La venganza de la araña

01 de Noviembre de 2003, a las 00:00 - Mazo Terhun
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Capítulo2: la tela de araña

Una solitaria figura se hallaba arrodillada en mitad de una espesa niebla, removiendo la nieve. En la oscuridad de la noche invernal nadie hubiese sido capaz de verla. Su cota de mallas negra lo hacía casi invisible y anulaba cualquier sonido que pudiese emitir. Una gorgonea mascara de plata cubría su rostro. La figura apartó la nieve y pareció susurrar algo. Quedó un momento inmóvil y de pronto se derramaron en el suelo unas gotas procedentes de la mascara, del lugar de donde debían estar  los ojos. Si fuese de día, la luz del sol permitiría ver a la figura llorando. También dejaría ver unas manchas carmesíes en la nieve y dos hilos del mismo color sobre la mascara. El desconocido lloraba lagrimas de sangre en la soledad de la noche. Lanzó un terrible grito de agonía y dolor que hubiese hecho que cualquiera quedase paralizado de terror. Sin embargo, cuando el grito aun no se había acallado en su garganta, se convirtió en una terrible carcajada y los ojos tomaron un fulgor aterrador. La figura se incorporó. En su mano izquierda empuñaba una espada larga con la hoja cubierta de tierra y algo oxidada. Si fuese de día, también podrían verse manchas de sangre en la hoja.

Unos días después, el pesado manto blanco de la nieve no había desaparecido aun de los campos de Arthedain. El invierno alargaba aun sus dedos sobre la región y el sol apenas calentaba las mañanas. En Barad Estel los soldados patrullaban las murallas, ateridos de frío y adormilados. Los inviernos son largos y aburridos para un soldado. Al lado  del gran rastrillo de acero de la entrada, dos guardias dormitaban. Uno de ellos se desperezó y estiró sus miembros para desentumecerse.  Una figura se movió tras él al amparo de la noche. El guardia escuchó algo pero fue tarde. El golpe fue rápido y no pudo esquivarlo. Cayó de bruces al suelo y su compañero se levantó de un salto desenvainado la espada. El caído se giró en el suelo con una mano en la mejilla. El rostro de ambos se contrajo en una mueca de vergüenza al reconocer al agresor. Bajo una pesada capa de pieles había un peto de acero, reforzado con brazales y espinilleras, todas decoradas con filigranas de oro y plata. Dos espadas curvas y cortas colgaban de su cintura y un yelmo de acero cubría su cabeza, aunque su rostro furibundo podía verse. La figura gritó:
-¡Malditos haraganes! ¡Levantad de una vez! ¡Bregor ha ordenado redoblar la vigilancia para algo, así que tened los ojos bien abiertos!
- Pero señor, -respondió uno de los soldados- ¿qué podría pasar? ¿Por qué tanta precaución?.  En las dos últimas semanas no ha pasado nada. Nadie sería capaz de entrar en la fortaleza y en invierno no tenemos que temer un ataque...
- A mi no me importa tu opinión soldado. Si os vuelvo a coger vagueando os arrepentiréis de ello.
La figura se alejó caminado de la entrada y los guardias quedaron conversando entre ellos:
- ¿ Que puede asustar tanto a Bregor para que llevemos dos semanas en máxima alerta?
- No lo sé, -dijo el otro rascándose la mejilla abofeteada- pero yo que tu me mantendría despierto el resto de la noche, si no quieres despertar la ira del señor Gilagaroth.

A unos metros de allí Gilagaroth se detuvo al ver a Kivan acercarse a él. El montaraz iba bien abrigado y llevaba el arco y la espada. Bajo la chaqueta llevaba su camisola de mallas de acero. En su rostro lucía una barba de varios días.

- Estos soldados no tienen sangre en las venas. -Dijo el corsario- Si supiesen a lo que nos enfrentamos creo que correrían hacia cualquier lugar lejos de aquí.
-  No seas así Gilagaroth. Solo son hombres que buscan una paga. Ellos solo entienden de escaramuzas y de lucha contra orcos y soldados, pero no contra la brujería y los muertos. Si los presagios y temores de Gil Mor son ciertos podríamos estar en un grave apuro y sufrir un ataque en cualquier momento. Entonces veremos si son valerosos o no.
- Que vengan esos asesinos. Acabaré con todos los que pueda y si tengo que morir, que sea esta misma noche.  
- Cuidado con lo que pides amigo. Yo rezo para que todo acabe bien y nadie resulte herido. - Kivan miró su anillo de matrimonio, una hermosa sortija de plata con una esmeralda- No caeré, te lo prometo -se dijo para sí el arquero mientras pensaba en su esposa.

