La Herencia de Regar

22 de Mayo de 2006, a las 09:44 - Abârmil
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Capítulo 2: Viaje a lo Desconocido

Cinco horas después de la cruenta batalla se despertaron bajo una constante llovizna caída desde un cielo blanco grisáceo que no dejaba pasar ni un rayo de sol. No parecía un día esperanzador, pero el descanso les había devuelto la fuerza a los músculos, y esto bastaba para que los cuatro compañeros Lendor, Bilmos, Regar y Farwin prosiguieran con la búsqueda del anillo enano. Decidieron hacer un fuerte desayuno, debido a la dura jornada pasada y la que estaba por venir, después recogieron las cosas y comenzaron el viaje hacia las Tierras Brunas.
Los prados verdes iban integrándose en el paisaje poco a poco a cada paso que daban hacia el sur, los árboles también aumentaban en número y la cara de Farwin se volvía visiblemente feliz para sus compañeros.
Habían avanzado bastante y la lluvia no daba visos de cesar, incluso se hacía más intensa con el discurrir del tiempo. Era ya por la tarde y no podían encontrar rastro alguno de los semiorcos. Proseguían marchando en la misma dirección sin la certeza de que fuera la adecuada y los ánimos, por la mañana exultantes, ahora se convertían en desesperación.
- ¡Grrr! Dichosa lluvia- gruñó Regar- me estoy empapando hasta los huesos. Como continuemos mojándonos, nos van a pesar tanto las ropas y la mochila que nos arrastraremos en lugar de caminar.
- Mientras no enfermemos no dejaremos de perseguir a nuestros enemigos mi gruñón amigo, o ¿Acaso crees que ellos van a esperarnos?- increpó Bilmos- Quién no pueda seguir que se vuelva a su casa de piedra.
- Las enfermedades son más propias de hombres como tú y Lendor, querido Bilmos –dijo Regar con una sonrisa en la cara-, no de los enanos, pero tienes razón, antes muerto que abandonar la herencia de mi familia en manos tan viles y, a saber con que maliciosos designios.
- Tiene algún tipo de poder ese anillo –preguntó la bella Farwin al enano con su melodiosa voz, propia de los elfos.
- No, que yo sepa, a decir verdad apenas lo había visto dos veces en mi vida antes de la emboscada. Mi abuelo lo guardaba de todas las miradas, a veces lo cogía entre sus manos y cuando le pedía que me lo mostrara solía decir “el tesoro que no ves, no desearás poseer” y se lo metía rápidamente en el bolsillo interior del abrigo.

El viaje se hacía más penoso a cada hora, la comida estaba casi agotada y, tal y como predijo Regar, las mochilas aumentaban de peso continuamente con la incesante lluvia. Únicamente Farwin permanecía erguida, ya que su equipaje era muy pequeño, los demás caminaban encorvados y con la cabeza gacha. Por su aspecto no podrían continuar mucho tiempo así, estaban necesitados de un golpe de suerte, que no tardaría en aparecer.
Un tiempo después de la comida llegaron a la cima de una colina, donde pudieron ver que del otro lado había una granja situada a la derecha del camino; el establo, parte de la fachada de la casa y en especial el granero estaban quemados. En un montón, varios animales yacían calcinados en el suelo. Un hombre de avanzada edad intentaba limpiar aquel espectáculo dantesco. Era alto y robusto aún, de cabellos canosos y barba de varios días, vestía unos pantalones marrones, camisa oscura y chaqueta de lana roja un tanto ennegrecidos. La compañía se acercó colina abajo hacia el hombre, Lendor iba en cabeza.
- Perdone, buen hombre, ¿Qué ha ocurrido aquí?
- Un asalto, señores, un maldito asalto en toda regla –dijo el hombre con voz compungida-, ni siquiera me dieron tiempo a salir de la cama cuando ya estaban incendiando el establo y el granero y robándome los animales, ¡Qué desastre, espadas y antorchas en alto, risas y gritos, fue pavoroso, ahora que hago yo, explíquenme, la cosecha destruida, casi todos mis animales muertos o robados, que será de mí!
- Le vendría bien cuatro manos fuertes –intervino Bilmos- al menos para arreglar el desbarajuste.
- Tenemos una misión que cumplir camaradas –dijo Farwin con semblante altivo.
- La misión puede esperar, quizás este buen hombre nos cobije si le ayudamos –comentó Regar, la simple posibilidad de dormir bajo techo le había devuelto el brillo a sus ojos.
- Me serían de gran ayuda, grandes señores, usted –dijo el hombre dirigiéndose a Farwin- puede entrar en casa con mi esposa, se llama Herela, yo soy Geonte, un placer.- Al decir esto se inclinó en una reverencia y una sonrisa de oreja a oreja.
Tras las presentaciones comenzaron el trabajo. Geonte y el fuerte Bilmos apilaron todos los animales muertos y los incineraron mientras Regar y Lendor construían una cerca de madera donde meter a los supervivientes, dos vacas, tres cerdos, dos gallinas y dos caballos. Después retiraron, entre todos, los escombros del establo y del granero y reforzaron aquellos pilares que se vieron afectados por el incendio. Levantaron un parapeto que pudiera tapar de las inclemencias del tiempo a los pobres animales y recogieron algo de leña para alimentar la hoguera hogareña.
