La búsqueda de Cora

02 de Febrero de 2005, a las 22:43 - Lobelia Tuk
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Capítulo 4- Tierra de tinieblas

 -¿Qué pasa?- se preguntó Cora.

 Se había despertado súbitamente en mitad de la noche cuando un temblor había sacudido la tierra. Miró a su alrededor, pero nada era visible. La oscuridad en ese momento era tremendamente cerrada y casi palpable. Se puso en pié y empezó a andar. Apenas había dormido unas pocas horas, pero después de aquel sobresalto no podría volver a dormirse.

 Caminó sin detenerse hasta que amaneció. Avanzaba paralela al camino y percibía como la vegetación había cambiado paulatinamente  conforme se acercaba a la Encrucijada. Del bosque frondoso, casi salvaje, plagado de flores de brillantes colores (como las prímulas o los asfódelos, que reconocía porque Sam se las había enseñado tiempo atrás en los jardines de la Comarca) y también de hierbas que desprendían un fragante aroma como tomillo, perejil o mejorana; había pasado a árboles mas espaciados y grandes, robles, encinas y fresnos y a grandes claros de verde hierba.  Pero ahora Cora suponía que se había adentrado en el valle del Morgulduin, puesto que el propio paisaje parecía haberse vuelto mas siniestro. Una ligera bruma se colaba entre los numerosos matorrales de zarzas y espinos y se podían ver de cuando en cuando pequeños claros de hierbas quemadas rodeados de matas abrasadas y retorcidas. El propio aire era pesado y sofocante, a pesar de que no era una mañana calurosa, y hacía que resultase hasta fatigoso el respirar. El cielo tenía un color extrañamente plomizo.

 Cora caminaba lo mas silenciosamente posible y con todos los sentidos en alerta. Aflojó su espada de la vaina y agarró la empuñadura con su mano izquierda en previsión de otro desagradable encuentro. Y de este modo continuó hasta que, mas avanzada aquella oscura mañana, llegó a una abertura circular. Aquella debía ser la Encrucijada al fin. Se detuvo asombrada cuando un poco mas abajo, hacia el sur, vio una enorme estatua: era la figura de un hombre sentado, y observó con repugnancia como la habían mutilado horrorosamente cortándole la cabeza, que se encontraba a un lado en el suelo, y habían pintado sobre ella. La contempló pensando en si se trataba de algún rey del pasado, y preguntándose cual sería su nombre y su historia. De algún modo le recordó a Trancos.

 Se sentó a sus pies, apoyando la espalda contra la figura. Sabía que no era prudente sentarse allí, pero de cualquier modo se sentía hambrienta y se dispuso a comer lo que le restaba de la comida que le había entregado Faramir.

 -Un gran hombre...- se dijo Cora mientras masticaba distraídamente un trozo de carne curada. Si bien era cierto que no conocía a muchos de los de la Gente Grande, pero aquel montaraz del sur le había impresionado. Era muy parecido a su hermano Boromir en forma, pero su habla y, sobre todo, su mirada le decían que era mucho mas noble y bueno. A decir verdad, había confiado enseguida en él, cosa que nunca le había pasado con su hermano.

-Ojalá toda la Gente Grande fueran como Faramir o Trancos- afirmó Cora terminándose el último trozo de pan.

 Recogió su mochila y se disponía a descansar la comida, pensando en que echaba en falta una pipa y una buena ración de hierba de Valle Largo, cuando otro ligero temblor en la tierra, mas débil que el de la noche anterior, le hizo ponerse en pié de un salto. Se quedó escuchando un instante, antes de esconderse tras la estatua. Algo grande se acercaba por el camino de Morgul.

