La historia de Erya Dúnion

15 de Septiembre de 2003, a las 00:00 - Nura de Mithlond
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 Una figura solitaria cabalgaba rumbo a Imladris por los eriales del norte, volvía de uno de sus viajes, aunque llevaba ya muchos años errando por la Tierra Media, tantos, que había perdido la cuenta, pero bien sabía que podía contarlos por Edades.
Pocos eran los que sabían de su verdadero linaje; quizás sólo Elrond Medioelfo, Señor de Imladris, uno de los más sabios eldalië que habitan ahora estas tierras, o la Dama Blanca de Lothlórien (a quién había conocido en su juventud en las Tierras Bendecidas) o Círdan el Carpintero de Barcos, Señor de Mithlond; pues en verdad, como el sobrenombre que había tomado lo decía, era el único de su raza en las tierras de Endor. Algunos, por sus cabellos dorados (que aun encerraban el brillo de una luz de oro) y su voz suave y melodiosa, que invitaba al canto, lo confundían con un elfo silvano. Otros, por la luz de sus ojos claros y su gran dominio de la Alta Lengua, lo tomaban por un Noldor. Y aun había unos pocos que lo creían un Falathrim o incluso un Sindar.
Pero todos ellos se equivocaban (excepto aquellos que lo juzgaban por un Alto Elfo), mas cuando se le preguntaba si pertenecía a una de estas casas o por lo extraño de su nombre, él simplemente se encogía de hombros y dejaba pasar la pregunta, permitiendo a quién le preguntaba que hiciera sus propias conjeturas. Pues el reconocer ante alguien su verdadera procedencia llevaría a la gente a hacerle más preguntas sobre su pasado y recordarlo le producía dolor, un dolor profundo provocado por los recuerdos de unos hechos lejanos y remotos en el tiempo, pero muy cercanos y presentes en su corazón. Y esos eran unos recuerdos que quería enterrar muy hondo y para ello había vuelto la Tierra Media, para expiar sus culpas, para acallar sus recuerdos, para olvidar el pasado entregándose a la causa contra cualquier mal; primero Morgoth, luego Sauron; a veces bajo las órdenes de algún Señor, otras (las más) en solitario, sólo él y su fiel caballo élfico, Yúkale de nombre (Crepúsculo Rojo, pues su pelaje era de un castaño encendido, y al galopar parecía una llama veloz que se extiende por los campos), contra cualquier perfidia.
Por todo eso había regresado a las tierras que le vieron nacer, después de haber conocido y contemplado la grandeza y beatitud de los Valar, después de haberse sentado a sus pies y haber unido su voz a la de ellos en los cantos sobre el Taniquetil y haber sido partícipe de sus pensamientos. Él, que había sido testigo de lo más alto y de lo más bajo y vil (de cuyos hechos había tomado parte), Erya Dúnion, el único Vanyar al este de los Mares que Separan, y estas son algunas de sus historias.

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1-. Breve descanso

2.963 de la Tercera Edad del Sol

Erya cruzó el Vado y llegó al valle escondido de Imladris, aquella que los hombres llaman Rivendell, cuando el sol del atardecer se hundía tras las montañas de cumbres de nieves ardientes. Dejó que Yúkale eligiera el camino y el paso para descender hasta la Última Morada Simple al Este del Mar. Su montura cabalgó a un trote ligero, ora resoplando ora relinchando en respuesta a los caballos que ya lo saludaban desde los establos.
Erya se relajó en la silla, ya nada tenía que temer, aquel era un lugar protegido, seguro, donde el mal arremetía sólo para estrellarse contra las montañas que lo circundaban, sin más efectos que los rumores de la tormenta que llegaban a unas fronteras bien guardadas. Ese era el corazón de aquel "reino" y nada oscuro podía llegar hasta allí, a no ser que el Mal fuera quién dominara todas las tierras que lo rodeaban.
