La venganza de la araña

01 de Noviembre de 2003, a las 00:00 - Mazo Terhun
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Capítulo 3: Cae la mascara

 Kethwyd despertó desnudo y empapado de sudor sobre un lecho cómodo. Tenía una extraña sensación de dejadez que le llenaba todo el cuerpo. Le parecía estar dentro de un sueño pero sabía que todo aquello era real. La sensación de deja vu que tenía le indicaba que estaba atrapado en sus propios recuerdos. La memoria nos dice  lo que somos y la torturada alma de Kethwyd se agarraba a antiguos sentimientos. Para desgracia suya, comenzó a recordar...

 Se encontraba en las mazmorras de Litash Ishi Durbaz, la ciudad de los sacerdotes guerreros del Rey Brujo. Él y Ardhan, caballero de Gondor, habían viajado hasta Angmar para rescatar a Morwen, montaraz de Arthedain y esposa de Kethwyd. Para él era todo cuanto tenía y cuanto amaba.  Sin embargo habían sido capturados cuando intentaban infiltrarse  a escondidas en la ciudad. Esperaba una larga tortura o una ejecución rápida, mas no tuvo nada de eso. Estuvo un tiempo que a él le pareció eterno en prisión. Recibió un trato correcto y supo que Ardhan estaba bien. Y que su mujer seguía viva. Eso le dio una pequeña esperanza. Llegado el momento los sacerdotes oscuros les informaron que el Rey Brujo les otorgaba una oportunidad de escapar: si conseguían vencer a varios campeones de Angmar les liberaría sin condiciones. Aunque Kethwyd no creía en su palabra, no podía hacer otra cosa. Él y Ardhan fueron conducidos a un recinto subterráneo. Desde un oculto palco varias figuras los observaban. Una de ellas era Camthalion, el señor de los sacerdotes oscuros. Otra, Dancu, general supremo de Angmar. Habías otras muchas. Todas en silencio. Pronto aparecieron sus rivales. Kethwyd lucharía contra Namu, señor de los montaraces negros, y Ardhan contra Cykur, mano derecha de Dancu. Tenían una cuenta pendiente, ya que Ardhan y otros pocos se habían infiltrado en Angmar en misión de espionaje y haciéndose pasar por mercenarios desbarataron una invasión y mataron a un general maligno. Y fue Cykur el que les había contratado.  El general y el montaraz oscuro debían lavar su imagen o enfrentarse a la cólera del señor de Angmar. Namu era responsable de multitud de fracasos de los montaraces de Angmar frente a Kethwyd y sus compañeros. Nunca pudieron capturarles y muchos murieron intentándolo. Demasiados para  gusto del Rey Brujo. Dos sangrientos combates se entablaron en la oscuridad de ese extraño anfiteatro subterráneo. Kethwyd dio muerte a Namu, pero quedó muy debilitado y cubierto de heridas, habiendo incluso perdió  una oreja durante el combate por un hachazo. Cuando se volvió hacía Ardhan, este yacía en él suelo, con el yelmo roto y una fea herida en la cabeza. Kethwyd retó a Cykur. Si él vencía los dejarían marchar y le entregarían a su mujer.  Sorprendentemente, Cykur aceptó aunque con una condición: antes Kethwyd debía vencer a otro rival. El montaraz de Arthedain se mostró conforme. Su rival estaba cubierto de ropas negras y llevaba una túnica oscura. Se movía lentamente, de forma torpe, e iba desarmado. Los magos que formaban el público entonaron siniestros cánticos, mas Kethwyd no se dejó amedrentar. Su mujer y Ardhan dependían de él. Se lanzó sobre su enemigo. Le hizo un feo corte en la pierna y este ni siquiera gimió. Con una entrenada finta  se colocó detrás y de un rápido tajo lo degolló. La cabeza cayó rodando hasta los pies de Cykur. Kethwyd le apuntó con la espada en señal de desafío. El general sonrió de forma siniestra y se agachó para recoger la cabeza. Cuando la alzó, Kethwyd comprendió. Era la cabeza de su mujer. Él mismo la había matado. El dolor, la ira, el miedo, todo dejó de existir para Kethwyd. Solo podía mirar los inertes ojos de Morwen. Como en una pesadilla, escuchó la voz de Cykur, que reía: "hemos pagado un precio, pero hemos conseguido algo que parecía imposible: que alguien con el bien en su corazón sacrificase a la persona que más amase. El ritual está completo." De pronto, todo estalló en el interior de Kethwyd. Con un gruñido salvaje, se lanzó sobre Cykur para despedazarlo. El general se echó a un lado y golpeó en el rostro a Kethwyd con la empuñadura de su espada. Piadosamente, la inconsciencia se lo llevó.