Cuando terminaron, los cuatro se dirigieron al interior de la casa. Tras la puerta se escondía un amplio pero acogedor salón, a la izquierda estaba decorado con dos sofás de color verde oscuro y un gran sillón marrón ribeteado con varias tonalidades verdes enfrente de una chimenea donde crepitaban las últimas briznas de madera al fuego; una alta estantería de madera de roble y llena de libros ocupaba la pared del fondo; mientras que a la derecha de la puerta estaban preparadas dos mesas juntas para albergar a los hambrientos invitados. Una bonita alfombra de múltiples colores avanzaba hasta el otro lado de la casa dejando a su diestra un pequeño baño y la escalera al piso de arriba y a la siniestra una coqueta cocina donde Herela y Farwin, que hablaban amistosamente, ya tenían casi lista la cena. Los llevaron previamente a los dos cuartos de baño de los que disponía la casa, allí pudieron relajarse dándose un revitalizador baño caliente y enfundándose en ropajes secos y limpios. Una vez dispuestos los comensales, la mujer de la casa sirvió la cena: sopa caliente de poyo, cerdo guisado, huevos, pan, fruta, queso y cerveza, un manjar para los viajeros, que apreciaron como el mejor de los banquetes de la casa de Elrond.
- Menuda cerveza Geonte, esto es el paraíso – dijo Regar después de probar un sorbo, y antes de beberse el reto del vaso de un trago.
- Has dicho que los autores del incendio eran una especie de orcos, ¿Verdad? - pregunto Lendor -. ¿Cuántos eran? Y, ¿Hacia dónde fueron?
- Si, si, semiorcos, como maese Regar les denominó antes, eran bastantes, veinte o más diría yo, tenían un aspecto horrible, piel negruzca, ojos saltones,…, muy desagradables sin duda. Sobre la dirección que tomaron, hmmm, las Tierras Brunas, creo, me imagino que pasen por Tharbad. Un poco más adelante se encuentra la capital, de allí soy yo, sabéis, mi hermano Gilmar regenta allí una posada, si le decís que vais de mi parte os tratará muy bien y os dará más de esta cerveza, amigo Regar – el enano soltó una fuerte carcajada- a parte de ricas vituallas y lugar de descanso, aquello es un lugar peculiar, la gente es un tanto seca y reservad…
- Como te dije antes – interrumpió suavemente Lendor antes de que Geonte se fuera por las ramas, muy habitual en él, como habían comprobado durante la tarde -, nos han robado algo que deseamos recuperar y sin caballos creo que ya no les alcanzaremos nunca.
- En eso no puedo ayudaros, queridos amigos, si queréis os presto uno para cargar el equipaje, algo os aliviará, está muy bien alimentado e incluso os podéis turnar para ir sobre su lomo, aguantará perfectamente, ya habéis visto que tengo sólo dos caballos y uno lo necesito para que me ayude en la siembra. Cuando lleguéis donde mi hermano, se lo dejáis y él ya me lo devolverá, dentro de bastante, estoy convencido, ya que no suele venir muy a menudo a visitar a su viejo hermano, un desagradecido es lo que es, con lo que he hecho por él, sabíais que yo le regalé su posada, pues así es, y como me lo pag…
-Tranquilo amigo – dijo Bilmos- el caballo, aunque no colma nuestros deseos, es bastante, miles de gracias querido anfitrión.
Continuaron conversando un rato mientras fumaban en unas pipas que Geonte les entregó como regalo. Hablaron sobre los extraños sucesos que se cernían sobre Eriador, con orcos bajando de las montañas y viajeros del sur por doquier, lo que preocupo bastante a Geonte “La inestabilidad no es buena para los negocios, dijo, y la necesidad puede sacar lo peor de un hombre “. Charlaron también sobre historias de juventud, entre las que destacó Regar contando aquella vez que con unos candorosos veinte años quiso impresionar a una hermosísima enana, mayor que él, regalándola una fabulosa joya que, según su sabio abuelo Dirlam, se encontraba en una profundísima cueva en la cara norte de la Montaña Solitaria. Para llegar a ella había que cruzar un laberíntico pantano y escalar por un sendero tan ancho como dos pies de hobbit, asimismo la entrada estaba custodiada por una pareja de trols gigantescos. Estos peligros no hicieron más que afianzar su resolución para conseguir dicha joya, “cuanto más difícil sea la empresa, mayor será la gloria”, esa era su máxima. En el camino encontró una impracticable ciénaga de hedor insoportable que tardó día y medio en atravesar, un amplio sendero que circundaba completamente la montaña una y otra vez que le llevó dos días enteros recorrerlo y una cueva de apenas ocho metros de profundidad donde halló una inscripción grabada en piedra que decía: “La joya más maravillosa que existe es tu cerebro, pues él te permitirá alcanzar todas tus metas, ¿Por qué atravesaste el pantano pudiendo rodearlo?¿ Como iban a sobrevivir dos trol en la cueva si la única vía de salida por la que ir en busca de comida es tan ancha como dos pies de hobbit? Además, todos saben que soy el mejor joyero que existe, así que si querías una joya fabulosa, no tenías más que pedírmela, tu abuelo, Dirlam”. No pudo deshacerse del fétido olor hasta pasados dos meses, de la enana se olvidó a los tres días.
