano, dejando atrás aldeas y poblados.  


6.- Bosque Negro (Un viejo amigo)

Cruzó la umbría linde del bosque y se encontró sumido en una pesada penumbra, rasgada apenas por unos tenues rayos de sol, que, rindiéndose, morían antes de tocar el suelo.
Ambos, jinete y montura, conocían bien los caminos y senderos que debían tomar para llegar al reino élfico del bosque, sin temor a extraviarse.
Sin embargo, siempre que penetraba en aquella floresta, desde que cambiara su nombre por Bosque Negro, una sensación de peligro y acechanza hacia presa en él. Y, aunque gracias a la expulsión del Nigromante de Dol Gúldur hacía veintidós años, el bosque había recuperado parte del verdor de antaño, desde hacía unos doce años, la oscuridad había vuelto a tomar los territorios perdidos. Espesas sombras envolvían de nuevo la Colina de la Hechicería.

Erya mantuvo al paso a Yúkale, para evitar con facilidad los obstáculos del sendero. No hacía caso de las sombras que se escurrían en el límite de su visión ni de los ruidos que sonaban en torno a él. Aunque bajo la tupida y oscura vegetación no podía ver el sol, calculó que no debía pasar una hora del mediodía.
Llegado un momento, abandonó el sendero principal y se internó por lo que parecía una senda de animales. En este punto tuvo que desmontar, pues la fronda crecía más junta y más apretada. Anduvo durante el resto del día y la noche, parando sólo para que Yúkale descansara.
Dos días más tarde, había cruzado el Río del Bosque, para seguir internándose en los territorios de Thranduil. Caminaba, no muy lejos de la ribera del río, cuando se vio obligado a detenerse.
- Daro! Man teli ha?- Oyó una voz autoritaria, que provenía de lo árboles a su alrededor. (Alto, ¿Quién va?).
- Im Erya Dúnion, mellon o Aran- (Soy Erya Dúnion, amigo del Rey). 
Tres ágiles silvanos lo rodearon. Iban completamente vestidos de oscuros verdes y castaños, para pasar completamente desapercibidos entre la floresta. Sus arcos cortos le apuntaron, mientras le observaban detenidamente.
- Almarë! - saludó el que debía ser el jefe, los tres bajaron los arcos- Im Borgil, pertenezco a la Guardia del Bosque. (Saludos)
- Almarë, Borgil! Me envía Elrond Peredhel y solicito una audiencia con vuestro rey. Se que mi nombre no os es desconocido.
Borgil asintió.
- Aphado le. (Seguidme).
Los tres Moriquendi lo guiaron hasta el puente, que cruzaba el río, ante las mágicas puertas de piedra de la morada de Thranduil. Allí les salió al paso un alto sindar.
- Mae govanen, Erya - le saludó uno de los capitanes del rey.
- Mae govanen, Indagor.
- Podéis retiraros. Yo le guiaré ahora-. Despidió a Borgil y sus compañeros- Tula. El rey te espera. (Ven).
Junto a Indagor cruzó las puertas de Amon Thranduil y penetró en el palacio-caverna. No pudo evitar que aquel lugar le recordara a Menegroth (como siempre le ocurría cuando se encontraba allí), pues su arquitectura, decoración y distribución eran muy similares a las estancias de Elu Thingol. Aunque no podría rivalizar con el esplendor y magnificencia de Las Mil Cavernas.
Indagor lo llevó directamente al despacho privado del rey. Ambos entraron. Thranduil estaba sentado tras un escritorio atiborrado de pergaminos, en su cara se reflejaba un palpable sentimiento de hastío al mirar la pila de papeleo que tenía ante si. Al verlos entrar, se levantó y despidió a su capitán.
- Almarë, mellon -. Dijo el rey, estrechándole la mano y parte del antebrazo.- Ha pasado mucho tiempo.
- Así es, Aran.
-  Oh, no hace falta que atendamos al protocolo. Siéntate. ¿Quieres algo de beber? ¿Hidromiel? Es la mejor de todo el reino.
Erya asintió y observó a Thranduil, mientras servía dos copas. Su viejo amigo no había cambiado mucho desde la última vez que se vieran y, aunque ahora en sus labios se dibujara una sonrisa y se mostrara alegre, en el fondo de sus ojos grises podía ver la seriedad y la pena que, desde la muerte de su esposa, le acompañaban.
- Supongo que ésta no es una visita de mera cortesía.
Erya hizo un gesto afirmativo.
- Me envía Elrond. A petición de Erebor.
- ¿Qué problema tienen los Naugrim? Tan grave es, que se han "rebajado" a tratar con los elfos- dijo, mordaz, Thranduil. Al parecer, su animadversión por los Enanos seguía bien presente.
Erya podía comprender el por qué; el ataque a Doriath y cierta rencillas que se habían ido sucediendo durante las Edades. Sin embargo, los actuales residentes de la Montaña Solitaria nada tuvieron que ver en aquellas luchas. Suspiró, para Thranduil un enano era un enano, daba igual a que Casa perteneciera.
- Al parecer, tienen la sospecha de que los dragones del Brezal Marchito se están moviendo. Voy a Erebor como consejero y para comprobar la verdad de esas sospechas.
- Ya veo. Pero ¿ por qué no me pidieron ayuda a mí?
- Supongo que porque no estáis, actualmente, en las mejores relaciones. O, no te ofendas, pensaron que Elrond es mucho más sabio y listo que tu.
Ambos rieron la ocurrencia del vanyar.
- Veo que te lo estás tomando con humor.
- No me queda más remedio, Thranduil.
- Si quieres, puedo ofrecerte una compañía de mis mejores arqueros.
- Te lo agradezco. Pero no será necesario. Sólo voy a mirar. Ya he tenido suficientes enfrentamientos con dragones para el resto de mi vida. Aun en mis más oscuras pesadillas, los veo cayendo sobre Gondolin.
- Debió ser terrible. He oído las historias que contaban los supervivientes, pero no puedo llegar a imaginar el horror que debisteis vivir durante el ataque. Vamos, amigo, enterremos los oscuros recuerdos-. Dijo Thranduil, al ver el dolor reflejado en el rostro de Erya.
Por unos segundos, el vanyar guardó silencio. Gondolin, joya entre las ciudades élficas, perdida para siempre, como tantas otras. Decidió dejar de mirar al pasado y enfrentarse con el presente.
- Dime, ¿cómo andan las cosas por aquí?
- Apenas cambian. Arañas y Orcos, que parecen reproducirse más y más cada año-. El tono del sindar se tornó serio y grave- Algo oscuro ha vuelto a Dol Gúldur. No sabemos de qué se trata, pero un halo de miedo parece envolver la colina maldita. Y las criatura malignas del bosque se congregan allí.
- ¿Has enviado algún explorador?
- No. Hace años que no dejo que se aventuren más allá del Claro del Este. A partir de ahí los caminos se ocultan de nosotros y la oscuridad es como si acechara.
Erya asintió, reflexivo. Malas noticias, que debían llegar cuanto antes a los oídos del Concilio Blanco.
Llamaron a la puerta. Y un elfo de áureos cabellos apareció bajo el marco. Llegaba de una expedición, pues aun llevaba la capa manchada sobre los hombros y un arco colgaba de su hombro.
- Almarë, adar-. Saludó.
- Minno, ionnin. Erya, ¿recuerdas a mi hijo, Legolas? (Entra, hijo mío).
El vanyar asintió, se levantó y le estrechó la mano.
- Mae govanen, Legolas Thranduilion-. No pudo evitar sonreír al reconocer algunos de los rasgos de Cúthalion en el maduro rostro del sindar - Has crecido desde la última vez que te vi.
- ¿Tantos años han pasado desde tu última visita?- inquirió el nieto de Beleg.
- No. Pero las otras pocas veces que he venido, tu estabas fuera. Me pregunto si serás tan hábil con el arco como me imagino.
- Mañana saldré en una batida de caza, acompáñame y podrás comprobarlo con tus propios ojos.
- Así lo haré.
Ambos se sentaron y Thranduil le sirvió una copa a su hijo.
- Cuéntame, ¿qué noticias traes?
- Descubrimos otro de esos nidos de arañas. Las hemos exterminado casi por completo. Algunas huyeron hacia el sur. Las perseguimos, pero fue en vano. Sin embargo, no creo que vuelvan a las fronteras por un tiempo.
- ¿Alguna baja?
- Rielë fue envenenada. Pero ya está siendo atendida. Los sanadores han dicho que se recuperará.
- Me alegro. Odio a esas arañas sobrealimentadas. Ojalá Ungoliant hubiese devorado a toda su parentela-. Gruñó el rey.
Erya se estremeció involuntariamente al escuchar el nombre de una de las más temibles criaturas de Los Días Antiguos. Thranduil se dio cuenta de ello.
- Discúlpame Erya. Había olvidado los terribles recuerdos que te trae ese nombre. A ti y a la mayoría de los Exiliados que aun moran aquí.
- Sí. Oscuridad sin esperanza de nueva luz. Dos Árboles muertos, devorados-. Desechó aquellos pensamientos.
- ¿Algo más, Legolas?-. Su hijo negó con la cabeza- Puedes ir a descansar. Da a tus hombres el resto del día libre.
- Adar, Erya, tenna rato.
- Tenna rato-. Le despidieron los dos.
Legolas se fue cerrando la puerta tras de si.
- ¿Cuántos días te quedarás?- preguntó Thranduil.
- No más de tres. Ten, es una carta de Elrond-. Le tendió un pergamino lacrado.
- Lo leeré más tarde. Ahora, ¿me harías el favor de acompañarme en una sencilla cena? Ordenaré que preparen una de las habitaciones de invitados.
Los dos amigos salieron a los largos corredores en dirección a uno de los pequeños comedores, mientras se ponían al día de sus respectivas vidas.