 La nieve estaba teñida de rojo en el patio de Barad Estel.  Sobre ella, los defensores del castillo empezaban lentamente a ganar terreno a los espectros de la araña. Anarduabar y Bregor mataron a muchos. Nada podía detener la furia de sus corazones ni el poder de sus armas: una forjada por elfos en la Primera Edad del mundo y la otra por los altos hombres de Númenor, ambas cargadas de poderosos sortilegios para combatir al mal. La batalla parecía ganada, aunque pequeños grupos de asaltantes resistían por doquier y había muchos cadáveres de esforzados soldados por todo el nevado suelo. Un espectro de gran tamaño, un autentico coloso de más de dos metros luchaba con Anarduabar. Vestía una cota de mallas grisácea cubiertas de grandes escamas de bronce. El yelmo parecía imitar la cabeza de un troll. El guerrero esgrimía un mazo de hierro con pequeñas púas, todo entero de metal. Bregor se defendía de otro rival que empuñaba una pesada espada de doble empuñadura.  Anarduabar y su contrario chocaron brutalmente. El antiguo sectario destrozó la visera del yelmo de un espadazo y dejó al descubierto el rostro de un hombre cubierto de cicatrices y con unos ojos que eran luces amarillas. Con su brazo izquierdo sujetó el garrote de su rival y amputó su brazo de un solo tajo. El herido  retrocedió pero el capitán de la guardia del castillo lo agarró de la cabeza y lo arrojó con todas su fuerzas contra un muro cercano. Se escuchó un crujido y el espectro cayó inerte al suelo. El cráneo estaba roto en varios fragmentos. Era un cráneo cubierto de pellejo y nieve.
 
 Bregor hizo una finta a su enemigo por lo que este falló el golpe y quedó desequilibrado. El noble Arthedaini se colocó en su flanco y alzó a Sulring. Mientras tanto, entre la niebla, otro espectro había estado observándolo y acercándose en silencio. Vestía una ligera cota de malla negra y empuñaba dos largos puñales. La figura sopesó un cuchillo y se dispuso a arrojarlo sobre su víctima. Un soldado de la guardia de Bregor, un veterano de barba cana con un peto de cuero reforzado con metal se le echó encima mientras gritaba para dar la alarma. Intentó golpear al espectro con su maza, pero falló. Estaba ya débil por el combate y el cansancio acumulado se notaba ya. Además tenía un costado magullado por un golpe de una espada enemiga. El oscuro personaje le hundió una daga en el antebrazo y el mazo se le cayó de la mano debido al dolor. La otra se enterró hasta la empuñadura en su muslo. La sangre manó profusamente. La hoja había seccionado la arteria femoral. Sin embargo Bregor había escuchado la advertencia. Sulring atravesó la visera del yelmo de su rival y destruyó el conjuro que animaba el cuerpo sin vida del guerrero. El señor de Eldanar se lanzó sobre el guerrero emboscado. Este se colocó en posición de combate, ignorando al  moribundo. Sin embargo eso fue un error, pues el caído se aferró a sus piernas y frenó su esquiva. El demonio arrojó apresuradamente una daga hacia Bregor, pero rebotó en su poderoso escudo. Sulring silbó mientras bajaba para golpear, mas su blanco la esquivó en el último momento al dejarse caer sobre el hombre que yacía a sus pies. Bregor se rehizo rápidamente y ensartó al enemigo aunque este tuvo tiempo para rematar al caído. Su daga quedó clavada en el corazón del defensor. Bregor se arrodilló junto a él y le cerró los ojos que miraban al vacío. Conocía al caído: Era Helfdane, padre de Henrik otro valiente guerrero estacionado en Nothva Raglaw. Cuando Bregor regresó junto a Anarduabar, este sacaba su espada del cuerpo de otro muerto. De pronto, el inmenso guerrero se llevó la mano izquierda al hombro derecho. Giró la cabeza cubierta por el yelmo con visera en forma de rostro arácnido hacia la torre del homenaje y dijo:

- Fingil está en peligro... y con ella tus hijos y esposa... ¡vamos allá!.