Luego de reírse y entretenerse como si fueran viejos amigos se acostaron en unas improvisadas camas que Herela había preparado en el salón cerca de la ahora llameante fogata de la chimenea. Regar y los dúnedain durmieron a pierna suelta tras la copiosa comida. Farwin, por su parte, se revolvía en la cama sin poder conciliar el sueño. Se sentía triste, los recuerdos le vinieron a la mente y sabía por qué; aquel lugar le parecía perfecto y pensaba que jamás podría llegar a vivir de aquella forma, una alegre familia alejada del resto del mundo viviendo en felicidad. Una fría lágrima baño su mejilla derecha llegando hasta la almohada.

A la mañana siguiente los cuatro viajeros se levantaron temprano y, tras un “frugal” desayuno compuesto de abundante pan con mantequilla, queso, pastelillos y leche se despidieron largamente de sus anfitriones. En verdad aquella separación les entristeció, en especial a Regar, - ¿Cuándo volveremos a dormir bajo techo? A saber lo que tardamos en llegar a la capital, ¡Y lo que tardaremos en beber una deliciosa pinta!- suspiraba mientras se alejaban por el camino.
- Volved cuando queráis – les gritó Geonte desde el porche de su casa agitando la mano derecha en señal de despedida y abrazando a Herela con la zurda. Ella los despidió con su mirada alegre y su pequeña boca esbozando una agradecida sonrisa, pero con los brazos cruzados sobre su pecho, el frío volvía a aparecer.

Habían pasado varias días desde su partida, iban hacia el sureste, pero el tiempo, más allá de mejorar, parecía volverse más severo a cada instante. Estaban ataviados con los ropajes más gruesos que tenían en el equipaje pero, aún así, el frío atravesaba sus músculos y huesos, ni siquiera el ritmo rápido que llevaban, ni las constantes subidas y bajadas del camino les hacía entrar en calor. El alcohol que llevaban se estaba agotando y el miedo a enfermar comenzó a hacerse presente entre los miembros de la compañía, salvo en la elfa que, como tal, no podía enfermar.
Lendor sabía que no podían continuar de ese modo mucho tiempo más y que se morirían de frío por la noche a no ser que hicieran una hoguera, pero ningún árbol encontraba a la vista. Por ello a menudo se acercaba a Farwin y le preguntaba sobre cualquier mancha lejana que pareciera un bosque, la respuesta de la elfa siempre era negativa. Estaban cerca de la frontera de las Tierras Brunas marcada por el río Gwathló o Aguada Gris, la vegetación volvió a desaparecer casi por completo y no había lugar alguno donde refugiarse.
Sucedió que, justo cuando el cansancio se hizo presa de todos ellos y la noche ya les rodeaba, Farwin se adelantó con una pequeña carrera, casi sin tocar el suelo como es propio entre la hermosa gente, hasta lo alto de la colina que tenían delante. El resto se quedaron a un lado del camino donde pensaban hacer noche, Regar y Bilmos incluso ya se habían sentado espalda contra espalda agotados. Lendor, inquieto, permanecía erguido observando a la elfa. Después de unos pocos minutos apareció corriendo colina abajo y les dijo que había visto una pequeña columna de humo a unos cuantos kilómetros de distancia hacia el noreste.
- Creo que debemos continuar y comprobar ese humo- dijo Lendor-, temo que si nos quedamos aquí alguno no despierte o lo haga en un estado tan desastroso que sería imposible continuar la misión.
- Somos fuertes Lendor, amigo mío- contestó Bilmos- yo me he criado en las montañas, a la intemperie bajo el frío de nieve de las Montañas Nubladas, puedo soportar la noche, pero no una larga caminata tras los esfuerzos de este día. Además, partiendo de que logremos llegar allí, ¿Qué nos asegura un buen recibimiento? Quizás sean los semiorcos y no creo que nos dejen sentarnos junto a ellos delante del fuego a cambio de que Farwin les entone una canción.
- Es una situación complicada, sin duda- comenzó Regar mesándose la barba tras haberse incorporado-, los enanos somos resistentes, al cansancio y a la enfermedad, pero yo no estoy acostumbrado a estos viajes fatigosos, aún así acabas de encender mi corazón nombrando a los asesinos de mi abuelo Dirlam, la ira podría salvarme en tal caminata, no deseo perderlos de nuevo.
- Si preferís intentarlo, iré- interrumpió Bilmos-, aunque luego no digáis que no lo advertí.
- Únicamente resta el voto de nuestra compañera, ¿Qué dices Farwin, descansamos a riesgo de perecer o buscamos apurar nuestras fuerzas?- pregunto Lendor.
- La gloria es para los valientes y los locos - respondió la elfa con una sonrisa -, ningún héroe ha sido considerado como tal siguiendo un camino de rosas, el sufrimiento es parte inseparable de toda aventura y, cuanto mayor sea éste, mayor será el posterior reconocimiento, vayamos hacia el humo.
- Tus palabras me animan y me infunden coraje, corramos entonces amigos- gritó Bilmos- sabéis que a temerario no me gana nadie.
- Pues en mí- dijo el dubitativo Lendor- no ha dado el mismo resultado, pero sigo pensando en seguir, vayamos pues.
De esta forma decidieron continuar, cargaron las mantas que tenían sobre los hombros encima de la grupa del caballo y comenzaron a correr guiados por la elfa. Tras subir una colina el camino era ahora llano muchos kilómetros en adelante, ya se divisaban los picos más altos de las Montañas Nubladas. El humo se acercaba rápidamente y pudieron ver que provenía de los lindes de un gran bosque cercano al Aguada Gris.
