Oscuros pensamientos

01 de Noviembre de 2003, a las 00:00 - Nidia Pienzo
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IV

 Una luz pálida brillaba en los ojos de Gollum mientras miraba a Frodo con las manos crispadas. Sam tuvo un mal presentimiento, como si viese en ese gesto una amenaza soterrada; pero sobre todo fue al mirar a Frodo cuando su temor creció. Lo vio dominante, altivo, como un gran señor que hace uso de su poder para ejercer su dominio sobre otros seres más débiles; capaz de cualquier cosa para imponer su voluntad sobre aquella miserable criatura. Nunca lo había visto así.
 Frodo miró a Gollum que se movía nervioso, dando vueltas y palmoteando el suelo. Por un momento lo vio, no como era ahora, sino como había sido, mucho tiempo atrás, cuando el joven Sméagol se escondía y se refugiaba en la invisibilidad del anillo para actuar entre su gente y conseguir todo aquello que no podía lograr por sí solo. Otra vez el Anillo dominando, torturando, ofreciendo la posibilidad de una vida distinta, sin barreras, sin límites; ofreciendo todo aquello que la propia voluntad no puede conseguir. ¡Quién sabe cuáles habrían sido los deseos de Sméagol! Un ser ladino, despreciable, capaz de matar para tener el Tesoro, ¿qué habría querido lograr por medio de él? Muchos años habían pasado y la vida de Sméagol no había sido mejor con el Anillo; al contrario, resultaba penoso ver en qué clase de criatura se había convertido aquel que antaño fuera un hobbit. Frodo se estremeció; tal vez aquel destino podría alcanzarlo a él, o tal vez no; él no era como Sméagol; él no había matado para conseguir el Tesoro. Al contrario, él se lo había ofrecido a seres más sabios y éstos lo habían rechazado y se lo habían confiado a él. ¿Por qué a él? ¿Acaso aquellos poderosos señores veían que él, un insignificante  hobbit de La Comarca, tenía una voluntad más fuerte capaz de doblegar el poder del Anillo? Y si era así, ¿por qué no usarlo? ¿Por qué no intentar hacer aquello que de otro modo era incapaz de realizar? ¿Qué mal había en eso? Sólo sería temporalmente, después lo destruiría. Él no dejaría de ningún modo que el Anillo lo convirtiese en otro Gollum. Él no era como Sméagol.
"-Prometemos, sí, ¡yo prometo! -dijo Gollum-. Serviré al amo del Tesoro." 

. . .

 Ante los ojos de Sam se extendía una niebla que borraba el lúgubre habitáculo de la torre donde Frodo estaba prisionero; ya no veía a su amo y oía su voz lejana, como si proviniese de un túmulo. Luego esa niebla se disipó en una clara y brillante mañana para dejar paso a otro lugar, otro mundo vestido de una eterna primavera; la tierra de Mordor, un exuberante jardín, toda la tierra Media cubierta de flores, y allí en La Comarca, él, Samsagaz Gamyi, el Señor del Jardín, dirigiendo a todos los jardineros que habían transformado el mundo hasta hacerlo parecer la Tierra Bendecida. Volvió a oir la voz de Frodo, ahora más cercana, más clara, y otra vez la niebla lo cubrió todo para volver a ver ante sí, el penoso espectáculo de su amo torturado y encerrado, reclamándole el Anillo, que se negaba a abandonar su mano. Ahora comprendía más que nunca lo dura que era la carga, pues ofrecía una esperanza que llenaba el corazón y atormentaba la mente con visiones maravillosas a la vez que ofrecía una resistencia cada vez más fuerte, a medida que se aproximaba al Monte del Destino.

 Frodo se sintió enloquecido. Había rumiado, durante horas que le parecieron una eternidad, el dolor de haber perdido el Anillo y ahora resultaba que todo ese sufrimiento había sido en vano pues ahí estaba otra vez, al alcance de su mano, en la mano de Sam. ¿Con qué derecho lo había cogido Sam? ¿Quién le había dado el privilegio de tomarlo? ¿Acaso no era únicamente él, Frodo, el Portador del Anillo que todos reconocían? Y sobre todo, ¿por qué se resistía Sam a devolvérselo? ¿Sería que Sam lo reclamaba para él, que quería robárselo? De ningún modo lo permitiría, no después de tanto dolor y miedo. Si Sam se hacía con el Anillo no sería mejor que si lo tenían los orcos, pues también él podía llevárselo a Sauron, como un orco más y entonces ¿qué le quedaría a él? El Anillo aún podía ayudarlo. Usándolo con prudencia tal vez podría ayudarlo a salir de allí, y si conseguía engañar a Sauron  también podría lograr algún beneficio. Bilbo lo tuvo durante mucho tiempo y lo usaba algunas veces para no ser visto y escapar de situaciones embarazosas. Si a Bilbo no le trajo ningún perjuicio no veía porqué a él sí iba a traérselo. Todavía estaba a tiempo de volver atrás, todos lo entenderían, comprenderían lo imposible de la misión y se lo dejarían tener igual que lo tuvo Bilbo. Lo usaría pocas veces, sólo cuando algo se le hiciera muy difícil de realizar; gracias a él podría convertirse en una persona diferente, nunca más el tímido Frodo de antes, no; ya no volvería a sufrir viendo pasar ante él una vida que no se atrevía a vivir por faltarle valor para enfrentar situaciones que al resto de la gente le resultaban tan cotidianas como tomar el desayuno. Podría haber alguna manera de burlar a los Nazgûl e incluso al mismo Sauron, que ahora estaba ocupado en la guerra. Lo importante ahora era recuperarlo y buscar la manera de escapar.
 " -¡No, no! -gritó Frodo, arrancando el Anillo y la cadena de las manos de Sam-. ¡No, no lo harás, ladrón- Jadeaba, mirando a Sam con los ojos grandes de miedo y hostilidad."