Gil Mor se encontraba en lo alto de la torre del homenaje, escrutando el cielo estrellado y sin luna. Vestía su ligera cota de mallas y en su costado llevaba envainada una espada larga. A pesar de no ser un guerrero, era un espadachín aceptable. Su pelo corto y negro quedaba al descubierto, pues no portaba yelmo. En su mano derecha el anillo de plata de su familia, que era capaz de aumentar su, ya de por sí alta, capacidad mágica, permitiéndole lanzar más conjuros sin cansarse; además contenía magia de protección contra las armas. Esta magia de defensa se veía acentuada con los adornados brazales de cuero que llevaba; regalos de los elfos de Rivendel, le permitían desviar algunos ataques. El mentalista había desarrollado sus poderes de forma algo distinta a la de la mayoría de magos de Arthedain ya que sus poderes le permitían defenderse y combatir mejor; como contrapartida sus poderes de adivinación y conocimiento eran menores, aunque existían. Fueron estos poderes y su entrenamiento con las armas lo que hizo que el rey Arvegil lo enviase hace ya unos doce años a ayudar a Bregor y sus amigos. Desde entonces habían sido compañeros. Esta noche estaba sumido en sus propios pensamientos, que eran tan negros como el cielo. Tenía la impresión de que el ataque llegaría esta noche. No sabía si sobreviviría a él, pero desde que vio caer la estrella decidió trasladarse con Bregor. Esto era algo que todos debían afrontar juntos. Hace cuatro años se separaron y todo estuvo a punto de acabar en desastre. El sacrificio de Kethwyd acabó con la amenaza, pero ahora esta se ha levantado de nuevo. Gil Mor no era optimista ya que conocía el poder que los espectros de la araña tuvieron en vida tras el ritual al que fueron sometidos esos fanáticos. No quería ni pensar en el poder que podían tener ahora. Recordó  la emboscada que sufrieron cuando partieron para socorrer el culto de Sonotor. Solo la rendición de Galmod detuvo la masacre. Thaer quedó gravemente  herido y a él lo derrotó uno de esos soldados oscuros sin muchos problemas. La noche acababa de comenzar y tenía la impresión de que se haría eterna.

Una densa niebla se extendía poco a poco entre las murallas del castillo. Apareció avanzando lentamente por el valle cercano y poco a poco fue subiendo por las colinas hasta rodear la fortaleza en una nube blanca. No era tan espesa como para no dejar ver, pero si hacía muy difícil reconocer a las figuras que se movían en ella. Muchos soldados parecían estar nerviosos y empezaban a comprender que algo sobrenatural ocurría. Esta repentina niebla no parecía natural y ahora estaban más alerta, aunque algunos aprovecharon el cobijo del humo para dormitar a salvo de miradas reprobatorias. Ser tuerto no ayudaba mucho a Ardhan a guiarse y a distinguir su entorno. El paladín de Gondor se sentía inquieto, a pesar de estar dentro de la gran torre principal.
- Desde luego que esta niebla no es natural. Hay maldad flotando en ella.
- Eso me parece también a mí.