- Al menos, si no me quieren oír cantar, podremos hacer una hoguera para nosotros mismos- comentó cáusticamente Farwin.
- Pues a mí si que me gustaría escuchar alguna canción- contestó Regar.
Decidieron desviarse un poco al norte para poder acercarse a través del bosque al campamento sin ser vistos. Dejaron al caballo con el equipo amarrado a un árbol y tras dos horas de dura carrera entre los árboles, se encontraban a unos setenta metros de la zona del fuego, se quedaron boquiabiertos al ver que se trataba de un campamento militar. No había duda, los hombres allí presentes lucían, aunque de aspecto rancio y de escasa calidad, armaduras y yelmos, espadas cortas y lanzas, arcos y flechas, unos vigilaban, otros se entrenaban en la lucha cuerpo a cuerpo y otros hacían tiro al blanco entre las sombras de la noche.
Farwin miraba pensativa, absorta en ideas propias; Lendor y Bilmos se miraban atónitos sin saber que hacer o que decir; y Regar por su parte se levantó de los arbustos donde permanecían ocultos y se encaminó al encuentro de uno de los guardias.
-¡Enano insensato!- dijo Bilmos al tiempo que agarraba a Regar por el cuello trasero de la camisa y lo arrastraba de nuevo al escondite- ¿Quieres que te ensarten con una lanza o una flecha como a un conejo?
- Es un campamento militar, todos los países tienen muchos de estos- contestó Regar enfadado mientras se colocaba la camisa-, nosotros no somos enemigos, puede que nos ayuden, no tenemos mejores opciones.
- Es posible- dijo Lendor-, pero no es muy normal que los campamentos se coloquen tan alejados de las ciudades y sus ojos, fuera de sus propias fronteras y entrenen incluso de noche. Aquí se esconde algo más, estoy seguro. Los dunlendinos llevan años de rencillas con los rohirrim, un pueblo bueno y sincero, mi padre habitó entre ellos hace mucho, cuando Thengel era el rey de la Marca. El odio de los hombres de las Tierras Brunas es tan antiguo como la historia de los rohirrim en este lugar del mundo, desde que vinieron del oeste del Bosque Negro, cuando todavía era verde, en auxilio y salvación de Gondor.
- Parece mentira- intervino Bilmos-, estoy seguro que hay tan buena gente entre ellos como nuestro amigo Geonte, sin embargo ahí les ves, preparándose para matar o morir.
- No es Sauron el único capaz de hacer mal en la Tierra Media, al igual que tampoco lo era Morgoth en su tiempo- dijo Farwin despertando repentinamente de su estado de trance-. La codicia de los hombres existirá siempre, y esa los enanos la conocen bien, la envidia del vecino, incluso del amigo, ha sido causante de numerosas guerras.
La cara de Regar se endureció al oír el comentario.
- Nuestro pueblo también vivió batallas entre hombres, más aún, entre hermanos- replico Lendor -, espero que algún día dejemos de luchar entre nosotros, hay suficientes orcos y demás criaturas malvadas como para que hombres maten a hombres.
Mientras hablaban no se percataron que un grupo de diez dunlendinos se les acercó por la espalda. Al situarse a unos pocos metros, Bilmos se dio cuenta y avisó silenciosamente a sus camaradas, pensaban que serían batidores de regreso, por lo que decidieron arrastrarse un poco hacia el campamento para justo antes de llegar torcer hacia el interior del bosque, donde podrían esconderse mejor. Pero, en el momento de escapar, se dieron de bruces con otros ocho soldados armados con arcos que les esperaban formando un semicírculo, al darse la vuelta los diez de la retaguardia estaban a escasos metros con las espadas desenvainadas. No había escapatoria, así que no sacaron las armas para no empeorar la situación. Éstas se las fueron arrebatadas por la compañía de dunlendinos, que les llevaron directos al centro del campamento.
No dijeron nada, tan solo les colocaron enfrente de una tienda de campaña más grande que el resto. Uno de los soldados entró en la tienda y un minuto después apareció un hombre bajo pero corpulento y de bastante edad, los miro de arriba a abajo con la mirada torcida, escupió al suelo y se dirigió a ellos con voz ronca y malsonante.
- Mi nombre es Tourim, ¿Quiénes sois vosotros?
- Somos viajeros extraviados noble señor, mi nombre es Lendor, él es Bilmos, él es Regar y ella Farwin, no buscamos problemas, sólo un refugio donde descansar nuestros entumecidos y congelados músculos.
-Los que espían tras los arbustos no son personas de fiar- inquirió duramente Tourim-. ¿De dónde venís y a dónde vais?
- Venimos de Eriador camino de Tharbad, no teníamos madera y nos estábamos congelando cuando vimos su humo en lontananza, sólo buscábamos un poco de calor, señor, se lo aseguro.
- Lo que dices puede ser cierto pero, ¿Qué hacen dos hombres, una elfa y un enano juntos? Jamás imaginé algo similar si las historias son ciertas.
- Lo son, señor, aunque nuestros asuntos son solo nuestros - dijo Regar lo más cortes que pudo.
- Lo que hagas por estos dominios son nuestros asuntos, maese enano, ¡Hablad os digo!
- Perdonad a mi amigo buen señor- dijo Lendor poniéndose entre Tourim y Regar -, venimos buscando a un grupo de semiorcos que nos atacaron kilómetros atrás, no íbamos juntos, pero el destino nos unió, si nos presta algo de ayuda le estaríamos ampliamente agradecidos, señor de estos parajes.- Lendor arriesgo al decir esto ya que los semiorcos se dirigían hacia esas tierras, por lo que podrían tener el consentimiento de aquellas gentes, pero pensaba que unos semiorcos no serían bien recibidos en ninguna parte.