 Los recuerdos llevaron a Kethwyd a una silenciosa cabalgada por las siniestras tierras de Angmar.  Algún tipo de droga lo mantenía consciente, aunque era incapaz de moverse. Sus escoltas eran media docena de guerreros de Angmar. Algunos parecían montaraces, otros sacerdotes. El guerrero de Arthedain se mantenía sobre una silla de montar. Tras él, el maltrecho cuerpo de Ardhan se balanceaba como un fardo. No sabía si seguía vivo. La cansada vista de Kethwyd distinguió hacia donde los llevaban. Reconoció de lejos los bosques de Nothva Raglaw y sus escarpadas colinas. Cerca del pueblo fueron arrojados al suelo. Uno de los jinetes se le acercó y le habló:

- Nos habéis prestado un gran favor y por ello, el señor de Angmar respeta vuestras vidas. Suficiente castigo tienes sabiendo lo que has hecho... y tu amigo es solo un mensaje. No volverá a luchar. Cykur se ha encargado de ello cortándole los tendones de las piernas. Pronto todos moriréis. Nadie podrá vencer a los espectros...

Kethwyd alzó la mirada y solo distinguió una figura envuelta en telas negras. Juraría que tenía un rostro apuesto, casi de un elfo. Intentó hablar pero tenía la boca pastosa y la lengua atontada. Lanzó un gemido lastimoso. El jinete arrojó un bulto envuelto en tela ante Kethwyd.

- Es solo un recuerdo. Lo necesitaras.

Desde el suelo, escuchó como las monturas se alejaban al galope. Con lagrimas en los ojos extendió una mano hasta el objeto caído en el suelo: su espada. La hoja estaba aun manchada de sangre.

 Finalmente Ardhan y sus dos compañeros llegaron al tejado de la torre. Allí el frío viento golpeaba sin piedad, pero no había niebla. Un encarnizado combate estaba teniendo lugar. Rápidamente se desplazaron allí. Una oscura figura les cerró el paso. Vestía unas mallas de color negro y empuñaba una cimitarra con la diestra y una espada de hoja recta y larga con la siniestra. La primera estaba forjada con hierro y bronce y cargada de sortilegios que la hacían dura como el acero. Fue bañada en la sangre de Nozgoth, por lo que continuamente supura un veneno paralizante. Además, en ella habita parte de la maligna esencia del devorador de almas. La otra espada sería la típica arma de un caballero dúnedain, aunque algo deteriorada, como si hubiese estado un tiempo a la intemperie... o enterrada.  El aparecido se tapaba el rostro con una mascara forjada con acero y plata, similar al yelmo de Anarduabar. Apuntó a sus rivales con ambas armas y les habló con una voz sepulcral:

- Detened vuestro avance y disponeos a morir. Nadie estropeará mi venganza y menos vosotros.
- Aparta de nuestro camino y detén esta locura espectro, o no tendremos más remedio que acabar contigo y tus hombres. El combate está perdido y lo sabes.

Ardhan terminó sus palabras apuntando al demonio con el martillo. El líder sectario lanzó una carcajada histérica a la noche. Kivan y Gilagaroth se pusieron en tensión, pero el desconocido siguió hablando:

- ¿Perdido?, Yo no he venido aquí a conquistar nada ni tomar esta fortaleza. Mis guerreros están ya muertos y solo una nueva muerte les librará del tormento que sufren. No tienen nada que perder y me obedecen ciegamente. Lucharan hasta el fin y se sacrificaran a la más mínima señal mía. Solo busco venganza. Esta noche muchos hombres buenos han muerto. Telendil luchó valientemente, pero no pudo vencerme. No le di ninguna oportunidad. Al menos tuvo una muerte rápida, una espada en el corazón.
- ¡Perro! ¡Atrévete conmigo!. Tus hombres no han conseguido herirme y tu no harás nada distinto. Te mandaré al olvido, que es donde has de estar. ¡Orome, el cazador del mal, préstame tu fuerza!, ¡Manwe sírvete de mí para hacer justicia!, ¡Mandos ayúdame a que estos cadáveres insepultos encuentren su destino!.

