Oscuros pensamientos

 Atrás había quedado el estruendo de las cascadas y las aguas rápidas del Bruinen se iban remansando a medida que se aproximaban al vado. Mientras cabalgaba lentamente, Frodo cerraba los ojos al paisaje otoñal, que un año antes había recorrido sumido en una horrible pesadilla. Ahora que todo había acabado, no se sentía liberado de ninguna carga, al contrario, se sentía mal, como si un dolor inexplicable atenazase su cuerpo y su alma. Buscó el regalo de la Dama Arwen, aquella hermosa joya que siempre llevaba con él, igual que un día había llevado el Anillo Único y cerrando el puño, la acercó a su pecho. Las palabras de la Reina de Gondor venían claras a su memoria. "Tu podrás partir en mi lugar, Portador del Anillo, si cuando llegue la hora ese es tu deseo. Si los daños aún te duelen y si la carga todavía te pesa en la memoria, podrás cruzar al Oeste, hasta que todas tus heridas y pesares hayan cicatrizado."
 Pensó que ese dolor no desaparecería nunca, tuvo esa impresión en la víspera de la boda de Aragorn, cuando vio que en la comitiva que acompañaba a Arwen desde Rivendel, no estaban todas las personas que él esperaba ver. Confirmó esa idea cuando al llegar a la Última Morada, comprobó que muchos elfos de la Casa de Elrond ya habían partido al Oeste. Buscó a su dama de la voz hermosa y no la encontró. El jardín de Elrond languidecía en un otoño interminable en el que cada vez se escuchaban menos cantos y Frodo, evocando ese recuerdo, escucho las últimas palabras que le había dirigido. "Dentro de un año, por esta misma época, cuando las hojas son de oro antes de caer, busca a Bilbo en los bosques de La Comarca. Yo estaré con él."
 Tuvo un sentimiento de apremio y desasosiego al acordarse de su hogar, como si se tratase de un mal presentimiento, pero enseguida supo que ya nunca encontraría descanso en La Comarca. Volvió a apretar la joya de la Estrella de la Tarde en su mano, como si ésta pudiera aliviarle el dolor que ahora sentía en el hombro, al acercarse al vado. Ya nada volvería a ser como antes, pues en ese mismo momento supo con seguridad  que el joven Frodo de los días felices de La Comarca, había muerto en la Grieta del Destino, en el mismo momento en que había reclamado el Anillo para sí, y el Frodo que volvía ahora a su casa, tocado por el mal y herido en lo más profundo del alma, ya nunca volvería a ser feliz recorriendo los campos en compañía de sus amigos, ni disfrutando de la vida sencilla que siempre había llevado.
"-¿Te duele algo, Frodo? -le preguntó en voz baja Gandalf que cabalgaba junto a él."

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 No era tarea sencilla poner en orden todas las ideas y redactarlas adecuadamente para que la historia resultara comprensible, pero lo peor de todo era rescatar de la memoria aquellos hechos especialmente dolorosos y terribles, en los que el miedo había dejado una cruel semilla en el alma, que germinaba, crecía y se apoderaba de toda esperanza dejando una oscuridad y un vacío insondables.
 El dolor y la fatiga le atormentaban y otra vez apretaba en su mano la joya de Arwen, mientras miraba a la nada en que se estaba convirtiendo su vida. Sabía que no había persona mejor cuidada que él; recibía cariño de sus amigos y sin embargo algo le faltaba y esa oscuridad y ese vacío incomprensible, no había esperanza de llenarlo con nada ni con nadie. Se sintió enfermo, frío y solo y entonces comprendió. La soledad de su alma. Quizá también esa misma soledad alcanzaba a Bilbo; la soledad de Gollum y tal vez también la soledad de Sauron que en su infinita ansia de poder y maldad, dejó esa semilla unida al destino del Anillo y quién sabe, si también en un día lejano, hasta Sam llegaría a sentir esa soledad, pues aunque por poco tiempo, también había sido Portador del Anillo.
 Sumido en su dolor y en sus oscuros pensamientos, no reparó en que Sam lo miraba con una expresión de preocupación y tristeza.
 "-Qué le pasa, señor Frodo? -dijo Sam.
 -Estoy herido -respondió él-, herido; nunca curaré del todo."

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 No había sido fácil despedirse para siempre de aquellos amigos a los que tanto amaba. Aún le parecía ver sus rostros contraídos por el llanto y todavía sentía en su boca el sabor salado de sus propias lágrimas que se mezclaban con la lluvia.
 Al fin partía y al fin tenía una pequeña esperanza, pero ¿esperanza de qué? ¿Esperanza de llenar el vacío y vencer la soledad? Tal vez era una esperanza vana, un deseo que nunca se cumpliría. Pero al menos allí donde iba no había dolor, ni miedo, ni oscuridad. Y con suerte habría olvido y así ese sentimiento de culpa y fracaso que le atormentaba desde dentro y esa visión horrenda de Gollum cayendo al abismo se desvanecería para siempre, pues no era un premio lo que esperaba encontrar en las Tierras Imperecederas, sino un poco de paz y comprensión para poder perdonarse a sí mismo.
 "Por fin en una noche de lluvia Frodo sintió en el aire una fragancia y oyó cantos que llegaban sobre las aguas; y le pareció que, como en el sueño que había tenido en la casa de Tom Bombadil, la cortina de lluvia gris se transformaba en plata y cristal, y que el velo se abría y ante él aparecían unas playas blancas, y más allá un país lejano y verde a la luz de un rápido amanecer."