Ghash

30 de Diciembre de 2004, a las 00:00 - Aerien
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Capítulo IV

Ayer, muy de mañana, yo barría la entrada de la posada, cuando Ghash se presentó allí de improviso. Fue uno de esos días desapacibles, con viento y lluvia, hacia frío aun que estábamos a principio de verano.
Normalmente no soy yo el encargado de barrer, lo hace Smiley, el chico de la caballeriza. Pero esa mañana estaba distraído y se me cayó un tazón de los del desayuno y la posadera me mandó fuera a barrer.-Suerte que no se ha dado cuenta de que me he cortado un poco el pié- pensé entonces.
Eso hizo que fuera yo el encargado de darle la bienvenida y de acomodarla.
La señora pregunto por uno de los huéspedes, un sureño comerciante de objetos extraños procedentes de otros países.
La llevé a una de las salas de la planta baja y le pedí que esperara.
Mientras, subí a llamar al sureño. Me costó lo suyo despertarle, la noche pasada había estado de francachela con otros parroquianos y las bebidas no fueron lo que se dice escasas.
- Decid a la señora que ahora bajo, en cuanto me asee un poco y me vista- me dijo con una voz resacosa.
Así que volví a la sala  llevando una taza de ponche de vino para Ghash.
El ponche de vino es una de las nuevas especialidades de la cocina de la posada, se incorporó a raíz de una visita de un comerciante de vinos que lo  pidió porque estaba resfriado y tuvo un éxito espectacular.
Era vino rojo caliente con especias  y una cáscara de limón. Fantástico para los días húmedos y fríos.
- Tomad Señora, esto calienta por dentro- le dije tendiéndole la taza- El señor Sralert dice que ahora mismo baja y  el señor posadero me manda decirle si desea algo para desayunar...
- No gracias, ya lo hice en casa. Pero esto me sentará bien, ¡hace mucho frío hoy!- me dijo, mientras me guiñaba un ojo.
Yo sentía la mirada del señor Mantecona fija en mi espalda así que no dije nada mas, saludé con una reverencia  a la señora y me fui a la cocina.
El señor Mantecona le estuvo dando charla hasta que bajó el sureño. Luego me llamó para que le trajera el desayuno.
Mientras servia el desayuno, Ghash y el sureño continuaron hablando, así que puse el oído atento, pero utilizaban un idioma desconocido para mí. No pude pillar ni media palabra hasta que, de pronto, una  me sonó conocida: Umbar.
¿Estarían hablando del mismo Umbar, del hogar de los terribles piratas?
Aquello sonaba a historia interesante, después, en cuanto lo pillase solo, ese hombre me tendría que contar su historia. Ya me las arreglaría yo para que lo hiciese..
Cuando terminaron de hablar, acompañe a Ghash hasta la puerta. La abrí y le dije ceremoniosamente: Por favor, vuelva cuando quiera.  Ella se inclinó como dándome las gracias y me susurró al oído: Pásate por mi casa cuando acabes tu jornada de trabajo, tengo algo para ti.
Se me quedó una sonrisa boba, una sonrisa que me duró todo el día, aunque me llevé varios pescozones, aunque el pie me dolía cada vez mas, aunque tuve que gastarme las propinas de toda la semana en bebida para que el sureño hablara, no se me quitó de la cara.
En cuanto al sureño, si tenia una historia interesante, provenía de Umbar, su bisabuelo era un pirata. Todos en su familia eran comerciantes, tenían barcos con los que comerciaban por todos los mares, pero él no podía ni subirse a un barco,  porque se mareaba, así que se convirtió en comerciante terrestre. La he escrito en una de las libretas con su nombre "Sralert" y con el añadido "Pirata de Umbar".
Pedí salir un poquito antes del trabajo y me dijeron que sí. Aquella noche casi no había clientes, seguro que a muchos aun les duraba la resaca, ¡ no importaba!,Al otro día seguro volvía a llenarse de gente comentando lo bien que se lo habían pasado.
Me dirigí a casa de Ghash cojeando. El pie herido se me había hinchado y me dolía muchísimo.
Ella me vio llegar, renqueante, estaba en el jardín recogiendo flores y hierbas.