 Un leve brillo lo envolvió.  Kivan y Gilagaroth se colocaron a su lado. Ardhan les hizo una seña y se adelantó solo.  El caballero se lanzó de cabeza, dispuesto a asestar un golpe definitivo a su enemigo antes de que el poder de las plegarias menguase. Su martillo giro en su mano y se preparó para descender. Pero su rival fue mucho más rápido. Su cimitarra golpeó un costado del caballero de Gondor y este trastabilló y no pudo golpear  antes de que la otra arma atravesase la recia cota de mallas que le cubría la pierna derecha. Sintió como se le desgarraban los músculos y estuvo a punto caer de bruces. También sintió un leve aguijonazo allí donde la cimitarra le había golpeado, pues la punta si había conseguido traspasar las placas de acero por una muesca y había inoculado una pequeña cantidad de veneno. Reculó cojeando justo cuando Gilagaroth y Kivan se lanzaban contra el cuerpo que sabían albergaba el espíritu de Nozgoth. Se trabaron en una serie de ataques y contra ataques pero pronto la cimitarra diabólica hirió superficialmente al corsario el cual  se hallaba muy débil ya,  solo se sostenía por fuerza de voluntad. Instantes después se desplomó desmayado a causa del veneno, mientras intentaba golpear a su enemigo. Kivan quedó solo. La pelea se detuvo brevemente y el montaraz habló a Nozgoth.

- Sé que tu alma sufre amigo. Tu mujer me lo dijo. Debes estar preso de ese demonio. Recupera la razón... somos nosotros, tus compañeros. Su esencia maligna te manipula... ¡lucha y libérate! ¡Reúnete con Morwen allá donde vayamos cuando morimos! Sé que te espera... y que te ha perdonado. Ella me habló y me pidió que te liberase. Fuimos amigos durante un tiempo, aprendí mucho de ti y te lo debo. Se lo prometí. Liberaré tu alma.

Su contendiente parecía escucharlo atentamente. Una voz horrible surgió de la máscara.

- ¡Estúpido! Tu amigo es mío. El se entregó a mí buscando venganza y se la concedí. Ahora yo busco la mía y él está obligado a ayudarme. Ese fue el trato. No te engañes, aquél día en el valle de Sonotor solo se sacrifico para conseguir venganza, no para salvaros. Bregor me encerró en el lago, pero solo por un tiempo como ves. Ahora yo me cobrare lo que he venido a buscar. Fingil morirá y con ella la profecía. Los pocos seguidores que me quedan se esconden por ahora, pero mi culto seguirá vivo durante muchos años, tal vez siglos. Ya vendrá el día en el que se alcen de nuevo y no habrá nadie que les haga frente. La estirpe de Belegtor encontrará su fin hoy. Al igual que los hijos de Bregor y su mujer. Él pasara el infierno que yo pasé...

 Kivan comprendió. Esas últimas palabras las había pronunciado Kethwyd. Quizás solo la muerte lo liberaría de su tormento. Sin embargo, dudaba que él fuese capaz de vencerlo. Ardhan era casi tan terrible en el combate como Bregor y Anarduabar y había sido vencido casi sin dificultad. Él no era tan hábil y estaba herido. Miró tras su enemigo. Los pocos defensores que quedaban hacían frente a siete u ocho espectros. Uno de ellos era el hijo mayor de Bregor, Bregolas, inconfundible con sus mallas doradas y yelmo negro. Era un joven que no llegaba a los veinte, pero era un diestro guerrero. Le venía de familia. Tras ellos se escondían  las mujeres. Un espectro se abrió paso y se colocó delante de Finduilas, esposa de Bregor. Alzó un hacha sanguinolenta para matarla.  La hermosa noble alzó las manos en lo que parecía un gesto instintivo de protección. Se escuchó un terrible estallido, como de un trueno y una luz cegadora golpeó al no muerto, que salió disparado, Se estrelló contra las almenas y cayó al vacío. Kivan quedó boquiabierto. Finduilas era una hechicera... y poderosa. Desde luego, esta familia no dejaba de sorprenderlo. Miró de nuevo a su rival, que aguardaba. Kivan aferró la espada con fuerza y atacó. Ardhan apareció renqueando y se unió a la lucha. El torturado cuerpo de Kethwyd se arqueó antes de que sus rivales llegasen a golpearlo y por el lugar en el cual asomaba levemente la boca en la mascara, surgió un chorro de tela de araña que cubrió casi completamente a ambos amigos y los inmovilizó. El  poderoso espectro dijo:

 - Cuatro contra uno no sería una lucha justa...

