Historia de la Dama Blanca (Libro II)

07 de Diciembre de 2003, a las 00:00 - Elanta
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37. Akallabêth

El único foco de luz era un candelabro sobre la mesa. Un relámpago iluminó brevemente la habitación antes de dejarla otra vez sumida en la penumbra. Las pequeñas llamas de las velas rutilaban en unos ojos de zafiro concentrados en analizar unos mapas. El trueno sacudió toda la colina.

Amon Thranduil se desplegaba bajo tierra pero, al igual que Menegroth, contaba con algunas salas que tenían ventanas camufladas entre los árboles que cubrían el palacio subterráneo. Galadriel se encontraba ahora en una de ellas, una salita escasamente amueblada y que resultaba especialmente siniestra en plena tormenta.

- A estas alturas Ar-Pharazôn estará derribando las Puertas del Morannon –.

Nadie sabía qué había movido al rey de Númenor a declararle repentinamente la guerra a Sauron, aunque la teoría más aceptada entre los elfos era que el título de “Rey de la Tierra Media” que se había auto impuesto el maligno maia era codiciado por Pharazôn.

- Antes los hombres que no pertenecían a la casta de los Dúnedain daban la bienvenida a los Señores del Mar como se recibe a maestros y amigos, sin embargo ahora huyen ante el sólo avistamiento de sus negras velas en el horizonte... esperemos que su furia y ansia de conquista les sirvan para derrotar al Señor Oscuro -.

Galadriel levantó la mirada del mapa y la posó en la presencia plateada que hablaba desde una butaca.

- La fuerza no servirá por sí sola, Sauron es ladino y elocuente, sabe que palabras pronunciar para encandilar los corazones, hechizarlos y conseguir que sus dueños le obedezcan creyendo que son ellos mismos los que toman las decisiones -. Se acercó a la ventana produciendo un suave sonido al rozar su vestido blanco con la alfombra – Así sucedió en Eregion -.
- ¿Por cuánto tiempo te culparás por lo que allí sucedió? -.
- Siempre -.

Celeborn se incorporó y fue junto a su esposa. Había perdido la cuenta de las veces que habían tenido la misma conversación, seguramente sobrepasaban las doscientas. Galadriel jamás cedería, se sentía responsable por las vidas perdidas en Acebeda y, aunque parecía haber superado aquel drama, nunca se perdonaría a sí misma.

Los ojos plateados contemplaron a la Dama Blanca en silencio, deleitándose con cada detalle de su hermoso rostro. Ella le devolvió la mirada, entre interrogante y disgustada.

- Enojándote conmigo no solucionarás nada – advirtió Celeborn.
- Nunca me ha molestado que me observaras, al contrario – replicó ella, esbozando una dulce sonrisa.
- ¿Entonces? -.
- Algo no está bien, mis visiones se estremecen y cambian como en un torbellino – intentó explicar.

Celeborn la abrazó desde atrás, rodeando la esbelta cintura con los brazos y apoyando su barbilla en el hombro de ella. Un relámpago y un nuevo trueno sacudió la colina; la lluvia caía con fuerza en el exterior, traspasando incluso el espeso techo arbóreo del bosque.

- Tranquila, sosiégate e intenta describírmelo, eso siempre te ha ayudado – recomendó el sinda en un tenue arrullo.
- No es preciso que te lo describa pues tú también conoces el miedo que me atormenta, es la misma sensación de angustia, de falta de aire, el presentimiento de que una gran desgracia se aproxima, pero la trama del destino me elude e impide que vea algo concreto. Es el mismo presentimiento que me acosó antes de la muerte de Thingol, antes del ataque a Doriath, Sirion, Acebeda... -.

Sus ojos se clavaron en la lluvia del otro lado del cristal, ya no era gris sino roja, lagrimas de sangre, los árboles edificios hundidos, un relámpago y Galadriel saltó hacia atrás aterrada tan de improviso que cayó al suelo arrastrando con ella a Celeborn.

