Ghash

30 de Diciembre de 2004, a las 00:00 - Aerien
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La mañana llegó rauda y veloz y los dos únicos ocupantes de la vieja posada se levantaron temprano. Parecía que se habían puesto de acuerdo para hacerlo, puesto que no bien salio el sol tanto Bob como Ilda se vistieron y bajaron a la cocina.
Después de un buen desayuno terminaron de embalar las pocas cosas que quedaron pendientes el día anterior. A media mañana, como si hubiesen sido convocados por ellos, se encontraron los dos frente a la caja metálica que contenía los libros.
- ¿Que haces aquí Bob? – dijo la posadera – ¿ya terminaste tu trabajo?
- Pues si – contesto el hobbit – y usted que hace aquí en la sala? ¿No estaría intentando leerlos sin mi verdad?
- Pues no, yo se cumplir mis promesas señor hobbit! – contestó un poco mosqueada la posadera – pensaba que podríamos trasladar la caja al porche y leer un rato mientras llega el carro para llevarse las últimas cajas.
- Es una buena idea señorita – contestó Bob – así no se hará tan pesado esperar al mediodía que llegue el señor Madreselva con el carro.
Y entre los dos cogieron la caja y la llevaron al porche, donde habían apilado un montón de cajas, las últimas de la mudanza.
Se sentaron en el banco de la entrada. Bob tomo la libreta marcada como Ghâsh II y empezó a leer en voz alta:

GHÂSH II

Capitulo VII
Una vez repuesto de la sorpresa de despertarme en la cama de ella, decidí que puesto que había luz, ya era hora de levantarme.
 Me deslicé de la cama al suelo procurando no despertar a Ghâsh y fui a vestirme después de pasar por el baño.
El agua de la tina estaba fría, así que puse la cabeza en ella y eso me despertó de golpe.
Mientras me secaba el pelo mojado, oí a alguien en la puerta y me acerqué a ver quien era. Pensaba que podría ser Tom, que pasaba para desearme los buenos días y ver que podía pillar del buen desayuno que me preparaba siempre ella.
Pero en la puerta me encontré con Pitt Beleño, el chico de la granja que trae la leche a la posada. Se ve que también le trae a Ghâsh.
Pitt es un joven humano de unos veinte años, alto y delgado. Anda un poco encorvado porque dice que creció demasiado deprisa y sus huesos no lo soportaron.
Tiene la cara paliducha y a menudo tose, es que este invierno estuvo enfermo y parece que se le quedó la tos pegada a los pulmones, por eso va todo el día mascando un palo de regaliz que lleva colgando de la comisura de sus labios.
Es un tipo callado, pero sabe apreciar una buena broma, a menudo las hace sobre el mismo,  con tan poca gracia que te ríes solo por lo mala que es.
Cuando me ha visto en la puerta con mis bastones ha soltado una exclamación.
- ¿Que narices haces tú aquí? ¿No deberías estar en la posada? ¿Y que haces caminando con zancos? – me ha soltado de golpe, sin darme tiempo a contestar.
Eran muchas palabras seguidas para el, así que supongo que debía estar muy sorprendido.
He tenido que explicarle lo de mi accidente y que estaba viviendo unos días allí con Ghâsh.
El me ha dicho que pasa todas las mañanas y que le trae la leche. Pero que normalmente no se ven. Que recoge el dinero y llena el jarrón que ella deja debajo de un pequeño barril en el porche.
Se ha despedido con una broma de las suyas sobre la longitud de sus piernas y los bastones, que como siempre, no tenía gracia, pero que me ha hecho reír.
Después me  dirigí a la cocina, la tarea de llevar el jarrón con la leche y los bastones resulto imposible, así que fui a la cocina y traje un cesto con asa, metí el jarrón dentro y me lo colgué del brazo. Así pude llevarlo sin que ocurriese ningún accidente.
Calenté la leche y puse  a tostar un par de panecillos que había en la alacena, saqué la mantequilla i la mermelada y también lo que quedaba del pastel de frutos secos que trajo ayer mi primo.
Cuando casi había terminado de preparar el desayuno Ghâsh apareció por la puerta con una cara soñolienta.
- Buenos días Bob – me dijo – voy a asearme un poco a ver si me quito este sueño de encima.
- Buenos días – le contesté – El desayuno esta casi a punto.