Respiró profundamente, paladeando los sabores y olores del postrero atardecer y sintió la brisa que acariciaba su rostro y mecía sus cabellos. Cerró los ojos y se dejó llevar por la calma. Siempre era igual cuando volvía a Imladris, uno de los pocos lugares que le ofrecían consuelo, el único que lo reconfortaba por completo y reanimaba su cuerpo y su mente, vigorizándole de forma harto inesperada y misteriosa.
Las voces límpidas y claras ya llegaban hasta él en forma de hermosos cantos. Eran las voces de elfos jóvenes, sindar en su mayoría, que se regocijaban, reían y cantaban por cualquier cosa que alegrara sus corazones. Y esa alegría era contagiosa. Erya sonrió (pocas y raras eran las veces en que lo hacía sinceramente) y abrió los ojos a un cielo más oscurecido y allí, en lo alto, la más amada de las estrellas brillaba fuerte, desafiando la oscuridad celeste, aun sin luna.
- ¡Aiya Eärendil! ¡Elenion ancalima!- saludó Erya y una risa clara y ligera brotó de sus labios.
- Por fin un descanso en el lugar que casi puedo llamar hogar. Un descanso corto quizás, pero suficiente para alguien como yo-. Suspiró - Bien Yúkale, rápido ahora, brilla como una llama del Sol para que te contemplen todos esos Quendi cantores y tengan un nuevo motivo para componer.
Yúkale relinchó y ya galopaba veloz por el fondo del valle. Pronto cruzaron el último puente y transpusieron la arcada que daba acceso a la puerta principal de la casa.
Elrond ya lo esperaba ante las puertas. Una sonrisa cálida iluminaba las facciones de aquel sabio Eldar.
- ¡Mae govannen Erya! Bienvenido de nuevo a Imladris. Me alegra que por fin hayas regresado de tu viaje. Largo tiempo has estado en los caminos y pocas o ninguna noticia tuya hemos recibido durante tu ausencia. Tranquiliza mi corazón ver que vuelves sano y salvo.
- Elen sila lúmenn´ omentielmo- saludó Erya en la Alta Lengua - En verdad largo ha sido este viaje, pero no el más largo de cuantos he realizado- dijo mientras desmontaba y pasaba las riendas a uno de los servidores de la casa. Hizo una pequeña inclinación de cabeza hacia Elrond- ¿Qué tal todo Elrond? Imladris cambia poco en la superficie y hoy mis sentidos están algo embotados.
- Tienes razón. Pocas son en verdad las noticias que llegan ahora al valle. Parece que todo viviera una extraña calma. Me recuerda a las historias sobre los tiempos de La Paz Vigilante. Pero cualquier noticia mía puede esperar. Ven, paseemos mientras preparan tu estancia y así me darás cuenta de tus viajes. Al norte ¿verdad? Al Forodwaith. ¿Llegaste a cruzar Angmar?
Erya guardó silencio por un momento, trayendo los recuerdos a su mente, mientras contemplaba los rayos dorados y naranjas que inundaban el valle convirtiéndolo en un lago de aguas de oro. Exhaló un suspiro, mezcla de puro deleite y de resignación por tener que recordar los oscuros y desiertos caminos que había transitado.
- Sí, llegué a Angmar y la crucé. Pero pocos fueron los días que me detuve allí. Carn Dûm puede parecer desierta, mas no lo está. Oscuras y pérfidas criaturas pululan y se arrastran por sus ruinas. El Rey Brujo ya no está, pero aquellos que le sirvieron y sobrevivieron a la batalla han vuelto a poblar las sombras de los muros del maldito reino del norte.- los puños se le crisparon- Apenas dormí algunas horas en aquellas tierras, donde el viento gime con la voz de los muertos. Siempre en una vigilia constante pasé los noches y sólo descansaba unas horas durante el día, cuando el Sol estaba en su cenit. Aunque nada me atacó, ardía en deseos de abandonar aquel lugar. Sentía el acecho de miradas maliciosas sobre mi espalda. No, no es un lugar al que desearía volver.
- De eso estoy seguro, amigo mío. Esto que me cuentas, la vuelta de las criaturas del Enemigo a su antiguo territorio, no me gusta nada lo que presagia. Habré de reflexionar sobre ello y quizás pedir consejo al Concilio. Pero ahora continua con tu historia.