- Te encuentras bien, ¿qué has visto? – preguntó, desconcertado por la expresión horrorizada de la dama.
- Muertos... hombres, mujeres y niños... -. Ella no había apartado la mirada del cristal y sus manos se hallaban crispadas sobre la túnica gris plata de su esposo, la visión seguía ahí – El cielo, la tierra y el mar se partirán... i amar prestathar aen -. (el mundo se estremecerá...)

Por los pasillos los elfos se hacían a un lado para dejar pasar al rey, su expresión severa y las prisas con que caminaba le hacían verse terrible. Así entró en la sala de reuniones, la túnica verde ondeando furiosamente tras él.

- ¿Un mal día, viejo amigo? -.

La ironía de Celeborn hizo que los ojos de Thranduil echaran chispas. Los consejeros se removieron inquietos, de pie junto a sus asientos.

- Salid todos – ordenó en un calmado y gélido tono de voz.

Los señores elfos literalmente huyeron de la estancia, dejando al caballero de cabellos plateados enfrentarse en solitario a las iras del rey.

- ¿Compartirás conmigo lo qué te atormenta? – sonrió conciliador Celeborn.
- ¡¡¡Es insoportable!!!, ¡un alma en pena es menos irritante que tu esposa!, lleva semanas cual espectro pululando por los pasillos anunciando poco más o menos el fin del mundo – estalló el monarca sindarin.
- Thranduil, ya la conoces, siempre que se aproxima algún tipo de desgracia se pone de un humor peculiar – replicó él, abandonando por completo el tono alegre – Eres consciente que algo va a ocurrir pronto y no será agradable, ¿verdad? -.
- Sí, lo sé, pero Galadriel no tiene por que angustiarme para recordármelo -. El rey se dejó caer pesadamente en una silla y se pasó la mano por los ojos – Eirien y ella salieron esta mañana de caza con algunos de mis guerreros, mi esposa creé que vaciar unos cuantos nidos de arañas mejorará el humor de Ninquenís -.
- ¿Por qué habías convocado una reunión? – inquirió entonces Celeborn, tomando asiento de una manera más comedida que su amigo.
- Las gentes de Edhellond nos han comunicado algo realmente inaudito -. Thranduil esbozó una media sonrisa, mordaz – Ar-Pharazôn el Dorado, Señor de Elenna, ha derrotado al Señor Oscuro Sauron -.
- ¡Eso son unas noticias espléndidas! -.
- Lo serían si el rey de Númenor no estuviera loco -.
- ¿A qué te refieres? -.
- Los númenóreanos cargaron a Sauron de cadenas y se lo llevaron a su Isla -.
- ¿¡Qué!? -.

La exclamación surgió de tres bocas. Los dos sindar se volvieron en sus asientos para descubrir en la puerta a Galadriel y Eirien, ambas damas se habían vestido apropiadamente después de llegar de una fructífera cacería.

- ¿Se lo han llevado a Númenor? – interrogó la dama noldorin.
- Sí, al menos eso es lo que algunos elendili de Pelargir les dijeron a unos marinos teleri de Edhellond. Supongo que las gentes de Círdan le llevarán la noticia a su señor y a Gil-galad -.
- ¿Soy la única a la que le parece que los Dúnedain han enloquecido?; por muy poderosos que sean y su gloria no tenga parangón siguen siendo humanos y Sauron un maia – opinó Eirien con gesto hosco – Su osadía y su enorme ego les van a salir caros, igual que nos salió caro a los habitantes de Eregion -.
- Ellos han escogido su destino, nosotros no podemos hacer nada – dijo Galadriel – Sin embargo compadezco a los inocentes que habrán de padecer el mismo terrible castigo que sus despreciables compatriotas -.

Los cuatro reyes guardaron unos instantes de silencio, cada cual imaginando los dificultades que se avecinaban.

- ¿Cómo os ha ido la cacería? – preguntó finalmente Thranduil, cambiando de tema.
- Magnífica, hemos despejado todos los alrededores entre Amon y Valle – sonrió Eirien – Además has de saber que, aprovechando los problemas por las que pasa el gobierno de Mordor, las tribus de jinetes del Anduin están haciendo limpieza de orientales -.
- Parece que se cumplirá aquello de que no hay mal que por bien no venga, quizás ahora que Sauron ha sido capturado podamos disfrutar de un poco de paz -.