Erya pasó los tres días siguientes en compañía de Thranduil y, cuando éste se hallaba ocupado, salía de batida con los Cazadores Reales. Mató muchas arañas, entabló nuevas amistades con jóvenes silvanos y sindar, que vivían en el bosque, y, ciertamente, pudo comprobar la increíble habilidad con el arco que Legolas había heredado de su abuelo, Beleg Cúthalion.

El día de su partida, Thranduil fue a despedirlo a las puertas de palacio. Le entregó una carta par Elrond.
- Mantén el Camino del Bosque abierto. Es posible que tenga que enviar un mensajero rápido a Elrond-. Le sugirió Erya.
- Haré lo que pueda. Diles a los Naugrim que pueden contar con mi ayuda si la necesitan- dijo a regañadientes- Borgil e Indagor te acompañarán hasta el linde del bsoque.
- Hannad len. Nai Elbereth etye varyvar tennoio. Tenna rato. ( Gracias. Que Elbereth te proteja siempre. Hasta luego).
- Tenna rato, mellon.
Thranduil los vio cruzar el puente y desaparecer entre la oscura fronda.

Siguieron el curso del río. Y sin más incidentes que dos ataques furtivos de arañas, que repelieron con rapidez y habilidad, dos días después, llegaron a los limites de Bosque Negro. Erya se despidió de Borgil e Indagor. Montó sobre Yúkale y partió rumbo a Valle y Erebor. La Montaña Solitaria se dibujaba en el horizonte, aguardándole. Y más allá, el Brezal Marchito.
- Lelya. (Voy).  

 



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