Oscuros pensamientos

01 de Noviembre de 2003, a las 00:00 - Nidia Pienzo
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III

Cuando los ojos de Galadriel miraron a Frodo, el hobbit sostuvo aquella mirada apenas unos segundos. En un breve instante, sintió que su alma quedaba desnuda ante aquella mente poderosa, pero en la tensión del momento supo que también él era capaz de ver a través de aquellos ojos profundos e inquisitivos. Como en una lucha que se libra en un ínfimo lapso de tiempo, pudo comprender el dolor de muchos años,  la obligación de un juramento, el peso de una maldición terrible, la nostalgia de unos días de luz perpetua, pero sobre todo, pudo entender la fuerza del orgullo que impide pedir perdón por una rebeldía justa y por un error que no se ha cometido.
 La Gran Señora de los Noldor, única representante de su alto linaje en La Tierra Media, sintió que los ojos del hobbit la traspasaban  y que veían y comprendían todas las heridas de su alma, desde los Días Antiguos. En un duelo de voluntades pudo ver, a través de aquellos ojos, una vida sencilla y una paz interior rota por un destino terrible; pero sobre todo vio una amenaza creciente que doblegaba, corrompía y minaba un alma pura que se resistía a dejarse vencer por un Poder que había dominado a muchos grandes señores de los Elfos y los Hombres. En un fugaz instante conoció sus dudas y temores, sus deseos más ocultos y su incapacidad para realizarlos. Comprobó su soledad. Una soledad que ella entendía muy bien, como comprendía el peso de la responsabilidad de una promesa que obliga a ir más allá de los deseos, y que dirige el curso de la vida por caminos de penoso sufrimiento. Viéndolo así, tan frágil, dudó de su capacidad para desempeñar tan peligrosa misión. Pensó que Elrond tal vez se equivocaba y que a Gandalf era difícil entenderlo en sus decisiones. Miró intensamente a aquel pequeño hombrecillo que tenía en sus manos el destinos de toda La Tierra Media y penetrando aún más en su mente, le ofreció la posibilidad de regresar a su vida tranquila, de vivir aventuras felices, de volver a Rivendel para pasar sus días con Bilbo y con la Hermosa Gente que habitaba en la Última Morada, donde tal vez alguna mujer elfa de hermosos ojos y melódica voz, llegase algún día a compartir con él felices momentos.
 Frodo se sintió traspasado, desnudo y abochornado, como cuando era niño y le sorprendían haciendo alguna travesura inconfesable; pero por primera vez desde que en el Concilio aceptara la misión, pudo darse cuenta de que aún estaba a tiempo de abandonar y de dejarla en manos de seres más poderosos y sabios, que podían enfrentarse mejor que él a fuerzas tan oscuras y terribles. Había otras posibilidades, podía elegir, y estaba tan cansado...
 "Por último la Dama Galadriel dejó de observarlos y sonrió.-Que vuestros corazones no se turben -dijo-. Hoy dormiréis en paz."

. . .

 Impresionado aún por la visión del espejo, Frodo escuchaba a Galadriel y la oía hablar de los Anillos como en un sueño, como si aquella explicación sobre el destino de los elfos no fuera más que una parte de la horrible pesadilla que había empezado en Bolsón Cerrado casi un año antes, cuando Gandalf le habló de la necesidad de destruir el Único. Veía la luz que reflejaba su anillo Nenya, tan blanca y brillante como la propia Eärendil que iluminaba el cielo, y comprendió que aquella poderosa mujer también tenía en sus manos un destino terrible. El daño que el Anillo Único ejercía no  se repararía en su totalidad con su destrucción, pues ese mal había operado en el mismo momento en que había sido forjado y la línea que se había trazado sólo podía llevar a un fin de maldad. Si la misión fracasaba todo estaría perdido, pero si tenía éxito, el precio que se pagaría también sería enorme; de cualquier modo, la pérdida sería irreparable, y el Anillo de todas formas iba a conseguir que la Hermosa Gente desapareciera de La Tierra Media. Frodo sintió que el corazón se le encogía y que la cabeza le daba vueltas, pues en ese momento tuvo la impresión de que ese destino trágico también le alcanzaría a él, aún en el caso improbable de que su misión tuviera éxito, pues ya estaba ligado a ese mal desde el momento en que todo comenzó, cuando aceptó la herencia de Bilbo.
 Ahora estaba allí, delante de la más grande y sabia de los Señores de los Elfos, y todos  comprenderían que él no era más que un sencillo Hobbit que amaba la vida tranquila y la Tierra que lo había visto nacer. Verdaderamente él también deseaba que el Anillo nunca hubiera sido forjado, y sobre todo que Bilbo no lo hubiera encontrado.
"-Sois prudente, intrépida y hermosa, Dama Galadriel  -dijo Frodo-, y os daré el Anillo Único, si vos me lo pedís. Para mí es algo demasiado grande."



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