- Así pues, crucé aquel paso entre las montañas lo más rápido que pude hacia el norte. Y tras varias jornadas llegué a las estepas y eriales de Forodwaith. Nada verde crece allí excepto una tundra dura y fría. Ni un solo ser vivo vi en aquel baldío. No me adentré mucho en aquellas tierras olvidadas, temía extraviarme con la posibilidad de quedarme sin provisiones y era poco lo Yúkale podía tascar en el helado suelo. Pero no creo que nada, bueno o malo, more en esas tierras abandonadas. 
- Lástima, pues hubo un tiempo en que fueron hermosas.
- Sí, pero el mundo cambió y ahora sólo los hielos y el olvido las cubren. Como a aquellas que yacen bajo las aguas. ¿Cuántos recuerdan ahora, aparte de los Eldar, los antiguos reinos de Beleriand?-. Silencio.
A un lado del sendero había un banco de mármol blanco y pulido. Ambos se sentaron en él y estuvieron un tiempo cayados, contemplando el bosquecillo dorado que se iba apagando frente y alrededor de ellos.
- ¿A dónde te dirigiste después?- preguntó Elrond rompiendo el silencio.
- No quería volver a cruzar Angmar, así que di un largo rodeo. Cabalgué rumbo oeste, hacia la Bahía de Hielo de Forochel. Allí encontré grupos de Edain, nómadas y cazadores de los hielos. Nada temí de ellos, pues viven atendiendo sus propios asuntos y aunque su vida es dura parecen felices- Erya sonrió recordando a los niños jugando sobre la nieve y el hielo a ser valientes cazadores imitando a sus padres-. Y bajé desde allí hacia el sur, siguiendo el curso del Lhûn hasta llegar a Mithlond. Fue agradable sentir de nuevo la brisa, el olor y el sonido del Mar.
- ¿Traes noticias de Círdan?- Erya asintió.
- Me demoré por un tiempo en los Puertos. El suficiente para recoger noticias. La vida en los puertos y en las costas sigue su curso normal. Los barcos siguen zarpando para no volver. Unas veces llenos, otras medio vacíos. Círdan te manda sus saludos y al igual que a ti, estos tiempos le recuerdan a la Paz Vigilante, "pero", me dijo, "el tiempo traerá lo que deba traer. Nada podemos hacer intentando evitar que el destino se cumpla. Sólo prepararnos para aguantar la tormenta". Me pidió que te trasmitiera esas palabras. Está seguro de que les encontrarás su significado.
- Hmmm..., sí, ciertamente se lo encuentro y, al igual que tus noticias sobre Angmar, turban mi mente y mi corazón. Pero como el mismo ha dicho, nada podemos hacer para evitar el destino que nos aguarda. Sólo hablar sobre ello para que no sea olvidado y esperar.
Erya intercambió una mirada de complicidad con Elrond y asintió.
- Allí en Mithlond también hablé con algunos de los jefes de los clanes silvanos de Forlindon. Su vida poco ha cambiado y siguen disfrutando de sus bosques en paz sin inmiscuirse en otros asuntos. Son felices así y me alegro por ellos. Ojalá yo pudiera disfrutar de esa felicidad-. Calló y sintió como la mano de Elrond se apoyaba en su hombro dándole ánimos y fuerzas para afrontar sus propios tormentos.
- Sólo en ti está la llave para lograr esa felicidad. La has tenido ante ti, pero intuyo que la has rechazado, aun no se por qué, pues no has querido contármelo. Mas he visto una sombra en tu corazón, una sombra que no te gusta mirar. Quizás algún día decidas contármelo todo y entonces podré ayudarte a iluminar esa oscuridad.
- Ese día aun no ha llegado. No, aun no estoy preparado para ello Elrond. Se que lo comprendes.- Se levantó y permaneció de pies, de espaldas a su amigo.