Hablaba con Galadan Eldanar, tío del señor del castillo y jefe de los montaraces. El veterano dúnadan parecía más viejo esta noche. Cerca de ellos, sus mejores hombres preparaban las armas en silencio y hacían turnos de guardia extras. La niebla había alertado a Galadan y parecía ser la única señal que necesitaba para saber que los enemigos estaban cerca. Sus hombres eran descendientes de aquellos que acompañaron al legitimo señor de Eldanar en su auto impuesto exilio hasta que hace unos años Bregor recuperase el título. Habían sido fieles a la familia, al igual que sus antepasados y ahora se les pedía una nueva prueba de valor. Quizás la definitiva. Cerca de allí estaba Calimethar, amigo de la infancia de Galadan y padre de Kivan, ordenando las guardias en la torre principal.
- Galmod murió por que no pudimos evitarlo. Se entregó  y perdió su vida. El culto de Sonotor fue destruido por nuestra culpa, por que no pudimos protegerlo. Tampoco fui de mucha ayuda en la posterior batalla en el valle del culto. A veces pienso que no merezco este manto de paladín.
- No seas estúpido Ardhan. Siempre has luchado con valor. Nunca temiste enfrentarte con Cykur, aun sabiendo que era uno de los mejores guerreros de Angmar. El que te derrotase dos veces solamente es circunstancial. Tu pudiste haberle vencido también. Si no me equivoco fuiste tú el que salvó a Bregor de las garras de un enorme dragón en las ruinas enanas de Zarak Dûm. Fuiste tú el que se infiltró en Angmar y volviste con una preciosa información para el reino. ¿No fue tu maza la que mató al general que dirigía la expedición de ataque a nuestras fronteras? ¿No volviste de lo más profundo del Bosque Negro tras haber acabado con Lachglin?. Deja de ser tan pesimista, ya que de peores cosas hemos salido y si recibimos un ataque de quien sea lo rechazaremos.
-  Perdona lo irreflexivo de mis palabras, Galadan. Solo pensaba en voz alta. Por supuesto tenéis razón. . Los dones que poseo me permitirán enfrentarme con los muertos de forma muy efectiva, así que lucharé hasta el fin si es necesario y dad por hecho de que me llevaré a muchos por delante si me llegase la muerte por designio de Mandos. Daré mi vida esta noche si eso nos da la victoria.
- Yo me conformaría con que todo fuese una falsa alarma y que mañana nos levantásemos a comer y reírnos de esto. Pero sabed que si desenvaino mi espada no daré un paso  atrás y me tendréis cerca. Voy con Bregor. Cuídate.
- Que los Valar guíen nuestros pasos e iluminen esta oscura noche.

Tras despedirse, el caballero de Gondor salió al exterior en soledad, pues su fiel escudero, Palorad de Pelargir, estaba de permiso en su ciudad este invierno, que parecía prometerse tranquilo. La niebla era un sudario que se pegaba a la piel y ahogaba la respiración. Todo el castillo parecía estar rodeado. Ni el cielo podía verse. Conseguía distinguir las hogueras que ardían en la fortaleza y las figuras de los soldados de acá para ya, pero nada más. De pronto lo vio. Dentro de la niebla se movía  una enrome sombra. Ardhan embrazó el escudo y alzó el martillo. Podía ver un tenue brillo rojizo. Había mal cerca... ¿pero donde?. La figura se materializó en el lado ciego de Ardhan. Medía bastante mas de dos metros y llevaba una coraza y capa negras y un yelmo en forma de araña. Desenvainó en silencio la gran espada que llevaba en la cadera. Una voz  profunda dijo:
-  Están cerca.
Ardhan se sobresaltó y se colocó rápidamente en posición de combate pero pronto reconoció a Anarduabar.
- Si hubiese sido uno de ellos ya estarías muerto. Abre bien el ojo esta noche, caballero.
Casi pareció escupir las palabras. Nunca se habían llevado bien del todo, aunque se respetaban como guerreros y hombres de valor.  Para Ardhan, Anarduabar era demasiado arrogante y para el antiguo sectario el paladín era demasiado blando. El umbareano siguió su camino y Ardhan quedó solo en la niebla.

Anarduabar sentía un cosquilleo en su hombro marcado por la señal de Tor. El mal de la araña estaba cerca. Pronto atacarían. Apretó el paso para llegar cerca de Bregor.

El señor de Eldanar se hallaba conversando con su senescal Telendil, un dúnadan de mediana edad que estaba pertrechado con la espada de su familia, recuperada por Bregor y una hermosa y resistente coraza. El hijo mayor de Bregor, Bregolas Eldanar  les escuchaba de cerca, bien armado  con sus mallas doradas que otrora fueron de su padre y con un recio escudo y una afilada espada larga que aguardaba envainada. Los guardias de las puertas se hicieron a un lado y dejaron pasar a  Anarduabar. Bregor desenvainó su espada, Sulring, la cual gimió de placer al verse fuera de la vaina. Una voz apagada salió de la hoja:

-YA VIENEN.