- ¡Que bien! – dijo ella – vengo en un ratito, voy  a ponerme guapa – y me guiñó  un ojo riendose de su chiste.
Al cabo de un rato vino a desayunar, llevaba el cabello trenzado y enrollado en un complicado moño. Me sorprendió la rapidez con que había ejecutado ese peinado tan difícil, así que se lo dije.
Ella se rió y me dijo que era cosa de la práctica, que ahora tenia bastante menos pelo que cuando era joven, y que entonces si que era difícil peinarse.
No pude dejar de admirar aquel pelo blanco con reflejos rojizos, como tampoco pensar en el color que debía haber tenido cuando ella era joven, rojo como el fuego había dicho ella, debió ser hermosa, una mujer humana muy hermosa en la piel de un orco.
Después de desayunar fuimos al cobertizo pequeño a clasificar plantas, raíces, cortezas y frutos. Ghâsh es un pozo de sabiduría en cuanto a hierbas y productos para curar las enfermedades, aunque desconoce los nombres que nosotros damos a muchas de ellas, le hablé del herbario  del señor Brandigamo y se interesó mucho por el.
A ver si se me cura el pie y puedo acercarme a Los Gamos  y pedir que me presten una copia que tienen allí para mostrársela a Ghâsh.
Entre plantas y frutos se nos fue la mañana así que paramos para comer algo. Después de comer, Ghâsh anunció que estaba demasiado cansada y soñolienta para continuar trabajando, así que cogió una manta y fue a tumbarse bajo el cerezo. Se ve que es su lugar preferido para las siestas.
Cuando iba a acompañarla apareció Tom.
 Ya decía yo que era raro que no viniese – pensé – seguro que viene a gorronear un poco mas de hierba.
Pero no fue  así, Tom traía un encargo del señor Mantecona.
- El posadero quiere  saber si vas a estar muchos días sin poder ir al trabajo, Ya que se le ha ocurrido una cosa. Nob Cantera, el actual mozo, va a dejar el trabajo, ya que se casa, si con la hija de los Helada y claro se va a ir a trabajar con el suegro  y piensa poner al pequeño Nob Piesblancos en su lugar así que quiere  aprovechar esos días para probar a ver que tal le va, porque mira que Nob es patoso, no creo que sirva para hacer de mozo si se duerme a cada momento..... – me dijo de un tiron- 
- ¡Madre mía! Tom me contó eso de tal forma que no entendí nada, así que tuve que preguntarle otra vez.
Al final saqué  en claro que el señor Mantecona me daba unos días de vacaciones, mas o menos dos semanas. Y que en mi lugar pondría a Nob Piesblancos. Que hacia eso porque Nob iba a sustituir a Nob Cantera que iba a dejar el trabajo y así lo probaba a ver que tal se resolvía.
Que divertido pensé, el señor Mantecona va a seguir la tradición y va a poner a trabajar allí a Nob y es que desde hace generaciones hay  un Nob trabajando en la posada.
Fui a hablar con  Ghâsh, pero la encontré durmiendo, así que le escribí una nota y se la dejé en la mesa de la cocina.
Luego, acompañado de Tom fui hasta la posada, pasito a pasito con mis bastones para hablar con el señor Mantecona.
El posadero fue muy amable y me dio hasta finales de la semana que viene, eso quiere decir que no tengo que volver al trabajo hasta dentro de diez días. También se interesó por el estado de mi pie, pero lo que le tenia muerto de curiosidad era el hecho de que yo estuviese viviendo con Ghâsh.
Me hizo sentarme  en la salita pequeña y me estuvo interrogando con la excusa de hacerme compañía, mientras yo descansaba un poquito y me tomaba una jarra de cerveza.
Cuando salí  de la posada me encontré con Jas, el de la tienda, que pasaba con el carro lleno a reventar de palos para construir cercas.
Voy a la  carretera del Sur – me dijo – pasaré por delante de la casa de la señora, ¡así que sube!
El señor Jas nunca dice nada invitándote, sino que da ordenes con su voz de barítono, parece creer que por el hecho de ser pequeños debemos obedecer todo lo que el dice.
Pero me fue  de perilla, porque me ahorré andar hasta la casa, y además la posadera me había  cargado con una cesta llena de cosas buenas y pesaba lo suyo.
El ruido del carro del tendero debió despertar a Ghâsh, porque se incorporó y nos recibió con una sonrisa dormida.