- Tal vez más adelante..., tal vez. Bien, por dónde iba.- dijo mientras volvía la mirada hacia Elrond- Sí..., cuando estuve preparado para partir, abandoné Los Puertos Grises y me dirigí hacia el lago Nenuial, Annuminas y la antigua Fornost. En mi camino me crucé con muchas compañías errantes de Dúnedain. Pocas noticias tenían que darme, salvo pequeños grupos de orcos que se aventuraban más allá de las montañas y que día tras día recuperan viejas plazas ruinosas del antiguo reino de Arnor. Yo les advertí sobre lo que ocurría en Angmar, no les haría ningún bien volver a tener enemigos al norte. Me aseguraron que se avisaría a los capitanes y se le pondría remedio en cuanto se dispusiera de tiempo y hombres suficientes. Me pareció que intentan recuperar lo que antaño les pertenecía. Y sin embargo, Fornost sigue estando vacía y medio derruída.
- Quizás no por mucho tiempo. Llegará un día, Erya, en que las compañías errantes dejarán de serlo. Tienen ahora un capitán como nunca antes lo habían tenido. Y aun así, el destino de su pueblo es incierto todavía, pues pende de un hilo el que sus actos y decisiones lo conduzcan por el camino adecuado y todas sus empresas tengan éxito o caigan en el olvido.
Erya miró a Elrond y vio en sus ojos el orgullo y la preocupación de un padre por un hijo bienamado. Sí, un hijo de los Hombres criado y educado por los Elfos.
- Me encontré con Aragorn y sus hombres cerca de Amon Sûl. Elladan y Elrohir estaban con él. Parece encontrarse bien, pero ahora rara vez ríe y siempre está taciturno, casi melancólico y sin embargo he advertido un gran poder dentro de él. Ha cambiado mucho desde la última vez que lo vi. Ha crecido de mente, pero hay una tristeza que parece acompañarlo. Qué es, no se decirlo, pues tampoco quise ahondanar en su mente y corazón. Ah...me recuerda vividamente, más que ningún otro de sus antepasados, a Elendil. Sin duda le aguarda un gran destino.
- Así es, si sabe ser fuerte y paciente. De momento le he entregado el anillo de Barahir, pero quizás llegue el día en que le sean devueltas todas sus herencias. ¿Te dieron mensajes para mi?
- Sí. Aragorn tiene intención de viajar al sur. A Rohan y Gondor. Mithrandir le ha pedido que lo acompañe. Y él está bien dispuesto.
- Hmmm...me parece pronto para visitar las tierras de los Hombres del Sur, pero si Gandalf lo ha sugerido, quizás sea el momento. ¿Cuándo tiene pensado iniciar el viaje?
- Me dijo que vendría a Imladris hacia finales del invierno. Aquí se reunirá con Gandalf y partirán lo más pronto posible hacia el Paso de Rohan. Dejará a Elladan y a Elrohir a cargo de sus hombres hasta que Halbarad este por entero recuperado de sus heridas. ¿Sabías que estaba herido?
- Sí. Recibí noticias de ello. Una emboscada orca mientras él y otro hombre cazaban. Por suerte son bravos guerreros y de una constitución fuerte...
- Además las manos del Dúnadan tienen el don de la curación.
- Sí. Bien, Erya ya te he entretenido bastante y pocos serán los incidentes que te pudieran ocurrir desde la Cima de los Vientos hasta aquí. Así que, porque no vas a tu cuarto (se te ha preparado el de siempre, el que mira al Oeste), te quitas el polvo del camino, descansas un rato y luego, si te sientes con fuerzas, bajas a cenar con la gente de la casa. Será una cena tranquila, pues a parte de los moradores de la casa, hoy sólo nos acompaña un pequeño grupo de Dúnedain que llegaron ayer.
Erya  asintió y ambos volvieron caminando tranquilamente hacia el edificio, donde las primeras luces ya se encendían en las ventanas y puertas, pues el sol ya había desaparecido tras las montañas y las primeras estrellas ya titilaban en el cielo. Y mientras se acercaba a la casa, a los oídos de Erya llegaron los bellos cantos a las estrellas de Elbereth Gilthoniel.
Sí, era verdaderamente agradable volver a Imladris.



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