- ¿Que te pasa en el pié?- me preguntó- parece que cojeas.
- Es que esta mañana me he hecho una herida y me parece que se  ha puesto peor.- le dije mostrándole el pie.
- Esto tiene mal aspecto, vamos adentro que te lo curaré- dijo Ghash.
Y cogiendome en volandas me llevó al interior de la casa.
- Eres un inconsciente, Bob Sotomonte, seguro que ni tan solo te has lavado la herida. ¿No sabes que las heridas de los pies se ponen malas enseguida?
Yo no dije nada, me lo tenia merecido. Ella me dejó en un sillón, trajo una jofaina y un jarro con agua y me lavó el pié. Luego lo untó con una pomada  y me lo vendó. Después, me hizo tomar una medicina.
- ¿Hay alguien que pueda avisar a los de tu casa? Hoy te quedarás a dormir aquí. Podrías haber pillado las fiebres del acero, quiero estar segura de que estas bien.
- Mi primo Tom, el de la tienda- dije a punto de quedarme dormido.
- Pues voy a avisarle. Y tu no te muevas, y no se te ocurra poner el pie en el suelo- me espetó.
Ghash avisó a Tom y este a mi madre. Así fue como pasé mi primera noche fuera de casa.
Cuando ella volvió me encontró dormitando en  el mismo lugar donde me había dejado, en el sillón, entre un montón de almohadones y con un escabel para mi pie herido.
- ¿Sientes dolor en el pié?- me pregunto solícita.
- Un poco,  pero además me arde.- contesté.
- Es bueno que duela, lo que no me gusta nada es esta hinchazón.
- ¿Que son las fiebres del acero?- le pregunté
- Es una enfermedad muy fea, se da cuando hay una herida y esta no se limpia y se venda enseguida. Se la llama así porque ocurre muy a menudo con las heridas de armas como espadas o cuchillos. Por suerte conozco una medicina que la cura si hace poco que ha empezado y que evita que la cojas si no la tienes.
- ¿Esto también lo aprendiste con los orcos?- le pregunté
- No, esto lo aprendí con las gentes del desierto, allá en el lejano sur.- contestó ella.
Y añadió - ahora es importante que estés quieto y que no te duermas, así  que seguiré contándote mi historia.
- Como ya te dije, los primeros días como orco fueron duros, mi madre me abandonó, no creas que lo hizo porque se diera cuenta, si no porque en cuanto pude andar y comer por mi misma empezó a rechazarme. Me empujaba a pasar mucho tiempo en compañía de otros orcos jóvenes. Pronto entendí como era eso de ser un adolescente entre ellos, se trataba de ser el que llevara la voz cantante o bien ponerse a la sombra del que la llevaba. Mas o menos como pasaba con los adultos.
Los pequeños orcos pasaban el día peleando, robando cosas a los demás y luego volviendo a pelear por su posesión. Estaban reunidos en grupos bajo la supervisión de una hembra adulta, que resulto ser mi "madre" orca. Esta repartía pescozones y bofetadas a diestro y siniestro cuando las cosas se salían de madre.
Esto duraba  hasta que crecían un poquito. Entonces eran retirados de los cubiles y llevados a los grupos de trabajo. La mayoría empezaban su vida siendo snaga y seguían siéndolo el resto de su vida. Algunos, los más fuertes y crueles eran llevados a grupos de adiestramiento para convertirlos en soldados uruk.
Así empecé yo, un día uno de los amos llegó al cubil, llevaba un par de altos soldados uruk de escolta y empezó a separar a los jóvenes orcos en grupos.
En uno de ellos, el más numeroso, iba yo junto con un centenar de snaga más.
El otro grupo, más reducido, estaba formado por los más fuertes. A estos los llevaron a los centros de adiestramiento de soldados.
Los amos tenían su método especial para hacer obedecer a sus trabajadores: El miedo. Formaban cuadrillas para hacer un determinado trabajo y ponían a un vigilante armado con un látigo. Los esclavos teníamos pavor a los golpes del látigo, sabíamos que nos iba la vida en ello. Un snaga mutilado no servia para trabajar y acababa en el menú.
Yo era mas o menos igual de alta que un orco adulto, pero mucho mas delgada y debilucha, así solo me quedaba una forma de sobrevivir, intentar pasar desapercibida y lo conseguí.
