Historia de la Dama Blanca (Libro II)

07 de Diciembre de 2003, a las 00:00 - Elanta
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38. “Amigo de los Elfos”

Las últimas sombras de la Caída de Númenor se disiparon en poco tiempo, un año, lo que tardaron los Fieles en establecer los reinos de Arnor y Gondor. El uso de las Piedras Videntes, las Palantíri, fue fundamental a la hora de coordinar los esfuerzos del Norte y el Sur, por eso se planificaron fortalezas en puntos estratégicos que las cobijaran: Annúminas, Amon Sûl, Elostirion, Orthanc, Minas Ithil, Osgiliath y Minas Anor.

Los Dúnedain retomaron las relaciones con los Eldar, la amistad volvió a florecer entre dos Pueblos que siempre habían combatido juntos con mayor o menor fortuna. Elendil se entrevistó a menudo a Gil-galad y, una vez tuvo Arnor medianamente organizado, envió mensaje a Imladris para solicitar el permiso del caballero Elrond para entrar en su valle. Para entonces habían transcurrido veinte años desde la ruina de Elenna.

La visita del monarca edain tenía trastocada la habitualmente pausada atmósfera de la Casa, todos los sirvientes iban de un lado a otro pendientes del mínimo detalle. Para huir del ajetreo Galadriel había tomado un libro, una copa de vino y se encontraba cómodamente instalada en una butaca de sus aposentos. Un suave llamar a la puerta interrumpió su tranquilo retiro.

- ¿Man nályë? -. (¿Quién es?)
- Celebrían -.
- Minno – dijo la dama sin levantar la vista del libro - Tula, hara yo inye -. (Entra/Ven, siéntate conmigo)

La princesa se sentó con su labor de costura entre manos. Había dejado su pelo completamente libre de adornos y lucía un sencillo vestido gris perla.

- El palacio anda demasiado alborotado, no hay quien encuentre un lugar tranquilo – comentó Celebrían, exasperada.
- No todos los días se recibe al Rey de los Hombres -.
- Supongo... -.
- ¿Qué sucede? – preguntó Galadriel esbozando una sonrisa – Pareces enojada -.
- Mi prometido me ignora, eso es lo que sucede -.

Ver a su normalmente apacible hija alterada de aquella manera resultaba toda una sorpresa para Galadriel.

- Debe ocuparse de los preparativos -.
- Ada y Glorfindel le están ayudando junto a una recua entera de consejeros y nobles así que no intentes disculparle – renegó Celebrían – El problema es que no quiere que yo me entrometa en los preparativos -.

Galadriel miró por la ventana, el sol resplandeciente y la fresca brisa primaveral eran las condiciones ideales para cabalgar un rato.

- ¿Qué te parece si cogemos los caballos, un par de guardias y nos erigimos como comité de bienvenida?, presiento que Elendil no se encuentra muy alejado del Valle, así le guiaremos y evitaremos retrasos innecesarios -.
- ¿En serio?, ¡oh amil!, eso sería magnifico – aplaudió la princesa.
- Tú ve a las caballerizas y dile a Calendur que nos prepare las monturas, yo iré por nuestros acompañantes; y no olvides ponerte ropa apropiada -.

Bajo la impecable túnica blanca, Galadriel se calzó unas cómodas botas de montar y se enfundó una capa de terciopelo gris como las que empleaban los guardias del valle.

Salió al pasillo y escogió a un par de guerreros de su confianza, ellos consintieron en escoltarla sin dar aviso al señor Elrond. El problema surgió cuando se tropezaron con el Señor de la Flor Dorada en uno de los corredores.

- ¿Dónde vais, Ninquenís? -.
- A cabalgar con mi hija -.
- Os acompaño -.
- ¿No deberíais ayudar a vuestro noble señor? – inquirió Galadriel con un gesto grave que pretendía hacer desistir al noldo.
- Él y vuestro esposo se entienden a la perfección, además intuyo que vuestro paseo es algo más y sabéis cuanto me gusta salir del valle a cabalgar – sonrió Glorfindel.
- De acuerdo, señor elfo -.