Unos gritos procedentes de la muralla frontal alertaron a todos. Los guardias del patio se armaron rápidamente y acudieron a defender las murallas. Sobre las almenas había aparecido un oscuro personaje con una armadura negra y dos espadas en las manos. Una mascara cubría su rostro. Los soldados eran incapaces de reaccionar ante la figura, tal era el terror que inspiraba. Tras él, decenas de figuras en negras armaduras subían a las murallas. Los guerreros con pesadas corazas subían los muros con sus propias manos, pegados a las murallas como enormes arañas. Una carcajada de satisfacción surgió del primero de ellos. Sus secuaces se lanzaban desde las murallas al patio y pronto hubo un feroz combate allí, sobre la entrada principal y la muralla central. Muchos soldados de Bregor consiguieron ver finalmente a las figuras que reptaban por las paredes y les arrojaron lanzas y flechas y derribaron a algunas, aunque poco después volvían a aparecer. Un enorme caos cundía en el castillo. Los asaltantes eran terribles de verdad y los soldados no podían hacerles frente, ni aun en una proporción de tres o cuatro a uno. Eran unos cien y en el castillo había más de trescientos hombres de armas pero se estaban viendo superados. Las heridas no parecían afectar a los enemigos y los que perdían un miembro seguían luchando como si nada. Las flechas rebotaban en sus armaduras y las pocas que las atravesaban parecían inútiles. El desánimo cundió entre los hombres de Bregor. Sin embargo una figura detuvo el avance de los espectros. Era Ardhan, que con su mazo golpeó fuertemente el cráneo de uno de ellos y lo destrozó. La figura cayó inerte al suelo y el brillo maléfico de sus ojos se apagó.
- ¡Por Gondor y Arthedain!.
Gritó a pleno pulmón y se lanzó a otra refriega. Uno de los enemigos se disponía a rematar a un guerrero derribado. El caballero de Gondor le golpeó con todas sus fuerzas en la espalda, aplastando la armadura. Escuchó el astillarse de los huesos y se cobró una nueva víctima.
- muertos... son muertos... están muertos...

Kivan descargó su arco por tercera vez contra la misma figura, que luchaba contra un soldado. La flecha atravesó finalmente la coraza a la altura del muslo pero el guerrero en la negra armadura ni se inmutó y con un golpe de espada destripó a su rival. Tras eso se encaró hacia Kivan, que acababa de cargar de nuevo su arco. Este lo tensó hasta el máximo y apuntó al guerrero que cargaba contra él. Se sintió perdido y lo último que pasó por su mente fue la imagen de su mujer. La flecha salió disparada y atravesó el cuello del enemigo, que frenó su avance y empezó a tambalearse. De repente Ardhan apareció allí y la remató de un golpe en el yelmo.
- Son muertos vivientes, simulacros de personas, ilusiones. No intentéis herirlos en las extremidades sino destrozar su cabeza o el cuello y los destruiréis. No son más que esqueletos resecos.
Kivan bajó la vista al cuerpo caído y vio un cuerpo muerto y congelado, no el de un hombre recientemente muerto en combate, como cabría esperar. Dejó el arco y desenvainó su espada para lanzarse al combate en compañía de Ardhan.

 El caballero de las Rynd Aratoran empezó a entonar una plegaria mientras luchaba y un aura de luz blanca lo envolvió. Los enemigos le rehuían y gritaban de dolor cuando se le acercaban. Kivan le cubría las espaldas y pronto se encontraron dirigiendo a un grupo de aguerridos defensores. Sin embargo, los guerreros de la araña avanzaban hacia el edificio principal. Muchos de ellos llegaron a las puertas y empezaron a golpearlas con hachas y mazas. Los maderos crujían ante los envites. Finalmente la puerta se abrió ante los asaltantes. Una espada silbó en el aire y destrozó al enemigo más cercano. La poderosa figura de Anarduabar salió al exterior, en sus manos la espada de Tarontor, reliquia de Númenor y ruina de estos guerreros. Tras el se lanzaron a la lucha los montaraces de Eldanar y de un saltó apareció el mismísimo Bregor Eldanar, que no pensaba seguir de brazos cruzados mientras otros luchaban por él. Sulring resultaba letal para sus adversarios y cada golpe que atravesaba una armadura acababa con un rival. Entre Anarduabar y Bregor mataron a muchos de los que se apiñaban en la entrada. Galadan decapitó a un guerrero que intentaba entrar dentro. Telendil venció a dos de ellos en la misma escalera, aunque resultó herido al recibir un golpe de maza en la cabeza. El yelmo resistió, pero quedó abollado e inútil y tuvo que sacárselo y arrojarlo a un lado. Siguió luchando con el rostro tinto de sangre. Anarduabar partió en dos la cabeza de un rival, la mágica hoja despidió un fuego blanco al hender el yelmo. Alzó la vista y vio salir de la niebla otro enemigo. Este empuñaba una espada corta de dos filos y un enorme escudo negro y liso. No llevaba yelmo  y mostraba un rostro maduro, con una barba grisácea; se podía ver que le faltaba una oreja. Era Rígalo, su antiguo maestro. El capitán de la guardia de Barad Estel se encaró hacia su nuevo rival. Ya lo había vencido una vez y volvería a hacerlo una segunda.