 Kivan giró la cabeza mientras luchaba por liberarse y vio como la inconfundible figura de Anarduabar surgía de las escaleras y tras él la de Bregor, con las mallas resplandecientes y la Elendilmir brillando azul sobre su yelmo de guerra.  Juntos se plantaron ante el espectro. Bregor se colocó a la espalda de su capitán y le dijo:

- Encárgate tú de él. Yo he de socorrer a los otros.

 Bregor corrió hasta el lugar donde las mujeres corrían peligro. Allí Gil Mor y unos pocos ballesteros y soldados se defendían como podían. El mentalista luchaba con su espada.  La llegada del  guerrero más famoso de Arthedain inclinó la balanza. Sin embargo, un espectro arrojó una lanza por la espalda a Bregor. Este luchaba con tanto entusiasmo que no se percató. En el último momento la lanza se desvió como si una mano invisible la hubiese echado a un lado. Gil Mor suspiró exhausto por el esfuerzo. Utilizar sus dones mentales era algo fatigoso y no sabía si podría hacerlo de nuevo. Su apuesto rostro estaba perlado de sudor. Un espectro le atacó y de un fuerte empellón lo derribó. La espada le saltó de las manos. El golpe fatídico no llegó y de pronto el cuerpo del espectro cayó inerte al lado del mentalista. Este vio a Bregor que envainaba a Sulring y le tendía la mano. El último espectro había sido vencido. Justo cuando se incorporaba escucharon un grito de advertencia y un silbido. El que hace el acero al cortar el aire.

Anarduabar encaró a su enemigo y le dijo con tono neutro:

- Jamas pensé que así fuere, pero hoy saldaremos una deuda de honor que tenemos desde hace muchos años. Podremos finalizar lo que dejamos a medias en Gundabad.

 Se refería a una disputa que tuvo con Kethwyd cuando estaban en el interior del monte Gundabad. Anarduabar lo tachaba de cobarde y Kethwyd respondió al insulto llamándolo asesino y sectario fanático. Ambos se enzarzaron en una lucha, dispuestos a matarse mutuamente. Fueron sorprendidos por un grupo de orcos, pero la llegada de Bregor y Thaer los pusieron en fuga   y   consiguieron liberarles. Desde entonces aparcaron ese incidente, aunque nunca llegaron a llevarse bien. De hecho, apenas se dirigían la palabra. Hubo un tenso silencio, roto por Anarduabar al lanzarse sobre su antiguo compañero. Los golpes volaban a raudales y siempre conseguían detener las estocadas del otro, a veces en el último instante. Ambos sabían que una herida con el arma del contrario significaría perder el combate y morir y por eso luchaban con cautela, aguardando un error del oponente. Tras una violenta acometida de Anarduabar, el cuerpo de Kethwyd se apartó de un salto y le habló:

- Pronto veras lo que es la desesperación y el miedo. No creas que me derrotaras. Sé que he de hacer para vencer hoy. ¿Atacarías a un hombre por la espalda?