- Una compañía de más de veinte mediorcos pasaron hace unos días hacia el Vado, un informador nos ha dicho que se dirigen a las montañas, os llevan mucha ventaja, no creo que podáis alcanzarlos salvo que den la vuelta en vuestra búsqueda, además, si los cogéis que haríais con ellos ¿Matarlos?- dijo Tourim con una sonrisa de oreja a oreja mientras los guardias se reían.
- O algo peor –replicó Bilmos intentando aparentar dureza- un grupo de orcos no nos asustan, ya matamos a su retaguardia, unos veinte eran y aún así cayeron como las ratas que son.
- Si es verdad, es toda una hazaña- contestó más relajado Tourim -. Pasaréis aquí la noche, mañana partiréis.
- Perdone que le pregunte pero, ¿Qué son esos semiorcos?- preguntó Lendor.
- Nadie lo sabe con certeza, aparecieron hace unos años del sur de las montañas, cerca del Vado del Isen. En un principio eran muy pocos, pero con el tiempo se van haciendo cada vez más numerosos. Nuestro pueblo tiene buenas relaciones con ellos, nos venden caballos y armas a cambio de comida, nosotros no nos entrometemos en sus asuntos, ni ellos en los nuestros. Lo más extraordinario es lo diferentes que son unos de otros. Hay algunos que podrían pasar casi como hombres de los nuestros, en cambio otros son iguales a los horribles orcos. Su auge coincide con nuestro declinar numérico, muchos pensaron que había algo raro en todo ello por lo que nuestros líderes fueron a hablar con Saruman en una de sus visitas a la capital. Él es muy sabio y muy poderoso, consejero de nuestro rey. Nos dijo que no nos preocupáramos y así lo hicimos.
Se sentaron alrededor del fuego, donde recibieron algo de comida, comida de ejército desde luego, Regar no quedó muy satisfecho, mientras que Farwin apenas lo probó. Luego se acostaron tranquilamente y ni se percataron de que cuatro guardias los vigilaban atentamente. El sueño fue profundo para todos, excepto, una vez más, para Farwin, esta vez por causas muy diferentes, no le parecía normal la existencia de esos semiorcos, pero lo que era más preocupante es que el gran Saruman no le diera importancia y que ni siquiera hubiese informado a los miembros del Concilio de estos irregulares sucesos.
A la mañana siguiente les devolvieron las armas y tras un breve desayuno fueron llevados de vuelta ante la tienda de Tourim. Allí éste les dijo que estaban de maniobras, ejercicios rutinarios dijo exactamente, algo que los cuatro viajeros no creyeron ni por un momento. Los orientó hacia Tharbad y ellos le respondieron con multitud de gracias. A los pocos minutos estaban de camino.

Fueron bordeando el Aguada Gris en dirección suroeste. El camino era muy abrupto e irregularmente trazado, pero al menos había muchos árboles y vegetación, a diferencia del paisaje desolador que habían tenido en los días anteriores. Además podían economizar sus ya escasos alimentos, ya que podían cazar sabrosos venados que correteaban tranquilamente por sus alrededores o pescar suculentos peces del gran río. La marcha era lenta pero las energías permanecían altas con el paso de las horas, Farwin estaba encantada de volver a los bosques, aunque éste solo tenía un kilómetro de ancho a cada orilla del Gwathló. A menudo se paraba a escuchar las plantas, el agua, los árboles y los animales, tal es el íntimo contacto que los elfos tienen con la naturaleza. Por su parte Regar refunfuñaba en bajo continuamente, se alimentaba mejor que por las estepas de jornadas pasadas, pero ese paisaje tampoco lo atraía demasiado y no hacía más que pensar en volver a sus estancias de las Montañas Azules, en recuperar el anillo de su abuelo y en averiguar si tendría algún poder especial que le hiciera poderoso entre los suyos, veía tan lejos cumplir esos deseos que se enfadaba cada vez más. Los montaraces caminaban contentos, reconocían el ignoto terreno; buscaban pistas en la hierba o en el barro y las discutían intentando mostrarse más avezado que su compañero, “Si Abârmil estuviera aquí me daría la razón”, se repetían el uno al otro; también se dedicaban a escrutar atajos entre la maleza y cazaban alegres compitiendo entre ellos, por ahora ésta estaba siendo la mejor parte del viaje.
Habían recorrido muchos kilómetros y, según les había dicho Tourim, Tharbad debía estar ya muy cerca. Eran las primeras horas de la tarde y decidieron descansar un rato y comer algo cerca de la orilla del río. Como era ya habitual Regar comenzó a encender un pequeño fuego, Farwin se sentó apoyando su espalda contra un árbol, esta vez un fresno, y Lendor y Bilmos fueron a pescar algo. Al llegar justo al río vieron cuatro gruesas estacas de madera de unos treinta centímetros clavados en el suelo, comenzaron a inspeccionar el lugar y se dieron cuenta que había bastantes pisadas de varios días atrás. Las huellas estaban hechas con botas de hierro. Alrededor encontraron dos árboles de estrecho tronco cortados con hacha, probablemente para hacer una buena fogata, se dijeron el uno al otro. Una vez hechas estas averiguaciones se dirigieron a contar las noticias a sus compañeros.