Celeborn observaba a Galadriel, la dama parecía ausente, con la mirada perdida en tiempos y lugares que sólo su mente podía alcanzar.

- Sére... me temo que estos tiempos de tranquilidad serán realmente pasajeros – musitó el caballero sindarin. (Paz)

Sentada en la parte más elevada de Amon Thranduil, Galadriel contemplaba la inmensa extensión arbórea de Bosqueverde con las primeras luces del alba. Hacía días que no podía dormir, sentía el aire tan espeso que podría cortarlo con un cuchillo, y los mensajes que llegaban de Lindon empeoraban su estado de ánimo.

Una pareja de gorriones revolotearon cerca de ella trinando como locos antes de perderse entre las ramas. Así estaban los númenóreanos, revueltos y trastornados; no sólo habían liberado a Sauron sino que éste, bajo su hermosa apariencia de Annatar, controlaba el corazón del rey y sus gentes hasta el punto de conseguir que empezaran a adorar a Morgoth y a ofrecer sacrificios de sangre en los mismos altares dónde antes se depositaban flores y hermosos presentes a Eru y los Valar.

Gil-galad había seguido en contacto con los grupos de Fieles que permanecían en Númenor, sobre todo con un Consejero del Cetro llamado Amandil cuya familia había conseguido salvar un fruto del sagrado árbol Nimloth, vástago de Telperion, antes que éste fuera cortado por orden del tirano Ar-Pharazôn.

Nada de bondad quedaba en los corazones de los Señores de Elenna, sólo un oscuro deseo por alcanzar la vida eterna y acumular tesoros sin fin. Las tormentas sacudían el mar constantemente y las águilas, emisarios de Manwë, sobrevolaban la Isla cual augurios de muerte. Era cuestión de tiempo que la situación desembocara en tragedia.

De repente, la tierra se estremeció. El bosque enmudeció a excepción de los crujidos de las ramas al caer y el lamento ininteligible de los árboles. Apenas duró unos minutos mas pareció que era una eternidad. El cielo más allá de las Montañas Nubladas se oscureció.

Cuando Galadriel estuvo segura de que el suelo no volvería a convulsionarse, bajó al palacio. Al entrar por el gran portón casi se tropieza con uno de los capitanes de Thranduil.

- ¡Ninquenís!, ¡disculpadme señora!, ¿os encontráis bien? -.
- Tranquilo Farothol, ¿sabes dónde se halla su majestad Thranduil? -.
- Creo que con vuestro esposo en la Gran Sala, Eithelas ha compuesto una nueva melodía que deseaba mostrar al rey -.
- Hannad le -. (Gracias)

A paso rápido pero sin perder en ningún momento la compostura, Galadriel se dirigió a la susodicha sala. En su camino se encontró con elfos recogiendo los estragos provocados por el terremoto, muchos todavía miraban de vez en cuando en torno suyo como si la colina entera pudiera caérseles en la cabeza.

Cuando entró en la amplia estancia donde se reunían los elfos a jugar, escuchar música, conversar y demás, se encontró con un desconcierto generalizado. Allí también se habían producido destrozos, lámparas caídas, adornos rotos y, sobre todo, un alto nivel de inquietud entre los presentes.

Localizó a Thranduil en un discreto rincón hablando con Celeborn, se le veía disgustado.

- ¿Nadie se ha lastimado? – preguntó la dama al llegar junto a ellos.
- Nada serio, ha sido más el susto que otra cosa – respondió Celeborn – Aunque a nuestro querido amigo le ha molestado realmente ver como se rompían algunos adornos a los que tenía en gran aprecio -.
- A veces eres demasiado materialista, Thranduil -.

El rey arrugó el ceño ante el reproche de Galadriel.