Subieron a los caballos que ya tenía preparados Calendur y se alejaron a trote ligero del valle. En cuanto cruzaron el Bruinen y el terrero se volvió más llano instaron a sus monturas a apretar el paso hasta ponerse al galope.

Tres horas después llegaban a un claro en mitad de una floresta que ya era conocida como el Bosque de los Trolls, el sol tardaría aún algunas horas en atravesar las Puertas de la Noche de manera que no corrían excesivo peligro.

Galadriel desmontó y se acomodó sobre un tronco caído, su hija la imitó. Los guardias se apostaron a escasos metros, conversando pero sin perder en ningún momento su perpetuo estado de alerta.

- ¿Qué hacemos aquí? – interrogó Glorfindel con curiosidad.
- Disfrutar del día, señor elfo – sonrió la Dama Blanca, oculta bajo su capucha.
- Esperaré pues a que decidáis revelármelo -.

El caballero noldo se apoyó en un árbol con los brazos cruzados, los ojos azules cerrados y una alegre sonrisa iluminando su hermoso rostro.

De improviso, la voz de Galadriel se alzó clara y melodiosa en la brisa

Man tiruva rácina cirya
ondolissë mornë
nu fanyarë rúcina,
anar púrëa tihta
axor ilcalannar
métim´ auressë?
Man cenuva métim´ andúnë?

Una sola estrofa que traspasó los corazones de los presentes y se propagó entre las ramas dónde las aves habían cesado en su canto. En el silencio del bosque se percibió claramente el sonido de los cascos de caballos al galope; Glorfindel se paró y escuchó con absoluta atención.

- No más de treinta y no menos de veinte – calculó antes de mirar a Galadriel - ¿Elendil? -.
- Como de costumbre vuestra perspicacia os honra, Señor de la Flor Dorada – asintió la dama al tiempo que se incorporaba y subía de nuevo a su yegua.
- ¿Amil? -.
- Prepárate Celebrían, a ti te corresponde ser la embajadora de Imladris -.

La princesa asintió.

No tuvieron que esperar mucho, de la espesura surgió un grupo de jinetes con túnicas plata sobre negro montando poderosos caballos de batalla haciendo que el suelo se estremeciera a su paso. Al frente iba un hombre de imponente presencia, sus ojos mostraban sabiduría y la espada de su cinto se había empuñado con fuerza y justicia; una sencilla corona ceñía sus oscuros cabellos y atestiguaba su poder entre los de su raza.

La tropa frenó en seco ante aquellas insólitas apariciones en mitad de un bosque. Glorfindel sonrió al contar treinta jinetes.

- Saludos caballeros, mae govannen, ¿me equivoco al pensar que vos sois Elendil, soberano de Arnor y Gondor? -.
- No os equivocáis, señor elfo, mas no esperaba semejante recibimiento en mitad de la floresta, no he enviado aviso a Rivendel y, que nosotros sepamos, ningún centinela nos ha detectado – respondió Elendil.
- Hay quien no necesita ser alertado por la palabra. Noble señor, permitid que os presente a la princesa Celebrían -.

Celebrían se adelantó y dejó caer la capucha gris, su cabello plateado atrapó los tardíos rayos de sol y se encendió como una llama en la noche. Para los ojos mortales fue como si una estrella temprana se hubiese posado en el camino.

- Mae govannen, aran Elendil, hijo del Señor de Andunië y padre de reyes – saludó ella - Os aguardábamos para escoltaros hasta Imladris -.
- Feliz encuentro es éste en verdad, hermosa señora es un honor conoceros -. El rey inclinó la cabeza en un gesto de respeto y admiración - Vuestra compañía será un regalo inesperado -.

Los elfos se colocaron al frente de la comitiva junto a Elendil.

- Disculpadme, mi señora, ¿podría haceros una pregunta? – inquirió el rey edain.
- Os escucho -.
- ¿Fue vuestra voz la que oímos en el bosque? -.

Ella sonrió.