 Los dos guerreros se observaron unos instantes y de pronto se lanzaron el uno contra el otro. Las dos hojas chocaron con una fuerza tremenda, impulsadas por brazos vigorosos. Una de ellas se quebró y cayó, rota hasta la empuñadura, sobre el suelo de piedra. Anaruabar alzó su arma intacta. Rígalo retrocedió unos pasos y cogió un hacha de mango corto que le colgaba de la cintura. Con un rápido movimiento la lanzó con todas sus fuerzas contra su antiguo pupilo. Este alzó el escudo de guerra, y el hacha, con un fuerte crujido, se clavó en el centro. El guerrero lo sopesó. Ahora estaba desequilibrado por el peso extra. Aun así siguió aguardando. El guerrero de la araña retrocedió otros pocos pasos y recogió una lanza que estaba tirada cerca. El patio estaba lleno de armas y de cadáveres. La arrojó con idéntico resultado. Anarduabar arrojó el bollón de metal a un lado y empuñó la espada con ambas manos mientras avanzaba contra su maestro. Este se había hecho con una maza de acero negro, que estaba junto al cuerpo de uno de sus hombres.  Rígalo luchaba algo encorvado, protegiéndose con el enorme escudo rectangular casi todo el cuerpo, mientras giraba la maza sobre él de forma amenazadora. La espada de Tor golpeaba contra el escudo negro una y otra vez, pero este aguantaba las estocadas y Anarduabar se veía obligado a esquivar los mazazos. Finalmente uno le alcanzó en un hombro y le hizo recular. Su maestro se lanzó sobre él y en ese momento brilló de nuevo la hoja de Tor. Atravesó el escudo negro por su parte superior y allí se quedó clavada.  El veterano sectario lo arrojó tras de él, con la temible arma forjada en Númenor clavada firmemente.  Anarduabar se encontró inerme ante su antiguo valedor. Se miró sus enromes puños guarecidos de hierro y esperó. Cuando su maestro estuvo cerca le lanzó un terrible derechazo que le alcanzó en pleno rostro. El golpe habría derribado a un hombre normal, más este aguantó de pie. Un brillo tétrico iluminó sus ojos. Anarduabar recordó que no eran hombres, sino solo espectros que animaban cuerpos ya muertos. La maza descendió sobre su cabeza. Alzó el brazo izquierdo para protegerse y pudo amortiguar parte del golpe, pero quedó atontado y se tambaleó. De pronto su maestro le trabó las piernas con las suyas y cayó al suelo con un estrépito metálico. Rígalo se alzó sobre el caído dispuesto a rematarlo. Desde el suelo y entre los sonidos de lucha, Anarduabar escuchó como una voz dulce lo llamaba, aun entre la niebla. Una luz dorada lo envolvió, al menos para los ojos que podían verlo. Rígalo se detuvo unos instantes. De entre la niebla una enorme hacha de dos filos llegó deslizándose por el suelo.  Anarduabar la recogió y lanzó una furiosa estocada a la vez que la maza amenazadora descendía. La maza voló por los aires y junto a ella la mano de su antiguo portador. Rígalo se alzaba, mirando el muñón como si solo fuese un leve rasguño. Ni una gota de sangre manaba de la herida. Anarduabar se incorporó. Se acercó a su escudo y arrancó el hacha clavada en él. La arrojó a los pies de su maestro, que lo observaba sin moverse.

- Tómela maestro. Así morirá empuñando un arma.

Estas eran las primeras palabras que pronunciaban durante el combate, el cual había transcurrido en un silencio sepulcral. El espectro se agachó y la recogió. Al erguirse se dirigió a su pupilo:

- Has luchado con valor y con honor. Me has derrotado, dos veces ya. El alumno ha superado al maestro.

