El Canto de la Última Jornada

29 de Junio de 2003, a las 00:00 - Daniel Figueroa
Relatos de Fantasía - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame


Caminó siguiendo la pared de piedra, estudiando su fallada. Sin darse cuenta llegó hasta al sitio del derrumbe. En verdad había sido grande, un considerable montículo de rocas y tierra apoyado contra la pared. Lo miró por un rato. Muy cerca estuvo, demasiado; y aun así, sólo unos moretones y rasguños en las piernas. Nada comparado con las demás posibilidades. Sintió un vació en su interior y un nudo en la garganta; cerró los ojos y oró.
Después miró hacia arriba. Tal parecía que ese era el punto más bajo del acantilado, apenas unos siete metros por encima del montículo. La parte por donde se había deslizado el derrumbe había quedado muy lisa, como si se le hubiera sacado un bocado a la montaña con una paleta de albañil, pero a los lados era muy irregular, con muchas salientes.
Podía no ser su actividad favorita, pero en caso de ser necesario era bastante bueno para escalar. Y con esta idea en mente, subió por el montículo. Sin dificultad encontró donde asir una mano, y después la otra. Se alzó un poco; sus pies encontraron con facilidad buen apoyo.
Se detuvo un momento y observó bien la roca. Debía tener mucho cuidado, la pared podía haber quedado demasiado inestable. Una mano tras otra, brindando buen balance, y las piernas subiendo con fuerza; podía tener dolor, pero su voluntad era más grande. Sin contratiempos ya estaba escalando a un lado de la parte lisa.
Al comenzar a escalar, revivió la última vez que lo había hecho. No precisaba la fecha, lo cual poco importaba. En un país muy lejano donde se yergue una montaña solitaria, él con su hermana se despidieron en la cima, el día en que tomaron camino separados. Sin darse cuenta comenzó a tararear la canción que ambos gustaban de compartir cuando estaban juntos.
Su pie resbaló, devolviéndolo a la realidad, cuando ya había recorrido un par de metros. Una de las salientes donde se había apoyado cedió a su peso y cayó; su golpetear contra la roca y el montículo hizo eco en todo el lugar. En ese momento lo notó: el bosque estaba silencioso. Su pie y sus manos con pena soportaban su peso, mientras su otro pie buscaba por tacto otra saliente.
De repente el silencio fue roto por el incesante golpeteo de las rocas. Otro derrumbe, pensó, y se lanzo a abajo. Cayó pesadamente, soltando un leve alarido por el dolor que sintió en todo su cuerpo. Pero para su sorpresa, debajo de sus pies no sentía la sólida roca, sino una superficie suave y movediza.
Se lanzó de nuevo, esta vez cayendo en el suelo. Tenía el montículo en frente de él, desparramándose hacia los lados; una masa oscura surgía de este.
Miró en todas direcciones; la sentía, la conciencia del Magistrado, más débil, más solapada. En ese momento lo miró: ¡Azazel seguía con vida!
El gigante de más de dos metros, lentamente y con mucho trabajo, salió de entre la masa de roca y barro. Hasta ahora Bardo miraba bien al cazador: una gruesa y maltrecha piel café tierra cubría su cuerpo; el metal de la armadura de altio seguía brillante, pero sólo cubría sus miembros y parte de su tórax; el casco se había partido, su mano derecha estaba desnuda y sangrante.
Cuando se liberó por completo, se dejó caer pesadamente sobre los escombros. Estaba tan aturdido que todavía no notó la presencia del bardo. Tomó el casco con ambas manos y se lo quitó. Su rostro era blanco pero muy marcado por viejas heridas, sus cabellos negros cayeron hasta la altura de sus hombros, tenía una barba espesa y oscura también; pero lo más le impresionante fueron sus ojos profundos, iguales a un par de lagos de aguas calmas que lo chupaban a uno y arrastraban hacia su fondo.
Despacio, Bardo también se sentó, sin quitarle la mirada ni un segundo. Aquellos ojos también lo siguieron, pero tenían en su expresión algo de indiferencia y paz; aquellos no eran los ojos de un asesino. Se observaron por mucho tiempo, aunque perdieron la percepción del mismo. Parecían estar en un juego de miradas o que se estuvieran hablando por medio de estas.
- Bello día, ¿no cree? - dijo finalmente Bardo con un tono inocente, como se le habla a un conocido.
Azazel permaneció inmóvil, aunque con la mirada recorría los alrededores.