- Las huellas, ¿Eran de pie grande o pequeño?- pregunto Farwin.
- Pequeño comparado con los míos, pero mediano comparado a los hombres comunes - respondió el gigantesco Bilmos con una sonrisa de complacencia en el rostro -. Se lo que piensas, pero pueden haber sido hechas por nuestros semiorcos o por los soldados dunlendinos, tienen un tamaño similar. El calzado es de hierro, así que no pueden haberlo hecho viajeros corrientes, sino guerreros uniformados. Además hay muchas, lo que supone un grupo grande.
- No creo que haya forma de adivinar cual de los dos grupos estuvieron aquí acampando- dijo Regar cabizbajo -, a menos que encontremos algún objeto caído, los trajes de guerra de los semiorcos y de los dunlendinos son muy diferentes.
- Tienes razón - intervino Lendor - buscaremos un poco más, incluso hacia el oeste, a ver si encontramos algo que nos aclare el misterio. Los orcos pueden haber tomado este camino para no toparse con mirones.
- Pero Tourim dijo que tenían buena relación con ellos- comentó Farwin-, ¿Para qué iban a esconderse si no es necesario?
- ¿Y si hubieran sido los soldados?- preguntó Regar- ¿Qué sentido tendría?
- No creo que hayan sido los soldados- dijo Farwin-, las estacas están para amarrar barcas que permitan llegar al otro lado ¿No?- los demás asintieron con la cabeza atentos a lo que iba a decir- Entonces, los soldados tendrían la barca a este lado, y aquí no hay nada.
- Tampoco al otro lado querida elfa- dijo Bilmos- podrían habérselas llevado consigo al campamento, aunque parece poco probable por su lejanía.
- Quizás ellos crucen más al norte, a la altura de su campamento- sugirió Regar- aunque no se con que propósito.
- Si lo hacen por ahí tendrán luego que volver a cruzar el Glanduin para llegar a las Tierras Brunas- intervino Lendor-. Esto es un rompecabezas muy desesperante. Vamos Bilmos, investiguemos para aclarar algunas dudas.
Farwin fue la encargada de conseguir comida, mientras Regar cuidaba de mantener el fuego y de las mochilas de todos y los dos montaraces batían el terreno entre la orilla del Aguada y los lindes del bosque. Tras hora y media de intensa búsqueda, Bilmos y Lendor aparecieron de nuevo. La elfa y el enano tenían un par de grandes conejos ensartados en sendos palos de madera dispuestos horizontalmente encima del fuego.
- Ya casi están listos- comentó Farwin mientras giraba los palos para que los conejos se hicieran por todos lados-, no veáis si me costó cazarlos, fue agotador. Bueno camaradas, ¿Qué habéis hallado?
Los dúnedain los miraron suspirando, eran miradas de incomprensión, Lendor sacó dos objetos de sus bolsillos.
- Por todos los demonios- gritó Regar con los ojos saliéndose de su rostro- un cuchillo orco y una sandalia de hombre rota, esto es demasiado.
- Pues si, estamos como al principio- dijo Lendor taciturno al tiempo que se sentaba alrededor del fuego. Bilmos le imitó con la misma cara de aflicción.
- Tal vez no- intervino Farwin-, esto quiere decir que tanto hombres como orcos utilizan este camino. Quizás haya algo en Tharbad que todos prefieren evitar.
- Dado que no tenemos barcas, nosotros mismos lo comprobaremos en unas horas - dijo Bilmos -. Por ahora no podemos más que disfrutar de estos conejos, tienen buena pinta, desde luego - comentó relamiéndose los labios y echando mano de uno de ellos.
Después de comer se acostaron un rato y media hora más tarde ya estaban otra vez en camino. Continuaron bordeando el río corriente abajo llenos de dudas. Únicamente Regar se sentía un poco contento, probablemente por la negativa a cruzar el río en una barca construida por ellos mismos, según había planteado Farwin. “Prefiero andar sobre mis piernas que navegar dejando el bote a merced del río y sus maliciosos designios”, pensaba Regar. Los enanos no suelen ser muy amigos de las embarcaciones, y menos Regar, que había conocido a bastantes de los suyos que se ahogaron en las cercanía del Golfo de Lune, entre ellos a su hermano Runir, al que le encantaba pescar y un día decidió ir en bote a un famoso caladero escondido, de donde jamás regresó.

Dos horas y media de marcha y al fin llegaron, con la caída de la noche, a las puertas de Tharbad. Era una ciudad de hombres abandonada hace tiempo. Sus habitantes marcharon en su mayoría a las costas de Minhiriath cuando las huestes de Angmar iban a tomar la ciudad. Las casas estaban parcialmente derruidas por aquella guerra y el transcurrir del tiempo, y ennegrecidas, victimas de los incendios. De la muralla apenas quedaban veinte metros completos, no había puerta y las atalayas estaban en el suelo o encima de los edificios del otro lado del muro. La ciudad constaba de una larga calle principal que se bifurcaba en dos, muchos metros adelante, para volver a juntarse posteriormente formando una especie de isla en mitad de la ciudad. En dicha isla se erigía un gran edificio que debió hacer las veces de ayuntamiento. La guerra ocurrida tiempo atrás daba un aspecto siniestro a las casas y a los innumerables establecimientos que se sucedían junto a la carretera principal que, por el contrario, gozaba de un perfecto estado. No parecía una gran ciudad, sino el centro neurálgico de una región. Tal vez la mayor parte de la población vivía en las afueras y esta ciudad era donde vivían las autoridades y principales familias. Su lugar privilegiado hacía que en su momento de esplendor tuviera miríadas de viajeros al mes, lo que explicaba la gran cantidad de carteles de posadas y tabernas que aún pendían de las abandonadas paredes.
