Rey de Poderes

05 de Febrero de 2004, a las 00:00 - Alberto Portales Cuenca
Relatos de Fantasía - Relatos basados en la obra de Tolkien, de fantasía y poesías :: [enlace]Meneame

3. Reunión de Emergencia

Cuando entraron en la sala de reuniones quedaron totalmente impresionados. No sólo por lo excepcional de ella sino también por los que allí estaban.

La sala era básicamente un jardincito lleno de florecitas doradas en cuyo centro se extendía un manto verde perfectamente recortado, y que estaba resguardado por un complejo entramado de ramas que actuaba como techo. En el centro, una inmensa mesa de madera de los árboles de Lauri y alrededor de ésta numerosas sillas también del mismo material. Presidiendo la mesa, la silla más hermosa de todas. Prácticamente indescriptible, lo único que puedo decir es que perteneció a cada uno de los reyes elfos del pasado, y que cada uno hizo decorar la silla con un motivo distinto, a cual de ellos más precioso.
Ocho sillas estaban ocupadas. En total eran diez sillas más la del rey. En una rápida mirada, Drago pudo ver a un enano, un hombre, un elfo anciano, un mago y, por supuesto,  al soldado. Al otro lado de la mesa, las otras tres sillas estaban ocupadas por extraños seres pequeños cubiertos por una especie de manto que los ocultaba en toda su corta estatura. Y, claro, las dos sillas que estaban destinadas a Drago y Dancort.
El rey Légonas se dirigió hacia su asiento y con un gesto les indicó a los dos extrañados elfos que se sentaran en sus correspondientes lugares, al lado de los seres diminutos.
-Bien, comencemos rápidamente con las presentaciones: tenemos mucho que hablar - comenzó Légonas-. Todos vosotros ya os conocéis- prosiguió el rey mirando a los ya presentes cuando Drago y Dancort entraron en la sala-. Así que estos son Drago y Dancort, los elfos que ayer se encargaron de Turfosh- se levantó un murmullo en la sala-. Ya, ya lo sé, dije que no tenían nada que ver, pero si no se les explicaban los hechos se levantarían rumores entre el pueblo.
-Pero había otras soluciones. Podían haberlos desterrados temporalmente hasta que se desataran los sucesos.
El que había hablado era el hombre. Era un personaje alto, de rasgos muy marcados, tez morena y ojos oscuros. Su pelo era largo, recogido en una cola negra tras la cabeza.
-Disculpad a Simeón- dijo el rey mirando a Drago y Dancort-. A veces peca de hablar demasiado- añadió, dirigiendo una mirada de reprobación al hombre.
>> Simeón- dijo ahora mirando a éste-. No sólo los he invitado por lo que comenté antes. También son buenos luchadores y nos pueden ser de gran ayuda.
-Si lo que querían eran buenos luchadores, en mi pueblo hay a montones- reseñó ahora el enano.
-También serán necesarios, Goran- volvió a señalar  el rey.
Todos comenzaron a hablar en señal de desaprobación. El rey puso calma:
-¡Esperad, esperad! Antes de comenzar es necesario que todos nos conozcamos. Vamos a estar juntos mucho tiempo.
>>Drago, Dancort; este hombre que tengo a mi izquierda es Simeón, guerrero de gran nobleza de la ciudad situada en los lindes de Montorus, en la mitad Sur: Ithilian. Está aquí para ofrecernos la ayuda de su pueblo, al que ya ayudamos en la guerra contra la ciudad de Dûm.
A su lado se encuentra Goran, príncipe de los enanos de la ciudad de Etón Yual, situada al norte de Lauri, en el interior del pico que tiene el mismo nombre, en la cordillera de Dépth Dominus, en el nacimiento de nuestro río Endomias- los elfos miraron a Goran, un enano muy corpulento, con una melena muy larga y rizada, y blanca, al igual que su barba-. Hasta aquí ha venido para ofrecernos también su ayuda, ya que si los orcos consiguen derrotarnos, irán a por ellos a los que también les ha declarado la guerra.
El rey paró ante las caras pálidas de Drago y Dancort. Pero éstos no pudieron articular palabra. Ahora ya sabían qué hacían ahí, quién era el soldado, y la amenaza que se les venía encima: a ellos, a los elfos, y a todo el Mundo I.
-Junto a él está el mago Mendäl- prosiguió Légonas-. Creador y fundador de la ciudad y la congregación de magos de Gandäl. Presidió el Concilio que tiene su nombre en el que se pactó la ayuda mutua entre los magos y los elfos- era un hombre alto, oculto tras su gran sombrero picudo y su larga barba gris.