- Hoy es un día especial para la vida - continuó, mientras jugueteaba su dedo con las hojas del dosel -, tal parece que todo se regenera este día. No sé si se celebrara alguna festividad hoy, tendré que investigar en los registros de la Academia cuando vuelva, pero es un día para vivir, no para matar, de eso si estoy seguro.
Nuevamente hubo silencio y miradas entre ambos. Esta vez Azazel lo rompió, con una voz queda y profunda.
- En un bosque igual a este nací yo. Entre arboles centenarios y ríos de aguas frescas mi padre me enseñó a vivir y sobre la vida; aprendí sobre los ciclos de la naturaleza de la propia mano de esta; nos alimentaba, ya que es nuestra madre.
>> Mucho tiempo ya. Los arboles y los ríos han escapado de mi vista, junto con mi padre y mi madre. Caminé y caminé hasta estas montañas que me recuerdan tanto a mi hogar. Aquí el Juez me encontró, o más bien, yo lo salvé a él. <<
- ¡Oh, noble en verdad eres! Dejemos esta tragedia hasta aquí, inconclusa. Regresemos al remanso del hogar, aunque sepamos que pronto tendremos que volver a marchar.
- No te equivoques mi buen bardo, mi amigo. Si bien la naturaleza es nuestra madre, tampoco es mansa. Has dicho que hoy todo se regenera, pues yo te digo: ¡Desde hoy todo volverá a nacer! ¡Este es el secreto de estos tiempos: este es el tiempo de la Regeneración! - su voz se volvió mas fuerte, inyecta de excitación; poco a poco se fue poniendo de pie adoptando la postura de una furia -; la naturaleza se convulsionara y sólo después sus heridas se cerrarán. ¿El Juez? No hizo más que abrirnos la puerta; el también es un signo de este tiempo, y juntos tenemos trabajo que hacer: cada uno ejecutando lo que le toca.
Así la persecución comenzó de nuevo. Bardo con rapidez se escabulló en el bosque. Se movía con gracia y velocidad entre los arboles como si nada le hubiera pasado, aunque la verdad era que se sentía muy maltratado; pero verse libre de la responsabilidad de cuidar a otros, le permitía mayor libertad de movimiento; también el ambiente era más ligero y refrescante a diferencia de la noche pasada.
Azazel por su lado había perdido fuerza. Su andar no era parejo y ágil, sino que se tambaleaba pesadamente, y utilizaba sus manos constantemente para ayudarse, en especial la izquierda. Bardo tuvo suerte de que la furia solo llevara puesta parte de su armadura para viaje; de haber usado armadura completa, aquella misma noche se hubiera levantado.
Esa mano sangrante; una garra perdida. Mantenía presente esta imagen en su cabeza. Tenía una oportunidad para ganar, una muy buena. Solo debía atacar el miembro herido para sacarlo de combate, tal vez no iba a ser necesario matarlo. No había nadie a quien cuidar, pelearía con mas soltura; aunque la extrañaba mucho, se sentía aliviado de no tener a Laurel cerca.
Habían dejado atrás, desde días pasados, los altos páramos de las montañas del Este, encontrándose en el bosque de los orgullosos árboles que se levantaban majestuosos hacia el cielo. El clima era menos severo, siempre húmedo y frío, pero sin las corrientes de bruma que azotaban las altas cimas. También, el suelo no era tan rocoso; por partes, una gruesa capa de hojas cubría el suelo del bosque.
El terreno descendía, la vegetación se hacía más espesa y el sendero muy empinado por partes; Azazel y Bardo a veces descendían resbalándose por un lodazal, formado por algún riachuelo recién nacido. Muchos habían nacido con las aguas de la tormenta, llenando de lodo las piedras y volviéndolas muy resbaladizas.  Sin darse cuenta habían encontrado un sendero perdido en la montaña, aunque la vegetación casi lo había engullido, mas ambos sabían muy bien como rastrear y no perdían un sendero con facilidad.
Bardo todavía lo sentía. Magistrado no abandonaba aquellos lugares; para su suerte la naturaleza lo protegía esta vez, el Juez se topaba con una barrera confusa de presencias que lo bloqueaban. Siempre supo que Azazel no murió en el derrumbe. La furia, también sentía aquella conciencia, murmurándole, dándole aliento para levantarse apenas se hubiera recuperado. Excelente, pensó el bardo, así desviaría la atención de Laurel, dándole mejores oportunidades para llegar al Paso de la Bruma y hasta la Ciudad del Valle sin tropiezos.