Jas paró el carro frente a la puerta, se bajó y cogiéndome en volandas con sus enormes manos peludas me depositó en el suelo. Luego entregó la cesta a Ghâsh que había salido a recibirnos y se despidió con una inclinación de cabeza y un -  ¡A vuestro servicio señora!
Ghâsh se había pasado media tarde durmiendo, ya era la hora del te. Así que los dos nos fuimos a prepararlo.
Salimos a tomarlo al porche, sentados en almohadones ante una mesa plegable que ella había traído del sur.
Mientras tomábamos parte de las ricas cosas que la posadera me había dado, Ghâsh exclamó:
- Que bien que se esta aquí afuera, a veces pasar tanto rato dentro de la casa me da una sensación de agobio, no estoy acostumbrada a vivir en una casa.
Yo no entendí muy bien que es lo que quería decir ella con eso, así que se lo pregunté.
- Veras –me dijo – allá en el Sur, yo no vivía en una casa, yo vivía con unas gentes nómadas, ellos llevan la casa a cuestas y viajan continuamente por el desierto, así que nuestra casa era una tienda que se desmontaba cada vez que cambiábamos de lugar y se llevaba cargada en el lomo de los animales.
- Que extraño, una tienda en vez de una casa, y vivir cada día en un lugar diferente – dije yo. Y solté un largo suspiro.
- Es lo mejor para viajar, me dijo ella – cuando llega la noche plantas tu tienda y puedes echarte a dormir.
- ¿Y la lluvia? ¿que hacen cuando llueve? – quise saber yo – las tiendas no son un lugar muy cómodo si llueve.
Ella se rió.
- no llueve mucho allí, aunque cuando lo hace es un bien para todos. Las gentes del desierto aman la lluvia porqué les permite ver florecer el desierto – me comentó – cuando llueve, de todas partes brotan flores que en pocas horas o días florecen y se marchitan.
- ¿Tú lo viste? – le pregunté – debe ser un espectáculo hermoso – dije anhelante.
- Si, un par de veces, porque no siempre llueve en el lugar donde tu estas, pero cuando sucede los cauces secos de los arroyos se llenan de agua fangosa que baja con fuerza arrastrando piedras y lodo.
Yo quería saber como fue que ella estuvo viviendo con las gentes del desierto así que se lo pregunté.
- Esa respuesta si es fácil – me dijo ella – me casé con uno de ellos.
Yo estaba muerto de la curiosidad, sabia que ella había tenido hijos porque me lo había dicho. Pero no había hablado de su esposo.
- ¿Con un sureño? ¿Y como era el? ¿Era un soldado? ¿A que se dedicaba? – me puse a preguntar. Estaba excitado ante la idea de saber sobre su familia.
Ghâsh se puso a reír,- poco a poco mi impaciente hobbit – me dijo – deja que te lo cuente
Mi esposo era sureño, formaba parte de una tribu nómada que vivía en el desierto, al sur del Harad, era una tribu de comerciantes que había estado ligada por servidumbre al señor de los Haradrim de esas tierras.
Fue un soldado del mal, como yo, aunque en su caso fue por la fuerza, le reclutaron utilizando lo que llamaban derecho de servidumbre.
En principio es un pacto que se realiza entre una tribu donde no hay soldados  y un señor de una de las ciudades o plazas fuertes del desierto, ese pacto proporciona a la tribu un seguro de que no va a ser atacada para robarla, además de una defensa en caso de problemas.
La contrapartida es que la tribu debe proporcionar al señor una serie de cosas, entre ellas parte de sus beneficios y algunos de sus  jóvenes para la guerra.
Mi compañero usaba el nombre de Haled, aunque como todos ellos, tenia un nombre que solo conocían los miembros de la tribu. Se decía que si un extraño se enteraba de ese nombre podía poseer tu alma.
- ¿Tu también tenias un nombre de esos? – pregunté – o usabas Ghâsh?
- Pues si, tengo un nombre en esa tribu, aunque no puedo decírtelo. Aunque hace mucho tiempo que no vivo con ellos, son mi familia y debo respetar sus creencias.
- ¡Por favor, no lo hagas! ¡No tienes porque cambiar tus costumbres y creencias por mí! – le dije.
Ella se rió y continuó contándome sobre su compañero.
-  Pues bien, Haled era hijo del jefe de la tribu, un hombre muy sabio que había sido elegido entre todos ya desde su juventud.