En eso momento Anarduabar escuchó un grito tras él. Se giró velozmente, con el corazón turbado. Su maestro sopesó el hacha y la lanzó con todas las fuerzas que le quedaban. Esta recorrió el espacio que los separaba en unos instantes. Anarduabar escuchó el silbido tras él, pero no pudo reaccionar. El hacha pasó  junto a su cabeza y se estrelló contra la espada alzada de un guerrero de la araña. Este trastabilló y el arma le cayó de las manos. Antes de que se recuperase Anarduabar lo derribó de un empellón y descargó un terrible hachazo sobre él. Un brillo tenue se alzó unos instantes sobre el cuerpo caído y desapareció. Así se señalaban las muertes de aquellos demonios, cuando los espíritus atormentados abandonaban aquellas cáscaras vacías de vida tiempo ha. Junto al cuerpo se alzaba de pié una mujer joven y hermosa, de tez pálida y cabellos negros. Anarduabar la rodeó con su brazo izquierdo para protegerla y se giró a su maestro, el cual comenzó a hablar:

- Nosotros no matamos mujeres ni niños. No hay honor en ello, ¿recuerdas?. Abandonaste la secta debido a que muchos capitanes olvidaron esta máxima. Y has demostrado estar por encima de ellos, de tu propio padre... y de mí.

Tras estas palabras se agachó junto a su escudo. Lentamente bajó su única mano hacia la empuñadura de la espada que estaba clavada en él. Anarduabar reprimió un grito de advertencia. Fingil miraba serenamente. La mano se cerró sobre la empuñadura, mientras con una bota metálica sujetaba el escudo. Una luz brillante salió de la espada. Con un grito agónico, Rígalo la arrancó de su prisión. Avanzó unos pasos; mientras, la luz que lo dañaba no disminuía. Tendió la espada a su pupilo y este la tomó. Su maestro le sujetó las manos en un último apretón y se lanzó sobre él con violencia. La espada atravesó su peto a la altura del corazón. La luz se apagó y el cuerpo inerte cayó al suelo.

Tras inclinar la cabeza como despedida, Anarduabar se alejó de allí con Fingil bien sujeta. Ambos se dirigieron hacia la entrada del edificio principal, unos metros más atrás. Entre la niebla vieron a Bregor junto a un montón de cadáveres. Se apoyaba en Sulring. Un par de guerreros lo cubrían. Telendil estaba cerca. Se pasó una mano por la frente para limpiar la sangre mientras arrancaba su espada de un cuerpo caído. Bregor se irguió. El poderoso yelmo de guerra en el que brillaba la Elendilmir, joya que fue entregada a Eldanar por Elendil en persona, se giró a un lado y a otro y la voz de Bregor surgió de él:
- Bien mis guerreros, el ataque a la torre principal ha sido rechazado. Sin embargo aun hay lucha  en el patio. Vamos allá, donde nuestras armas son más necesarias.  ¡Por Eldanar! ¡Por Arthedain! ¡Seguidme mis valientes soldados!.

Antes que nadie pudiese decir nada más, saltó de la escalera y se perdió corriendo entre la niebla; solo podía distinguirse un brillo azul. Varios hombres lo siguieron. Anarduabar se dirigió a Telendil:

- Te confío a Fingil en mi ausencia. Entrad dentro y protégela. Toma algunos hombres, pues temo que vuelvan a por ella. Yo he de ir junto a Bregor, que es mi misión el protegerlo.

 Tras eso desapareció en la dirección en la que Bregor había ido. Este avanzaba a grandes zancadas por entre la niebla. Entre la blancura de esta veía figuras que luchaban y ruidos de batalla por todas partes. Había llegado ante la puerta principal. Sulring silbaba una melodía terrible mientras subía y bajaba en el aire. Un guerrero se giró a tiempo para ver como la hoja élfica se le hundía hasta la empuñadura por una axila, allí donde solo una  malla lo protegía. Con un horrible gemido se desplomó, pues nada había más letal para los siervos del oscuro que esa hoja cubierta de encantamientos en los días antiguos. Un grupo de sectarios tenían rodeado a unos pocos defensores contra una esquina de la muralla. Bregor apareció con un grito de guerra y cayó entre los enemigos. Derribó al más cercano y detuvo un golpe de espada con el escudo pero un hacha le golpeó en el costado. La malla forjada por expertos armeros elfos resistió, aunque sintió el golpe; posiblemente dejaría un buen morado, pero nada más. Bregor se encontró rodeado por tres rivales. La cosa podía haber sido seria pero la llegada de los hombres que lo seguían  giró las tornas y los sectarios se vieron obligados a replegarse.