Escuchaba el pesado cuerpo del cazador dando tumbos detrás de él. El gran cuerpo de Azazel resultaba una desventaja para pelear en los bosques tupidos, en especial estando herido. Las Furias avanzaban por los bosques, escabulléndose como verdaderas fieras, pero como sea, Azazel era un guerrero de los páramos de las montañas altas y de las llanuras. Debía rematarlo antes de llegar al fondo donde se abría un claro cerca del río.
La furia salto sobre Bardo, pero este lo evito con un giro rápido hacia la izquierda, para después escabullirse entre varios arbustos. Azazel cayó toscamente. No tardó mucho en localizarlo, mas cuando se iba a lanzar de nuevo dio un paso en falso, perdiendo el balance por unos segundo. Bardo no desaprovecho, y por instinto se lanzó primero. Conjuro como pudo su poder y le atino un golpe en la base del cuello con el báculo. Un poderoso destello se produjo en el punto de impacto; la mole se tambaleo un poco, pero antes del segundo golpe lanzo un terrible zarpazo. Para su suerte el destello había cegado a Azazel, y no atinó bien el golpe.
Bardo cayó al suelo, pero al poner los pies en el piso, estos resbalaron y se precipito hacia atrás. Para sorpresa de ambos, la batalla se efectuaba sobre un pequeño riachuelo. Tanto movimiento había batido el suelo a su alrededor, transformándolo en una posa de barro.
Entonces sintió un nuevo dolor en su pierna; pero diferente al de una herida normal; este calaba profundo, inmovilizando el miembro como un frío penetrante en la carne. Al mismo tiempo las heridas en su brazo volvían a doler. Aquel era el dolor de la Furia, el producido por sus armas.
Azazel no tardó en darse cuenta de su infortunio y volvió a atacar, esta vez encontrándose con la punta del báculo, la cual se le incrustó en el abdomen. Caminó hacia atrás, sujetándose el estómago con ambos manos. Antes, un golpe de esa naturaleza no lo hubiera sacado tan fácilmente de guardia; este día, rompía su defensa y lo hacía retorcerse como a cualquiera.
Los dos en el suelo, heridos, yacían en tregua.
-  No tiene sentido - empezó a hablar Bardo -, dime, ¿cómo cambian las cosas con esta pelea? Las ciudades ya han ardido en llamas, y ahora están ennegrecidas por las cenizas y el hollín. ¿Acaso la sangre de alguno de los dos podrá restaurarlas? ¿Es que existe un dios que exija este holocausto como pago por el pecado de estos pobres? El Caos ha comenzado, y no creo que ha alguien le importe la suerte de dos idiotas perdidos en la montaña.
- Y en medio de esta locura, tal vez sólo esto tenga sentido - en la voz de Azazel resaltaba el agotamiento -. Así ha sido siempre. Tal vez el combate por la sobrevivencia, la fuerza que movió los cambios hasta el Homo sapiens... Si, regresando al origen, encontremos un verdadero camino, tal vez.
Penosamente se puso de pie. Esta vez, Bardo tenía la impresión de que Azazel apenas se ponía sostener sobre sus pies; su cuerpo se encorvaba, y jadeaba. En ese momento, una gota de sangre recorrió su mejilla como una lágrima, hasta el borde de su quijada y se precipito hacia el suelo.
Bardo sintió un profundo pesar. ¿Qué hacía él en estos tiempos? Otra Era, otro camino... pero no aquí, nada tenía que hacer un hombre como Azazel en estos lares. Pero no somos quienes para elegir el mundo en que nos toca nacer, y tal parecía que este era el papel que a ambos les tocaba interpretar en esta obra. Siniestra mano, proclamó el bardo, que has escrito nuestros caminos y que ahora mueves mi mano a la espada.
Y así, de un sólo movimiento la desenvainó. El brillo del metal, singular resplandor en todo el bosque, pareció excitar la mirada de Azazel, cuyas pupilas se dilataron y abrió los ojos. Tenía la impresión de un hombre a quien una aparición saca de un estado de estupor.
Pareció como si una vibración recorriera su cuerpo volviendo a tensar sus músculos, y con energía sacadas de flaqueza nuevamente atacó. Por momentos volvía a ser el imbatible señor de antes. Realizó una serie de movimientos oscilatorios de izquierda a derecha, mientras avanzaba con una velocidad increíble, describiendo una curva muy abierta. Embestiría a Bardo con un mortal ataque capaz de destajar el tronco de un árbol con facilidad.