Cuando la sombra se hizo poderosa en Mordor, las gentes del Sur se aprestaron para servirla. Uno de ellos era el señor Haradrim al que ellos  debían derecho de servidumbre y éste reclamó a la tribu unos cuantos jóvenes para convertirlos en soldados.
El jefe se negó, el no había sucumbido a la oscuridad, y entonces, el campamento fue atacado. Hubo una matanza y los Haradrim se llevaron prisioneros a todos los jóvenes y mujeres que pudieron, entre ellos estaba él.
El señor haradrim utilizó a los prisioneros como rehenes, la tribu tuvo que pagar por las esposas e hijas, pero los jóvenes no fueron devueltos. Un grupo de unos 10 o 12  chicos se quedaron con los Haradrim y fueron entrenados para ser soldados.
- Pero, oye, ¿la tribu no se defendió? – Pregunté.
- No, no lo hicieron, puesto que usaron a estos rehenes como moneda de cambio, la tribu debía aceptar las condiciones. Si lo hacían, cabía la posibilidad de que pudieran volver algún día. Si no, los matarían a todos.
El hijo del jefe fue considerado el principal rehén y por tanto fue educado con los oficiales, dado su rango. Pero el era un hombre sencillo, al que no le gustaba toda esa parafernalia militar, así que se quedó siempre con un cargo bajo y no ascendió.
Durante la guerra lucho por el señor oscuro, cumpliendo como debía sus obligaciones de soldado. Yo creo que hizo esto por varios motivos, uno de ellos el honor de su gente, pero además cuando la sombra negra del gran amo le alcanzó quedó subyugado por ella.
Pero el había sido educado con otros principios, y estos quedaron subyacentes mientras el mal prevalecía, y cuando el gran amo desapareció volvieron a la superficie.
Por lo que yo se, estuvo en la puerta negra cuando el gran amo cayó. Se unió a un grupo de hombres que como el habían perdido a sus oficiales y se entregó a las fuerzas gondorianas.
El rey les ofreció su perdón y les dio dos alternativas, volver a casa o quedarse sirviendo en sus filas como soldado. Haled podía haber vuelto a casa, pero el no lo hizo, siempre decía que sentía que debía algo al rey como pago por su vida, así que se enroló como soldado durante cuatro años.
Yo también estaba entre esos soldados, un orco aprendiendo a vivir entre humanos. El decía que se sintió atraído por mi desde un principio, aunque yo no se que debió ver, a todas luces yo era aun un orco. No sabia ni andar ni moverme y menos aun comportarme como una persona. El siempre decía que debajo de aquel aspecto había un alma hermosa.
Pasó mucho tiempo antes de que yo pudiera corresponder a su afecto, pero su perseverancia pudo mas que mi genio orco, y al final acabó convenciéndome.
Cuando acabaron los años de servicio Haled decidió volver a casa y llevarme con el. Mi viejo compañero había muerto y yo me sentía muy sola y descolocada sin una tribu a la que pertenecer, así que le dije que sí.
Tardamos varios meses en salir y otro tanto en llegar al lugar donde su tribu se había instalado. Durante todo ese tiempo aprendí algo de su lengua, de sus costumbres y de su cultura.
Cuando llegamos al asentamiento, descubrí que las gentes de la tribu me miraban como si fuera de los suyos, no les importaba lo que yo había sido, sino lo que era en aquel momento.
Fue entonces cuando el hablo con su padre y me propuso matrimonio. Y para mi sorpresa el padre aceptó y de esta forma me convertí en parte de la tribu, recibí mi nombre en ella y con ellos viví hasta que el murió.
- oye Ghâsh – dije interrumpiéndola – dices que tu compañero murió. No me hablaste de ese compañero.
- Claro que te hable de el – contestó ella – mi compañero era el hombre que me regaló la esfera de cristal. El antiguo esclavo de los orcos. Yo le llamo mi compañero, aunque fue mucho más que eso para mi,  yo lo sentía como alguien de mi familia, mi padre, o mi hermano mayor. Aunque nunca me atreví a llamarlo así.
- ¿y murió como un soldado? – volví a preguntar
- murió en mis brazos, aunque no fue en una batalla, contrajo unas fiebres y ya era muy mayor. Aunque recibió honores de soldado cuando fue llevado a la tumba.
La cara llena de arrugas de ella expresaba en aquel momento una gran ternura. La miré y pensé en mi padre que había muerto ese mismo año y al que echaba tremendamente en falta.