 Kivan y Ardhan luchaban con denuedo. Seis hombres los seguían aun de los diez que los acompañaban desde un principio. Kivan tropezó en la niebla con el cuerpo caído de un sectario. Cerca de allí vio dos  más. Alzó la vista y se dio cuenta de que se hallaban en las puertas de la torre del homenaje. Las escaleras y sus aledaños estaban llenos de cadáveres, tanto de hombres leales como de espectros malignos. Mirando abstraídamente la entrada se encontraba Gilagartoh. Tenía el hermoso peto abollado y manchado de sangre. En los brazos y piernas numerosos cortes sangraban. Jadeaba, como quien a realizado un gran esfuerzo y esgrimía un hacha de guerra (lo que significaba qué había perdido sus alfanjes durante la batalla). Cuando estuvieron al lado, vieron lo que observaba. En la entrada a la torre había una inmensa tela de araña. La entrada principal había sido forzada. El corsario habló en voz alta, sin dirigirse a nadie en particular:

- Están dentro. No sé cuantos son, pero será mejor que acabemos con esos hilos y entremos. Me temo que los de dentro estén en apuros. Y allí están la señora Finduilas y los hijos de Bregor.

- Y Fingil...

 Ardhan miró a Kivan y comprendió. El paladín alzó la voz:

- Traed una antorcha y quemad esos hilos, ¡rápido!. Hemos de entrar cuanto antes.

 Kivan se acercó a una hoguera que ardía en el patio y regresó con un leño encendido. Justo cuando las llamas se acercaron a la red, cinco figuras se descolgaron de las paredes del edificio sobre Ardhan y los demás. Habían estado aguardando el momento necesario y tomaron por sorpresa al paladín y sus compañeros. Uno cayó sobre Kivan y lo derribó. Este sintió el peso opresivo del demonio y el frío tacto de la armadura de acero. El sectario le agarró la muñeca derecha mientras se incorporaba en cuclillas sobre él y alzaba una espada de bordes aserrados. El montaraz movió rápidamente la cabeza a un lado y la espada golpeó en el suelo de piedra. El espectro no esperaba el choque y el arma se le cayó de la mano. Kivan aprovechó el desconcierto y se escurrió de la presa, rodó por el pavimento y recogió su espada élfica. Descargó un fuerte golpe sobre su rival mientras este recogía la espada, pero no consiguió herirlo. Las dos hojas chocaron y llenaron el aire con diminutas chispas. El sectario golpeó de nuevo describiendo un semi circulo de arriba abajo. Kivan alzó su espada, pero el golpe fue muy fuerte. La hoja aserrada se escurrió por el borde de la de Kivan y la punta del arma se le hundió en el hombro. Kivan apretó los dientes y empalideció. La herida, aunque no muy grave sangraba profusamente. Con un grito de guerra Gilagaroth saltó sobre el sectario y le golpeó con el hacha desde atrás, aplastando el yelmo del oscuro guerrero. Un tenue brillo envolvió el cuerpo de este y cayó al suelo inmóvil. Antes de que Kivan pudiese si quiera dar las gracias otro espectro apareció entre la oscuridad y la niebla. Esgrimía una lanza de mango negro y punta dorada. La armadura era de color verdoso y bajo el yelmo brillaban dos luces amarillas. Miró a ambos guerreros y cargó sobre Kivan, que se encontraba tambaleante. Sin embargo el corsario se interpuso y alzó el hacha de guerra. La lanza le traspasó el hombro derecho y Gilagaroth cayó de espaldas con el arma clavada profundamente en sus carnes. Un terrible dolor se le extendió por el brazo y pronto se dio cuenta de que no podía moverlo. El sectario desenvainó un largo puñal y se dispuso a acabar con Kivan. Con su mano izquierda Gilagaroth agarró el asta de la  lanza y tiro de ella con todas sus fuerzas y no cejó en su esfuerzo hasta que la punta salió fuera, junto con un chorro de sangre. Kivan se defendía de su rival aprovechando el mayor tamaño de su arma, pero sabía que tarde o temprano este encontraría una oportunidad de golpearlo. Además estaba herido en un hombro. De improviso su rival trastabilló y casi cae al suelo. El rastreador vio su oportunidad y descargó un tajo que golpeó el horrible yelmo y acabó por derribar a su enemigo. Antes de que se pudiese erguir de nuevo Kivan empuñó su hoja con ambas manos y la hundió profundamente en la espalda del caído. Un brillo fantasmal indicó que había sido vencido. Junto a los pies del guerrero se encontraba su lanza. Eso era lo que le había hecho tropezar. Kivan se agachó junto a Gilagaroth. Este lo miró con expresión adusta y dijo:

- Bien, al menos parte de mi deuda esta saldada. Ayúdame a incorporarme y dame un arma y veremos si consigo saldar el resto.