 Durante unos interminables minutos nada se vio por el este, pero una sensación de amenaza iba creciendo dentro de Cora y  al fin sus peores temores se mostraron ante sus ojos. En el sendero había aparecido una figura terrible y temible; el Señor de los Nazgûl marchaba a lomos de un caballo negro enfundado en un manto negro y sobre su cabeza encapuchada llevaba algo parecido a una corona. Tras él surgió lentamente la vanguardia de un enorme ejercito envuelta en un silencio casi espectral. Cora sintió como si un frío temblor le llegara a los huesos mientras contemplaba con ojos aterrados pasar cerca de ella aquella marcha de muerte y destrucción, y no pudo sofocar un agudo grito de terror.

 Cora se quedó paralizada, dándose cuenta de lo que había hecho y viendo que se detenían a unos pasos de ella. El Rey Brujo se giró hacia la estatua tras la que Cora se ocultaba. Ella, asustada, se dio la vuelta y se apoyó contra la fría piedra, conteniendo la respiración, al ver que se acercaba. Cerró los ojos quedándose inmóvil, temiendo incluso que pudiera escuchar los febriles latidos de su corazón y el tiempo pareció detenerse. Podía escuchar al caballo resoplar muy cerca, al otro lado de la figura.

 Cuando Cora creía que iba a ser descubierta en ese mismo instante, escuchó como los cascos del caballo se alejaban y el ejército se movía de nuevo. Respiró aliviada y, al cabo de un minuto, se giró de nuevo para ver como se alejaban por el camino del sur en dirección a Osgiliath.

 Tras cerciorarse de que el camino de Morgul había quedado vacío de nuevo y que el último soldado había desaparecido de la vista hacía ya un rato, Cora salió de su escondite.

 -De modo que Faramir tenía razón- se dijo Cora- la guerra está en marcha.

 Y pensó que donde quiera que estuviesen sus amigos, deseaba que no tuvieran que enfrentarse a aquel espantoso ejército.

 -He sido una estúpida- se reprendió. Y se apresuró por el camino de Morgul que abandonaba enseguida los árboles y avanzaba en línea recta para torcer primero al sur y después al este, para acabar ascendiendo ondulantemente. A medida que Cora se adentraba en el valle el cielo se oscurecía cada vez mas tornándose finalmente en tinieblas.

 -No debe ser mas de media tarde- se dijo Cora extrañada. Aquélla misteriosa falta de luz la incomodaba demasiado.- Esto no es normal.

 Y era cierto, tal penumbra no era natural. Parecía como si la oscuridad viniera de dentro de Mordor, como si estuviera provocada por algo maligno. Pronto alcanzó a ver un débil resplandor en la distancia. Al acercarse contempló por primera vez Minas Morgul y una mezcla de fascinación y pavor se apoderó de ella. Frente a la ciudad había un puente de color blanco bajo el cual circulaba un río corrupto, lentamente, como si las propias aguas tuviesen una densidad inusitada y podía sentir los gélidos vapores que exhalaba. A ambos lados del río se extendían vastos prados plagados de flores blancas que parecían sacadas de una negra pesadilla y que despedían un olor como a carne corrompida.

 Se acercó lentamente al puente y miró con curiosidad la Torre de la Hechicería, un lugar que tiempo atrás había sido una fortaleza del reino de Gondor, Minas Ithil había sido su nombre, y era ahora una ciudad fantasmal. El resplandor que Cora había visto en el camino la envolvía dándole un aspecto mortecino y un silencio inquietante dominaba el ambiente.

 Cora se estremeció, tenía la extraña sensación de sentirse observada, pese a que nada se movía en las cercanías, y comenzó a andar hacia un hueco en la piedra cerca de la orilla del río. Atravesó ese hueco y se encontró con un sendero que serpenteaba en la oscuridad. Seguía por una cornisa hasta hacer un curva y desembocaba en un cortado en la roca. Entró por él para hallar una escalera excavada en la piedra que ascendía casi verticalmente. Al principio creyó que sería imposible subir algo tan empinado pero ayudándose de pies y manos fue trepando poco a poco. De cualquier modo, no le resultó fácil, los escalones eran estrechos y algunos estaban rotos en parte. Mas de una vez estuvo a punto de resbalar, pero todo quedó en un susto. Procuraba no mirar hacia abajo y pensaba continuamente en si Frodo habría pasado por allí hacía tiempo o si sería capaz de alcanzarle antes de entrar en Mordor. Sin aliento llegó al final de la subida y vio un pasadizo.