- ¿Como debe ser crecer sin un padre y una familia? – pensé – menos mal que ella encontró a alguien como ese hombre. Pero, ¿Qué edad debía tener entonces? ¿Cuarenta y tantos?
Pensar en mi padre me había puesto triste pero intenté que no se notara, así que le pregunté por el nombre de su amigo.
- Tenia un nombre raro, con muchas consonantes, sonaba algo así como Ngmé br marengré, pero no lo usaba. Uno de los soldados le puso un mote, le llamó  Moradan que significa hombre negro en el idioma de los elfos.
- ¿Y a el le gustó? – pregunté
- Y tanto! Pidió a todos que le llamaran así y desde entonces fue Moradan para todos.
- Y a ti seguro que te llamaba Narwen 1   o Ruinwen 2  -  dije yo,  haciendo alarde de mis conocimientos del élfico
- Pues no, me llamaba Ruinariel 3 – dijo Ghâsh esbozando una sonrisa complacida.
- Es un nombre muy hermoso – le dije, mientras pensaba que ese hombre la debió encontrar bonita si le puso un nombre así.
- Un nombre para una mujer hermosa. Tú eras bonita Ghâsh? – dije, sin pensarlo.
Ghâsh se echó a reír mientras yo enrojecía hasta la raíz de mi rizado cabello.
- supongo que si debí serlo – contestó ella entre risas– Eso si, cuando conseguí quitarme mi aspecto orquil.
Yo sonreí aliviado, mientras me decía a mi mismo que era un bocazas y que esas cosas no se le preguntan a una dama.
De pronto Ghâsh se estremeció
- Vamos dentro, empieza a hacer frió y ya se esta poniendo el sol – dijo.
Y los dos nos levantamos para entrar en la casa.
Al dar la vuelta por el porche para entrar por la puerta de atrás quedamos de cara al sol poniente. Que descendía rojo por las últimas estribaciones de las Quebradas de los Túmulos, al límite del bosque Viejo.
Ella se paró a contemplar el sol que teñía de rojo y oro los campos y los bosques.
- me gustan las puestas de sol – dijo – cuando era un uruk procuraba que me tocase la ultima guardia para poder disfrutar de la puesta de sol.
- Eso no es muy normal en un orco – contesté  - Que hubiese pasado si te hubiesen pillado? ¿Que habrías dicho?
- Pues habría dicho una mentira ¿Que quieres? ¿Era un orco. no? – dijo ella con un mohín – le habría dicho al amo que oteaba el horizonte, evidentemente con peligro para mis ojos, porque me había parecido escuchar unos ruidos sospechosos.
- ¡Que astuto! – exclamé yo – digno de una astuta sodado uruk.
- esta astuta soldado uruk dice que tenemos que entrar, que tenemos que curarte la herida. – contestó Ghâsh.
- ¿Como lo diría un capitán de los uruks eso? – le pregunté yo.
- Pues diría algo así:
“¡Mueve tu asqueroso culo y entra adentro gusano repugnante! Si no quieres probar mi látigo, ¡escoria de pantano! ¡Será mejor que no te encuentre aquí afuera cuando me de la vuelta! ¡Como vuelva a pillarte haciendo el vago vas a ir a parar a la cazuela de la cena! ¿Entendiste esto rata de albañal?”
Ghâsh terminó la parrafada con un Ska! Y luego se puso a reír al ver mi cara de desconcierto.
Lo cierto es que cuando decía aquello Ghâsh daba miedo. Usaba una voz áspera, dura, autoritaria, con una especie de gruñido sordo de fondo, una voz espeluznante.
- evidentemente nadie protestaba – dije hablando conmigo mismo
- claro que no! Te jugabas la vida! En esos casos todos obedecíamos sin rechistar- dijo ella – al contrario de algunos hobbits preguntones - dijo cambiando de tono, mientras me abría la puerta para que entrase.
Una vez dentro ella me curó la herida. Por lo que se ve estaba mejor, porque sonrió complacida.
- Si mañana cuando te cure, esto sigue así, pasado mañana podrás apoyar el pie en el suelo – dijo – aunque tendrás que usar los bastones para que no se te hinche.
Yo sonreí con una sonrisa de oreja a oreja, una de esas sonrisas hobbit que tanto hacen reír al pequeño hijo del posadero.