Drago y Dancort estaban ensimismados, abstraídos. No podían creer que los orcos fueran a atacar otra vez. Ninguno de ellos había vivido las otras dos guerras pero habían escuchado que fueron muy crueles y que la población había quedado diezmada en ambas, y todavía no se había alcanzado el número de elfos que en su día habitaron en paz en Lauri. Pero aún no sabían que el peligro no tenía nada que ver con las otras ocasiones. Y aún quedaban más sorpresas. El rey prosiguió:
-El soldado que se sienta enfrente de Dancort es Lantor. Su historia la conoceréis más tarde.
>>Ahora, mis queridos y amados elfos, os pido que mantengáis la calma a continuación. Vais a conocer a los que han decidido esta reunión y a los que excepcionalmente han venido para ayudarnos. Sólo cuando los conozcáis tendréis una mínima idea del peligro que corremos nosotros, y  todo el Mundo I.
>>Como habréis observado, entre nosotros hay un elfo anciano al que aún no he presentado. Drago, Dancort. Os presento a mi querido padre: Lay Longolas.
Un grito ahogado fue la única respuesta. Después de esta primera impresión, los elfos se levantaron y, colocándose frente a Longolas hicieron una profunda reverencia. Ambos comenzaron a llorar. Lay Longolas, salvador del pueblo elfo y el que fue dueño de Dámpiral se alzaba ante sus ojos. El que fue rey se levantó y acarició la cabeza de Drago. Lo mismo hizo con Dancort.
-Levantaos- dijo Longolas.
Su voz era tan envolvente, tan segura, tan cálida; que de un salto ambos se irguieron y le besaron las manos.
-Tranquilos. Sólo soy un elfo más. Ahora todos somos uno más. Juntos debemos ayudar a que el Mundo I. no sucumba. Y os puedo asegurar, que por muchas experiencias que haya tenido, no tengo ni idea de cómo lo vamos a hacer.
-Pero por lo menos sabemos que pasos seguir, padre- dijo Légonas.
-Hijo, con eso no tenemos nada. Pero hay que continuar con la reunión. Todavía queda mucho tiempo antes de que se acabe.
>>Drago y Dancort, tomad asiento: las sorpresas aún no han terminado.
-¡Qué mejor sorpresa que ésta, majestad!- exclamó Drago, todavía emocionado.
-Por favor, no me llames majestad. Llámame Lay. Te agradezco que me muestres lo mucho que me aprecias. Yo también te aprecio a ti. He estado siguiendo tus pasos y la verdad es que eres un elfo maravilloso. Yo he tomado la decisión de que estés presente- Longolas hizo una pausa. Ahora se dirigió a Dancort-. Esto también va por ti- Dancort se sonrojó-. También eres un buen elfo y realizas muy bien tu trabajo.
Pero como ya he dicho tomad asiento, por favor. Debemos seguir.
-Muchísimas gracias majestad, quiero decir, Lay- dijo Drago.
-Lo mismo digo- lo apoyó Dancort.
-Bien, como mi padre ha reiterado, debemos seguir- reanudó Légonas-. Ahora os voy a presentar a los otros tres compañeros que aquí se reúnen con nosotros. Ellos son los que verdaderamente nos han avisado de la tempestad que se avecina. Gracias a ellos todavía tenemos una mínima esperanza de salvar al Mundo I.- Légonas hizo una parada.
Los tres pequeños personajes que se sentaban al lado de Drago se movieron tímidamente. Sin embargo estaban cubiertos por un diminuto hábito verde  que les cubría en toda su integridad. Uno de ellos asomó su pequeña mano bajo su manga derecha. Entonces ocurrió algo que ninguno de los presentes podría olvidar en toda su vida. Súbitamente, la diminuta mano verde de tres dedos anchos, se fue encendiendo más y más hasta deslumbrar a todos. Entonces los tres dejaron caer sus hábitos. La luz fue inundando poco a poco toda la sala. Era una luz clara, cristalina. Al principio todos se apartaron de un salto de los tres misteriosos y terroríficos invitados. Después, todos, hasta los más rudos, saltaban y reían de alegría. Daba tal seguridad, tal alegría, tal bienestar, que todos olvidaron por un momento a Turfosh, a Forgorn, y todo por lo que allí estaban.
De pronto aquella luz se apagó y dejó al descubierto tres seres de unos cuarenta centímetros de color marrón. Sin pelo, de orejas puntiagudas y ojos grandes y rasgados que contenían toda la luz que antes habían irradiado.
-Os presento a todos a Sinowa, Wingasu y Zontaur;  tres goglins pertenecientes a la raza que una vez erradicó a la de Forgorn- dijo Légonas.

 



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