Se sentó en el último escalón a tomar aire después del esfuerzo de la ascensión. El frío viento le golpeaba la espalda empapada en sudor, pero aun así decidió descansar y comer algo. Contempló con tristeza sus manos y como estaban llenas de cortes y arañazos. Suspiró y retiró las vendas de su mano izquierda. Las hierbas que Faramir le había colocado sobre la herida parecían haber hecho efecto, ya que el corte estaba casi cerrado y no supuraba. Se limpió la palma con un poco de agua y la envolvió de nuevo con el paño. Comió un poco de pan élfico y bebió solo un traguito de agua, preocupada por cuando podría volver a llenar su cantimplora. Se puso en pié y reinició la marcha.

Este nuevo sendero ascendía en una suave pendiente, pero el terreno era mas accidentado. Pronto llegó a un punto en el que a su izquierda había desaparecido la pared y se abría un inmenso y negro abismo. Al fondo se veía el río Morgulduin y, paralelo a él, el camino de Morgul que atravesaba de lado a lado la cordillera de Ephel Duáth. Delante suyo la oscuridad seguía siendo impenetrable, pero tras un largo rato pudo distinguir delante suyo el comienzo de otra escalera.

Ésta subía zigzagueante por una garganta, pero parecía mas larga que la anterior y a Cora le resultaba casi interminable. Con las piernas entumecidas por el frío y el cansancio acumulado andaba a trompicones, llegando a caer de bruces en un par de ocasiones.

Al fin la segunda escalera desembocó en otro sendero. Casi sin aliento se apoyó en la roca. Ya no podía dar un paso mas. De nada serviría todo por lo que había pasado desde que partió sola de Amon Hen si continuaba ahora para caer mas adelante desfallecida y no poder continuar. Se acurrucó en una grieta y se durmió instantáneamente.

Poco tiempo había transcurrido cuando despertó tiritando. Se incorporó y caminó unos pasos, cuando en la lejanía divisó una torre. Del pináculo de las misma salía una brillante luz roja.

-Otra torre mas- se dijo apesadumbrada- Supongo que vigilará el otro lado de la frontera.

Torció la mirada hacia el camino, al menos parecía que el final de aquel desolador Paso de Cirith Ungol debía encontrarse cerca. Continuó durante un largo tiempo cuesta arriba de nuevo, pasando entre escarpados pilares de roca gris negruzca hasta llegar a un enorme muro y a la abertura de lo que debía ser una caverna. Observó la entrada recelosa, como si una voz en su cabeza le avisara de que no debería entrar. Ciertamente aquella cueva no parecía muy halagüeña y un olor penetrante salía de dentro a modo de advertencia.

-¿Estará Frodo ahí dentro?- se preguntó dudosa. A su alrededor no había otro camino así que no tenía mas remedio que entrar si quería continuar. Cora vaciló, pero finalmente se internó en la caverna.

Allí dentro la oscuridad era total y no era capaz de ver mas allá de su nariz, pero aún así siguió adelante tanteando la pared con su mano derecha, mientras que con la izquierda se aferraba a la espada. El túnel seguía y seguía, con algunas pequeñas galerías que se abrían a los lados y de las que salían ligeras brisas frescas que le permitían tomarse un respiro, pero la dirección a seguir parecía la del túnel principal, recto y ascendente. Éste era bastante ancho, con las paredes lisas y el suelo uniforme. Y el aire allí dentro estaba como viciado, pero no era como el de un lugar simplemente cerrado, te envolvía como en una fétida nube y daba la sensación de que podías tocarlo o, incluso, masticarlo.