- Eso va a ser fantástico Ghâsh – dije – por fin podré andar sin pegar saltitos.
Ella me miró y siguió vendando mi pié con manos diestras. Yo seguía el movimiento de sus manos que envolvían con una banda estrecha de tela mi pié cuando de pronto me acordé de algo.


- Oye Ghâsh ¿cómo es que llevas tantos anillos en los dedos? No te los quitas ni para dormir ni para trabajar en el jardín – pregunté
Ella se miró las manos arrugadas. Llevaba cuatro anillos en cada mano, dos de cobre y dos de oro
- Mis anillos – dijo tendiéndome las manos – son una tradición de la tribu. Llevo un anillo de oro por cada hijo varón  y uno de color cobre por cada hija.
- ¿Entonces tuviste ocho hijos? – pregunté
- No, tuve tres hijos y una hija. Los otros anillos son de las esposas de mis hijos. Las muchachas pasan a ser de la familia del marido cuando se casan y obsequian a su suegra con un anillo de estos.
- Curioso, un anillo de cobre para las niñas y uno de oro para los chicos.- dije yo.
- No, no es de cobre, es de un metal llamado oro rojo. Es muy preciado en el sur. – contestó ella.
- ¿Y el anillo que falta? es de oro, por lo tanto es de un chico – pregunté mientras levantaba la cabeza para mirarla a la cara.
- Este es el anillo de adopción del esposo de mi hija, El era gondoriano, así que la tribu lo adoptó. Yo fui su madrina y por lo tanto recibí el anillo del nombre. – explicó ella.
- ¿El anillo del nombre? – inquirí otra vez yo
- Exacto, se llama así porque es entregado a la madre el día en que se le impone un nombre al recién nacido. Esto se hace siete días después de su nacimiento y se celebra una gran fiesta.
Ghâsh siguió hablándome de las costumbres de la tribu en que vivió, costumbres que incluían  cosas tan curiosas como que las esposas llevan toda su dote encima en forma de joyas. O que no entierran a los muertos sinó que los queman y luego transportan  sus cenizas con la tribu hasta un determinado lugar donde todas las cenizas de todas las tribus hermanas se vierten en un abismo en una ceremonia ritual,
De pronto se levantó, como si hubiese recordado algo y me pidió que la siguiera.
Me condujo hasta su habitación, abrió un cofre y extrajo de el una caja de madera olorosa que colocó sobre la cama.
Dentro de la caja, en pequeños compartimentos  y atados  con  trocitos de tela brillante. Había rizos de cabello.
Ghâsh los fue sacando uno a uno y los alineo entre los dos.
- Mira este es de mi esposo, lo corté el día que nos casamos. Se lo pedí como regalo de bodas.
Tenía el pelo negro y rizado y la piel morena y unos ojos negros donde se reflejaban las estrellas.
Estos dos son de mis hijos mayores, El mas oscuro es de Rub y el clarito  de Amedh. Este rojizo es de mi hija Eflara. Llevaba el nombre de una flor del desierto ¿sabes? Y este otro, mas rojo aun es de mi hijo menor.
Ghâsh fue sacando mechones de pelo de la caja, había de sus nietos y de sus nietas y hasta de algún biznieto.
Cuando acabó volvió a meter cuidadosamente en orden todos los mechones. La cerró y le dio la vuelta.
Yo la miré sorprendido. La caja tenia otra abertura en la parte inferior. Que se cerraba con un resorte. Ghâsh la abrió y sacó dos mechones de pelo más.
Uno de ellos parecía estar lleno de algo negro y pegajoso, el otro era una trenza de aproximadamente un palmo de largo. Los dos eran de un color rojo intenso. Ella los sacó de allí y me los puso en las manos.
- Esto es lo que quería mostrarte, esto es mi pelo. ¿ves el color que tenia? – dijo ella.
- ¿Que es eso que tiene pegado ese mechón? – pregunté al ver los pegotes negros y pegajosos.
- Es brea, es lo que usaba para esconder el aspecto de mi cabello cuando era un snaga. Después cuando fui uruk no tuve necesidad de ello, llevaba casi siempre casco y además tenia un arma para disuadir a cualquiera de meterse conmigo.- contestó la mujer.
- Entonces fue cuando te empezaron a llamar Ghâsh ¿no?- pregunté interesado.