De repente comenzó a llover con fuerza y el cielo se oscureció de negro mortuorio arrebatando la posibilidad de ver más allá de tres metros. Un rayo en el horizonte vino a iluminar la larga avenida en la que los cuatro viajeros permanecían impertérritos ante la tormenta en ciernes mirando en derredor, aguzando la vista en busca de cobijo. El caballo se movía inquieto. Lendor comenzó a caminar hacia una casa con un amplio porche, sus compañeros lo siguieron en silencio alargando los brazos, casi tocándose entre sí para no perderse. La puerta estaba cerrada así que Bilmos se adelantó y la echó abajo embistiendo con su descomunal cuerpo. Amarraron al caballo a un poste dentro del porche para que no se mojara y entraron. La vivienda era pequeña, pero al menos mantenía intacto el techo, tenía todos los muebles rotos y esparcidos por doquier y las telarañas peleaban con el polvo para llenar de si mismas toda la estancia. Regar tomó varias patas de silla bajo el brazo y se acercó a la chimenea para hacer un fuego que mitigase el agarrotamiento muscular que padecían todos. Mientras tanto Lendor, Farwin y Bilmos trancaron la puerta, habilitaron un círculo alrededor de la chimenea y recogieron los cojines y almohadones que encontraron para acomodarse lo más posible. Fuera, la tormenta seguía degustándose en su poderío amedrentador atacando con rayos cada vez más numerosos y ensordeciendo la ciudad con sus gritos de trueno. Arremetía furiosa contra las ventanas, que vibraban a punto de resquebrajarse, golpeó con encono la puerta abriéndola de par en par, justo cuando un rayo permitió ver más allá de ella. Todos se volvieron pero sólo Regar, que era el único que miraba en aquella dirección antes de que el viento casi arrancara la puerta, se levantó sobresaltado desenfundando su hacha de doble filo:
- ¿Qué ocurre Regar? – Preguntó Lendor dirigiéndose hacia la puerta para cerrarla de nuevo.
- He visto una nebulosa sombra pasar por delante de la entrada, no era muy alta pero si rápida. No tengo ni idea de qué o quién puede haber sido esa borrosa figura, pero estoy seguro de haberla visto, recordad que soy un enano, criado bajo las montañas donde la luz a menudo escasea al adentrarte por ignotos túneles y la agudeza visual es lo único que te evita caer por un agujero o desfiladero tan profundo como el propio mundo.
- Yo no dudo de ti, querido Regar – contestó Farwin poniéndole su mano derecha sobre el hombro derecho del enano -, desde que entramos en esta supuesta ciudad abandonada y estalló la tormenta, he sentido que no estábamos solos.
- En tal caso, hubiera agradecido que nos lo informaras elfa, ¿De qué nos sirve llevar a alguien de la hermosa gente si no comparte sus valoradas intuiciones? – increpó Bilmos azorado por el miedo. Pocas veces el bravo dúnedain había sentido terror en su vida, pero la impotencia de no conocer a su rival y permanecer encerrado en la mísera casa aguardando un posible ataque, le hacía sentir una incertidumbre insoportable que disparaba sus nervios.
- Tranquilos amigos – intervino Lendor conciliador en un tono inusualmente decidido y despreocupado – Trancaremos la puerta y las ventanas para evitar que nadie entre; haremos guardias y en cuanto amaine el temporal saldremos a buscar a nuestro visitante.
- Pero Lendor – dijo Regar -, ¿Y si son muchos? ¿O si son orcos? Nos quemarán vivos aquí dentro, reacciona montaraz, debemos salir de esta ciudad mientras podamos, la lluvia nos puede ofrecer un buen manto que nos refugie de miradas indiscretas.
- ¿Y a donde piensas ir? No encontraremos otro techo firme hasta el siguiente poblado, y no sabemos en cuanto podremos llegar, podríamos morir ahí fuera también, piénsalo – respondió Lendor -. De todas formas, dudo que sean orcos, si dominan la ciudad, ¿Por qué iban a cruzar el río por barcas allá en el norte?
- Si los orcos no dominan la ciudad y es más, huyen de ella, es porque aquí hay algo que temen - susurro Farwin.
El silencio les dominó de súbito ante el comentario de la elfa. La tormenta se hacía más y más fuerte con el paso de los segundos, golpeando airadamente la lluvia contra el improvisado refugio; el viento les traía sonidos espantosos del exterior, ruidos o gritos, no sabían discernir qué eran; el azote contra la casa se enconaba a un ritmo vertiginoso; los ruidos se aproximaban; el frío se volvía glacial, inundando la habitación de una tétrica niebla parecida al último estertor de un moribundo. Los ruidos ya estaban aquí, eran inconfundibles gritos de dolor y odio abrumadores. El caballo relinchó con fuerza víctima del miedo, rompió el poste al que estaba amarrado y salió corriendo dirección este. Ninguno de ellos sacó las armas, sabían que no les podían servir de nada ante lo que se les avecinaba.