- No era yo, mas ¿por qué deseáis saberlo? -.
- Curiosidad – dijo Elendil, dirigiendo su mirada hacia la figura encapuchada que cabalgaba junto a la princesa.
- Todo a su tiempo, noble señor, en la Casa de Elrond se os responderá a vuestras incógnitas -. Celebrían se volvió entonces a Glorfindel – Señor de la Flor Dorada, ¿os importaría adelantaros y advertir al caballero Elrond de nuestra llegada? -.
- Será un placer -.

Las estrellas resplandecían en el insondable manto de la noche cuando llegaron a lo profundo del valle. Alertados por Glorfindel, un pequeño grupo de elfos aguardaban en el amplio patio del que partían las estancias de la Casa y se ocuparon prestos de los caballos y ligeros equipajes de los humanos.

En las escaleras que conducían al iluminado interior aguardaban Elrond, Celeborn y Glorfindel con el Consejo al completo tras ellos. La expresión del medioelfo se mostraba serena, pero para alguien que le conociera resultaba excesivamente rígida; Galadriel sonrió bajo la capucha al ver como su querido amigo intentaba contener su enfado hasta encontrarse a solas con la princesa.

- Tranquilo Elrond, yo la acompañaba – dijo mentalmente la dama mientras Elendil ascendía los escalones en compañía de Celebrían.
- ¿Y eso se supone que debería tranquilizarme?, hablaremos después -. Una afable sonrisa iluminó su grave semblante – Mae govannen señor Elendil, nos alegra recibir entre nosotros a un fiel hijo de Atalantë -.
- Para mí es un honor que me concedierais visitar vuestra Casa, caballero Elrond, su majestad Gil-galad se deshizo en halagos sobre su heraldo – sonrió el monarca edain.
- Acompañadme, unas confortables habitaciones os esperan así como la cena si no os sentís cansados del viaje -.
- Os lo agradezco, en cuanto mis hombres y yo nos hayamos quitado la fatiga y suciedad del camino será un placer compartir vuestra mesa -.

Los mayordomos se encargaron de los huéspedes y los elfos se retiraron a seguir con sus asuntos hasta que se convocara a los habitantes de Rivendel a la fiesta de bienvenida.

- Podíais haber avisado de vuestras intenciones – dijo Celeborn, cerrando la puerta de la salita tras él.
- Estabais muy ocupados con los preparativos, no queríamos molestar – replicó Galadriel, instalándose en uno de los sillones sin perder de vista a su hija.

Celebrían permanecía de pie, cerca de su padre, y no apartaba sus límpidos ojos del medioelfo que parecía querer apagar las llamas de la chimenea con la mirada o el pensamiento. La dama eldarin sabía cuan enojado estaba Elrond, mas ésta era una de esas raras ocasiones en que a la dulce y cándida Celebrían le salía la vena noldor y su ira podría superar con facilidad la de su prometido.

- Sabes como me molestó tu anterior escapada – dijo Elrond en dirección a la princesa.
- Y yo te prometí que la próxima vez avisaría por lo menos a mi madre, y así lo he hecho – le desafió ella.

Galadriel sonrió complacida. Celeborn reprimió la risa. El ceño de Elrond se pronunció aún más. Celebrían alzó el rostro, altiva.

- Es sencillo Celebrían, os encontrabais en mitad del bosque en un territorio que frecuentan los trolls, a principios de primavera es cuando esas bestias están más hambrientas que nunca tras la escasez de caza en invierno, son capaces de cualquier cosa -.
- ¡Por Elbereth Elrond!, ¡me acompañaban Glorfindel, que venció a un balrog, y mi madre, que se ha enfrentado incluso a dragones en las guerras de Beleriand! -.
- Desiste hija mía, es imposible razonar con un enamorado – intervino Galadriel.

El medioelfo las fulminó a ambas con la mirada. En ese momento la dorada cabeza de Glorfindel asomó por la puerta.