- ¿Dónde está Eirien? – inquirió ella, ignorando el gesto.
- Ha ido fuera de palacio con algunos guardias, Gildor se ha sentido indispuesto tras el terremoto y han tenido que acompañarle a tomar el aire – sonrió Celeborn.
- ¿Indispuesto?, en mi vida he visto a un elfo con peor aspecto que él, si no fuera imposible diría que estaba enfermo – apuntó Thranduil.
- No le agradan los subterráneos, mucho menos cuando parece que el techo va a desplomarse -. La expresión de Galadriel se ensombreció – Debo volver a Rivendel, incluso a Lindon si se prestara la oportunidad, necesito saber qué ha sucedido en Occidente -.
- Como prefieras – suspiró el rey sindarin.
- ¿Cuándo partimos? – interrogó Celeborn.
- Lo antes posible – sonrió ella – Siempre te arrastró de un lugar a otro y nunca protestas -.
- Digamos que me interesa eso de ser arrastrado de un lado a otro, a eso se añade el hecho de querer ver a mi hija –.
- Será mejor que vaya a comprobar el estado del jefe de mi guardia antes de nada -.
- En cuanto le digas que os marcháis se le pasará todo – rió Thranduil.

Galadriel regreso al exterior del palacio. Sentado sobre una gruesa raíz, con una copa de vino en la mano y un par de elfas por compañía, Gildor se recobraba de su traumática experiencia.

- ¿Cómo te sientes? – preguntó la Dama Blanca parándose frente a él y evitando que se incorporara.
- Mejor, la señora Eirien y la dama Eithelas han sido muy atentas conmigo -.
- Nos ha dado un susto horrible, caballero Gildor – protestó en son de broma Eirien.
- Lamento las molestias que os he causado, majestad -.
- Oh, vamos, no os preocupéis, todos tenemos nuestras particularidades y que un elfo no se sienta cómodo bajo tierra no es tan extraño, ese es uno de los motivos por los que mucha de nuestra gente vive en comunidades esparcidas en las proximidades de palacio -.

Gildor sonrió agradecido.

- Además tengo buenas noticias para ti – añadió Galadriel – Mi esposo y yo hemos decidido volver a Imladris -.
- Hantalë Elbereth – suspiró el noldor.

Las tres damas rieron divertidas.

- ¿Por qué habéis decidido marcharos? – preguntó Eirien, una vez estuvieron en la habitación de Galadriel recogiendo su equipaje.
- El terremoto me tiene preocupada, y deseo estar lo más cerca de Lindon que pueda -.
- Ereinion y Elrond saben gobernar sin que tú te conviertas en su niñera – gruñó la reina del bosque.
- No lo entiendes Eirien, el mundo sufrirá un cambio tan drástico como el que vivimos durante la Guerra de la Cólera, no sé de que manera pero algo horrible y grandioso está por acaecer -.
- Al menos prométeme que volverás a visitarme, sé que has pasado varios años entre nosotros pero han sido muchos más los que nos han mantenido separadas... además tendrás que venir a conocer a mi hijo – sonrió Eirien.
- Vendré a ver a tu pequeño, lo prometo -.

Terminada la labor de empacar, las dos reinas y amigas se sentaron a disfrutar de una infusión de dulce aroma.

- Galadriel -.
- ¿Sí? -.
- ¿Puedo preguntarte algo? -.
- ¿Desde cuando me pides permiso para algo semejante? -. La Dama Blanca enarcó una ceja, sorprendida. - ¿Qué te preocupa ahora? -.
- Se trata de la guerra, me gustaría que me dijeras qué le sucederá a Thranduil si lidera a su ejército durante la batalla -.
- Eirien, no puedo “ver” tan lejos, no ahora que Sauron posee el Anillo Único, si lo intentase seguramente me alcanzaría con su mente y pondría en peligro a todos los Pueblos Libres -.
- Entiendo – musitó la reina del bosque.
- Mas no te angusties, intuyo que a Thranduil le aguarda una vida larga – sonrió reconfortante Galadriel.
- Tengo miedo – confesó Eirien – He visto morir a tantos amigos, a tantos de los que amaba, que no creo que pudiera soportar perder a mi esposo -.