Ya había recorrido una distancia considerable, varias millas quizá, aunque no sabía cuantas puesto que había perdido la noción del tiempo hacía mucho, cuando Cora empezó a sentirse enferma. La cabeza le daba vueltas y tenía nauseas. A su izquierda, de lo que creyó que era una  gran abertura en el túnel provenía el hedor mas nauseabundo que había podido imaginar. Tosió, incapaz de respirar y se tambaleó unos pasos adelante. Apoyó las manos en la fría roca y se dejó caer de rodillas en el suelo hasta que una súbita nausea le hizo vomitar.

Pasados unos segundos se puso en pié, sudores fríos le recorrían la frente y la espalda, pero sentía que ese sitio no era seguro, en algún lugar cerca,  algo tremendamente maligno se retorcía de rabia y de dolor con una intensidad tal que Cora podía percibirla, y el pánico se apoderó de ella.

Se precipitó a duras penas por el pasadizo principal hasta toparse con una bifurcación y con manos temblorosas palmeó el lado izquierdo, pero una gran roca obstruía la entrada así que tomó el túnel de la derecha. Pero como si hubiese sido alcanzada por una flecha, el terror que había sentido frente a aquel agujero se convirtió en ansiedad. No sabía porqué pero su corazón le decía que se apresurara. Sin pensarlo comenzó a correr en la oscuridad, apartando de su camino colgajos pegajosos que colgaban desde el techo. La angustia iba en aumento y se sentía como atrapada, hasta que llegó al final del túnel. Una bocanada de aire fresco le golpeó en la cara y respiró profundamente. De la boca del túnel colgaban unos hilos gruesos y grisáceos que oscilaban con el viento, los restos de una telaraña que alguien había roto.

Salió fuera y se detuvo bruscamente. Su cuerpo no respondía a su cabeza, solo buscaba algo que no sabía muy bien que era, girando los ojos para todos los lados hasta que posó su mirada delante suyo. Frente a ella se abría un desfiladero y la torre de la luz roja se encontraba mas allá a la izquierda.

Pero un bulto a la entrada del desfiladero llamó su atención. En el suelo había signos de una feroz lucha y un reguero de limo verdoso amarillento se extendía por el suelo hasta llegar a otra abertura en el muro diferente a la que Cora acababa de dejar. Se acercó lentamente al bulto, temblando de arriba abajo y con el corazón latiéndole frenéticamente en el pecho, tenía un mal presentimiento. Se encontraba ya  apenas a dos pasos cuando vio de que se trataba. En ese instante sintió como si la desgarraran por dentro.


Capitulo 5:  En la boca del lobo

El día despuntaba en el Paso de Cirith Ungol, pero el cielo era opaco, como si una gigantesca nube de color gris oscuro flotara sobre las montañas no dejando pasar los rayos del sol y dando a aquellas tierras un aspecto aún mas lúgubre si cabe. Una luz trémula apenas iluminaba el bulto que estaba a los pies de Cora. Ella lo había observado paralizada, era un pequeño cuerpo el que yacía inmóvil en el suelo, envuelto en una capa. Una espada y un bastón de madera se situaban a su lado. Parecía la estampa de un guerrero caído, pero aquel no era un guerrero.

-Frodo... – musitó Cora volviendo a la realidad.

Pero él no respondió. Su rostro pálido a la tenue luz de día no hizo el menor gesto.

-¡Frodo! – gritó de nuevo con la voz rota por el dolor, y se dejó caer de rodillas a su lado.

Le sacudió y nada sucedió. Tomó entonces una de sus manos; estaba mortalmente fría y las lágrimas asomaron a los ojos de Cora.

-Esta.... está..... –comenzó a decir, pero no pudo continuar. Un dolor punzante se le clavó en el pecho y le subió hasta la garganta.

No podía ser, no podía haber sucedido se decía a sí misma una y otra vez. Y mientras, lloraba como nunca había llorado, sintiéndose como si hubiesen partido su mundo por la mitad.