- ¡Una tumba, estamos en una tumba, hemos muerto sin darnos cuenta! – gritó Regar.
- No Regar, los elfos sabemos de esos temas y esto no es la muerte, parece más bien un sueño, una pesadilla para ser más exactos, creo que esta ciudad no está abandonada, sus antiguos ocupantes siguen aquí, al menos sus atormentadas almas. En ese sentido tienes razón, nos encontramos en una tumba, un gigantesco panteón, por así decirlo, una ciudad-panteón. Ahora puedo verlos claramente, son masas informes coronadas por rostros desgarrados por la desdicha. Puedo sentir que en un tiempo sus corazones no eran maliciosos, sin embargo los años de soledad fantasmal les ha hecho desarrollar un odio furibundo hacia aquellos que mancillan con su presencia el hogar en el que vivieron y murieron.
- Sólo estamos de paso – gritó Lendor –, nos marcharemos en cuanto cese la tormenta. Él y yo – dijo señalando a Bilmos – somos dúnedain del norte, servidores de la estirpe de Elendil, por tanto pertenecemos a la misma raza que vosotros, vamos en busca de unos orcos para acabar con ellos y recobrar lo que nos han robado. Viles criaturas como las que arrasaron vuestras hermosas casas, derribaron vuestras espléndidas estatuas y masacraron vuestras vidas.
En ese momento se hicieron visibles a todos, un grupo de unas dos docenas de espectros que atravesaron las paredes de la vivienda. Formaban una neblina cenicienta que se aproximaba infundiendo un miedo insoportable que paralizaba los músculos de los cuatro compañeros. Regar creía que lo habían petrificado mediante un conjuro porque su mayor deseo era salir corriendo lo más rápido posible de aquella aterrorizadora situación, y sin embargo, era incapaz de mover siquiera un dedo. Sentía frío, mucho frío, como si se encontrara desnudo sepultado por toda la nieve del Caladhras. Los espectros se acercaban y podía ver en sus ojos una iracunda mirada sedienta de sangre, no había escapatoria, ¿Cómo luchar contra lo intangible? Emitían agudos gritos de guerra que parecían reventar los tímpanos, pero nadie movía los brazos para taparse los oídos, el miedo era mayor que cualquier otro sentimiento. Entonces Regar lo comprendió, iban a morir de terror, ese era el arma de esos ominosos seres, debía reaccionar para salvarse antes de que fuera demasiado tarde. En un último esfuerzo, recogió toda la fuerza que aún albergaba en su interior y lo sacó en un grito desgarrador que hizo retumbar la habitación, Farwin se reactivó de súbito y grito varias palabras en élfico haciendo retroceder a los espectros y sacando del trance a los dúnedain.
- ¡Corred amigos! – dijo la elfa – ¡Corred raudos como si la muerte os persiguiera, como si pudiera ser la última carrera de vuestras vidas, como si fuera la única posibilidad de volver a tocar aquello que más amáis! ¡Corred!
Salieron los cuatro veloces como el viento atravesando la entrada y corriendo a oscuras por la ancha avenida de la ciudad bajo la incesante y cruel tormenta. Los incorpóreos entes les perseguían recortando rápidamente la distancia. Ya podían sentir en la nuca el gélido hálito de la muerte. Únicamente les restaba unos cuantos metros para alcanzar la salvadora salida, pero la lluvia y el viento en contra les hacía volverse más lentos y pesados. De nuevo el miedo invadió sus corazones, aunque esta vez consiguieron seguir avanzando penosamente. La esperanza se difuminaba junto a las lágrimas que caían por sus mejillas y la desconsolación conquistó sus almas. Farwin no pensaba permitirlo, ella, una elfa, no puede tener miedo a la muerte, pero sí a lo que perdería una vez llegada ésta, ya que la transportaría lejos de aquella tierra. Definitivamente no iba a permitirlo. Se dio la vuelta y se plantó, piernas entreabiertas y tronco erguido, delante de los espectros, éstos se pararon súbitamente, la elfa irradiaba una intensa y poderosa luz blanca cegadora que les llenaba de pavor, pronunció repetidamente una frase en Quenya que hizo aún más fuerte la luz, iluminando toda la calle. De esta manera pudo ver a toda la ciudad repleta de seres etéreos amenazantes, pero no se rindió “¡No me apartaréis de él!”, gritó con fuerza extrema (empero ni una palabra salió de su boca, ya que éstas salieron de su poderoso corazón) y a continuación produjo un estallido de luz que les hizo huir descontroladamente al tiempo que ella se desplomaba y las tinieblas alcanzaban sus ojos.
Mientras tanto, los otros tres compañeros se habían quedado quietos pensando que Farwin había vuelto a quedarse petrificada de miedo al verla inmóvil e indefensa pocos metros atrás, pero no pensaban abandonarla, todos o ninguno. Fueron en su busca para llevársela aunque tuvieran que hacerlo a rastras, pero cuando llegaban a su lado, los fantasmas, incompresiblemente, huyeron y ella se desmoronó exánime sobre los fuertes y rápidos brazos de Bilmos, que la levantó y, junto a Lendor y Regar, se dirigieron fuera de la ciudad. A los pocos metros de traspasar la entrada, la tormenta y el extremo frío fueron amainando, al tiempo que un nuevo día se asomaba por el este saludando con cálidos rayos solares aquellos parajes y facilitando que nuestros héroes pudieran descansar en un frondoso bosque un kilómetro al este de Tharbad.



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