Galadriel guardó un breve instante de silencio, sabía que nada podría calmar ese miedo porque ella sentía lo mismo.

- No puedes encerrar a los que amas entre las paredes de una fortaleza y protegerlos siempre, la vida nos exige vivirla y los que mueren defendiendo aquello por lo que merece la pena luchar no desaparecen del todo, siguen a nuestro lado, son eternos -.
 
Después de viajar sumidos en una artificial oscuridad, avistaron Rivendel. El valle estaba cubierto por brumas y las luces de la Casa de Elrond semejaban luciérnagas plateadas. Los habituales cantos que resonaban en sus estancias prácticamente habían enmudecido; solitarias voces se alzaban aquí y allá, entonando melodías cargadas de dolor y pena.

Los guardianes de las fronteras guiaron a Celeborn y Galadriel hasta el Puente del Bruinen. Desde allí no tardaron en alcanzar la Casa. Los criados se hicieron cargo de equipajes y monturas, permitiendo que los huéspedes pasaran al interior y descansaran del camino.

- Lindir -.
- Ai, aiya herinya -. El noldo con rostro de ave se inclinó ante sus señores. – Llegáis a Imladris en tiempos de gran tristeza me temo -.
- El terremoto llegó hasta Eryn Galen aunque no las noticias de su origen y significado – dijo Celeborn - ¿Qué se sabe en la Casa de Elrond? -.
- Será mejor que el señor Elrond en persona os lo explique, os aguarda en el pequeño salón del ala Oeste, el de las pinturas de la bóveda celeste -.

Gildor se marchó con Lindir mientras los reyes se encaminaban al susodicho salón. Dos guardias que custodiaban la entrada se hicieron a un lado con movimientos perfectamente sincronizados, sus rostros se mostraban impasibles como era lo correcto pero Galadriel pudo sentir la desazón que los embargaba.

En el interior, Elrond se encontraba de pie ante uno de los ventanales, el largo cabello azabache derramándose sobre la túnica azul y las manos cruzadas a su espalda. Sentada en el sillón, cerca de las llamas de la chimenea, aguardaba Celebrían.

- ¡Amil, ada! – exclamó alborozada la princesa.

Celeborn la recibió entre sus brazos y respondió con igual efusividad al gesto de su hija.

- ¿Cómo está mi querida niña? -.
- Feliz ahora que habéis venido – respondió mientras pasaba a abrazar a su madre.

Galadriel, sonriendo con ternura, estrechó a su hija entre sus brazos y le besó la cabeza plateada.

- Has crecido – observó la dama y no se refería al físico de la princesa.
- Seguí estudiando y preparándome como querías, aunque mis habilidades jamás podrán compararse a las tuyas – contestó Celebrían, orgullosa por el elogio de su madre.
- Aiya Elrond -.

El señor de Imladris permanecía junto a la ventana pero se había dado la vuelta y sonreía ante una escena tan hogareña.

- Mae govannen – dijo con sencillez y señaló los confortables sillones – Sentaos, enseguida nos traerán un pequeño refrigerio -.

Los reyes ocuparon uno de los sillones. Celebrían, tras un instante de duda, acabó por sentarse junto a Elrond en el otro; aunque ambos ya estaban prometidos formalmente, tal y como atestiguaban los anillos de plata que lucían, debían guardar una cierta distancia sobre todo delante de otras personas, no era correcto que una doncella de tan noble linaje se tomara demasiadas confianzas con su pretendiente antes de la boda.

Una vez con las tazas y los pasteles sobre la mesita, Elrond pasó a tratar el suceso que había llevado a Galadriel y Celeborn hasta su Casa.