-¿Qué te ha sucedido?- preguntó sabiendo que no encontraría la respuesta.

Suavemente soltó la mano de Frodo y pasó la suya por entre sus rizos castaños. Le contempló el rostro lívido, pero tranquilo, húmedo por sus propias lágrimas, e inclinándose sobre él le besó en los fríos labios.

Se incorporó de nuevo y cogió el cuerpo de Frodo entre sus brazos, meciéndole delicadamente con la mirada perdida, abrazándole como si fuera escapar en cualquier momento. Permaneció así, quieta, durante unos instantes, que a Cora le parecieron horas, con la mirada perdida. Desesperada y rota miró a su alrededor. Nada ni nadie que pudiera dar explicación a su desconsuelo. Bajó la vista hacia el cuerpo de Frodo y entonces reparó en la espada que tenía a su lado. No era Dardo. Era la espada de Sam.

-¿Dónde está Sam?- se dijo como despertando de golpe de un sueño, y entonces cayó en la cuenta de algo.- ¡Oh! ¡El Anillo!

Rápidamente desabrochó la parte de arriba de la camisa de Frodo y rebuscó alrededor de su cuello, pero ni el Anillo ni la cadena estaban allí. Entonces, un siseo procedente de algún lugar entre las rocas distrajo su atención. Giró los ojos hacia el ruido y creyó distinguir un par de ojos brillantes que la contemplaban.

-¿Gollum?- llamó en voz alta y los ojos desaparecieron. Pronto recordó las palabras de advertencia de Faramir, pero ya no le dio tiempo a hacer nada mas. Un numeroso grupo de orcos había echo su aparición en la boca del desfiladero. Soltando a Frodo se puso en pié de un salto y desenvainó la espada.

Los orcos se acercaron y la rodearon en un instante. Venían lanzando gritos de: ¡Espías! ¡espías! Y gruñían como animales. Estaba aterrorizada, pero esta vez se negaba a demostrarles su temor, no quería darles el gusto de divertirse con ello. Se mostraba desafiante, protegería el cuerpo de Frodo como fuera, pese a que no podía ver una salida a aquella situación; estaba atrapada y sin remedio.

-Mirad muchachos lo que tenemos aquí- vociferó uno de ellos. -¿Estos eran los peligrosos espías que se habían colado, Shagrat?

-Esa parece mas bien un conejo colorado- dijo otro soltando una carcajada estridente.

-Dejad la diversión para mas tarde, gusanos- levantó la voz Shagrat.- Búrzkûr, Olghash, cogedlos. Los llevaremos a la Torre.

El primer orco que se acercó cayó atravesado por su espada y el segundo perdió una mano. Una oleada de rabia corría por las venas de Cora, estaba totalmente fuera de sí y no se reconocía a sí misma.

-¿Pero que clase de basura sois?- gritó Shagrat cuando por un instante todos retrocedieron.- Atrapadla de una miserable vez y coged al otro. Tenemos que dar parte a Lugburz de lo que hemos encontrado.

Varios orcos avanzaron hacia Cora esta vez, pero ella ya no tuvo opción de defenderse, ya que uno de ellos llegó desde atrás y situándose delante suyo de un salto le propinó un fuerte golpe en la cara partiéndole el labio. Otro la sujetó por la cintura y la sostuvo en el aire. Cora no se resistía a dejarse atrapar y estirándose le mordió al orco en el brazo. El sabor de la sangre del orco mezclada con la suya propia le inundó la boca y escupió asqueada. El orco la soltó con un grito de dolor, dejándola caer al suelo. Pero de inmediato, otro la agarró por las ropas, y levantándola de nuevo, la colocó encima de su hombro, como si de un saco de tratara, sujetándola fuertemente. De poco le sirvieron esta vez a Cora las patadas y los golpes en la espalda peluda, ese no estaba dispuesto a dejarla escapar.