- Uh, este ambiente está más caldeado que el Orodruin en erupción -.
- ¿Qué necesitas de nosotros, Glorfindel? – interrogó Celeborn antes que los otros tres elfos presentes le gritaran o algo peor.
- Lingwë me ha comunicado que Elendil y sus muchachos no tardarán en bajar,   la mesa está puesta así que cuando deseéis llamaremos a cenar -.
- ¿Elendil y “sus muchachos”? – inquirió Galadriel, esbozando una sonrisa divertida.
- Sí, ninguno supera los ochenta años, son unos chiquillos – asintió muy serio el noldo.
- No obstante yo apostaría a que son más maduros que tú, Señor de la Flor Dorada – renegó Elrond.
- Mi señor, antes que descarguéis vuestra temible ira sobre este elfo inocente he de recordaros que yo fui victima de las circunstancias, la dama Galadriel, aquí presente, fue la instigadora de tan execrable acto contra vuestras leyes, yo sólo cometí el error de cruzarme con ella en el pasillo -.

Los cuatro observaron a Glorfindel que, tras soltar su discurso, permanecía tan impasible como al principio y con sólo su cabeza asomando dentro de la habitación. Celebrían fue la primera en empezar a reír aunque pronto se le unieron Elrond, Galadriel y Celeborn.

- ¿Qué sucede? – inquirió un noldo al encontrarse con Glorfindel y escuchar las carcajadas que sonaban dentro de la sala.
- Nada Erestor, tan sólo que jamás conseguiré que los que me conocen vuelvan a tomarme en serio alguna vez... por suerte -.

El tañido de una campana convocó a todos los habitantes de Rivendel a la cena. El Gran Salón lucía espléndido, todas las mesas llenas a rebosar de comida y los señores elfos ataviados con sus mejores galas.

Elrond y Elendil se sentaron en el centro de la mesa y, por coincidencias del protocolo, Galadriel ocupó la silla junto al monarca edain, él la miró momentáneamente estupefacto.

- Alassëa lómë, aran Elendil – saludó ella – Permitidme que os exprese mi satisfacción por teneros hoy entre nosotros -. (Buenas noches)
- ¿Me equivoco al creer que vos sois la dama Galadriel? -.
- No erráis –.
- Intuí que quien acompañaba a la princesa Celebrían era alguien de gran poder e importancia, mas no imaginaba que seríais vos – sonrió Elendil.
- No prestéis oído a todo cuanto se dice de mí, sobre todo si Gil-galad ha sido su artífice, siempre he pensado que me tiene en más alta estima de la que merezco -.
- Al contrario, sus halagos no llegaron siquiera a rozar la magnificencia de la realidad -.

Galadriel rió complacida.

- Sois un consumado maestro de las palabras, majestad -.
- Se hace lo que se puede, es difícil ser ingenioso en tierra de elfos – sonrió él.
- Vos os defendéis con bastante soltura – afirmó la dama – No quisiera ser indiscreta señor Elendil, mas vuestro corazón se halla seriamente alborotado y empiezo a escuchar en mi mente las preguntas que deseáis hacer en voz alta -.
- De manera que vos también poseéis un don como el de Gil-galad -.
- No, el mío es superior en poder e inferior en satisfacciones; por favor, preguntad aquello que os inquieta -.
- ¿Por qué cantabais aquella canción en el bosque?, y ¿cómo sabíais lo que ocurrió con mi barco tras nuestra huída de Númenor? -.
- Hace siglos que presentía el destino de vuestro perdido hogar, vi con toda claridad al cielo vomitar fuego y al mar devorar la tierra, vi los muertos pero también a los supervivientes, un navío blanco arrojado a las agrestes costas, y sentía curiosidad por conocer a aquellos edain a los que Eru había perdonado -.
- ¿Eru? – inquirió sorprendido Elendil – Yo creía que fueron los Valar -.
- Mi señor, el mundo ha cambiado y los Valar no pueden modificar Eä, sólo Ilúvatar puede decidir destruir o crear a semejante escala -. Galadriel clavó sus ojos de zafiro en los grises del dúnadan – Las estrellas han cambiado sus cursos, el Oriente y el Occidente se han unido y Aman ha sido sacado fuera de los Círculos del Mundo, ya nada será como antes, los Días Antiguos empiezan a esfumarse llevados por las mareas del tiempo -.
- ¿Qué ocurrirá en el futuro?, ¿cuál es mi destino? -.
- Vosotros, los hombres mortales, tenéis en vuestras manos decidir cuándo tendrá lugar vuestro amanecer y cuando ha de llegar vuestro ocaso, vos sois el único dueño de vuestro destino -.

