Rey de Poderes

05 de Febrero de 2004, a las 00:00 - Alberto Portales Cuenca
Relatos de Fantasía - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame


1. Una visita nada agradable

La noche pasaba tranquilamente. Los centinelas elfos, que desde hacía tiempo se habían instalado en los lindes del bosque para mantenerse alerta de cualquier cosa que pudiera acontecer, no tenían demasiado trabajo. Algunas ardillas de vez en cuando daban un pequeño susto y alguna que otra flecha se escapaba pero nada más. Todos estaban con los nervios a flor de piel desde que llegaran las noticias del norte. Allí,  en el Triángulo Verde (el reino de Lauri se dividía en triángulos: Triángulo Verde al Norte, Triángulo Amarillo al Sur, Triángulo Rojo al Este y Triángulo Azul al Oeste), el más extenso de todos , mantener la seguridad era mucho más difícil. Debido a su gran extensión y a la cantidad de recovecos en la orilla del bosque, se necesitaban muchos más centinelas , pero por desgracia no los había. Muy pocos eran los elfos que se presentaban a este cargo. La mayoría no querían poner sus vidas en peligro. Y si decidieran ponerlas, preferían el ejército junto con otros compañeros. Los centinelas se encontraban a unos quinientos metros unos de otros por lo que se sentían muy solos. No sólo en lo que se refiere a hablar y esas   cosas, sino   que   además   si   hubiera    una    emboscada    tendrían   pocas oportunidades de escapar. Por esto, cada uno de los centinelas tenía un cuerno que debería tocar si alguna vez alguien entrara sin permiso en Lauri, por si acaso no les diera tiempo a escapar.
A uno de estos centinelas del Triángulo Verde le había ocurrido algo muy desagradable la noche anterior ...