Primero, pasé unos meses acarreando rocas para la construcción de una cisterna enorme que debía  proveer de agua a toda una legión de soldados.
De ese tiempo solo recuerdo una cosa, el miedo. Ese miedo atroz... miedo a morir, miedo a ser golpeado, miedo a que a alguno le cayese mal tu cara y acabase contigo de un golpe...
La mujer se estremeció, miró hacia su espalda como si esperase ser atacada en cualquier momento. Yo extendí mi mano para estrechar la suya, pero ella no me vio, estaba inmersa en sus pensamientos. Unos pensamientos que le causaban un gran dolor.
- Y junto con el miedo, el odio y el hambre.- continuó como hablando consigo misma- si, odio, un odio desmesurado contra todo y contra todos. Odiaba al amo del látigo y a los grandes amos que nos mandaban, odiaba a los otros, creo que ellos me odiaban a mí tanto como yo a ellos.
Sus manos se crisparon, apretando con fuerza algo que llevaba en el cinturón. Lo soltó y  se fue acercando a mí, apoyando la  mano sobre mi sillón, entonces sus dedos volvieron a crisparse. Yo puse mi mano sobre la suya,  ella pareció despertar.
- El odio -dijo-  el odio corroe, mata. El odio es malo, se empieza odiando solo un poco, un poquito, por envidia, por celos, por que alguien te ha hecho tal o cual cosa y luego te domina, y ya no eres capaz de sentir nada más. Y tampoco puedes ver nada mas en los demás. Esto lo saben bien los grandes amos, criaron a los orcos con odio para que les sirvieran en sus planes. Porque el odio engendra odio.
La cara de la anciana se estaba volviendo huraña, yo podía sentir ese odio en su mirada, en su gesto.
Así que hice algo desesperado, cambié de tema.
- ¿Hambre? Dijiste hambre, ¿ es que además de haceros trabajar no os daban de comer?- le pregunté. Fue lo primero que se me ocurrió, para romper esa difícil situación.
- ¿Hambre?- pregunto con voz aguda y me miró como si no entendiera lo que le pedía.
De pronto reacciono, cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos vi que la tormenta había pasado, mi truco había funcionado.
De pronto caí en la cuenta, me había metido en otro terreno peligroso, no tanto para ella, sino para mí- Bueno, espero no vomitar esta vez- pensé.
- ¿Hambre? ¿Me preguntas si teníamos hambre? Claro que se pasaba hambre. Mira, nos daban una abundante comida, pero, ¿quién no pasa hambre si tiene que luchar a brazo partido por obtener su ración, si uno es el más debilucho de los orcos?
Los amos parecian regodearse viéndonos pelear por la comida, asi que premiaban a los más brutos con raciones extras.
De estas peleas  a menudo salia mermada la cuadrilla, alguno moria de un trompazo.  Algunas veces, si encontraban a un tipo lo bastante bestia, este era llevado a los  campos de entenamiento y convertido en soldado. Pero enseguida llegaba una nueva hornada de esclavos que ocupaban su lugar.
Muchas veces temí por mi vida, a lo largo de todo un día me encontraba en muchas situaciones peligrosas, al escoger el rincón donde dormir, al ir a beber agua, a la hora de la comida, en el transcurso del trabajo...
Pero un día ocurrió algo que hizo que las cosas mejorasen. Hice sin querer una alianza con otro esclavo. Era un orco adulto muy corpulento pero también muy bruto, debía tener sangre de troll porque el pobre era muy corto de entendederas. Nos habían puesto a descargar unas carretas llenas de troncos que habían llegado del sur. Troncos para construir andamios, pensé. ¡Maldita sea! ¡Sha!  Otra vez acabaremos colgados de esas asquerosas estructuras donde es tan fácil despeñarte.
Pero la cosa fue peor aun, los troncos iban atados con sogas y a mi compañero se le ocurrió enredarse en una de ellas liándome con ella a mí. El amo se acercaba y yo le pegué  un tirón, cosa que acabó enredando mas la cuerda. Entonces agarré el nudo y me puse a desenredarlo a toda velocidad. Debía ser algo de mi vida pasada porque no había deshecho nunca un nudo, pero lo conseguí. Unos segundos antes de que el amo del látigo llegara a nuestra altura, me agarrara por un brazo y me lanzara fuera del carro, después le pegó un gruñido al orco grandote y se fue.  El orco me miró sin entender, y cuando volvimos al trabajo se colocó a mi lado, sin decir una palabra.