El ataque solo tomó un segundo, o menos. La furia tal parecía que volaba; a su paso el lodo y las hojas saltaron por los aires. Esta vez el lodazal le ayudó a desplazarse con facilidad.
Entonces, ambas manos danzaron por el aire realizando círculos, mientras giraba al mismo tiempo todo su cuerpo. Nunca se detuvo hasta que atravesó a Bardo y anduvo varios metros más, impulsado por la inercia. ¡Pero sorpresa! ¡Nada! ¡Sus manos habían atravesado el aire! Y un profundo dolor se alojo en su mano derecha, tan fuerte que lo obligo a caer de rodillas mientras sollozaba. Tonto, en su furor olvido su mano descubierta y herida, y ahora una terrible quemadura la cubría.
Bardo había realizado un movimiento, el desplazamiento que hacía muchos, muchos años no ejecutaba. Una carta peligrosa; de haber errado un paso, pudo haber quedado dentro del alcance de Azazel y demasiado agotado para volver a huir. Pero ahora observaba oculto en alguna parte del bosque, inadvertido, aunque sus fuerzas se habían casi consumido esta vez. Hablaba, pero su voz venía de todas direcciones.
- Mi espada se llama Libertas, y yo escojo el camino de no matarte. Elijo no ser parte de esta escena de horror e insanidad. Tu sigue ese camino, si quieres, yo no. Me voy.
Sin miramientos dio media vuelta y se marchó, sin importarle en lo más mínimo los alaridos de Azazel o su suerte. Laurel estaba a salvo de aquella bestia; mientras los perseguía tenía motivo para pelear, pero ahora no veía mayor sentido en prolongar la lucha.
En su concentración pasaría desapercibido para la furia o la consciencia del Juez. Pero también, este estado lo consumía, lento pero seguro, como el Sol evapora las gotas de agua de las hojas y piedras. Anduvo un poco hasta llegar a un riachuelo, el más viejo de la montaña, y en su orilla cayó demolido por el agotamiento, buscando descanso en su calmas aguas.
Descansó un par de horas. Lavó su rostro y sus heridas con aquella agua fresca. Lograba mitigar el dolor, pero su pierna seguía dormida, como si la furia hubiera tomado la energía de ésta. Tampoco su brazo estaba bien; era la herida más vieja, de la batalla de la noche anterior.
Llevaba su capa nuevamente puesta; con la capucha cubría su cabeza. Estaba hincado sobre el agua. La escena era oscura; los árboles se inclinaban y se entrelazaba, formando con sus ramas una bóveda de crucería igual a la de una catedral. El agua bajaba por una muy pequeña "cascada"; solamente un ligero murmullo era perceptible; corría queda, parecía casi inmóvil en una pileta.
Solemnemente tomó un poco de agua en sus manos. La miró unos instantes. Era, como si leyera algún místico texto en líquido, como si los murmullos del riachuelo le contaran algún secreto. Recito sobre el agua en sus manos unas palabras apenas perceptibles, y sobre el agua en la pileta y en su mano se dibujaron varias ondas. Entonces la bebió despacio. Cuando termino, puso sus manos sobre la superficie. Solo después se marchó de allí con paso decidido.
Por senderos y rutas olvidadas anduvo. Su determinación era firme. Su mirada la tenía fija en el Valle; de ser necesario no descansaría por varias jornadas enteras. Cubierto con su capa, se deslizaba por las entrañas de la sierra. Inmaterial, solo una brisa se sentía moviéndose entre los arboles. En este estado podía sentir muchas cosas: el murmullo de muchas voces en el Este, las olas del mar rompiendo contra las costas al Sur y al Norte; una marcha, la siniestra marcha de un solo hombre desde el Norte, todavía muy lejana; y una melodía perdida en el viento.
La melodía le conforto. Todo había salido bien. Llegaron al Paso, y el camino del Valle estaba claro. Pero la marcha del viajero le consternaba, ¿cuál era su destino? ¿Será él? Escuchaba algo familiar en esos pasos. Detuvo su andar en una saliente. A sus pies se abría un acantilado y una alfombra verde lo cubría todo. De pie en la orilla, nada lo escondía, era un claro de roca en medio de la masa arbórea.



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