. . .

 Cada paso que le acercaba a la Grieta del Destino era una herida profunda que laceraba su maltrecho cuerpo y era así mismo una horrenda visión que perturbaba su mente atormentada. Ya no veía ni oía nada que no fueran sus propias alucinaciones, unas voces que clamaban desde todas partes para ser escuchadas. Y por encima de ese clamor, un susurro claro y perfectamente inteligible, con una voz hermosa y dulce, con un timbre melódico y sensual. Reconoció esa voz al instante; la había escuchado en Rivendel y a menudo la evocaba aferrándose a su recuerdo como un náufrago a su tabla de salvación. Pero su voluntad otra vez fue más fuerte y ahora sentía que esa voz venía del Anillo que constantemente le tentaba y provocaba... "Si me destruyes, habrás acabado con toda la belleza que hay y puede haber en el mundo. Piensa en todo cuanto amas y deseas y lo tendrás; tendrás riqueza, poder, pero sobre todo tendrás la potestad de cambiar todo lo que no te gusta y de incrementar todo lo que es bello y que amas por encima de todo. Hermosos poemas y bellas canciones interpretadas para ti por tu dama de Rivendel; sólo para ti, sin ninguna barrera impuesta por tu timidez ni por condicionamientos sociales o raciales. Ya no habrá trabas ni límites, pues tus deseos se harán realidad antes de que los formules. No tienes más que llegar a la Grieta del Destino y reclamarme para ti allí donde he sido forjado; sólo tienes que proclamarte como el Único Señor del Anillo y esos Nazgûl a los que tanto temes, vendrán bajo la forma que tu ordenes a convertirse en tus siervos y hacer realidad tus sueños. ¿Deseas una Tierra Media más hermosa que en la Primavera de Arda? ¿Deseas que los Valar de Valinor envidien tus cantos, más armónicos y bellos que los de los Ainur? ¿Deseas vivir eternamente feliz junto a tu dama elfa? Si son cosas así de sencillas lo que tu deseas, sólo tienes que llegar a la Grieta y reclamarme, nunca destruirme, pues destruirías todas las posibilidades de belleza que hay en tu mente. Mira a tu alrededor, lava y ceniza, eso es lo quedará en la Tierra Media si me destruyes."
 Ahora, entre el tumulto de voces, llegaban otra vez claras las palabras de Gandalf, librando una feroz lucha con las oscuras tentaciones que ocupaban su mente. "El Señor del Anillo, no es Frodo, sino el amo de la Torre Oscura de Mordor". "Sólo una mano por vez puede llevar el Único".
 Ya casi había llegado, la voz de Gandalf se debilitaba y ahora la oía lejana como si viniera de un sueño olvidado; en cambio el poder del Anillo se volvía a hacer fuerte, allí donde había sido creado. Por la mente de Frodo pasaban ahora, a una velocidad vertiginosa, una secuencia de imágenes que resumían toda su vida, pero inmediatamente esas visiones dejaron paso a otras más bellas, aquellas en las que veía todos sus sueños y deseos hechos realidad y al visualizar estas últimas, se sintió ligero como una pluma; ya no notaba el calor sofocante que salía de la Grieta, ni respiraba aquel aire venenoso, ni sentía dolor o cansancio alguno. Sacó el Anillo de la cadena y lo apretó en su mano. Allí, de pie, con el fuego del Orodruin reflejándose en su rostro, se sintió fuerte y poderoso y se vio a sí mismo como uno de los grandes señores de los Días Antiguos y de repente supo lo que quería. Ahora sabía muy bien por qué estaba allí.
"-He llegado -dijo-. Pero ahora he decidido no hacer lo que he venido a hacer. No lo haré. ¡El Anillo es mío!"



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