Tras una orden la compañía de orcos se introdujo en el mismo túnel que Cora había abandonado minutos antes. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad se fijó en los orcos que había su alrededor, parecían de dos clanes diferentes, unos mas altos y corpulentos y otros mas bajos y con los brazos muy largos. Los dos jefes de cada clan, Shagrat y otro al que creía haber oído que llamaban Gorbag, caminaban en la retaguardia hablando entre ellos. Cora creyó que sería interesante escucharles, quizás así podría enterarse de a donde les llevaban y que pretendían hacer con ellos. Pero por mucho que agudizara el oído no conseguía escuchar lo que decían. Cora observó como detrás suyo otros cuatro orcos cargaban con el cuerpo sin vida de Frodo.

-¿Por qué le lleváis a él? Está muerto. ¿No podéis dejarle descansar en paz?- dijo Cora, pensando que aquella pregunta era inútil. Ahora la rabia y el miedo habían dejado paso a la desolación mas absoluta, Frodo muerto y ella atrapada por aquellos crueles orcos. Aquello si que era un callejón sin salida.

-¿Muerto?- dijo el orco que la llevaba a hombros soltando una maliciosa y siniestra risotada.- Ese saco de pulgas no está muerto, pequeño conejito. Ella-La Grande le ha pinchado y ha llenado su cuerpo con su ponzoñoso veneno, que te deja como si estuvieras hecho de piedra. Dentro de poco despertará, aunque deseará no haberlo hecho. Pero bueno, eso tu también lo verás.

Los orcos de alrededor rieron de una forma muy desagradable, pero a Cora ya no le importaba.

-¿Será cierto?- pensó.

Un rayo de esperanza empezó a crecer en su interior. Ahora todo daba igual, de alguna manera conseguiría escapar. Aun no sabía como, pero sí que merecería la pena intentarlo.

-Frodo está vivo- se dijo Cora en voz baja, como saboreando sus propias palabras.

-Cállate, pequeño excremento de wargo.- le dijo un orco que venía por detrás dándole un bofetón.-O te entregaremos a la Señora, y no encontrarán de ti mas que tu huesos roídos.

Cora guardó silencio. Se quedó pensando en quien sería esa Ella o esa Señora, y que espantoso hecho habría sucedido en aquel lugar. ¿Qué le había pasado a Frodo? ¿Dónde estaba Sam?¿Qué hacía Gollum husmeando entre las rocas? Esas eran preguntas que se hacía una y otra vez sin encontrar una posible respuesta. Pero mas importante era lo del Anillo. ¿Lo tendría Sam? ¿Gollum? Al menos no lo habían conseguido los orcos, puesto que Frodo ya no lo tenía cuando ella llegó, pero no saber donde se encontraba aquel maligno objeto la hacía sentirse terriblemente inquieta.

Al  rato empezó a sentirse mareada, la tensión acumulada hacía que le doliese la cabeza y poco a poco fue sumiéndose en un profundo sopor....


Abrió los ojos y se encontró tumbada en un pasadizo oscuro, pero no era el de los orcos. Todo era silencio, y solo se escuchaban los sonidos de varias personas respirando pausadamente. Cayó en la cuenta que estaba en Moria, en un descanso que habían hecho para dormir un poco y recargar fuerzas.  Fijó su vista un poco mas allá, una figura estaba encorvada, y una luz rojiza le iluminaba de cuando en cuando la cara. Enseguida comprendió que se trataba de Gandalf y se levantó y con mucho cuidado de no despertar a los demás, se sentó junto a él.

-¿No puedes dormir, pequeña Cora?- preguntó Gandalf echando una bocanada de humo a la oscuridad.

-No, señor Gandalf, una inquietud ronda mi corazón- le dijo con voz baja.- No estoy segura de si hice bien en venir hasta aquí. Tengo mucho miedo.

-Te lo advertí, ¿verdad?- dijo el mago. Cora creyó distinguir una sonrisa en la penumbra producida por la luz de la pipa.