Elendil comió en silencio y Galadriel hizo otro tanto.

Apenas se terminaron los últimos alimentos, todos los asistentes a la fiesta pasaron a una estancia contigua, al llamado Salón del Fuego; allí, durante toda la noche, se cantaría, se tañería música, y las historias de los siglos pasados se harían presentes por la magia de la palabra élfica.

Los compañeros de Elendil se veían felices como sólo pueden serlo aquellas personas que encuentran algo que ya creían perdido para siempre; habían asistido a la Caída de Númenor, muchos habían visto a sus familiares morir en los altares de Sauron, la máxima expresión del horror que se desencadenó bajo el gobierno de Ar-Pharazôn. Sin embargo, ahora, se encontraban sentados en cómodos almohadones, rodeados de eldar y escuchando los olvidados cantos a los Valar y la gloria de los héroes de antaño.

- Cuando pierdes todo, sólo entonces llegas a comprender lo que tenías, y cuando lo recuperas la felicidad es plena -.

Celeborn sonrió a su esposa, aprobando silenciosamente su sentencia.

- Por suerte, yo no necesito perderte para saber cuanto te amo, mi adorada Altáriel – murmuró al tiempo que la tomaba de la mano.

Ella aceptó el halago y se guardó mucho de recordarle a su marido cierta desagradable situación en Ost-in-Edhil.

Algunas horas después, Galadriel salió a una de las terrazas para disfrutar del aroma de las flores nocturnas. Esa primavera prometía ser exuberante como pocas. Sonrió al presentir como alguien seguía sus pasos.

- ¿Aún os quedan interrogantes, majestad? -.

Elendil enarcó las cejas, perplejo. La dama ni siquiera se había vuelto y él no había hecho ruido alguno que le delatase.

- ¿Os molesto? -.
- En absoluto, los mortales siempre me habéis parecido una compañía refrescante -.
- ¿Refrescante? -. Elendil se paró junto a ella, su expresión iluminada por la risa.
- La gente de mi raza os considera niños revoltosos, yo no llego hasta ese punto y menos con alguien de vuestro linaje, sin embargo no puedo evitar sentirme como una hermana frente a su inquieto y curioso hermano pequeño – explicó Galadriel, esbozando una sonrisa.
- Supongo que es un sentimiento razonable, insólito pero razonable -.
- ¡Qué gran monarca se perdió Númenor! – clamó súbitamente la dama – Si vuestra familia hubiese ocupado el trono de Elenna es posible que vuestra patria siguiera a flote -.
- ¿Es posible?, gracias por vuestro optimismo – ironizó Elendil, aunque el dolor por la catástrofe ocurrida hacía veinte años aún lo perseguía.
- No pretendía burlarme, sencillamente he comprobado como el destino juega con las personas hasta conseguir cumplir sus designios – suspiró melancólica – Eru puede tener un humor muy negro en ocasiones -.
- Jamás conocí a nadie que desafiara con tanta ligereza a los mismos dioses -.
- A diferencia de otros, yo no temo a los Valar y tampoco a Eru, aunque a Él sí le respeto -.
- ¿Qué teméis entonces?, ¡oh, gran señora de los elfos! -.
- A lo mismo que teméis vos o cualquier otro monarca preocupado por sus súbditos, temo no poseer el poder suficiente para proteger a aquellos que amo y, sí, también me angustia el paso del tiempo, contemplar como todo muere a mi alrededor -.
- Os entiendo – dijo Elendil y sus ojos mostraban una sinceridad absoluta – Aunque, por desgracia, yo sufro la misma lacra que mis hermanos de raza, el temor a la muerte -.
- Hace poco que se me ha dado la oportunidad de conoceros mas, si mi poder no me engaña, puedo afirmar que sois un hombre justo, honorable y valiente,  un rey querido por su Pueblo; vuestra vida merece ser vivida y cuando lleguéis al final de vuestro camino sobre esta tierra yo os prometo que ningún temor perturbará vuestro corazón, porque no agonizaréis aferrado al cetro si no que gozaréis del conocimiento y la paz de elegir el momento de vuestra partida como vuestros padres en tiempos de Elros Tar-Minyatur -.