Tras decir eso se giró  y arrojó la cimitarra contra los defensores. Esta voló rápidamente. Bregor reaccionó a tiempo e intentó colocarse en su trayectoria y desviarla con el escudo pero no pudo. La hoja volaba directa contra Fingil. La runa mágica de su hombro la protegía, pero quizás eso no sería suficiente esta vez. Gil Mor frunció el ceño y lanzó un breve grito. La hoja se desvió y se perdió en la oscuridad de la noche. El mentalista estaba al borde del colapso. Bregolas lo sujetó, mientras todos lo miraban. Acababa de salvar a Fingil. Aunque terriblemente cansado, sonrió orgulloso. Recordó una discusión que tuvo con Kethwyd en el monte Gundabad: el enano Berun Aplastacráneos, uno de sus compañeros, había muerto junto a Gil Mor mientras luchaban contra la guardia personal del rey trasgo, orcos de gran talla y fieros guerreros.  Tras la batalla, Kethwyd casi le culpaba de la muerte del enano, pues Gil Mor no consiguió vencer a su rival y cuando llegaron refuerzos corrió a buscar refugio. El enano se negó a huir y se plantó ante cuatro guerreros orcos. Lo despedazaron. Gil Mor sobrevivió. El no es un guerrero, no podía luchar contra dos a la vez. Además, solo él podía lanzar el conjuro que finalizaría la misión que los había llevado allí. El rey Arvegil y sus superiores le eligieron personalmente. No podía arriesgarse. El reino dependía de él. El problema es que tanto él como Kethwyd eran hombres  muy orgullosos y tampoco se levaban bien. La cosa nunca pasó a más y el incidente pronto se le olvidó a ambos pues Anarduabar dijo a Kethwyd que  no podía llamar inútil a nadie, ya que él era el primer miembro inútil del grupo. No hacía mucho, la guardia de trolls del rey trasgo les habían atacado. Durante la lucha que tuvo lugar en un pequeño pasillo en el que solo podía entrar un troll por vez, el hobbit Frodo Nortuk encontró una vía de escape. Thaer lo acompañaba. Cuanto sólo quedaban un par de trolls llegó el jefe con una enorme maza con pinchos. Kethwyd corrió por el pasaje, aun consciente de que su espada fue forjada por los elfos para matar trasgos y trolls en los días antiguos, en la misma forja que Sulring.  El líder troll derribó a Anarduabar, que defendía la entrada y se lanzó sobre Bregor. Este estaba herido, pero Sulring atravesó la piel del monstruo y lo mató. Su mole atoró la entrada y los otros trolls se detuvieron. Bregor y Thaer, que llegaba para ayudar, se llevaron al inconsciente Anarduabar al refugio secreto. Allí todos increparon a Kethwyd, y Anarduabar, una vez consiente abogó por arrojarlo por un precipicio. Kethwyd le comino a intentarlo y desenvainó el arma. Bregor se interpuso y obligó a todos a calmarse. Como siempre, era incapaz de enfurecerse con un amigo. Aunque lamentaba la actuación de Kethwyd, estaba dispuesto a darle un voto de confianza. Estaba seguro que no lo haría una segunda vez. "El corazón a veces falla al hombre más valiente." Dijo Bregor. La imagen del Rey Brujo sobre su bestia voladora se le vino a la mente. Ocurrió hace muchos años, cuando aun no era un personaje famoso en el reino, solo un aventurero errante. El terror lo dominó y huyó despavorido, abandonando a sus amigos. Tuvo miedo y por eso comprendía en parte a Kethwyd. Finalmente el espíritu del sabio Sonotor puso fin a la disputa. Kethwyd debería demostrar su valor. Hasta entonces la magia protectora del cuerno no le afectaría. En la batalla para la destrucción del ariete que amenazaba a Arthedain se redimió y luchó como un poseso, matando a muchos trasgos. Además también se enfrentó a un señor de la guerra orco, y aunque fue derrotado y malherido luchó con valor. Todas esas rencillas habían quedado olvidadas hasta hoy.

 Anarduabar dejó caer su espada sobre el enemigo que le daba la espalda. No merecía ninguna concesión. La hoja atravesó limpiamente el cuerpo. Demasiado fácilmente, casi como si no hubiese atravesado metal y carne. Ante los ojos del capitán de la guardia se alzaba un montón de arañas de todos los tamaños, desde el de un puño hasta el de una uña.  La hoja de su arma estaba cubierta de bichos que humeaban y se consumían en un fuego blanco. Escuchó una demoniaca carcajada a su espalda.

"108 espectros caerán sobre vosotros.
Pronto nos traerán vuestras cabezas.
Estad listos, pues vuestro tiempo se agota.
 Quien juega con fuego se acaba quemando"