-Lo sé, pero en ese momento no lo pensé. Solo quería seguir a mis amigos.- dijo Cora avergonzada.

-Ah, la sangre de los Tuk corre por tus venas, ese carácter te viene de familia- se rió Gandalf.- Mira mi buena Cora, todo en este mundo ocurre por una razón. Y es posible que tu impulsivo acto esté guiado por algo mas allá. Quizás si debías venir y tarde o temprano encontrarás la razón.

Cora se quedó callada meditando la respuesta del mago. No sabía que tenía su voz, su presencia que le resultaban tranquilizadoras. Era como si el propio sonido de las palabras del mago le dieran consuelo

-Venga, ahora vete a descansar otro poco mas, pronto nos pondremos en marcha de nuevo, y el camino será largo e incierto.- le dijo Gandalf.- Y no te preocupes, encontrarás tu lugar cuando menos lo esperes.

Cora se puso de pié y caminó hasta donde los otros dormían, se tumbó en el frío suelo del túnel e inmediatamente se durmió.


Cora despertó de golpe, cuando el orco que la portaba la dejó caer sobre un suelo de madera. La cabeza le seguía doliendo, pero ahora se sentía algo mejor.

-Buenos días conejito- dijo Shagrat con una sonrisa malvada.- Os vamos a dejar que descanséis un rato aquí. Pero no te preocupes, en un rato volveremos y cuando tu compañero haya despertado os interrogaremos. Mientras tanto, puedes empezar a temblar.

Dicho esto, los orcos descendieron por una trampilla en el suelo y cerraron la puerta con un golpe seco. Después se escuchó el ruido de un cerrojo chirriando, estaban encerrados.

En cuanto se quedaron a solas, Cora se puso de pié y comenzó a caminar por toda la habitación. Solo pensaba en encontrar alguna manera de escapar, de su encierro y de cualquiera fuera el horror que les tenían preparado. Recorrió toda la pared con la esperanza de encontrar alguna grieta, lo que fuera... Pero no había ningún hueco lo suficientemente grande en aquellos muros negruzcos.

Se asomó entonces por la tronera y comprobó que se encontraban en  lo alto de una torre, posiblemente aquella que vio en la lejanía. Se retiró de la ventana desanimada, de todos modos esa tampoco podría ser su vía de escape, y volvió junto a un Frodo aun inconsciente y se acurrucó a su lado.

Al cabo de una hora se escucharon voces abajo y el cerrojo de la trampilla volvió a abrirse. Miró a Frodo asustada y vio como parpadeaba, estaba despertando al fin.

-¡Frodo! ¡Despierta Frodo!- gritó Cora sacudiéndole. Pero no le dio tiempo a mas. Shagrat, Gorbag y otros cuatro orcos mas ascendían por la escalerilla.

-Coged al conejito y llevadla abajo -ordenó Shagrat.- Empezaremos con éste y luego iremos con ella.

Dos orcos la sujetaron por los brazos y la arrastraron hacía el hueco.

-¡No! ¡Dejadme con él! –gritó Cora forcejeando inútilmente.- ¡Frodo! ¡Frodo!

Mientras la bajaban a cuestas vio como los otros rodeaban a Frodo y uno de ellos sacó un látigo.

-¿Cora? –dijo Frodo aturdido. Y esto fue lo último que escuchó antes de que la trampilla se cerrara de nuevo.

Los dos que estaban con ella la llevaron a empujones a una de las dos puertas que había en el corredor. Uno de ellos sacó una llave y abrió un cuarto pequeño y sin ventanas. De una patada la metieron dentro y volvieron a cerrar.

Cora se encontró sumida en la mas profunda oscuridad, la única luz que entraba débilmente era el suave resplandor de la luz de las antorchas en el corredor que se colaba por el quicio de la puerta. Fuera comenzaron a escucharse voces y ruidos confusos, y empezó a golpear la madera con sus puños furiosamente. Pero ella ya sabía que nadie prestaría atención a sus gritos, al menos por el momento...

 



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