- Rivendel es en verdad un lugar de sabiduría y curación, gracias por todo mi señora, habéis quitado un gran peso de mi alma -. Elendil se inclinó ante ella. – Para mí será un honor poder afirmar que os conocí y que iluminasteis mi camino -.

Una suave lluvia empezó a derramarse tímidamente sobre el valle. Elendil ofreció su brazo a Galadriel y ambos regresaron a la sala inundada de música y alegría.

Elendil y sus soldados permanecieron unos días en Rivendel, disfrutando de su beatitud pero también se trazaron planes en común con los elfos. Elrond se mostró muy interesado en conocer todos los proyectos que tenía en mente el rey dúnadan, y realmente se sorprendió de ver cuan rápido avanzaban sus trabajos de construcción por toda la Tierra Media. También conversaron sobre el uso de las Piedras Videntes, aquellos artefactos interesaron sobre manera a Galadriel.

- ¿Cuánta es su potencia? – preguntó de una forma casi intempestiva.

Elendil, y los cinco hombres que le acompañaban en ese momento, la miraron desconcertados, no así los elfos que asistían a la reunión.

- Hemos estado experimentando y aún hay zonas que se nos resisten, aunque es posible que se deba a la pericia de nuestros videntes más que a las propias Palantíri – respondió el rey dúnadan.
- Me encantaría poder usarlas alguna vez -.
- Cuando gustéis seréis bienvenida en Annúminas; tenía pensado invitar a Gil-galad para que probara la palantir que allí tenemos, creo que su poder podría sacarnos de dudas -.
- Gracias Elendil, de momento prefiero permanecer en Rivendel, me permite tener acceso rápidamente a información sobre los avances de Sauron -.
- ¿Sauron?, pero si se hundió con Númenor – exclamó un joven soldado, el escudero de Elendil según recordó la dama, al que su monarca reprendió con la mirada.
- Sin embargo volverá, es un maia, un espíritu que cobra forma física, el Anillo Único le ata irremisiblemente a este mundo y seguirá combatiéndonos hasta que conquiste la Tierra Media o muera en el intento – le explicó Galadriel.

Elrond retomó el tema de las fortalezas y Sauron fue temporalmente olvidado.

Al día siguiente, al alba, Elendil abandonó Imladris y la dama eldarin le observó partir desde la terraza de su habitación en compañía de Celeborn, su corazón le deseaba fortuna y temple para enfrentarse a los oscuros días que le tocaría vivir.

El tiempo siguió fluyendo perezosamente en el valle. Los mensajeros iban y venían pero las noticias siempre eran muy semejantes, los edain prosperaban y todo parecía haber vuelto a los años felices bajo el reinado de Elros. Glorfindel visitó personalmente Lindon y sus palabras reiteraron lo que decían las misivas de Gil-galad, Thranduil y Amdír, no había señal del Enemigo, ni siquiera los Jinetes Negros que habían atemorizado las fronteras de Bosqueverde y Laurelindórean.

No obstante los elfos no se relajaron, demasiadas veces habían sufrido en sus propias carnes la calma que precede a la temida tormenta. Demasiadas.

“Guerra ha de haber mientras tengamos que defendernos de la maldad de un poder destructor que nos devoraría a todos; pero yo no amo la espada porque tiene filo, ni la flecha porque vuela, ni al guerrero porque ha ganado la gloria. Solo amo lo que ellos defienden.” (Faramir)



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