Kivan bien sabía que el corsario no cejaría hasta caer muerto o vencer y que podía soportar muchas heridas. Sin embargo esta parecía seria, aunque eso no le importaría. El hombre del sur se incorporó y recogió la espada aserrada y tras sopesarla miró al resto de guerreros. Solo Ardhan seguía en pié. Los demás estaban muertos o heridos de gravedad. Uno seguía consciente, pero tenía una pierna rota.

 Justo cuando Kivan se acercaba a la entrada con la antorcha, Gilagaroth miró las estrellas.  Y eso le dio una ventaja preciosa. Vio caer sobre ellos a sus rivales. No tuvo tiempo mas que para golpear al que caía sobre él. El espectro cayó al suelo y el sureño descargó dos golpes más hasta matarlo.  El guerrero que iba a caer sobre Ardhan sintió como algo lo quemaba desde dentro y se encontró cegado por una luz. Su golpe no fue muy certero y solo consiguió abollar la armadura del paladín. Este se rehizo e invocó el poder de los Valar. Su martillo, regalo de los enanos de Moria, brilló con una luz dorada que hería la vista a los no muertos. Ardhan golpeó a su rival y el resplandor pasó del martillo al sectario, el cual se desplomó con un gemido agónico mientras su torturado espíritu abandonó el cuerpo descompuesto. Ardhan siguió luchando contra los otros, pero antes de que pudiesen vencerlos los guerreros que los seguían estaban heridos o muertos. Aun así, los guerreros de la araña fueron vencidos. Tras comprobar como se encontraban los caídos se aproximó a Kivan y Gilagaroth. Este último sangraba por una herida abierta cerca de su hombro derecho. Kivan también estaba herido. Los tres se miraron en silencio y el montaraz prendió fuego a la tela, que empezó a consumirse rápidamente. Entraron en la torre y pronto encontraron los cadáveres de varios guardias y el de un guerreo de la araña. Si los defensores había conseguido huir estarían siendo empujados cada vez más arriba. Los tres compañeros empezaron a subir las escaleras. De vez en cuando encontraban cuerpos caídos, casi siempre de defensores. Sin embargo, en un trecho de la escalera había dos sectarios. Estaban atravesados por decenas de pivotes de ballesta.

- Parece que los ballesteros de Bregor han entrado en acción. Lastima que se necesiten tantos dardos para matar a un demonio de estos. Mucho me temo que estén acantonados en el techo. ¡Vamos!.

 Kivan y Gilagaroth renqueaban tras Ardhan. Estaban debilitados por la fatiga y la pérdida de sangre, pero no dejaban de subir escalones y registrar habitaciones. Pronto llegaron a las estancias de Bregor y Finduilas. Allí habían mas cadáveres. Muchos. Varios eran de sectarios y otros muchos de guardias y ballesteros. Habían al menos dos decenas de defensores y media docena de espectros. Derribado a varios metros encontraron el cadáver de otro demonio. La armadura estaba fundida en el pecho, destrozada en múltiples puntos y con los correajes quemados. Se preguntaron quién habría podido hacer esto y se prepararon para seguir subiendo.  Sin embargo Ardhan se arrodilló junto al cadáver de un defensor y emitió un suspiro. Era Telendil. El fiel senescal de Bregor había caído defendiendo a las mujeres. Tenía el rostro manchado de sangre y una profunda herida en el pecho que había dejado la armadura cubierta de rojo. Estaba apoyado contra la pared y con su espada en la mano. El campeón del Bien se lamentó la perdida y se incorporó dispuesto a vengarlo. Kivan meneó la cabeza abatido cuando lo vio, pensando en cuantos hombres buenos debían morir esta noche. Gilagaroth escupió sobre el cadáver de un sectario, al que propinó un puntapié. Antes de que Ardhan o Kivan dijesen algo, empezó a subir las escaleras y pronto escuchó como sus compañeros lo seguían.



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