*  *  *

Durante mucho tiempo nada había ocurrido en los límites del bosque. Por esto Dancort había decidido llevar a su hijo a su puesto de centinela tras la mucha insistencia de éste.
-No te muevas ni hagas ningún ruido mientras estés aquí, hijo- le había dicho Dancort antes de llegar al puesto. Pero Lanfir, el pequeño de diez años, no le hizo demasiado caso.
La noche transcurría silenciosa. Algunas veces era incluso desesperante. En ese momento, Dancort daba gracias a la Naturaleza por habérsele ocurrido llevar a su hijo. Y olvidando los temores (pues no había de tenerlos ya que desde hacía mucho no había ocurrido nada en aquellas tierras), empezó a hablarle a su hijo, rompiendo ese silencio espectral.
-Dime hijo, ahora ves que no hay nada de excitante en esto de ser centinela. ¿Todavía sigues deseando serlo cuando seas mayor?
-La verdad es que me esperaba otra cosa pero ...
De súbito un sonido se levantó por encima de sus voces. Primero lo que parecía un silbido convirtiéndose poco después en una respiración sorda e inquieta. Ambos callaron a la vez. Dancort empujó suavemente a Lanfir hacia atrás escondiéndolo entre las hojas doradas de los árboles élficos a la luz de la Luna. La respiración seguía escuchándose ahora más apaciguada. Parecía que los había descubierto. A Dancort, mirando a la profundidad del oscuro horizonte, le pareció ver de forma fugaz unos ojos amarillos rajados, pequeños, que desprendían una furia mortal. Con un movimiento casi imperceptible a los ojos de un hombre, la mano del elfo se acercaba poco a poco a su carcaj para recoger una flecha. De nuevo los ojos aparecieron y desaparecieron como una luz intermitente. La mano de Dancort ya había alcanzado la flecha y se disponía a introducirla en el arco. De pronto dio un salto hacia adelante casi al pie de la plataforma en que se encontraba, agachándose hasta tocar el suelo con el pecho. Totalmente tumbado, mirando por el filo de la plataforma y con el arco cargado, se mantuvo Dancort unos minutos que le parecieron años. Finalmente, cuando Dancort creía que todo había pasado, pues ya no se escuchaba la respiración, una flecha apareció de entre la maleza y surcó el aire sobre su cabeza yendo a parar al árbol que tenía detrás. Un grito tan agudo como el de un caballo desbocado fue la única respuesta a aquel primer ataque. La cara de Dancort se tornó de un blanco mortecino. Él no había gritado, y el grito no venía de su delantera. Venía de atrás. De repente, como si algo le pinchara desde el suelo dio un salto y  fue a parar donde había dejado a su hijo. Con lágrimas en los ojos vio lo que había ocurrido. Lleno de furia y con un resplandor rojo en su rostro salió de nuevo del escondite como empujado, y se plantó en la plataforma totalmente al descubierto. Se precipitó por delante de ella hacia el suelo (la plataforma estaba a unos tres metros). Allí se quedó, con la misma furia en los ojos, mirando al espesor del campo que se extendía hasta donde sus ojos de elfo podían alcanzar. En ese campo la hierba era muy alta y cualquier criatura podía esconderse allí. Tras él, el Bosque del Reino Élfico: Lauridâunëon. Volvió a escudriñar la oscuridad. Nada se movía. Le pareció ver algo a su izquierda. Avanzó poco a poco cubriéndose las espaldas con los árboles sin dejar de mirar al frente. No se oía nada. Un silencio desconcertante lo envolvía. Ni la respiración de antes, ni una ráfaga de viento, nada.
Súbitamente como de la nada apareció ante él la enorme figura de un orco. Dancort se quedó petrificado. El orco de ojos amarillentos y risa sarcástica, babeando y enseñando unos colmillos tan afilados como Dámpiral, se acercó poco a poco apuntándole con un pesado arco. Conforme se iba acercando, la risa se le iba agudizando. Dancort no tenía escapatoria. Cerró los ojos. Se le escaparon las lágrimas. El orco soltó una carcajada. En ese momento una flecha cruzó el espacio que había entre ellos. El orco desvió la mirada y el arco hacia los árboles. Desconcertado, apuntando a todos los lados lanzó un grito en su repugnante lengua. En ese preciso instante emergió de la oscuridad de los árboles como un pájaro, rápida y ágilmente otro elfo apuntándole con otro arco. Ambos se quedaron quietos, estudiándose, los dos apuntándose. El orco dio un grito. El elfo le respondió. Las flechas se dispararon. Dancort abrió los ojos. Como venido de un sueño y viendo la realidad, dio un salto gigantesco hacia adelante empujando al orco e interceptando con su cuerpo la flecha lanzada por el otro elfo. Dancort quedó tendido en el suelo. Mientras, la flecha del orco rozó el brazo bueno del otro elfo. Dejando caer el arco lanzó un chillido ensordecedor. En medio de aquella confusión, una decena de elfos emergieron de entre la maleza de espalda al orco. Lo habían estado acorralando mientras los hechos se sucedían. Y no se hizo esperar más. Emergiendo de la oscuridad un sonido muy agudo subió al aire. Por fin un centinela había soplado un cuerno. Al momento varios elfos más aparecieron de entre los árboles tras el orco. Estaba totalmente acorralado. Uno de los elfos de los que aparecieron del bosque dio un paso adelante.
-¡Ríndete Turfosh! ¡No tienes escapatoria!- gritó este elfo.
-¡Drago! ¡Qué agradable sorpresa!- dijo Turfosh con una risa sarcástica-. No esperaba encontrarte aquí. Creía que estabas en el Oeste.
-¡Tira el arco!- replicó Drago, haciendo caso omiso al orco.
-Lo tiraré- accedió Turfosh-. Pero antes déjame darte una cosa.
Turfosh se llevó una mano a una rasgadura (o eso parecía) que tenía en su vestimenta. En ese momento todos los elfos tensaron sus arcos.
-Toma- dijo Turfosh. Sacó un papel-. Tengo órdenes directas de entregar esto a los elfos.
Drago recogió el papel. En el momento mismo en que Drago tendió la mano, Turfosh en un último intento de escapar pues ya tenía poca escapatoria, le agarró la mano a Drago fuertemente. Los ojos le centellearon. La baba se le escurrió entre los colmillos. Esbozó una sonrisa. Drago intentó soltarse infructuosamente. Algunos elfos lanzaron un grito de guerra, otros tensaron aún más el arco. Con un movimiento rápido, Turfosh pegó a Drago a su cuerpo de cara a los elfos y se lanzó hacia un sitio apartado dejando a todos de un lado. Algunos dejaron escapar una flecha. Por suerte nadie más cayó herido.
-¡Tirad los arcos malditos elfos!- gritó Turfosh.
Los elfos titubearon. Algunos dejaron sus arcos en el suelo y se fueron corriendo. Otros los destensaron. Algunos dudaron. Finalmente todos cedieron. Turfosh sacó un pequeño puñal. Lo apoyó sobre la garganta de Drago dejando caer unas gotas de sangre.
Los elfos se dejaron caer de rodillas. Inesperadamente una flecha cruzó el aire y atravesó la garganta del orco. Era una flecha dorada. Una flecha con inscripciones en élfico. Una flecha que sólo algún soldado de la guardia real podía disparar. Todos los elfos desviaron su mirada hacia el puesto de centinela. Allí se erigía como un salvador a los ojos de Drago, un soldado de armadura dorada al igual que su flecha, portando un arco rojo. No se trataba sin embargo de un soldado perteneciente a la guardia real sino que era uno de los soldados de la guardia del otro reino élfico en el bosque de Fardorn. Llevaba una distinción especial en su gorro élfico lo que le colocaba como Jefe de batallón (el rango más alto). Miró a los elfos.
-Faltó poco ¿eh?



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