A partir de ese día fuimos aliados. Él había descubierto que yo tenia algo de lo que carecían los demás orcos, agilidad en los dedos. ¿Has visto nunca la mano de un orco? No claro que no, olvidaba que quedan poquísimas de estas criaturas. Pues te lo contaré. Las manos de los orcos son más grandes que las de un humano, con unos dedos fuertes, y unas uñas largas y duras. A veces casi una garra. Tienen una fuerza enorme, pero no son muy diestros con las cosas delicadas, como deshacer un nudo.
No creas que se hizo mi amigo, no hay amigos entre los orcos, solo se alían entre ellos ocasionalmente, sobretodo para hacer maldades. Pero nuestra alianza fue por otra causa, descubrimos que juntos sobrevivíamos algo mejor.
Él utilizaba su corpachon y su fuerza para abrirse paso entre los grupos de orcos que peleaban, y yo mi astucia para robar una parte de la comida. Entonces venia él y me la quitaba con un gruñido y un trompazo. Se creía el amo, mi amo. Lo que el no sabía es que yo siempre tenia comida escondida entre mis ropas. Así que solo se quedaba lo que yo le daba en pago por el servicio.
Entonces empecé a engordar un poco y a hacerme mas fuerte. Al estar mejor alimentada el trabajo ya no se hacia tan duro, ya fuera acarrear piedras, como troncos, construir paredes o bien ayudar en las fraguas levando material. El tiempo pasó, mas o menos  unas cuatro primaveras, mi cuerpo cambió, me volví mas alta que un orco adulto, pero seguía siendo poco corpulenta, y mi cuerpo empezaba a ser el de una hembra.  Aunque para mi sorpresa los demás no parecieron darse cuenta. Se ve que yo carecía  del olor peculiar de las hembras, ese olor que hacia enloquecer a los machos. Hasta el punto de matarse por conseguir una hembra. Después descubrí que había algunas hembras que no lo tenían, porque eran mestizas, producto de vete a saber que mezclas, o bien porque eran estériles. Estas eran tratadas como los machos, es decir eran esclavas toda su vida o bien se convertían en soldados
Uno de los insultos más comunes entre ellos era: ¡Hijo de un gondoriano! Dijo con una sonrisa.
- ¡Ja! ¡Ja! Y entre los gondorianos es aun "hijo de orco"- dije yo entre risas.
Los dos soltamos la carcajada. Moví el pie bruscamente y el dolor me volvió a la realidad. Estaba en un sillón con un pie herido y me estaba haciendo de verdad daño.
-¡Ay! ¡Que dolor! - gemí
En aquel momento ella miró por la ventana.
-Ya han pasado unas cuantas horas, la luna se esta volviendo vieja, será mejor que te mire el pié- dijo ella.
Y con manos diestras deshizo el vendaje. La herida continuaba estando roja y tumefacta. Pero el pié parecía menos hinchado.
- Vete a saber tu  por donde habrás arrastrado esta herida. - era solo una forma de hablar pero yo la tomé por una pregunta.
- Por el establo, y también por el barro de la calle.- contesté- es que hoy han nacido un par de potrillos gemelos en el establo de la posada. Son del caballo del posadero. Smiley ha tenido que cuidar de ellos así que yo he estado haciendo su trabajo.
- ¿Dices que has estado en el establo y con el pie sin vendar? ...- ella iba a continuar hablando pero yo la interrumpí
- ¡Pero si me vendé el pié! En cuanto os fuisteis esta mañana me lavé bien el pié con vino y luego me lo vendé. Pero en algún momento del día perdí el vendaje.
Ella sonrió de pronto, como si se hubiese quitado un peso de encima. Se levantó y trajo varias cosas. Buscó otro escabel donde sentarse, apoyó mi pie sobre sus rodillas y me dio algo para beber. Era asqueroso pero me lo tragué todo. Luego echó un líquido espeso sobre mi herida. El pie dejó de dolerme, mas bien parecía de madera intenté mover los dedos y no pude.