 Eso era lo que habían inscrito con fuego en la espalda de Ardhan. Este fue curado con un agua procedente de una fuente sagrada que solo Bregor y sus amigos conocían. Sin embargo, ese milagro solo obraba una vez por persona. La mente de Kethwyd se llenó con la imagen de la desgarrada espalda del paladín y su tétrico mensaje. Abrió los ojos. Se encontraba en una pequeña estancia, que olía a incienso y especias. Pequeños candelabros la iluminaban. Estaba arrodillado. Ante él se alzaba un hombre alto y robusto. Portaba una cota de escamas negras, con espinilleras de acero y brazales de cuero negro repujados en oro. Una capa  le tapaba la espalda. El rostro quedaba oculto por un gran yelmo en forma de cabeza de una gran araña cornuda. Kethwyd recordó: cuando sus amigos discutían sobre que hacer este hombre apareció ante ellos. Era Bultarik, sumo sacerdote de la araña. Traía una información importante y a pesar de las desconfianzas lo escucharon. Cuando su secta fue traicionada hace años y Anarduabar y sus compañeros mataron a su señor Nozgoth, muchos de sus hombres fueron hechos presos. Los pocos espías con los que aún contaba en la tierra de hierro le habían informado que estos hombres estaban siendo sometidos a un ritual por el cual habían sido transformados en peones sin voluntad, controlados por el señor de Angmar. Aunque eran enemigos, por ahora debían hacer frente común, pues el problema afectaba a ambas partes. Anarduabar rechazó de plano la oferta y amenazó con matar al sacerdote. Este lanzó una última frase:

"Tengo el poder necesario y el instrumento que acabará con el  culpable de todo esto. Por desgracia mis hombres no pueden usarlo. Ahora mismo partiré hasta mi oculto templo. Si solo uno de vosotros ansía venganza...     ha de seguirme."

Cuando la oscura figura abandonaba el marco de la puerta, Kethwyd se levantó bruscamente y corrió tras él. Anarduabar intentó cerrarle el paso mientras lo llamaba traidor. Bregor se lo impidió. Kethwyd salió al exterior escuchando la voz del guerrero del sur: "Tu elección está hecha. Tarde o temprano nos encontraremos y saldaré viejas deudas. Te mataré. Lo juro." Una vez solos, Kethwyd se dirigió al sacerdote maligno:

- Estoy dispuesto a escucharte. Mi vida no vale para nada. Si hay algo que pueda hacer para vengarme, lo haré.
- Bien. Si son sinceras tus palabras, extiende la mano.

Kethwyd obedeció, aunque muy lentamente. Bultarik le alargó una espada: era una hoja grande y curva, de siniestro aspecto y que no parecía especialmente afilada, sino más bien tosca. La superficie parecía mojada con algún liquido. Podría ser sangre. Cerró su mano sobre la empuñadura y sintió el poder del arma. Había algo dentro de ella que le hablaba en susurros. Prometía poder. Y Kethwyd lo vio. Vio el poder con el que aplastaría a los culpables de la muerte de su mujer. Y sonrió.

 Viajaron muchos días hasta llegar al recóndito santuario. Allí Kethwyd debía iniciarse como miembro de los "guerreros de la araña" si quería legar a comprender los poderes de la espada. Además recibiría otras muchas reliquias de la orden. Kethwyd había abandonado a sus amigos, su familia y su patria buscando venganza. Ahora debería renunciar a su alma. Volvió a estar arrodillado ante Bultarik. Este le tendía un cucharón cargado de espeso brebaje. Con ese trago, empezaría su iniciación. Su alma sería parte del dominio de Nozgoth, lo que abriría un canal de conexión mucho mayor con los poderes de su espada, pues la esencia maligna que pervive en ella es la de  Nozgoth y la sangre que la mancha es la de ese horrible demonio conocido como el devorador de almas. El nauseabundo licor lo abrasó por dentro. Su mente siguió vagando en el tiempo. Ahora se hallaba desnudo, sentado en un banco de piedra. Tras él, Bultarik se disponía a tatuarle en el hombro la araña que lo señalaría para siempre como miembro del culto. Algo se agitó en el espíritu de Kethwyd. Se levantó y se enfrentó al sacerdote. Solo buscaba que lo ayudasen a vengarse, pero no podía vender su alma. Una vez hubiese matado al sacerdote oscuro Camthalion, su alianza sería rota. No lucharía contra sus amigos. Morwen nunca le perdonaría. Bultarik rió. La mente de Kethwyd se llenó de susurros. Su mujer quería venganza. Sus amigos necesitarían su ayuda ahora. Su vida ya no valía nada, así que no debería importarle dar su alma. Kethwyd se sentó, muy despacio, como si le costase un colosal esfuerzo. Bultarik inició su trabajo.



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