- Exacto, cuando deje de ponerme la brea y el barro el color de mi pelo fue volviendo a la normalidad, y entonces empezaron a llamarme Ghâsh. Pero no creas que fue fácil quitar la brea, al final la única solución posible fue cortarme el pelo bien corto.
- Y lo hiciste cuando eras Uruk? – pregunté extrañado.
- No, claro que no, lo hice cuando descubrí que no era un orco -  contesto ella.
- Y cuando fue eso  Ghâsh? – pregunté esperando oír algo importante
Pero ella hizo como si no hubiese oído la pregunta, aunque yo sabia que si lo había hecho, parecía no querer hablar sobre ello.
 Tomó la trenza rojiza y alzándola la puso a la luz del candil.
- No me dirás que no es un color hermoso. Así era mi pelo cuando era joven. No ha cambiado casi nada desde que lo corté para ofrecérselo a mi esposo el día que descubrí la primera cana.
Yo sabia que ella estaba intentando desviar la conversación así que me olvidé de la pregunta y me puse a admirar el color de su cabello.
- No había visto nunca un color así – dije – algunos enanos tienen el pelo rojo, pero es un color mas cobrizo, este se parece al pelo del zorro rojo.
- ¿Dices que hay enanos con el pelo rojo? – preguntó ella, de pronto interesada por lo que yo decía.
- Si, ¿nunca viste ninguno? Es un color de pelo común entre los enanos – contesté mirándola sorprendido.
- Pues no, la mayoría de los que he visto tenían el pelo oscuro o bien blanco, aunque no he visto muchos. Se que en Helm hay una comunidad de enanos pero no he estado nunca allí – contestó ella.
Yo cogí la trenza de sus manos y toque el pelo, estaba suave, no se había estropeado por el paso del tiempo. Algo debia haber en la caja que hacia que las cosas no se estropeasen. Así que la cogí para verla más de cerca. El olor de la madera me sorprendió, tenia  un olor a resinas, acre pero muy agradable.
Ella tomó la caja de mis manos y guardó en ella los dos mechones. Luego la cerró y me miro.
- Bob – dijo como dudando – ¿tu crees que los enanos pueden cruzarse con los humanos?
La pregunta me dejó descolocado un instante. Miré a Ghâsh y vi que esperaba con anhelo la respuesta.
- No lo sé – contesté – pero me parece que no.
- ¿Lo sabes seguro? – preguntó ella
- Pues seguro no, pero casi podría decir que no es posible. – respondí yo.
En la cara de Ghâsh se pintó una mueca de decepción. Entonces me di cuenta de lo que ella había estado pensando. La mujer estaba buscando a los suyos y por un instante creyó haberlos encontrado.
Miré a Ghâsh con una mirada muy seria y le pregunté.
- Oye tu no te afeitas la cara ¿verdad?
Ghâsh abrió unos ojos como platos y me preguntó que significaba esa pregunta.
- Es que verás, dicen que las mujeres enanas tienen barba como los hombres – le solté.
- ¿En serio? – dijo ella – ¿No me estarás tomando el pelo verdad?
- No, no te estoy tomando el pelo – contesté – es verdad que dicen eso de las enanas. Aunque yo no he visto nunca ninguna.
Ghâsh se acarició el mentón, donde evidentemente no había ninguna barba. Solo un fino vello se dibujaba encima de su labio superior, cosa por lo demás bastante normal en las mujeres de edad avanzada.
Ella se levantó y tomando la caja la guardó otra vez en su sitio. Mientras hacia esto yo la miraba sentado sobre la cama. De pronto me eché a reír. Ella se giró y me miró preguntándose por el motivo de mi risa.
- ¿De que te ríes Bob? – Dijo - ¿que es lo que ocurre?
Yo seguí  riendo un buen rato sin poder parar, mientras ella me miraba sorprendida.
- es que – dije entre risas – acabo de pensar en ti como una enana. ¿No viste la altura que tienes? Si eres alta hasta para los humanos.
Ella se rió conmigo mientras me daba un pescozón cariñoso.
- Anda,  vamos a la cocina que se ha hecho tarde y hay que preparar la cena – me dijo.
Yo la seguí pasillo arriba aun risueño, haciendo sonar los bastones en la oscuridad.


1 Narwen: doncella de fuego en quenya
2 Ruinwen: doncella de fuego rojo o fuego ardiente
3 Ruinariel: Doncella engarlanada de fuego rojo (en referencia a su pelo rojo)


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