- Sé que no sois amiga de los rodeos, Ninquenís, de manera que seré claro... Númenor ya no existe -.
- ¿Qué ocurrió exactamente? -.
- Las noticias aún son confusas, el mensajero de Lindon llegó pocas horas antes que vosotros -. Elrond se arrellanó en el sillón, su rostro era una máscara vacía de expresión – Finalmente, a punto de morir, Ar-Pharazôn enloqueció del todo, ordenó la construcción de una gran armada y partió rumbo al Oeste con la intención de conquistar Aman y conseguir, según él, la vida inmortal. Nada se sabe de qué le sucedió a él y su ejército, seguramente estén muertos igual que casi todos los habitantes de Elenna después que la Isla fuera destruida por una tormenta de fuego y se hundiera en el mar -.
- ¿Casi todos? – inquirió Celeborn.
- Muchos Fieles han conseguido sobrevivir; a Lindon llegó uno de los navíos capitaneado por Elendil, hijo del Señor de Andunië Amandil, él afirma que sus hijos Anárion e Isildur han arribado en las costas del Sur y podemos creerle pues portaban las Palantiri – explicó el medioelfo – Además debemos recordar que muchos númenóreanos se encontraban en las colonias de Endor durante el cataclismo, tanto los elendili que viven en Pelargir como la escoria que habita en Umbar y sus alrededores -.
- Ahora las colonias se convertirán en sus nuevos reinos, esperemos que los Dúnedain sean más sensatos después de sufrir tan gran pérdida – afirmó el caballero sindarin.
- Esperemos – asintió Elrond.
- Mi señor, se os olvida comentarles lo de las estrellas – apuntó Celebrían.
- Ah, cierto, según mis astrólogos el firmamento entero parece haber sido agitado y vuelto a colocar, están desquiciados porque ni un astro está donde debería a excepción de mi padre, los marinos de Círdan se encuentran igual de desconcertados -.
- La carta de Gil-galad decía que Aman había sido llevado más allá de los Círculos del Mundo, que ya nadie puede alcanzarlo a excepción de los elfos que abandonan la Tierra Media para siempre – añadió la princesa - ¿Es eso posible? -.
- Nada es imposible para Ilúvatar, aunque está vez ha sido un poco drástico a la hora de proteger a sus primogénitos – dijo Galadriel.
- Los Valar – asintió Celeborn – Eso significa que Ar-Pharazôn alcanzó la costa de Valinor -.
- Eldamar... espero que no ocurriera nada grave, lo que menos se merecen los habitantes de la costa es otra masacre injustificada – musitó la dama.
- He enviado emisarios a las Falas y a Lindon para conocer las disposiciones que van a tomar los dúnedain, dónde se instalarán y asegurarnos que no se les enardece el orgullo como la última vez – dijo Elrond.
- ¿Cuándo los enviaste? -.
- Nada más leí el mensaje de Gil-galad, hace unas horas, ¿por qué?, ¿hay algún problema, dama Galadriel? -.
- Sí, mas se puede solucionar con facilidad, enviaré yo misma un emisario – sonrió ella, alegremente.
- ¿A quién? – inquirió Celeborn.
- A Ereinion, querido esposo, ¿no pensarías que iba a renunciar a comunicarle mi más sincero “ya te lo advertí?, seguramente lo esté esperando y sabes que no me gusta defraudar a nadie -.

Así, en el 3320, empezó la construcción de los llamados Reinos en el Exilio: Arnor con capital en Annúminas bajo el gobierno de Elendil y Gondor regido por los hermanos Anárion e Isildur desde Minas Anor y Minas Ithil. El poder de los Dúnedain se extendió por la Tierra Media, un poder que no se imponía por el miedo y la conquista sino por el respeto a otros Pueblos y la oferta de ayuda y cooperación para combatir a un enemigo común, Sauron.

El Señor Oscuro había caído con Númenor pero gracias al Anillo pudo regresar a Mordor y recobrar forma física, aunque perdió el don de adquirir aspecto hermoso. Después de creer por un tiempo que había derrotado definitivamente a los Hombres, ver como sus reinos prosperaban en Endor inflamó su rabia tanto como los fuegos del Orodruin y empezó a concentrar sus ejércitos una vez más.

La sombra de la guerra comenzaba a cernirse nuevamente sobre los Pueblos Libres.



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