- Que le has hecho a mi pié- pregunté- está arbóreo.
- No es nada es solo una medicina para que no te duela. Porque ahora voy a hacer algo que no te va a gustar. Así que si no te atreves a verlo cierra los ojos.
Ella cogió un pequeño cuchillo que parecía muy afilado, yo cerré un  momento los ojos y ella hurgó con él en mi herida. No sentí nada de dolor así que volví a abrirlos.
Ghash había abierto la herida hasta hacer salir la sangre. Luego presionó los bordes para que saliera un liquido blancuzco.  Me volvió a lavar la herida con agua y me volvió a poner una pomada, esta vez de color blanco y con olor a moho.
- Ya está - me dijo - ahora si se curará.
- Que es lo que tengo en el pie ¿es la fiebre del acero? Pregunté
- No es solo un montón de porquería de caballo metida en la herida. Es bastante mas profunda de lo que parece y se había cerrado encerrando en su interior un poco de estiércol que se estaba pudriendo. Suerte que has nombrado el establo. Así he podido saber porque tenias el pie tan hinchado.
Mientras me vendaba la herida la oí canturrear. No entendía lo que decía, aun que la canción me gustaba. Cuando termino me dijo.
- Si quieres nos podemos ir a la cama ahora ya no hay peligro.
- Tengo hambre- contesté, es que hoy no he cenado casi nada con el dolor de  mi pié.
- Bien haremos un tentempié de medianoche y luego nos iremos a dormir- dijo mientras salía hacia la cocina murmurando algo que no entendí sobre el estomago de los hobbits.
Trajo una bandeja con vituallas y una botella de vino. Y nos dispusimos a comer. Había pan dorado con mantequilla, queso, nueces, fresas y pastelitos dulces y salados.  Todo regado con ese vino dorado que dijo provenía de una ciudad llamada Valle, que había cambalacheado a un comerciante a cambio de sus potingues.
- Oye Ghash, cuéntame una cosa mas- le dije mientras comíamos
- ¿Que es lo que quieres saber?- me dijo con una sonrisa- ¿no has tenido bastante por hoy?
- No, nunca es bastante para un hobbit curioso - dije, y solté la carcajada.
- Pobre de mí- dijo ella- me pasaré toda la noche contestando las preguntas de este hobbit y mañana estaré ajada como una  manzana del año pasado- dijo bromeando - aun que creo que ya lo estoy ¡ja! ¡Ja!
Tomó un sorbo de vino y me miró.
- Vale, ¿qué quieres saber?- dijo
- ¿Solo una cosa,  tu creías que eras un orco? Quiero decir ¿ te sentías uno de ellos?
- Pues sí, la verdad yo no era consciente de que no era de su raza, solo que me veía diferente a los demás. Y ese algo hacia que yo intentase parecerme al máximo  a todos ellos, tanto en la forma de vivir como en sus movimientos. Por esto camuflaba mi piel, demasiado clara y mi pelo demasiado llamativo. También en su crueldad, en su maldad, yo era un perfecto orco.
- Esta maldad, ¿forma parte de su naturaleza?- pregunté otra vez
- En parte sí. Pero por otro lado es alentada por los amos. Además has de tener en cuenta que allí había un poder maligno que nos ataba.
- ¿Estas hablando de Sauron?- la interrumpí yo.
- ¡No lo nombres!, no a estas horas. Si quieres podemos hablar mañana de él pero con luz de día, no en esta oscuridad.
Ghash se estremeció, evidentemente el recuerdo de aquella oscuridad aun estaba vivo en su interior.
- ¡Ahhhh! Ahora si tengo sueño- dije yo con un largo bostezo.
- Pues entonces a la cama- Dijo ella, y tomándome en brazos me llevo a una habitación y me dejó en una mullida y enorme cama.
- Llámame si me necesitas, estaré en la habitación de al lado.- dijo mientras me arropaba- Buenas noches.
Yo intente quedarme un rato despierto pensando en todas las cosas que ella me había contado, pero la cama estaba tan blandita y el edredón tan calientito que sin pensarlo me dormí.



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